Bueno, al final el curro se complicó. Se suponía que iba a ser sermana y pico, pero fue mes y pico, y tuve que echarle muchas horas que no me dejaban hacer nada más. Después de ese tramo, la cosa se relajó, pero entre vacaciones y chorradas pues aquí estamos. Pero bueno, aunque esto tiene que acabar pronto, lo importante es que acabe bien, que merezca la pena haber leído hasta aquí.
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Episodio
CLXXXII
CLXXXII
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as cenizas en las
que se había convertido el cuerpo de Mesa se habían acumulado en el suelo,
formado un pequeño montón. Una sacudida de aíre frío pasó por la zona en la que
se encontraban los caballeros, llevándose por delante parte de la ceniza
acumulada. El montón vio reducido considerablemente su tamaño, y entre los
restos carbonizados del profesor, se podía apreciar algo enterrado, emitiendo
una suave luz.
“¿? - Jonyo se
imaginó rápidamente de qué se trataba. Anticipándose a los demás, que dudaban
sobre qué hacer, se agachó a desenterrar lo que fuera que estaba bajo la ceniza
– Lo que me imaginaba…”
Tras apartar la
ceniza con las manos, el caballero sopló para terminar de limpiar de cenizas
aquello que había rescatado. Una pequeña nube de polvo envolvió la zona,
obligando a toser repetidas veces para no intoxicarse. A los pocos segundos, el
polvo de ceniza se disipó, y todos pudieron contemplar las siete esferas
elementales, emitiendo un suave resplandor al unísono.
“Esas son…”
susurraba Gabriel mientras el brillo multicolor se reflejaba en sus ojos.
“Cuando Blackron
perdió el combate, las esferas elementales salieron de su cuerpo, acabando con
su vida, al igual que han hecho con la de Mesa. Por eso, al ver que había algo
bajo la ceniza, supuse que se trataba de ellas”.
“Ahora habrá que
decidir qué hacemos con ellas, ¿no?” sugirió Reik.
“Lo mejor sería
destruirlas. Ya he visto morir a dos personas por su culpa. No quiero que uno
de nosotros sea el tercero. Ya lo habéis visto, aunque las usáramos y
amplificaran nuestros poderes, no ofrecen ninguna garantía de victoria. Hasta
ahora creíamos que prestaban su poder a quien las absorbía, pero en realidad
era al revés. Las esferas se alimentan de la energía de su poseedor, y cuando
se agotan sus fuerzas, ellas mismas devoran su vida y buscan otro organismo del
que alimentarse”.
“¿Quieres decir que
ahora, en las esferas no está únicamente el poder de nuestros elementos, sino
también el de El Caballero Negro y el de Mesa?” preguntó Arturo.
“Sí. Al menos, es lo
que yo creo. Seguramente sean más poderosas que nunca, pero también más
peligrosas que nunca. Con el esfuerzo y el sacrificio que ha costado llegar
hasta aquí, utilizarlas sería tirar nuestras vidas a la basura, y las de las
personas que han muerto por nosotros hasta ahora…”
“Aunque eso es
cierto, tampoco creo que destruirlas sea la mejor idea – opinaba Gabriel – Eso
es el otro extremo. ¿Qué tal si de momento las llevamos con nosotros?”
“Estoy de acuerdo.
Si nos encontramos en una situación de riesgo en la que vamos a morir las
usemos o no, siempre será mejor usarlas. No habría nada que perder” Reik apoyó
a su compañero.
“Está bien, como
queráis, pero yo no quiero ni verlas”.
“Me ofrezco para
llevarlas – dijo Gabriel – Estoy acostumbrado a controlar energía ajena.
Además, fui el último al que le extirparon la esfera, y me siento responsable
de lo que ha pasado”.
Nadie puso
objeciones. Mientras recogía las esferas, un nuevo terremoto tuvo lugar. La
lava volvió a abrirse paso a través de las grietas, y un feroz chorro de magma
irrumpió muy cerca de la entrada del castillo.
