domingo, 29 de abril de 2007

Episodio XLVI

Esto de poner la letra pequeña es un chollo, antes escribía 17-19 paginas de cuaderno y se me quedaban en unas escasas 11 de word. Ahora escribo 16 siempre, la otra vez se me quedaron en 12 y esta vez en... ya lo veréis más abajo en la ficha. Son tiempo difíciles para mí, estoy en una dura etapa de la vida estudiantil pero, afortunadamente, por ahora nada me impide seguir publicando cada dos semanas como me propuse. He de decir que para haber escrito este capitulo deprisa y corriendo (el viernes por la tarde aún llevaba el 12’5% y acabo de terminar de subirlo...) ha quedado REALMENTE BIEN. Este es un capitulo esperado por muchos (algunos para bien y otros para mal..) pero esperado, así que leed, y que no se os olvide el pañuelo xD.

Nº ep: 46

Título : iba a poner uno, pero podía ser spoiler, así que prefiero no ponerlo.

Tamaño: 14’5 (no se alcanzaba un tamaño similar desde hace 4 meses ^^)

Dedicado a: Lo pone abajo, es q eso sí sería spoiler, pero no lo podía dejar sin poner



PD: Sé que es complicado, pero intentemos comentar no sólo del final del capítulo (y más con el final de éste) ya que a veces me siento como si lo demás no contase para nada :(


Episodio XLVI

R

audos como un relámpago que se disipa en el cielo, los caballeros abandonaros la consulta de la doctora con destino a la base de operaciones de Miss Jewel, con el fin de liberar al caballero del hielo del embrujo que lo cautivaba, usando para ello la palabra.

Shin iba en primer lugar, encabezando la expedición y los caballeros le seguían de cerca, bañados todos por la tenue luz de la puesta de sol.

“¿En cuanto tiempo llegaremos, Shin?” preguntó Peter.

“No lo sé”.

“¿Eso significa que está muy lejos?” preguntó Jonyo.

“No lo sé”.

“¿Sabes el camino?” preguntó Fidel.

“No. La base de operaciones de Miss Jewel ha estado siempre muy oculta, demasiado a mi parecer, para que la gente del pueblo como yo, que lleva aquí toda su vida, no haya podido dar con ella”.

“Entonces – dijo Arturo – ¿por qué dijiste que nos guiarías?”

“Yo solo dije que os acompañaría, nunca dije que conociera el camino. No os preocupéis, seguro que lo encontramos” dijo convencido y siguieron avanzando a ciegas.

Sentada en su trono, Miss Jewel observaba la puesta de sol, momento en el que Suso apareció por el lugar.

“Bienvenido” dijo ella.

“Hola muñeca, ¿qué tal?”

“Después de lo que hemos hecho, ¿cómo quieres que esté? Jajaja” rió a la vez que se mordía el labio de placer, recordando el acto.

“Me alegro”.

“Ahora que recuerdo, aún no te hemos dado una fiesta de bienvenida como te mereces”.

“¿Fiesta de bienvenida?”

“Bueno, más bien lo podríamos llamar celebración que fiesta”.

“¿Y en que consiste?”

“Pues... elegimos a una persona y...”

“¿Y...?”

“La sacrificamos en tu honor”.

“¡¿Cómo?!” exclamó Suso extrañado.

Se escuchó un grito. Suso se giró preocupado y descubrió a Wancho, que agarraba del cuello a uno de los esbirros sin importancia.

“Oh – dijo Miss Jewel – ¿tú por aquí? – Veo que ya te has recuperado. Me alegro”.

“Sí, Mi Señora. Lamento mi actitud anterior. Permítame realizar el sacrificio para enmendar mi error y ganarme su perdón, el cual sé que no merezco”.

“Adelante, pues. Es todo tuyo”.

“Si quiero mantenerme cerca de Miss Jewel será mejor que me porte bien – pesó Wancho – ya encontraré el momento de deshacerme de Suso con más calma”.

“Esto... – interrumpió Suso – no creo que un sacrificio sea necesario”.

“¿Prefieres ocupar su lugar?”

Suso tragó saliva.

“En ese caso disfruta del espectáculo. Al fin y al cabo, va por ti”.

El lugar no tardó en llenarse de gente, los cuales comenzaron a gritar pidiendo muerte y sangre. Wancho avanzaba hacia el altar de sacrificios arrastrando a la víctima. Al llegar, entre varias personas ataron sus extremidades con cadenas. Una vez sujeto, Wancho sacó una lasca mientras se acercaba a la víctima, que no dejaba de gritar pidiendo clemencia. Sin ninguna piedad, comenzó a cortar la tripa de la víctima de un lado a otro, lentamente, hundiendo la lasca cada vez más. Los hilos de sangre no tardaron en convertirse en chorros que salían disparados a presión. Tras realizar el corte, incrustó la mano dentro de la herida y empezó a retorcer las entrañas de la víctima. Sus gritos complacían los oídos de Miss Jewel y del resto de los espectadores. Suso observaba inquieto lo que allí acontecía. Wancho había extirpado el intestino delgado de la víctima, se lo había enrollado al cuello a modo de rosario y bailaba una extraña danza ritual inventada en ese mismo instante. Para dar el descanso eterno a su presa, sacó de nuevo la lasca, pero esta vez le seccionó la garganta con un tajo vertical. De nuevo, introdujo la mano y le arrancó loas cuerdas vocales, provocando su inminente defunción. Todo el mundo comenzó a emitir grito de júbilo y satisfacción y de nuevo transportaron el cadáver y lo arrojaron al foso.

“Dime, Suso – dijo Miss Jewel – ¿ha sido la ejecución de tu agrado?”

“Por supuesto – respondió tratando de no ofenderla, a la vez que intentaba evitar que le temblara la voz – no podría haber sido mejor”.

“Me alegro. Pero no te preocupes, aún quedan muchas sorpresas”.

La noche había caído. La única luz que permitía a los caballeros distinguirse entre sí era el leve atisbo que ofrecía el cuarto menguante. Los caballeros continuaban corriendo por la isla sin conseguir encontrar un recorrido a seguir.

“Llevamos varias horas yendo de un lado para otro sin resultado – aclaró Jonyo – ¿sigues pensando que encontraremos el lugar de pura casualidad?”

“¡Por supuesto!” exclamó Shin con firmeza.

Los caballeros le miraron con los ojos entreabiertos dejando notar claramente cierto desconvencimiento ante sus palabras.

“Está bien, paremos y pensemos una nueva estrategia”.

Avanzaron unos segundos más y se detuvieron en un claro que encontraron un poco más adelante. Sentados sobre unas rocas, meditaron.

“No lo tenemos fácil – dijo Arturo – y tampoco podemos permitirnos perder tiempo correteando por ahí”.

