sábado, 22 de noviembre de 2008

Episodio LXXIII

A partir de ahora me gustaría incluir algo que quizás debiera haber incluido desde el principio, y son todas aquellas personas que, cada semana, en cada capítulo, les pregunto alguna palabra porque estoy buscando un sinónimo y me ayudan hasta que la descubro, o simplemente a las fuentes fuera de mi cabeza con las que apoyo mis escritos, ya que la guía, si la sigo algún día el tema que no sea de los personajes, dudo mucho que recuerde todos estos datos, así que mejor ir diciéndolos por aquí.

Agradecimientos a:
  • El libro de Geografía de 2º de Bachillerato
  • Wikipedia
  • Celia
  • El diccionario de sinónimos.

Título: N/A

Tamaño: 9

Dedicado a: Mario Salvatierra



Episodio LXXIII

Arturo abrió los ojos. Estaba en su camarote del barco, con todo de lo más normal a su alrededor. Recordaba todo lo que le había pasado el día anterior, pero no entendía por qué estaba en el barco, seguramente lo habían encontrado Gabriel y Peter y le habían llevado allí. Se bajó de la cama y comenzó a inspeccionar los camarotes buscándolos y así de paso ver los daños que había causado el tsunami. No encontró nada. Todo estaba en su sitio, seco y sin daños, además de vacío. A pesar de registrar todos los camarotes no vio a ninguno de sus dos compañeros. Finalmente salió a la cubierta, y vio a alguien a quien no esperaba ver.

“Tú…”

Iluminado por un sol radiante en el que no había ni una nube en el cielo, de pie y fumando un cigarro como de costumbre, se encontraba el caballero de hielo de espaldas.

“¡Reik!”

Arturo miró hacia todas direcciones y sólo vio mar. La zona donde había estado el día anterior se había volatilizado por arte de magia, al igual que el resto de sus compañeros.

“¿Qué ha pasado, Reik? ¿Cuándo has vuelto? ¿Dónde están los demás? ¿Has rescatado tú el barco? No tiene ni un rasguño…”

El caballero del hielo se volvió al escucharle, pero no le contestó. Se limitó a sacar su espada y apuntar con ella al caballero del fuego.

“Tú me mataste una vez. Ahora yo te devolveré el favor”.

Se lanzó contra él de frente y atravesó su cuerpo con su espada, apareciendo por la espalda, del mismo modo que murió Reik por sus propias manos. Arturo se quedó mirando a los ojos a su compañero mientras veía salir sangre por una enorme herida que no le causaba dolor. El caballero del hielo le devolvió la mirada y descubrió que tenía los ojos totalmente blancos, sin iris ni pupila alguna.

“Creo que ya es hora de que despiertes” le dijo.

El caballero del fuego se despertó gritando. Le temblaban las manos, jadeaba con intensidad y sudaba. Miró de nuevo a su alrededor y se vio tumbado en una cama de mala muerte, con un colchón duro y sábanas sucias, en un casa de adobe de escasa estabilidad, iluminada con una bombilla que colgaba malamente de un cable en el techo mientras un mosquito bailaba alrededor de la luz. Grietas en las paredes, goteras en el techo, polvo por un suelo hecho con parqué desgastado y una brisa helada proveniente del exterior que las paredes no eran capaces de bloquear.

“¿Un mal sueño, muchacho?” escuchó.

El caballero miró hacia un hueco en la pared que servía como acceso a la habitación, pero que carecía de puerta. No podía ver que había al otro lado, era como un oscuro túnel, pero pronto apareció una figura corpulenta y la luz de un cigarro, del que salía un hilo de humo que se iba acumulando en el techo.

“¿Reik? ¿Eres tú?” susurró mientras se frotaba los brazos por el frío.

La figura se acercó y la bombilla le permitió distinguir a su visitante. Era un hombre mayor, de más de cincuenta años, con barriga, el pelo que le quedaba por la edad era ya de color gris, los ojos oscuros, pero su mirada no estaba para nada apagada. Vestía con ropa de pueblo, camisa a cuadros, pantalón vaquero y una boina le adornaba la cabeza. Como accesorio, llevaba un colgante con una pequeña cruz de oro muy cerca del cuello. Lo que Arturo vio que estaba fumando no era un cigarro, sino un puro al que daba intensas caladas a cada paso que daba.