Los caballeros
volvieron la cabeza hacia el poder de la naturaleza, que continuaba
manifestando todo su potencial. Sin embargo, en esta ocasión, vieron como
además de la lava, la tierra también escupió un objeto extraño, el cual no
fueron capaces de identificar al momento. El objeto salió disparado por los
aires, fruto de la presión a la que estaba sometida la propia lava, se perdió
en las alturas, y después comenzó a caer, hasta clavarse en la tierra, delante
de los caballeros.
“Eso es… ¿una
espada?” comentó Jonyo.
“Espera… No es una
espada cualquiera – dijo Reik al reconocerla – Esa es…”
“¡La espada de
Fidel!” Exclamaron todos al darse cuenta.
Arturo corrió rápidamente
a recogerla. Suavemente, la extrajo de la tierra. Estaba caliente, pero no por
el calor de haber atravesado la corteza terrestre junto al magma, sino la
empuñadura caliente por haber sido blandida durante una larga batalla, sin
haberse soltado sin un instante de la mano que la sostenía.
“De acuerdo al
relato de Mesa, podemos afirmar que la espada de Fidel se convirtió en un hacha
– reflexionaba Gabriel en sus pensamientos – Sin embargo, al igual que las de
todos nosotros, ha vuelto a la normalidad tras cumplir su cometido.
Seguramente, sin el caballero que la empuñaba, ya nunca podrá despertar de nuevo
su forma final”.
Arturo se había
quedado ensimismado, contemplando la espada. Una vez más, se resentía por no
haber podido impedir el fatal desenlace que tanto veía venir. No obstante,
ahora que el daño era irreparable, sólo podía hacer una cosa.
“A partir de ahora –
susurró mientras se guardaba la espada de su difunto amigo – Yo llevaré esta
espada. ¡Seré el caballero de las dos espadas!” exclamó con decisión.
Todos quedaron
sorprendidos por aquellas declaraciones, pero ya no había tiempo para hablar.
Un segundo terremoto, casi seguido del anterior, volvió a sacudir toda la isla.
El castillo de la Fiera Deidad comenzaba a resentirse seriamente, peligrando
toda su estructura.
“¡Ya hablaremos más
tarde! – Exclamó Reik – ¡Ahora tenemos que salir de aquí! ¡Hay que poner a
Mario a salvo!”
El anciano
sacerdote, que no se había movido del sitio, continuaba hasta en la misma
postura que cuando Mesa se desvaneció sobre sus brazos. Seguramente, el sentía
que todavía lo estaba sujetando, y a pesar del viento, las manchas de ceniza en
sus manos no desaparecían del todo.
“¡Vamos! – le dijo
Reik, a la vez que trataba de ponerle en pie – ¡Quedarse aquí es peligroso!”
“No, hijo. Yo ya no
tengo a donde ir. Una vez más, no he podido salvar a mi amigo. Mi viaje termina
aquí. Iros sin mí”.
“¿Una vez más?”
pensó Jonyo.
“No digas tonterías
– insistía el caballero – Si nos vamos estarás desprotegido ante la fuerza de
la naturaleza. ¡Morirás sin remedio!”
El sacerdote se
llevó la mano al cuello, agarró con fuerza el crucifijo que llevaba de colgante
y se lo mostró al caballero.
“Esta es toda la
protección que necesito”.
Al escuchar esas
palabras, Reik supo que no había nada que hacer. La fe religiosa escapaba a
cualquier razonamiento lógico, por tanto, daba igual lo convincentes que
resultaran sus argumentos, no se iba a dejar convencer.
“Vámonos” susurró
Reik y comenzó su camino hacia la entrada del castillo.
“¿De verdad vamos a
dejarle ahí sabiendo que va a morir? – preguntó Gabriel sorprendido – Eso me
parece demasiado desalmado incluso tratándose de ti”.