“He visto unos árboles frutales cerca de aquí mientras veníamos – dijo Fidel – iré a por algo de fruta. No se puede pensar con el estómago vacío”.

“Está bien – dijo Gabriel – y que no falten picotas”.

“Dalo por hecho”.

Fidel volvió al bosque y caminó durante unos minutos guiándose por las pisadas del grupo al pasar por el lugar.

“A ver... era por aquí...”

Tras deambular durante unos minutos sin estar seguro de haber tomado el camino correcto, llegó a un paisaje con árboles frutales de todo tipo. Manzanos, perales, melocotoneros, cerezos, higueras, ciruelos y algunos que incluso ignoraba su nombre.

“¡Lo sabía!”

con una fuerte sonrisa, fue hacia el árbol que tenía más cercano, alzó la mano para recoger la fruta pero se detuvo al instante.

“Un momento – pensó – algo falla. No es normal que en una misma isla se reúnan tantos tipos de árboles. Es imposible que haya sido por causas naturales. Esto tiene que ser un cultivo privado de alguien del pueblo de Shin. Quizás no debiera cogerlo, sería un robo. Además, lo más probable es que sea un cultivo de autoconsumo, si lo cojo yo, no tendrán con qué comer. Mejor lo dejo”.

Bajo el brazo desanimado y se dispuso a irse. Al dar unos pasos le sonó el estómago. Estuvo alternando la mirada de su estómago a los árboles varias veces; observando la fruta en todo su esplendor, parecía pedirle que le comiese. Su estómago volvió a sonar, esta vez con más fuerza.

“Tal vez esté sacando las cosas de quicio. He de mirarlo desde otra perspectiva. A ver... ¡ya lo tengo! No hago daño a nadie cogiendo algo de fruta para el grupo, puesto que en realidad esta finca no tiene dueño. Bueno, no es que no lo tenga, pero el único hombre con juicio que queda en toda la isla es Shin. Es muy poco probable que de todos los habitantes del lugar, éste sea su terreno. De todas formas si fuera suyo me dejaría coger, y si no lo es, el dueño está siendo controlado por Miss Jewel, así que no creo que le importe. Todo esto sin contar que ésta es una parcela abierta, sin ningún tipo de valla que la delimite o proteja. Es normal que sin querer se confunda con la del vecino o con árboles naturales. Definitivamente, voy a coger, si salvamos al dueño del influjo de Miss Jewel seguro que no se enfada”.

Comenzó con las manzanas, después con las peras y siguió con las demás frutas, procurando llevar una pieza para cada uno. Cogió todo lo que pudo sostener sobre sus brazos e incluso una pieza la llevaba en la boca para comerla por el camino. Se dispuso a irse, feliz y contento con su botín, cuando unas palabras irrumpieron en su memoria.

>>“Y que no falten picotas” recordó.

“Es cierto, casi se me olvida, Gabriel quería picotas”.

Dejó las piezas a un lado y volvió a perderse entre los árboles, hasta que dio con uno al que le quedaba un pequeño racimo.

“Ahí están, se va a poner muy contento cuando las vea”.

Despreocupado, alzó la mano para arrancar la rama que contenía el racimo. Nada más partirla, una paloma blanca apareció y le picoteó varias veces en la mano, provocando que soltara su botín de un acto reflejo. Sin dar tempo a que cayera al suelo, la paloma agarró la rama con el pico y se marchó volando.

“¡Eh! ¡Devuélveme eso! Es para el caballero de la rosa, no para ti. Si tienes hambre hay muchos más árboles aquí”.

La paloma, haciendo caso omiso de lo que decía el caballero, continuó volando y empezó a perderse en el horizonte.

“Se va... ¡no escaparás!”

Levitó para poder seguirla desde el cielo, cuando, desde las alturas vio el botín que había recolectado hasta el momento.

“No... si la sigo desde el aire no podré llevarme todo lo que he cogido. Cht, tendré que ir a pie...”

Descendió, agarró la montaña de frutas o más bien las que pudo contener en sus brazos y salió corriendo tras la paloma.

En el claro, los caballeros intentaban decidirse por una dirección a tomar.

“Pero, ¿vosotros no erais capaces de captar la energía o algo así?” preguntó Shin.

“No es tan sencillo como parece – explicó el caballero de la rosa – las energías del nivel de una persona normal pasan desapercibidas por necesidad. Si las captásemos, imagínate, sería como estar viendo constantemente una hilera de hormigas delante de los ojos, así que sólo notamos energías sobresalientes al resto. De todas formas, aunque notes ciertas energías, no puedes reconocerlas si no conoces a la persona de antemano, por lo que tampoco sabemos si podríamos identificar a Miss Jewel en caso de manifiesto”.

“A vuestro compañero le conocéis, supongo que no tendréis problemas”.

“No deberíamos, pero ha surgido un problema. Como recordarás, cuando se enfrentó a Bill sí fuimos capaces de reconocerle, pero cuando le dio la paliza a Fidel no. Esto fue debido a que Miss Jewel manipuló su energía, coincidiendo con tu hipótesis de que otorgaba mayor poder, y ahora es completamente desconocida para nosotros. En cuanto a la otra persona desaparecida, su energía es algo mayor a la de un ser humano corriente, pero a menos que vuele o luche en serio contra alguien, no se manifestará de manera suficiente”.

“Y si también ha sido capturado no tendrá nadie contra quien luchar” concluyó Peter.

“Es una situación complicada la vuestra, caballeros”.

El ruido de unos gritos acercándose interrumpió la conversación. Todos se giraron sobresaltados. Al fondo se veía a Fidel cargando con una pila de frutas mientras corría despavorido. Iba tirando frutas al aire, intentando dar a algo, pero no podía ver a qué por la oscuridad de la noche.

“¡Dame eso!” exclamó lanzando una pera contra la paloma, sin conseguir darla.

Al llegar hasta los caballeros, dejó caer la fruta al suelo y cayó al suelo rendido.

“¿Qué te pasa? – preguntó Jonyo – Se te ve cansado”.

“Paloma... picotas... Gabriel” balbuceó jadeando mientras señalaba al cielo.

Miraron al cielo y vieron a la paloma dando vueltas alrededor del cielo estrellado, con la rama en el pico.

“Entiendo, te la ha quitado – dijo Peter – ¿has probado a usar la cabeza?”

“¡Es cierto! – exclamó Fidel levantándose con rapidez, como si hubiera descubierto algo importante – ¡Ahora verá!”

Generó una bola de energía en la palma de su mano y, enfurecido, la proyectó contra la paloma. Ella se asustó, el impacto era inminente y no le daba tiempo de esquivarlo. Dejó caer la rama con las picotas y éstas aterrizaron en el regazo del caballero de la rosa. La paloma se cubrió con las alas esperando el impacto, pero una segunda bola desvió la primera en el último segundo salvándola de una muerte segura.