“Así que tú eres uno de los amigos de Gabriel y Peter – le dijo con un acento que no era capaz de reconocer – ¿cómo te llamas, hijo?”

“Arturo, ¿quién eres tú?”

“Soy el sacerdote de este pueblo, por eso todos me llaman Shinkan, aunque no es mi verdadero nombre”.

“Pues no tienes pinta de sacerdote, si me permites decirlo” bromeó el caballero.

“Creo que acabas de aprender que las apariencias engañan, jovencito”.

Sin darse cuenta, Gabriel y Peter aparecieron por detrás sonriendo.

“¿Ya te has despertado, dormilón? – le dijo el caballero de la rosa – Levanta, tenemos mucho que hacer”.

“¿Cuánto llevo durmiendo?”

“Unas diez horas” contestó Peter.

“¿Dónde están Jonyo y Fidel?”

“No lo sabemos, tenemos que ir a buscarlos, por eso te digo que te levantes”.

“¿Ni siquiera vais a decirme donde estamos ni qué ha pasado?”

“Pensábamos esperar a encontrar a Jonyo y a Fidel. Si están a la deriva como tú, también corren peligro”.

“¿Tanto se tarda en ponerme al día?”

“Dejad al chico. Tiene derecho a saber qué ocurre. Yo se lo contaré” dijo el hombre del puro.

Gabriel y Peter se miraron.

“Está bien, Arturo, te concederemos tu tiempo” terminó rindiéndose Gabriel.

“¡Y que le traigan algo de comer!” continuaba el hombre abogando por el caballero.

“Entendido, Shinkan, te dejaremos que le cuentes todo lo referente a este lugar, pero antes tenemos que aclararle qué ha pasado entre nosotros”.

“Vale, ¿queréis que os deje solos?”

“No te preocupes, no molestas – dijo Gabriel – Aunque no me gustaría que viniera cierta persona...”

“Jajaja – reía el viejo – ¿te refieres a él? No vendrá, ahora tiene cosas mejores que hacer”.

“¿De quién habláis?” insistía el caballero en su curiosidad.

“Tranquilo, pronto le conocerás... Y le aborrecerás”.

“Ya os dije que no es un mal chico, es sólo que tiene demasiadas responsabilidades”.

“Aún así...”

“Es una persona difícil de tratar – concluyó Peter – Dejémoslo ahí o Arturo estallará de los nervios”.

“Sí, mejor...” contestó el caballero de la rosa.

“Mientras habláis con él yo le traeré algo de comer”.

“Buena idea” le apoyó Arturo.

“¿Recuerdas la tormenta que nos sorprendió el otro día?” preguntó Peter, ya dirigiéndose a Arturo.

“Sí, por supuesto”.

“¿Qué recuerdas exactamente?”

“Recuerdo que fue muy repentino. Es sol brillaba y el mar estaba en calma, pero en cuestión de minutos se llenó de nubes negras. Cuando me quise dar cuenta aquella ola enorme ya estaba dirigiéndose hacia nosotros”.

“Exacto. Como luego te contará Shinkan, esta zona es famosa por sus alteraciones. Si estábamos cerca de aquí, es posible que ocurriera algo así, pero no creo que llegase a un nivel tan alto. Otra posibilidad es, que alguien que conociera bien la inestabilidad de la zona se aprovechara de eso para hacernos pensar que todo fue una catástrofe natural”.

“¿Insinúas que fue provocado?”

“Como te he dicho, sólo es una hipótesis, si es cierto, sólo hay una persona capaz de hacer algo así”.

“Pero esa persona, está muerta” contestó Arturo.

“Por eso le he dicho yo que se lo está imaginando – interrumpió Gabriel – Esa persona está muerta, el tsunami fue natural”.

“Precisamente tú deberías saber que esa persona no muere tan fácilmente, pero bueno, no lo puedo demostrar, así que por el momento lo dejaremos así”.

El viejo sacerdote apareció con un plato de comida y se lo sirvió al hambriento, que empezó a comer sin dudar.

“Nosotros ya hemos hablado, te dejamos a ti la parte que conoces mejor” le cedió Peter la palabra.