“No hay más ciego
que el que no quiere ver, ni hay más sordo que el que no quiere oír. Cualquier
cosa que le digamos será inútil. Ese hombre acaba de arrojar su vida por la
ventana, y nosotros solo tenemos dos opciones. Respetarlo, o morir a su lado”.
Aunque no lo había
explicado con las mejores palabras, todos comprendieron el mensaje que su
compañero trataba de trasmitirles. Si se quedaban allí, tratando de protegerle,
estaban poniendo su vida en peligro, y desaprovechando la última oportunidad de
terminar con aquella larga batalla. Sin dejar de mirar atrás, todos comenzaron
a caminar lentamente, de espaldas, mientras se despedían tímidamente del
sacerdote con la cabeza, el cual, educadamente, les devolvía el gesto, sin
ningún rencor, sabiendo que su destino era plenamente consecuencia de sus
actos, y por tanto, no tenía nada que lamentar. Poco a poco, los caballeros
fueron dándose la vuelta, al mismo tiempo que aumentaban su velocidad, para
dejar atrás ese mal momento cuanto antes.
“Adiós, caballeros”
dijo mientras les veía perderse en las profundidades del castillo.
Sus palabras no
llegaron hasta los caballeros. En cuestión de segundos, todo se enmudeció. El
anciano sacerdote se quedó de rodillas, entrelazó sus manos, cerró los ojos y
comenzó a rezar.
“Padre Nuestro que estás en los cielos,
Santificado sea tu nombre…”
A medida que
recitaba su plegaria, podía escuchar el suelo agrietándose bajo sus pies. Podía
sentir el calor que despedían las entrañas de la tierra, y la sombra de la
muerte acechando por la espalda. Sin embargo, la fe inquebrantable del
practicante le impidió no sólo dejar de rezar, sino incluso moverse del sitio.
“…Y ruega por nosotros pecadores,
Ahora y en la hora de nuestra muerte,
Amén”.
En el mismo instante
en que terminó su oración, las grietas del suelo se iluminaron de una intensa
luz rojiza, y a los pocos segundos, una potente erupción de lava se abrió paso
hacia los cielos, engullendo completamente al sacerdote, sin que quedara nada
de él.
Los caballeros, que
se encontraban ya recorriendo los corredores del castillo, no pudieron evitar
bajar la cabeza con resignación, al darse cuenta de la muerte del anciano.
“Su energía… Acaba
de desaparecer…” anunció Arturo.
“¿Cuántas personas tienen
que morir delante de nosotros sin que podamos hacer nada para evitarlo?”
comentaba Gabriel apenado.
“¡No! ¡Esta vez no!
¡Ha sido decisión suya por culpa de esa religión que le tenía lavado el
cerebro! – la postura de Reik era firme – Esta vez no ha sido culpa nuestra”.
“Que haya sido
decisión suya no cambia nada – opinó Jonyo – Kevin también decidió por sí mismo
ponerse delante para proteger a Arturo con su vida, Shin cedió su vida para que
tú pudieras resucitar. También, el único delito que cometió Peter era curarnos,
y lo mataron precisamente para evitar que continuara haciéndolo. Suso fue a
echar un polvo y terminó envenenado… Incluso ha habido enemigos que he sufrido
viéndoles morir – señaló refiriéndose a Blackron, aunque no lo citó textualmente
– Todos ellos murieron por involucrarse entre nosotros, y no pudimos salvar a
ninguno”.
Las palabras del
caballero dieron lugar a un silencio incómodo que nadie se atrevía a romper.
Únicamente el sonido de sus zancadas avanzando hacia delante, haciendo eco
sobre las paredes del castillo, resonaban en el lugar.
“¿Esto no está
demasiado vacío?” Gabriel trató de cambiar de tema.
“Ahora que lo dices,
es cierto – dijo Arturo – Esta es la última mazmorra de nuestro viaje. La
suponía llena de guardias, monstruos y trampas, pero nada de eso. Está
totalmente muerta y desprotegida. Es casi como si nos invitaran a pasar”.