“¿Qué haces, Arturo?” preguntó Fidel enfadado, al no haber podido salirse con la suya.

“¿Estás tonto o qué? Es sólo un ave, no tienes motivos para hacer eso. Además, ya ha soltado las picotas”.

“Curiosamente las ha dejado caer justo encima de mí – dijo Gabriel – como si supiera que era yo el que las quería”.

“Ha sido casualidad”.

“¿Tú crees?”

La paloma descendió y propinó a Fidel un picotazo en la cabeza. Acto seguido, fue a posarse en el hombro de Gabriel.

“Parece que sabe elegir, jaja, ¿quieres picotas tú también?”

El caballero de la rosa comenzó a tomar la fruta compartiéndola con la paloma mientras el resto cogía alguna pieza del montón. Digeridas unas cuantas por cabeza, la paloma retomó el vuelo, estuvo unos segundos emitiendo gruñidos en el aire, voló unos metros hacia delante y volvió a gruñir otra vez.

“Intenta decirnos algo” dedujo Shin.

“Creo que quiere que la sigamos” dijo Gabriel.

“¿Vas a arriesgar el camino a escoger basándote en los gruñidos de una paloma? – preguntó Peter – ¿Estás loco?”

“¿Tienes una idea mejor? La paloma ha podido ver la base desde el aire”.

“Para hacer eso, podemos ir volando nosotros” dijo Fidel.

“No – negó Jonyo – si hacemos eso nos descubrirán; sin olvidar que Shin ni sabe volar”.

“¿Alguna objeción?” preguntó Arturo.

La paloma echó a volar y los caballeros siguieron su ritmo desde el suelo sin perderla de vista.

En el campamento de Miss Jewel, se estaban haciendo los preparativos para la recepción del Capitán Lardo, dirigidos por ella en persona. Todo el mundo estaba ocupado realizando alguna función, por lo tanto nadie se dio cuenta de que un extraño haz de luz emergía del foso de cadáveres. Fue volando lentamente hasta perderse en el bosque, donde se incrustó en el filo de una espada.

“Bien... uno más”.

Los caballeros estuvieron un buen rato siendo guiados por la paloma únicamente con la esperanza de que les llevara a su destino. Atravesaron todo tipo de paisajes, montañas, ríos, valles, llanuras, yermos, para finalmente acabar en un bosque. Estando allí, la paloma cogió altura y se perdió en el horizonte.

“Se va...” dijo Peter.

“Ya decía yo – dijo Fidel – nos ha engañado”.

“Si guardas silencio y estás atento comprobarás lo contrario” dijo Gabriel.

“¿Cómo?”

Todos se callaron y procedieron a avanzar de forma sigilosa. Unos metros más adelante podían verse luces de antorchas y escucharse las voces y los pasos de gente que se movía de un ladeo para otro, como preparando algo. Viendo tanto ajetreo, decidieron quedarse observando hasta tomar una decisión sabía. Rodearon el lugar, intentando familiarizarse con la zona. Pudieron distinguir la parte residencial, el trono ahora desocupado de Miss Jewel, el altar de sacrificios y un profundo foso que despedía un intenso aroma podrido.

“Es extraño – dijo Shin – no veo ni a Miss Jewel, ni a Bill ni a Wancho”.

“Tampoco se ve ni a Reik ni a Suso” dijo Peter.

“Pues habrá que hacerles salir” sentenció Arturo desenvainando su espada.

“¿Qué haces? – preguntó Gabriel de forma retórica – ¿Quieres salir de frente? Si lo haces nos descubrirán”.

“Lo harán más tarde o más temprano, y quiero acabar con esto. Quiero ver de una vez a Reik”.

“Estoy de acuerdo – dijo Fidel – necesitamos hacer ejercicio para bajar la fruta”.

“Mataréis a alguien” dijo Shin.

“No te preocupes. No seríamos buenos caballeros si fuéramos incapaces de no controlar nuestra propia fuerza. No podré evitar que haya heridos, ya que incluso si sólo nos defendiéramos los habría. Prefiero atacar y dejarles inconscientes de un golpe seco a que por no intentar hacer nada las cosas acaben peor”.

“Me has convencido – dijo Jonyo desenvainando también – ¡vamos allá!”

Al otro extremo del lugar, Wancho paseaba pensativo. Tenía dos pequeñas piedras en la mano y hacía malabares con ellas a la vez que caminaba.

“¿Qué puedo hacer? – pensaba – ¿Qué puedo hacer para que Miss Jewel deje de interesarse por ese amigo de los caballeros?”

Continuó caminando sin ninguna idea hasta que la concentración le falló y una de las piedras se le cayó.

“¡Joder! – exclamó – No se me ocurre nada, y ya ni siquiera soy capaz de hacer malabares con una mano sin que se me caiga, ¡pues adiós malabares!”

Arrojó la piedra al cielo enfurecido con tan mala fortuna que en ese mismo instante la paloma blanca volaba por allí, la impactó de lleno e hizo que se precipitara contra el suelo.

“¡Aiba! He dado a un pájaro”.

Wancho se acercó mirando hacia alrededor, cuidando de que nadie le hubiera visto cometer aquel acto vandálico. Llegó hasta la paloma y vio que estaba en el suelo, inmóvil. La cogió en brazos y la examinó. Pasó la oreja sobre su pecho y escuchó un leve sonido.

“Esta muy mal, su corazón aún late, pero dudo que pueda volver a volar. Será mejor que acabe con su sufrimiento”.

La paloma, que únicamente estaba algo conmocionada por el golpe, comenzó a recuperar el sentido. Notó como la dejaban en el suelo, abrió los ojos y vio a Wancho, que la miraba con pena. Creyendo que iba ayudarla, movió un poco las alas para demostrar que estaba bien. En su lugar, vio acercarse rápidamente la suela de su bota con la intención de acabar con su vida. Exaltada, la paloma lo esquivó de un acto reflejo y salió volando de allí tan rápido como pudo.

“Vaya, parece que al final se encontraba bien. Que alivio”.

De pronto escuchó una sucesión de gritos ahogados que perturbaron la calma de Wancho.

“¿Qué ha pasado? Iré a ver” dijo y salió corriendo.

Desde su aposento, Bill también escuchó los gritos, se asomó por la ventana y vio a los caballeros con un montón de cuerpos de esbirros inconscientes a su alrededor.

“¡Ya están aquí!” exclamó.

Salió corriendo sin perder un solo segundo, atravesó el campamento para por fin llegar a una choza, en la que irrumpió sin llamar.

“¡Miss Jewel!” exclamó al entrar, sin ni siquiera saludar primero.