“Gracias, Peter. – dijo y se dirigió al caballero del fuego –Arturo, estás en una nueva isla. Su nombre es Azeroth. Está dividida en cuatro áreas geográficas y climáticas. En el área suroeste, en la que te encuentras ahora, vivimos nosotros, el clan Bleeding Hollow, en el pueblo de Midgar, y es la zona pantanosa de la isla. Aquí azotan fuertes lluvias cada día y no podemos dar un paso sin pringarnos los zapatos. Las casa están edificadas sobre suelo blando y cada año vemos como se tuercen por la inestabilidad del terreno, algunas incluso se han derrumbado. Construimos una plataforma de piedra alrededor del pueblo, pero también va cediendo cada día, la humedad entra por todos lados y pudre hasta los huesos, hasta que todo en el lamentable estado que ves en esta habitación.

Después está el área sureste, con el pueblo llamado Tolbi, habitada por el clan StormReaver, y constituida por inmensos yermos de rocas secas, arbustos, casi sin otro tipo de vegetación ni animales. Ni siquiera tienen agua de un río y tienen que recogerla de la lluvia, tampoco pueden cultivar nada, ya que su suelo es arcilloso y nada fértil. Pasan hambrunas y sed a diario, y no tienen medios para defenderse contra enfermedades o epidemias.

El tercer área, toda la zona norte, esta ocupada por la gran montaña que habrás visto cuando estabas ahí fuera. A mitad de la montaña está el clan ShadowMoon, y su pueblo tiene el mismo nombre que le pusieron a la montaña, Mariejoa. Es la única zona fértil de toda la isla, con buena temperatura, pastos, cultivos, todo...

El último área, la zona central de la isla, es un inmenso desierto. Si tus amigos no te hubieran encontrado, habrías muerto sin remedio, no hay ni un árbol, ni un animal, ni un oasis, nada”.

“¿Cómo puede una isla tan pequeña tener tanta diversidad?”

“Está isla fue escogida a propósito. Está en el centro de la superficie del planeta, donde convergen varios tipos de corrientes de aire así como corrientes marítimas, creándose tormentas y grandes olas por toda la costa, entrar o salir de aquí en barco es casi imposible, me sorprende que vosotros salierais con vida, eso demuestra que sois jóvenes y fuertes. Cada corriente azota a una parte de la isla, dándole un clima distinto.

La montaña funciona como escudo y refugio climático. Al estar el clan ShadowMoon en la ladera de la montaña, la altitud hace que las corrientes marítimas le afecten en menor medida. Con respecto al viento, la zona de barlovento es siempre constante, la corriente viene siempre por el oeste, arrastrando nubes y lluvia, por eso nuestra zona es la más húmeda y fangosa, y la zona este de la montaña es la más fértil. Sin embargo, el lado este de la montaña es siempre de sotavento, y el aire es cálido y seco, puesto que la montaña retiene toda la humedad, esto hace que de una parte de la isla a otra, la temperatura pueda hasta doblarse. La zona central es desértica porque sufre la concentración de todos los climas y corrientes de las zonas adyacentes, destruyendo toda forma de vida con los cambios bruscos de temperatura y la concentración de múltiples fenómenos meteorológicos en un corto periodo de tiempo, sol y fuerte calor de día, y viento y frío de noche, impidiendo que nada ni nadie pueda sobrevivir allí”.

“¿Escogida por quién?

“Pronto llegaremos a eso, primero quisiera hablarte de los que vivimos aquí”.

“Si sólo hay una zona con recursos naturales, ¿por qué no la compartís?”

“Eso me gustaría a mí, pero no es posible. Verás, los tres pueblos estamos divididos por nuestra creencia religiosa. Nosotros somos los cristianos, los que viven en la zona árida son los musulmanes, y los que viven en la montaña son un conjunto de religiones asiáticas con puntos en común, pero les llamamos sintoístas para abreviar, porque es la vertiente más abundante. Todos vivimos aquí, en esta isla porque... – se levantó y miró al cielo nocturno por la ventana – Este lugar, es una isla prisión”.

“¿Isla prisión?”