“Si lo piensas bien,
no es tan extraño – Reik trató de explicarlo – Tú no lo sabes, porque durante
ese tiempo estabas en Narshe, pero cuando nos acercamos con el barco, fuimos
atacados por diversas armas de largo alcance, que aunque no eran nada contra
nosotros, destrozaron el barco y estuvieron cerca de hundirlo por completo.
Destruimos los cañones devolviendo los proyectiles, por eso ahora ya no nos
pueden atacar”.
“Es verdad, ahí fue
cuando Mesa descubrió que Peter nos curaba, así que, apareció de la nada, le
mató, y se fue. Luego, todos los soldados que había en la isla vinieron en masa
a por nosotros – recordaba Jonyo – Acabamos con todos ellos de una vez con un
ataque combinado. Es normal que no quede nadie”.
“No me lo puedo
creer… Incluso Peter… – la conversación no estaba precisamente animando al
caballero – Ahora que lo dices, no os he preguntado todavía, ¿qué tal fueron
vuestros combates? ¿Os resultó difícil derrotar al Caballero Negro y los demás?
Para cuando llegué, todo había terminado ya”.
La pregunta de
Arturo fue seguida de un nuevo silencio. El resto de caballeros se miraron
entre sí durante unos segundos, y finalmente asintieron con la cabeza.
“Está bien, creo que
ya podemos contártelo” dijo Jonyo.
“Todos nuestros
combates fueron muy duros – Gabriel tomó la palabra, ante un Arturo que estaba
cada vez más extrañado – No hemos tenido tampoco mucho tiempo para entrar en
detalles, pero en lo que sí que han coincidido todos nuestros combates, es en
haber liberado el verdadero poder de nuestras armas y haber ido más allá de
nuestras habilidades”.
“No entiendo nada…”
“Nuestras armas han
cambiado de aspecto, adoptando su forma final – dijo Reik – ¿Recuerdas que
durante el relato de Mesa sobre Fidel mencionó un hacha?”
“Sí, pero lo que
salió de la tierra fue su espada, igual que la lleváis vosotros ahora”.
“Después del
combate, la llamada Arma Final vuelve a su forma original, supongo que para
ahorrar energía – continuó Jonyo – Nadie vio a Fidel ni a su espada en su forma
final, pero por el relato de Mesa creemos que también lo consiguió. No
queríamos decirte nada, porque llegamos a la conclusión de que alcanzarías el
Arma Final por ti mismo durante el combate contra Mesa. Pero en lugar de eso,
mira, pudiste hacerlo a tu manera. ¿Quién sabe? Es posible que ni siquiera la
necesites”.
“Ya veo… De haber
sabido eso, seguramente habría intentado despertar el verdadero poder de mi
espada en vez de usar el Corte de Cielo,
y puede que hasta hubiese perdido el combate. ¿Y eso de ir más allá de vuestras
habilidades? ¿A qué os referís?”
“Je – sonrió Reik –
Esa parte es mejor que la veas por tus propios ojos. Contártelo sería demasiado
complicado. No te preocupes, pronto lo entenderás todo, ¡en cuanto encontremos
al Señor Oscuro!”
Un nuevo terremoto,
bastante más potente que el anterior, sacudió toda la zona, interrumpiendo no
sólo la conversación, sino también obligando a los caballeros a detener su
carrera. Varias de las enormes piedras que formaban la pared del castillo
comenzaron a venirse abajo, amenazando la estructura. Los caballeros se
cubrieron la cabeza para no ser golpeados por algún escombro, mientras
esperaban a que cesara el temblor.
“Esa es otra, no
hemos hablado de esto – dijo Gabriel – ¿De qué nos sirve ganar si el planeta va
a ser destruido igualmente? ¡¿Es que no podemos hacer nada?!”
“¡Yo tengo una idea!
– Exclamó Reik, para que todos pudieran escuchar su voz, a pesar del ruido de
los escombros – ¡No sé si funcionará o no, pero es la única opción que veo
factible!”