“¿Qué ocurre, Bill? Parece que tienes prisa”.

“Han llegado”.

Miss Jewel corrió y ambos salieron de la choza.

Mientras tanto, los caballeros se enfrentaban a los subordinados. Por su parte, Shin aún dudaba y se mantenía al margen.

“¡Fuera de mi camino!” exclamó Fidel.

Tres subordinados venían a atacarle de frente. Con un galante movimiento, los evitó y les golpeó con la nuca con la empuñadura de la espada, cayendo inconscientes.

“¡Quitad de en medio!” exclamó Jonyo.

Un grupo de vasallos lo rodeaba. Cerró los ojos y se concentró. Todos le atacaron a la vez. En el momento del impacto se desvaneció y apareció en el aire. Uno a uno, fue posando su mano sobre la cabeza de sus enemigos y aplicando una leve descarga eléctrica que los dejó sin conocimiento.

“Se os ve cansados... – dijo Gabriel – ¿qué tal una siestecita?”

Todos los esbirros que había alrededor del caballero de la rosa empezaron a caer al suelo dormidos, con una rosa turquesa clavada en el cuerpo.

“A ver si sois capaces de darme” dijo Peter.

Varios lacayos intentaron golpearle, pero a pocos centímetros de conseguirlo, notaron que una extraña barrera invisible se lo impedía. Al golpearla, salían destellos de luz.

“¡Y se acabó!” exclamó Arturo.

De un golpe certero, derrotó a los subordinados que acosaban a Peter. Al caer el último, los que aún quedaban de pie se asustaron y comenzaron a retroceder. Jonyo se acercó a ellos con una mirada amenazante haciéndose crujir los nudillos.

“Bu...” susurró al acercarse y todos salieron corriendo.

“Un problema menos” dijo Peter.

Arturo respiró hondo varias veces y finalmente cogió aire.

“¡¡¡SALIDDDDDD!!! ¡¡¡¡MISS JEWELL!!!! ¡¡¡¡¡¡REEEEEEIKKK!!!!!!” gritó con todas sus fuerzas.

El grito se escuchó por todo el lugar, atravesando toda la zona y llegando a todos los rincones.

“Eres muy escandaloso, caballero, ¿qué le haces a mis fieles vasallos? – dijo una voz femenina – Yo soy Miss Jewel, ¿en qué puedo servirte?”

Apareció tan flamante como siempre, vestido y maquillado con las más estricta elegancia, y acompañada de Bill. A los pocos segundos también llegó Wancho.

“Así que eran ellos” dijo Wancho.

“Bill... Wancho...” murmuró Shin.

“Shin – dijo Bill al verle - ¿tú por aquí?”

No contestó. Prefirió el silencio a comenzar una discusión bizantina.

“Mejor, así aprovecharemos para sacarle la información” dijo Miss Jewel.

“¿Dónde está?” preguntó Arturo.

“¿Cómo?” dijo ella.

“Dile que salga... ¡¡¡a Reik!!!”

“Además de escandaloso eres impaciente. En fin, si tanto lo deseas...”

Miss Jewel dio unas palmadas y al momento comenzaron a oírse pasos. Caminando con decisión, agarrando la empuñadura de la espada pero manteniéndola envainada y dejando ver orgulloso la marca de labios que adornaba su frente, Reik avanzaba con una sonrisa malévola hasta que se colocó a la derecha de su señora.

“Creo que ya los conoces, Reik, pero por si acaso te los presentaré. Estos son los odiosos caballeros con los que te juntabas antes de pasar a mis servicios”.

“Los recuerdo, Mi Señora y me avergüenzo de mi pasado”.

“No hay duda, es él – dijo Gabriel – y a la vez ya no es él”

Extrañado por los gritos, Suso apareció por el lugar, caminando tranquilamente. Al ver a todo el grupo reunido en el mismo lugar, se detuvo.

“Cuanta gente hay por aquí”.

“¡Suso!” exclamaron al verlo.

“¡Oh no! ¿Tú también has caído presa de esa mujer?” preguntó Fidel.

“¿Yo? ¿Presa?”

“Fíjate bien – dijo Jonyo – no tiene marca en los labios”.

“¡Es cierto! ¡Suso, rápido! Vete de aquí antes de que te sometan”.

“¿Qué dices?”

“Sí – reincidió el caballero de la tierra – Esa mujer hace que los hombres caigan bajo su control, ¿no te resulta extraño que todos tengan una marca de labios en la frente?”

“Claro, y yo robaba en Petoria, todo el mundo tiene defectos, venga corta el rollo”.

“Suso, cariño – dijo ella – Antes, cuando yacíamos carnalmente, quisiste darme un beso y me negué, si quieres puedes hacerlo ahora”.

“Encantado – dijo relamiéndose los labios – así verán que no pasa nada”.

“¡No! – exclamó Shin – ¡Detente! Si lo haces...”

Los labios de Miss Jewel y de Suso se juntaron dando lugar a un beso con lengua que se prolongó varios segundos. Después se separaron y hubo un pequeño silencio.

“¿Veis?” no ha pasado nada. Dejad de decir tonterías. Esta mujer es buena persona, aunque tenga un modo de recibir a la gente un tanto peculiar. Y si no fijaron, Reik está aquí también”.

“No del todo” dijo Miss Jewel.

De pronto, la expresión de Suso cambió y comenzó a encontrar se mal.

“¿Qué me ocurre?”

“Tenías razón en una cosa – explicó ella – con el beso en los labios yo no someto a nadie. Tiene que ser en la frente para que la sustancia penetre directamente al cerebro, así que nadie te quitará tu juicio. Al fin y al cabo, no fue necesario. Me seguiste por propia voluntad”.

“¡¿Qué?!”

“Continuo, cuando la sustancia penetra por los labios, se mezcla con la saliva y termina en la sangre. El organismo lo reconoce como a un extraño y segrega anticuerpos para contrarrestarlo, pero la sustancia acaba por destruirlo todo. Resumiendo, actúa como un veneno mortal en pocos minutos”.

“¡No!”

“Ya empiezan a notarse los efectos. Tus pupilas se están dilatando, las venas del globo ocular se ensanchan haciéndose más vistosas y tus labios y yemas de los dedos se han vuelto de color púrpura. Pronto no podrás mantenerte en pie”.

“¡Puta! ¡¿Cómo te atreves?! ¡Ahora verás!”

Suso se lanzó contra ella, sacó su navaja en el aire y atacó de forma abierta y descontrolada.

“Aparta, estás estorbando”.

Miss Jewel levantó el puño, dejando ver un anillo con una prominente piedra preciosa de color rojo, cuando Suso llegó, el anillo emitió una onda de choque que lo rechazó e hizo que cayera al suelo, quedando boca arriba.