“Sí. No sé cuanto sabrás de historia, pero, la Tercera Guerra Mundial, que había sido causada por los extremistas religiosos islámicos de entonces, causó millones de muertos en todos los países participantes o no. En esa guerra no se luchaba por la posesión de cierto territorio, se luchaba para que el vencedor pudiera justificar con su victoria que tenía razón, y que su religión era la única que en el fondo no era una secta. Al ser algo imposible de hacer entender a otra persona por el diálogo, la única posibilidad era exterminar a todos los creyentes de las demás religiones. Hindúes, mormones, judíos, chiítas, así como todas las tribus africanas que tenían su propia creencia fueron aniquiladas por completo. Por suerte, había una forma de detener esta masacre, y pudo hacerse a tiempo. Una persona, la cual nadie sabe su nombre, demostró científicamente la inexistencia de cualquier tipo de Dios, por lo que todos se vieron obligados a bajar las armas y acabar el conflicto.

Para evitar que algo así volviera a repetirse, se prohibieron todas las religiones por ley en el mundo. La gente había perdido su fe al creer que les habían hecho ver al fin la luz, quitándoles la venda que les ponía su religión, así apoyaron la ley. Pensaron que por fin la gente valoraría la vida por encima de todo y las guerras terminarían, ya que nadie se alistaría en un ejercito sabiendo que si pierde la vida sería en vano. Hasta hoy, parece que acertaron, pero yo no estoy tan seguro.

A pesar de todo, hubo ciertos grupos de personas que mantuvieron su fe a pesar de la adversidad, y aunque no querían la guerra, no se les permitía vivir con el resto de las personas. La mayoría fueron desterrados y otros apedreados cuando lo único que hacían era dar un paseo por la calle. La gente los culpaba de la guerra y quería pagar con ellos el dolor de sus familiares fallecidos. Ante la gran masa de refugiados, se decidió juntarlos a todos en el mismo sitio en vez de matarlos como pedía el pueblo, para que no volvieran a ser blanco del odio de los convertidos. Y en lugar escogido fue esta isla de muerte.

Dado que al final de la guerra sólo quedaban tres religiones, los cristianos en todas sus vertientes, los musulmanes, y el conjunto de religiones asiáticas que tienen puntos en común, nos dejaron sueltos, nos indicaron los lugares habitables y se fueron, asegurándose de que nunca tendríamos la tecnología suficiente para salir de aquí”.

“Si esa persona demostró que Dios no existe, ¿por qué dejasteis que os mandaran aquí? ¿por qué no renunciasteis también a algo que sabéis que no es verdad?”

Shinkan se dio la vuelta, se acercó al caballero del fuego, le puso la mano en el hombro y sonrió.

“Mi joven amigo, Dios está por encima de todo fundamento científico, por eso se le llama así. Ninguna demostración podrá hacerme nunca perder la fe en él, y lo mismo le pasa a los otros dos pueblos que viven aquí. Tendremos nuestras diferencias, pero te aseguro que en eso estamos de acuerdo todos”.

Arturo se quedó callado y respetó su opinión.

“Los tres pueblos teníamos diferencias suficientes como para que no pudiéramos convivir juntos, los sintoístas eran demasiado independientes, quizá despreciaban a los otros dos pueblos y no quisieron ningún trato con nosotros ni con los musulmanes. Los musulmanes seguían tan radicales como durante la guerra, y cualquier diálogo con ellos era inútil, y nosotros estábamos demasiado débiles como para embarcarnos en un nuevo conflicto, así que dijimos que aceptaríamos cualquier zona con tal de que no hubiera más muertes en nuestro pueblo.

Empezó entonces una guerra civil entre los sintoístas y los cristianos. Duró poco, la diferencia era inmensa. Los musulmanes fueron aplastados con la misma facilidad que en la guerra mundial, algo que era de esperar, luchando contra un pueblo que tenía la mejor tecnología del mundo, no se puede vencer aunque estés en el mismo terreno.

Cuando finalmente se rindieron, les mandaron a la zona árida de la isla, y los sintoístas se quedaron con la zona fértil. A nosotros, como ni luchamos ni apoyamos a ningún bando, nos concedieron la zona de fertilidad intermedia, y gracias a eso al menos podemos sobrevivir”.

“¿Qué es ese área restringida por una barrera y por el tipo del pelo a lo afro?