“¿Y qué hacemos aquí
parados? ¿Por qué no vamos ahí primero? ¡El combate puede esperar!”
“¡No, Gabriel! –
exclamó Arturo con total decisión – ¡Esta vez no!”
“¡¿Cómo que no?! ¡Ahí
fuera está muriendo gente! ¡¿Es que te da igual?!”
“La verdad, yo
tampoco lo entiendo” coincidió Jonyo.
“No me
malinterpretes, no se trata de eso. Es sólo que, no puedo quedarme sin saber la
verdad – el temblor fue parando poco a poco – El tiempo que tenemos ahora es
limitado, y si salimos ahí fuera y no lo conseguimos, moriremos igualmente, y
encima nunca sabremos la verdad”.
“¿La verdad? – Reik también
empezaba a sentirse confuso ante aquellas declaraciones – Pero, ¿a qué te
refieres exactamente?”
“¿No os parece todo
muy raro? Que nos atacaran directamente sin hacer nada? ¿Que ya nos tuvieran vigilados desde antes de despertar
nuestros poderes? ¿Que casualmente,
Fidel, Isabel, Verónica y yo fuésemos huérfanos, y que a vosotros tres os
rechazaran vuestras familias? Son demasiadas casualidades… Estoy seguro de que
hay algo detrás, y después de llegar hasta aquí, lo único que sé seguro, es que
no podría perdonarme por dejarme morir sin aprovechar la oportunidad de
averiguarlo. Nos han utilizado como marionetas durante toda nuestra vida, tanto
unos, como otros. Hemos viajado por muchos sitios, ayudado a mucha gente, a
veces sin que nos pidiesen ayuda, o incluso rechazándola. Hemos puesto las
necesidades de los demás por encima de las nuestras en innumerables ocasiones,
por justicia, honor, libertad, o el motivo que sea, pero lo hemos hecho, y en
ese camino varios de nuestros compañeros han perdido la vida. Por eso, por esta
vez, sólo por esta vez, dejadme ser egoísta. Dejadme poner nuestros intereses
por encima de los de cualquier otro. Dejadme conocer la verdad. Hemos esperado
por el mundo infinidad de veces, así que, por esta vez, el mundo debe esperar
por nosotros”.
El discursó caló en
el interior de sus compañeros, que estaban tan preocupados por la situación
general, que se habían olvidado de la propia. Aunque dudaron unos instantes,
uno a uno, fueron asintiendo suavemente, y rápidamente se pusieron en marcha de
nuevo.
“Está bien – dijo Jonyo
apretando el puño – Sólo por esta vez”.
“Aguantad….” Susrró Gabriel,
pensando en todas las personas que habían conocido durante sus aventuras, pero
que ahora se encontraban en grave peligro.
“Acabaremos
enseguida” añadió Reik.
Arturo sonrió, y no
dijo nada más. No era necesario. Continuó corriendo junto a sus compañeros,
atravesando el largo corredor del castillo, y finalmente, divisaron un enorme
portón al fondo.
“¡Tiene que ser ahí!”
exclamó Gabriel.
“Al otro lado de esa
puerta nos espera nuestro último enemigo” pensó el caballero del fuego.
Arturo se adelantó a
los demás. Levantó levemente el vuelo, avanzando a ras de suelo, extendió la
pierna y cargó violentamente contra el portón, echándolo abajo violentamente. El
ataque del caballero, unido al impacto del portón contra el suelo del castillo,
levantaron una nube de polvo alrededor, que impedía visualizar el interior de
la sala.
“Bienvenidos,
caballeros. Os estaba esperando” dijo una figura que se divisaba entre la
polvareda.
1 comentarios:
He tardado mucho en leerlo desde que salió, pero siempre estoy aquí. Con ganas de leer el final.
“Aguantad….” Susrró Gabriel, pensando en todas las personas que habían conocido durante sus aventuras, pero que ahora se encontraban en grave peligro.(susurró)
Un saludo a todos.
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