Los caballeros observaban paralizados la crueldad de Miss Jewel, pensando qué podían hacer para ayudar.

“Haaaaaa, haaa – jadeó – me cuesta respirar”.

“Es normal. Es el siguiente efecto del veneno. Ahora empezarás a perder tu sistema nervioso, después el cerebro se detendrá, ¡y morirás!”

“No le hagas caso – dijo Jonyo – No vas a morir. Peter te curará con sus poderes. Tú sólo aguanta”.

“Es cierto, en Petoria contaban que el presidente curaba gente con una extraña luz verde. Nunca llegué a verlo pero sé de gente que fue curada por él. Esto redujo los costes de sanidad y elevó el nivel de vida de la isla”.

“Jonyo, ¿no crees que si eso fuera posible ya lo habría dicho yo?”

“¿Qué quieres decir?”

“Es lo mismo que sucedía con Shin, podía curarle los síntomas de la alergia, pero no la alergia en sí, y mientras siguiera expuesto al frío, no saldría de peligro. Esto es exactamente igual, cierto es que puedo regenerar todos los tejidos que el veneno está destruyendo ahora y curarle, pero seguirá dentro de su cuerpo y en cuanto pare volverá a actuar. Habría que extraérselo, pero no tenemos ni material ni tiempo. Es como si tienes una espada clavada en el cuerpo, aunque te curase, la espada impediría que la herida se cerrase, y en cuanto dejase de aplicar tratamiento volvería a empezar. Me duele tener que estar viendo esto y no poder ayudar, pero desgraciadamente, yo también tengo mis limitaciones...”

“¿Estás diciendo que... no hay nada que hacer?”

“No... – murmuró Suso – voy a morir...”

“¿Y a quién le va a importar tu muerte? – dijo Miss Jewel – He escuchado que no eras más que un vulgar ladrón. Nadie te echará de menos”.

El veneno estaba invadiendo el sistema nervioso de Suso, quien se retorcía de dolor en el suelo, los músculos ya no respondían a las órdenes que mandaba su cerebro, su vista se nublaba por momentos y comenzó a echar una extraña espuma blanca por la boca. Aún así, sacó fuerzas para levantar el tronco y miró a Miss Jewel mientras jadeaba.

“¿Sabes? – murmuró mientras la oscuridad invadía su mirada lentamente – Es posible que yo fuera un ladrón en Petoria. Sí, lo era, robaba dinero, joyas, comida y todo lo que me resultara útil, llamase mi atención o pudiera vender a otra persona. Eso no estaba bien, es cierto, pero era mi forma de vida y no podía escapar de ella, ya era demasiado tarde. Sin embargo, ¡yo no robo la voluntad de la gente como haces tú! ¡No soy un patético inútil que no puede vivir por sus propios medios y necesita controlar a los demás para satisfacer sus necesidades! Y por eso... ¡morirás! Aunque yo no esté aquí para verlo... Los caballeros te aplastarán, no durarás ni cinco segundos contra ellos, porque alguien como tú no puede hacerles ni un solo rasguño, te harán picadillo, y después harán un banquete con tu carne para toda la isla, vete preparando... ¡WAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJA!”

Miss Jewel frunció el ceño, extendió el brazo y el dedo índice de la mano. Emitió desde él una pequeña pero concentrada onda de energía que atravesó el lado izquierdo del pecho de Suso, quien dejó caer el tronco que con tanto esfuerzo había levantado chocando bruscamente su espalda contra el suelo, a la vez que lanzaba un chorro de sangre por la boca.

“Le ha atravesado el corazón...” dijo Peter temblando.

“Ya deberías saberlo – dijo Miss Jewel – No soporto las tonterías”.

“¿Por qué has hecho eso? – dijo Gabriel enfurecido – ya estaba malherido, no había necesidad de rematarlo”.

“Se estaba poniendo demasiado pesado con todo ese rollo del sometimiento, no me gusta que me juzguen”.

“Eso no es razón para hacer lo que has hecho. Serás...”

Algo interrumpió al caballero, quien se puso a temblar de repente.

“¿Qué es... esa energía?” dijo Arturo.

“Viene de allí...” susurró Fidel.

Todo el mundo se calló. Durante unos minutos, sólo se escucharon pasos. Un hombre se acercaba caminando. Era de estatura media, de poca envergadura, se podría decir que hasta enclenque. Era moreno, con el pelo corto, unos grandes ojos negros y tenía el labio inferior más gordo que el superior. Vestía de una forma sencilla, con un pantalón y una camiseta de manga corta, sin importar la estación del año y una larga espada la colgaba de la cintura.

“¿Qué recibimiento es éste, Miss Jewel?”

“Oh, mi amor, eres tú”.

Los subordinados que había alrededor se arrodillaron ante él y le saludaron.

“¡Ave, Lardo! ¡Los que van a morir te saludan!”

“No... es... posible... Es el Capi... el Capitán Lardo...”

“¿Un tipo así es el famoso Capitán Lardo? – dijo Arturo extrañado – No parece peligroso”.

“No te equivoques – respondió Peter – él es así”.

Caminó hasta Miss Jewel y le acarició la mejilla.

“Cuanto tiempo sin vernos, querida”.

“Sí, amor”.

“No la beses... – advirtió Suso – si lo haces morirás...”

El Capitán Lardo sonrió y besó a Miss Jewel sin ningún pudor. Al terminar, se llevó la mano a los labios y despegó una fina tira de plástico que los recubría. Al retirarla, ésta se volvió púrpura.

“Miss Jewel, que mala eres, siempre intentando matarme”.

“Qué bien me conocer, amor”.

“Je, - rió Suso mientras se desvanecía en la oscuridad – ahora lo veo claro. Él será tu perdición...”

“No hables – dijo Peter – solo conseguirás acelerar tu muerte”.

“Lo cierto es que no he tenido mala vida. nunca tuve problemas económicos gracias a mi trabajo y, aunque fuera a costa de los demás, elegía a mis presas de acuerdo a lo que hacían con su dinero. No robaba a ciudadanos que ayudaban a la gente, porque sería como robarme a mi mismo, sólo a ricachones cuyo único pensamiento era acumular más riquezas para obtener un puesto más alto en su escala social. Un coche más grande, una casa más grande... Pobres diablos, todo para que lo disfrutara la mujer con su amante. Y cuando sus hijos suspendían matemáticas lo arreglaban con un profesor particular, en vez de dedicarle algo de tiempo a la criatura, que hubiera sido una solución más fácil y económica. Pero claro, ellos estaban muy ocupados trabajando, no podían preocuparse por nimiedades. No me arrepiento de haber robado a esa escoria”.

“Aguantas mucho para haberte atravesado el corazón” dijo Miss Jewel.