“Es cierto, se me había olvidado. ¿Recuerdas que te dije que se asegurarían de que nunca tendríamos la tecnología suficiente para salir de aquí? Ese joven, Seagram, es un agente encargado de supervisar que eso se cumpla. Tiene autoridad para destruir sin avisar cualquier innovación tecnológica que suponga una pequeña posibilidad de salir de aquí. Una vez los musulmanes trataron de atacarle, pero fueron todos reducidos sólo por él, lo que sirvió de escarmiento para todos. Nunca más ha sido necesaria su intervención”.

“¿Por qué le atacaron los musulmanes?”

“¿Recuerdas lo que había en el interior de la cúpula de energía?”

“Sí, eran unas extrañas ruinas, no sólo de edificios, también había pinturas, esculturas, la verdad, era un verdadero paraje artístico”.

“Esa cúpula es nuestra condena”.

“¿Condena?”

“¿Recuerdas que te dije antes que nos exiliaron para que la población convertida no pagara con nosotros las consecuencias de la guerra? Pues aunque nos libraron de eso, tampoco nos dejaron en paz. Destruyeron todos los elementos artísticos del planeta, de cualquier tipo, que estuvieran relacionados con alguna religión, pues al verlos la gente se echaba a llorar en medio de la calle. Cogieron los restos de todos esas representaciones y las dejaron allí, en medio del desierto, para que las tuviéramos nosotros, pero en vez de permitirnos utilizar los restos para construir nuevas iglesias, templos y esculturas, los cubrieron con la barrera, y además la hicieron transparente para que pudiéramos verlos, recordándonos así todo el daño que le habíamos causado al mundo sólo por creer en que existe un ser superior. Si alguien trata de entrar en las ruinas, Seagram le reduce de inmediato sin ni siquiera estar presente, con un simple holograma. En realidad, yo creo que el verdadero Seagram vive dentro de las ruinas o si no sabe como atravesar la barrera”.

“Seguro que está en su interior. No creo que exista forma alguna de atravesar esa barrera”.

“¿En serio?”

“Si lo dice él, no lo dudes, él es un experto en...”

“Sólo lo supongo – interrumpió Peter a tiempo, sin dejar terminar la frase al caballero del fuego – Esa barrera parece fuerte, pero tampoco tengo argumentos que apoyen mi teoría”.

Arturo se quedó desconcertado al ver como su compañero le había interrumpido, le miró, preguntándose la razón de aquella irrupción tan repentina, pero encontró que Peter ni siquiera le devolvía la mirada, continuaba con los ojos fijos en el sacerdote.

“¿Pasa algo?” preguntó el hombre sonriendo, al ver que se había creado un silencio incómodo.

“No, nada, continúa, por favor” dijo el caballero del fuego, aún algo sorprendido.

“Muy bien. Dime, esas personas que te atacaron, ¿por casualidad eran morenos de piel, iban en camello y vestían túnicas y turbantes?”

“Sí, exactamente”.

“Como lo imaginaba, ellos eran miembros del clan StormReaver. Son unas personas muy leales y muy solidarias, vivían en zonas áridas antes y siguen viviendo ahora. Saben lo duro que es el desierto y ayudan a cualquier persona que encuentran tirada en la calle, dándole incluso su propia agua y comida. Sin embargo, esas duras condiciones de vida que llevan soportando durante tanto tiempo les han vuelto muy radicales y sus ganas de salir de ese agujero son tan grandes que alcanzan el nivel de la desesperación, y les ha llevado a tratar de reclamar que anhelan incluso con el terrorismo. A pesar de haber sido derrotados una y otra vez, su fuerza de voluntad es tan grande que les hace levantarse y volver a intentarlo. Supongo que es su religión la que les da tal fuerza. Hace poco, en uno de los ataques – agarró la cruz que colgaba de su cuello con fuerza – Mi mujer...”

“Shinkan...” dijo Arturo.

Una lágrima cayó de sus ojos y estuvo a punto de empezar a llorar. Sin embargo, en el último momento, se la secó y sonrió con todas sus fuerzas.

“Que fuerza de voluntad tiene este hombre” pensaba el caballero de la rosa al verle.

“Hasta ahora han estado atacándonos tanto a nosotros como a los sintoístas para conseguir un territorio fértil en el poder cultivar y que su pueblo no se muera de hambre, pero ahora tienen un motivo mayor que ha desatado su ambición bélica”.

“¿El qué?” preguntó ya inundado de curiosidad.