Haciendo gala de sus últimas fuerzas, extendió el brazo hacia los caballeros, como intentando alcanzarlos.

“Matadla... por favor, matadla. Hacedlo por mí y por todos los que han caído víctimas de su maldad. Matadla, os lo suplico, con vuestros puños de caballeros – dijo medio llorando mientras apretaba el puño con fuerza – Y cuando volváis a Petoria, decid que me pongan una estatua o algo, eso estaría bien...je”.

El puño se relajó y comenzó a descender a la vez a la vez que sus ojos se cerraban de forma suave. El brazo chocó contra el suelo y él murió, quedando en su rostro una suave sonrisa, la misma que había tenido siempre y se había convertido en parte de su ser.

“Si tú nos lo suplicas, si nos lo pides llorando, es porque te ha hecho sufrir mucho. No te preocupes, Suso, tu venganza está asegurada y tu memoria será honrada” dijo Arturo desenvainando su espada.

“Espera – dijo Shin – mira eso”.

Una extraña luz blanca emergió del cuerpo de Suso, viajó lentamente a través del aire hasta donde comenzaba el bosque, donde asomaba el filo de una espada. La luz se metió dentro de ella y su portador de dejó ver.

“Su alma mejor me la quedo yo” dijo Mireia.



Dedicado a: Suso, finales como este, hay pocos ^^

domingo, 15 de abril de 2007

Episodio XLV

El capítulo de hoy, al igual que el siguiente, sí van dedicados (que ya toca xD). El de hoy va dedicado a mi lectora más reciente, Nuria quien en sólo dos semanas se ha leído todo lo que he escrito hasta ahora lol xD. Ella, como mujer que es, lo primero que ha hecho ha sido defender su sexo, porque todos sabéis de la escasez de mujeres en rangos importantes y los correspondientes motivos de ello. Espero y deseo, Nuria, que con los tres costosos comentarios que te dejé desde la Wii te haya quedado claro a ti también. Casualmente, has tenido la suerte de que en este capítulo la acción principal está desarrollada por personajes femeninos, y los masculinos han quedado a un lado sin poder ninguno, motivo por el que te dedico este episodio y espero que disfrutes al leerlo. En cuanto a quien va dedicado el siguiente, lo sabréis dentro de dos semanas cuando lo publique :p Ahí va.

Nº ep: 45

Título: N/A

Tamaño: 12

Dedicado a: Nuria



Episodio XLV

M

iedo, preocupación, ansiedad, temor, duda. Todas estas sensaciones recorrían el cuerpo de los caballeros mientras se acercaban cada vez más al lugar en el que se encontraba Fidel.

“Ya estamos muy cerca” dijo Arturo.

“¡Allí se ve algo!” exclamó Jonyo mirando al frente.

Un poco más adelante, la figura de una persona tirada en el suelo empezaba a apreciarse. Estaba boca abajo, la presencia de los altos y robustos árboles añadidos a la distancia obstruían la visión impidiendo un reconocimiento completo.

“¿Quién será?” pensó Gabriel.

Al llegar le dieron la vuelta al cuerpo y comprobaron su identidad. Se trataba de Fidel. Tenía marcas de golpes en todo el cuerpo, un profundo corte a lo largo de todo el torso desde la cadera hasta el hombro del lado contrario y estaba prácticamente cubierto de escarcha. A pesar de estar inconsciente su cuerpo tiritaba levemente.

“Lo han vencido...” dijo Jonyo.

Peter se agachó para examinarlo, al tocarlo notó un frío estremecedor, sus manos quedaron cubiertas de sangre y perdió la sensibilidad en las yemas de los dedos durantes unos segundos.

“Esto no me gusta...” dijo él.

Algo inquieto, continuó examinándolo durante unos minutos más. Posó su mano sobre la frente del caballero, después comprobó sus constantes vitales y dedujo su estado.

“Está muy mal. Puedo curarle el corte del torso pero eso no hará que se recupere. Ha perdido mucha sangre, lo que ha debilitado sus defensas. Todo ello sin contar que la escarcha que cubre su cuerpo ha provocado el descenso de su temperatura corporal y le ha originado fiebre”.

“Si la temperatura es el problema, le rodearé de fuego y se curará” dijo Arturo.

“¡No! Eso podría matarle. El cambio brusco de temperatura le destrozaría por dentro. El cambio debe ser paulatino”.

“¿Y crees que la escarcha es de...?” preguntó Gabriel.

“No lo sé. Es una posibilidad, pero eso no importa ahora. Ya nos dirá qué ha pasado cuando despierte. Ahora tenemos que llevarle al pueblo para que la doctora le trate la hipotermia”.

Los caballeros parecían comprender la situación, pero ninguno se atrevió a sacar el tema. En silencio, se limitaron a transportar el cuerpo mientras Peter curaba la herida del torso.

En su base, Miss Jewel salía del la choza en la que había tenido lugar su encuentro con Suso, caminó hasta su trono de piedra, donde sus subordinados la ofrecieron sentarse tras sacudir el polvo. Ella tomó asiento y empezaron a abanicarla por los dos lados.

“Mmmmm, airecito – dijo ella – Viene bien con el calor que hace. Seguid así, mis fieles siervos”.

Nada más se sentó, Bill hizo acto de presencia, ya limpio y aseado, con gafas nuevas del mismo estilo y todo reluciente.

“Muy buenas, Mi Señora – saludó – ¿Qué tal lo ha pasado?”

“Muy bien, Bill, muy bien. Quedan pocos hombres como él”.

“¿Y su acompañante?”

“Se ha quedado en la cama fumando un cigarro, dijo que era su pequeña costumbre. Así que lo dejé descansar”.

“Entiendo”.

“¿Y el Capitán Lardo?”

“Debe de estar al llegar. Siempre que no se haya entretenido por el camino, ya sabe usted que es muy despistado”.

“Perfecto”.

Reik apareció de repente e interrumpió la conversación. Venía sonriendo y llevaba su espada desenvainada, cubierta de sangre.

“Saludos, Mi Señora”.

“Oh, Reik, eres tú. Veo por tu espada que has ido de caza”.

El caballero del hielo extendió el puño, abrió la mano y unos cabellos morenos descendieron hasta el suelo.

“¿Quién ha sido tu presa?”

“Fidel, el caballero de la tierra”.

“Wajaja, perfecto. Ahora esos caballeros sabrán que uno de ellos está bajo mi control, vendrán a por mí pero se encontrarán con que su antiguo compañero me defiende. Intentarán retenerle, hacerle razonar, pero no serán capaces de atacarle. Una confrontación entre amigos, ¡un regalo perfecto para mi amor!”

Continuó riendo de forma exagerada durante varios minutos hasta que Bill la frenó tosiendo intencionadamente.

“Perdón, Bill. Me he emocionado”.

“Nos han llegado nuevos datos de los caballeros. Al parecer, cuando nos dividimos para buscarlos, uno de los grupos topó con ellos y descubrió que Shin los acompañaba. Probablemente les haya contado toda la historia, ¿tomamos alguna medida?”

“No importa, es mejor así. Eso significa que él vendrá con ellos con el pretexto de liberar a su pueblo y a la princesa. Podemos aprovechar la oportunidad para obligarle a que nos diga el secreto que persigo”.

“¿No prefiere someterle?”

“No, si lo hago usará el conjuro para olvidar el secreto al igual que han hecho los demás. No obstante, hice ese estúpido trato con la princesa de no someter a nadie más del pueblo. No es que quiera cumplirlo, pero si no lo hago tal vez se intente suicidar con tal de que no obtenga lo que quiero. No puedo correr un riesgo tan grande por un soldado más”.

“¿Y la princesa? ¿Qué hacemos con ella?”

“No es necesario hacer nada. Ella cree que si consigo el secreto liberaré a su pueblo. Veamos cómo reacciona cuando vea a Shin agonizando delante de ella. Cierto es que le prometí no someter a nadie más, pero nadie habló de que tuviera que preservar sus vidas, jajajaja”.

“Comprendo. Espero que todo salga de acuerdo a sus expectativas. Ahora, con su permiso, me retiro” dijo Bill y se marchó.

“Descansa tú también, Reik. Si vienen los caballeros serás el primero en saberlo”.

“Sí, Mi Señora”.

Fidel había dejado ya de sangrar. Su herida se cerraba con rapidez gracias a los poderes de Peter. Sin embargo, su fiebre iba a peor y su temperatura corporal continuaba descendiendo. Los caballeros le llevaban preocupados, inquietos, esperando conocer la verdad y Shin observaba el cuerpo inconsciente del caballero de la tierra temiendo lo peor.

No tardaron en llegar al pueblo. Empezaron callejeando durante unos minutos guiados por Shin. A pesar de que era de día, las calles continuaban desiertas, las casas mantenían las puertas cerradas con llave, las persianas bajadas y las verjas impidiendo el paso. Se podía apreciar que los jardines estaban descuidados, las flores estaban marchitas, los árboles decaídos por falta de riego en pleno verano y las casetas de los perros vacías con el plato de comida al lado, sin comida ni nadie que la comiera.

Tras derrumbarse psicológicamente después de ver un paisaje desolador, pasados unos minutos vieron al fondo de una calle su destino.

“¡Es allí!” exclamó Shin.

Llegaron hasta la puerta y Arturo llamó al timbre repetidas veces. Nadie contestó.

“¡No! – exclamó confuso – ¡Justo ahora no! ¿Se habrá marchado?”

“La preocupación por tu compañero te ciega, caballero – dijo Shin – ¿no recuerdas cómo abrir esta puerta?”

Bloqueados, los caballero se quedaron pensando durante unos segundos.

“¡El felpudo! ¡La llave!” exclamó Gabriel.

“Exacto”.

Gabriel levantó el felpudo, cogió la llave y la insertó en la cerradura. Rápidamente Shin dijo la contraseña. Volvieron a escucharse pasos al igual que la vez anterior y la doctora abrió la puerta pocos segundos después.

“Oh no” dijo nada más abrir la puerta, al ver el estado en el que se encontraba Fidel.

“Es uno de los compañeros que no sabíamos donde estaba” dijo Jonyo.

“¡Enfermera! – exclamó hacia el interior – ¡Necesito una camilla enseguida! ¡Además ve preparando el equipo necesario para tratar una hipotermia grave!”

“¡Sí!” exclamó una voz desde el interior del lugar.

A los pocos segundos la camilla ya estaba en la entrada. Colocaron a Fidel sobre ella y la enfermera se lo llevó a la sala de urgencias.

“¡¿Qué hacéis?! – exclamó la doctora – Entrad y esperad en la sala de espera. Excepto tú – dijo señalando a Peter – ¡acompáñame!”

Todos obedecieron ciegamente a la doctora y depositaron sus esperanzas en ella. Los caballeros fueron a la sala de espera, donde se sentaron a la espera de noticias mientras que Peter y ella se marcharon caminando por un largo pasillo.

“¿Qué le ha pasado para ponerse así? ¿Lo encerrasteis en un igloo?”

“Ha sido atacado – contestó Peter – Aparte de la hipotermia tenía un profundo corte a lo largo del torso, lo cual fue lo único que fui capaz de curar”.

“Entiendo, tienes esa habilidad. La habilidad que se otorga a los líderes políticos de Petoria, ¿me equivoco, Sr Griffin?”

“No, estás en lo cierto, pero eso no es lo importante ahora. Ese corte le ha hecho perder una gran cantidad de sangre, lo que agravó su estado. Para colmo, tenemos la sospecha de que el agresor haya sido otro de nuestros compañeros, probablemente bajo el influjo de Miss Jewel, pero no estamos del todo seguros”.

“Entiendo. No os preocupéis. Dejadlo en nuestras manos – dijo ella posando su mano sobre el hombro de Peter – Nosotras estudiamos en la Universidad de Petoria, estamos bien preparadas”.

“Claro...” susurró no muy convencido.

La doctora dio la espalda a Peter y avanzó sin demora hacia la sala de urgencias, donde la enfermera estaba terminando de asistir al caballero.

“¿Qué has averiguado?”

“Su temperatura corporal está por debajo de los 30 grados, los ataques alérgicos de Shin son un juego comparados con esto. Ahora me dispongo a tomarle la tensión”.

“Entendido”.

La doctora abrió uno de los párpados de Fidel y examinó su ojo con una pequeña linterna médica.

“Sus pupilas estas dilatadas...” pensó.

“¡La tensión está por los suelos!” exclamó la enfermera.

“Está bien, voy a hacerle una auscultación y empezaremos el tratamiento”.

Cogió el estetoscopio que llevaba colgado al cuello, se lo colocó debidamente, desnudó la parte superior del cuerpo del caballero y comenzó a posar el estetoscopio en distintas partes de su pecho.

“Tal y como pensaba, su frecuencia respiratoria es escasa y su frecuencia cardiaca muy débil. Hay que actuar rápido o morirá”.

“¿Qué hacemos, doctora?”

“Su estado es lamentable, esto no se va a solucionar con unas cuantas mantas y una estufa. Intúbale y adminístrale oxígeno caliente y húmedo. Después ve preparándole un baño caliente. Si no resulta recurriremos a la radiondas. ¡Ah! Y quiero que no le pierdas de vista ni un segundo. Avísame para cualquier cosa, voy a informar a los caballeros”.

“Sin problemas, doctora” dijo y comenzó el tratamiento.