“Se ha vertido el rumor de que en algún lugar de la isla hay un tesoro en cuyo interior está el poder para dominar toda la isla, e incluso se ha llegado al punto de decir que ese poder sirve para salir de esta isla infernal. Los musulmanes quieren encontrarlo a toda costa para conseguir las zonas fértiles de la isla y una vez se hayan apoderado de la isla, usarán ese poder para salir de aquí y reclamar la tierra que se les ha robado”.

“¿No sabéis ni lo que es?” preguntó el caballero de la rosa.

“Mi modesta y sincera opinión, es que tal tesoro no existe, creo que alguien lo ha extendido para crear la confusión, la única pista de su localización, es una frase que apareció escrita en una piedra en medio del desierto”.

“¿Qué decía?”

“Decía, Algo que puedes ver, pero que no puedes ver”.

“Suena complicado... no se me ocurre con qué relacionarlo...” dijo Gabriel

“Sólo una pregunta más, ¿qué es esa torre de piedra que había de camino aquí?”

“Esa torre... Es nuestro santuario, nuestra iglesia, el único lugar en el que podemos practicar nuestra religión. La mitad de la torre está dentro de la barrera, y la otra mitad por fuera. La pared de la torre que está da a las ruinas está acristalada y nos deja contemplarlas, es una vista preciosa para rezar. Cada pueblo tiene una torre distinta, y hay otra en el interior de las ruinas, la nuestra está hecha de piedra”.

“Así que es eso... ¡Bien! ¡Creo que ya sabemos suficiente! – miró por el hueco de la ventana y vio que empezaba a amanecer – ¡Ya es de día! ¡Ya podemos ir a buscar a Jonyo y a Fidel!”

“Querrás decir que podemos ir porque has terminado de comer...” dijo Gabriel.

“Bueno, también...” rió el caballero del fuego.

“¿Y dónde pensáis ir?” preguntó el sacerdote.

“Tal vez debamos ir a visitar esos dos pueblos que mencionaste. Si vosotros dos caísteis cerca de aquí. Jonyo y Fidel pueden estar en alguno de esos dos asentamientos”.

“No creo que te apetezca ver a los moros que te atacaron ayer, ¿qué tal si nos pasamos por Mariejoa?”

“¡Perfecto!”

“¿Todavía estáis aquí? – escucharon – Creí haberos dicho que os marcharais”.

Alguien entró en el lugar. Era un chico joven, con el cabello castaño oscuro, que se estaba dejando el pelo largo, con los ojos marrones y la piel clara. Vestía de blanco, con una toga que le servía de prenda única, ajustada con un cinturón también blanco y unas sandalias también blancas. Al entrar en la habitación, la luz del sol al amanecer iba iluminando cada paso que daba.

“¿Quién eres?” preguntó el caballero del fuego al recién llegado.

“Yo soy... ¡El Hijo de Dios! ¡JesuCristo!”


Shinkan = Sacerdote



2 comentarios:

Anónimo dijo...

Jesús que final. jejejeje, mola queda muy cómico xDDD. Un buen episodio si señor ^^, la verdad es que los echaba en falta jejejeje. Un saludete

Dani Lopez

Anónimo dijo...

Jon:
Es sol brillaba y el mar estaba en calma(el sol brillaba)
hasta que todo en el lamentable estado que ves en esta habitación.
(hasta que todo queda en el lamentable)
Y en lugar escogido fue esta isla de muerte.(y el lugar)
jajaja que wena la ultima frase jaja soy el hijo de dios jesucristo,weno por fin empezamos otra vez a saber de los caballeros cosa que me alegra,y weno a saber que ha sido de fidel y mi personaje a donde habremos ido a parar,con lo bien que nado yo,y no nos olvidemos de reik,que a saber donde estara,me ha gustado el capitulo y la unica pega que te pongo es que se me ha hecho corto,ya estoy esperando con ansia el domingo que viene,a y por cierto se te tiene que quitar de la cabeza esa idea de que los caballeros se tienen que acabar porque no van surgiendo mas lectores eh que aunque no vayan surgiendo seguimos estando aqui un par de ellos por lo menos fieles a la historia y quieras que no siempre puedes poner mas malos, en la universidad tmb hay profesores jaja
Un saludo a todos