Los caballeros se encontraban en la sala de espera, cada uno eliminando la ansiedad de la forma que podía. Gabriel intentaba componer un nuevo poema, Jonyo se había echado una cabezadita, Arturo pensaba inquieto por la sala, Peter se mantenía sentado, con los brazos cruzados y, por último, Shin esperaba apoyado en la pared. Al entrar la doctora Gabriel dio un leve pisotón a Jonyo, éste se despertó y todos la miraron prestando la máxima atención.

“Díganos la verdad – dijo el caballero de la rosa – no nos engañe con falsas esperanzas. Eso me lo hicieron en el pasado y al final por no querer hacer daño haces más daño del que hubieras hecho en un principio”.

La doctora respiró un momento para librarse del agobio que suponía que tantas personas estuvieran pendientes de ti, después observó cuidadosamente el rostro de los caballeros y cogió aire.

“Su estado es grave, pero estable. Al tener una enfermedad de causas ambientales, sólo por estar aquí ya mejorará. Su temperatura corporal ha bajado 7 grados. Apenas le quedan fuerzas para respirar y su corazón no bombea suficiente sangre, esto hace que no llegue oxígeno ni a los órganos ni al cerebro, primero se pierde la consciencia, después los órganos dejan de funcionar y por último el cerebro va apagándose poco a poco, a veces causando daños irreversibles como parálisis, pérdida de la sensibilidad en una zona del cuerpo o deficiencia mental por la muerte de neuronas. Finalmente, el sujeto acaba muriendo. De haberlo traído un poco más tarde, podría no haberlo contado.

Le hemos intubado y le estamos administrando oxígeno caliente hasta que recupere las fuerzas y pueda respirar él solo. El aumento de temperatura debe ser gradual y escalonado, por lo que una vez suba unos grados le daremos un baño caliente. La enfermera está con él y lo tenemos monitorizado. No corre ningún peligro.

Respecto a la pérdida de sangre por el corte, no ha sido tan grave, seguramente lo encontrasteis rápido. Me encargaré de conseguirle un buen almuerzo y recuperará las fuerzas. Se pondrá bien, no os preocupéis”.

“Menos mal” dijo Peter.

“Esperad aquí. En unas horas despertará”.

La doctora se marchó y los caballeros se quedaron de nuevo esperando.

“Creo que lo que ha pasado es bastante obvio – dijo Jonyo – Habrá que hacer algo al respecto”.

“No es lo que estás pensando – dijo Arturo – Seguro que hay una explicación”.

“Negar la realidad no la convierte en mentira”.

“¡No hay pruebas!”

“¡¿La escarcha que lo recubría y la hipotermia no te parecen prueba suficiente?! ¡Ha sido él, está claro!”

“Calmaos los dos – interrumpió Gabriel – no merece la pena discutir por ello. Es cierto que es una posibilidad, pero confiemos un poco en él. No se le atrapa tan fácilmente”.

“Gabriel tiene razón – dijo Peter – Cuando Fidel despierte ya nos dirá él quién le atacó. Ahora será mejor que descansemos”.

“Yo de vosotros no tendría demasiadas esperanzas – dijo Shin – Viéndoos a vosotros recuerdo todas y cada una de las veces en las que yo he pasado por esta misma situación. Siempre tenía la vana esperanza de que mis pensamientos estaban equivocados, de que todo saldría bien y que al día siguiente me los encontraría a todos al salir de casa esperándome para salir a dar una vuelta, para echar un multiplayer a la consola, o simplemente para reír durante horas y horas contando absurdas y graciosas anécdotas del pasado mientras tomábamos una copa. Sin embargo, por más que me he esforzado, nunca he conseguido despertar de esta pesadilla. Me gustaría apoyarte, Arturo, pero sé que no va a ser así, por desgracia...”

El silencio se hizo con el poder.

Alguien vigilaba de cerca la base de operaciones de Miss Jewel desde el profundo bosque que la rodeaba. Tenía localizado su trono, donde se encontraba en ese momento, sentada, dirigiendo a sus subordinados para que la proporcionaran los mayores placeres posibles. También había echado el ojo al altar de sacrificios donde horas antes había ocurrido una ejecución delante de sus ojos. Las chozas en las que se hospedaban los subordinados estaban ya controladas por su mirada, además de los cambios de guardia e incluso la choza en la que Suso descansaba. Únicamente una choza escapaba a su control, la única que permanecía siempre vigilada por dos guardias y las únicas personas que tenían acceso a ella eran Bill y Miss Jewel.

“No es una choza dormitorio, ni tampoco un almacén – pensó – Deben tener algo interesante ahí para guardarlo tan fieramente”.

Miró entonces a su alrededor para comprobar la vigilancia y descubrió al caballero del hielo caminando por el lugar.

“Él... ¿aquí? – pensó sorprendida – Ya ha caído uno, esta mujer no pierde el tiempo. Si se hace con otro caballero las cosas se pondrán algo más que difíciles”.

Avanzó sigilosamente dando un pequeño rodeo hasta llegar al punto más cercano del bosque a la choza que le interesaba. Examinó su objetivo desde varias perspectivas y descubrió que el techo tenía un agujero, probablemente como medio de ventilación y fuente de luz solar, ya que no había ventana alguna. Saltó al techo con cuidado y se colocó de forma que los guardias de la entrada no se percataran de su presencia. Una vez se sintió a salvo, examinó el interior desde el agujero.

“Desde aquí no se ve nada. Tendré que entrar. Espero que no haya nadie dentro”.

Entró por el agujero con un suave aterrizaje, observó rápidamente la puerta y se aseguró de que los guardias no habían notado su presencia. Tras comprobarlo, se relajó.

“¿Quién eres?” dijo una voz a su espalda.

“Me han descubierto” pensó exaltada y se giró de repente.

Al hacerlo descubrió una celda con una persona en su interior.

“¿Quién eres?” repitió.

“Perdón, me has asustado. Pensé que me habían descubierto. Mi nombre es Mireia, ¿quién eres tú?”

“Me llaman la princesa del crepúsculo. Soy una habitante de este lugar, que ahora es dominado por Miss Jewel”.

“Ah, he oído hablar de ti. Eres la que se entregó al invasor creyendo que así arreglaría las cosas. Que inocente, no importa que tipo de pacto hayas hecho. No lo cumplirá”.

“¿Conoces lo que ocurre en ese lugar?”

“Digamos que me informé un poco antes de venir”.

“Ya veo. Tienes razón. Sé que no cumplirá su parte del trato”.

“Entonces no comprendo que haces aquí”.

“Es fácil de entender. Sé que ella me matará si le doy lo que me pide, que mantendrá al pueblo bajo su control sin que nada ni nadie pueda detenerla, pero mientras esté aquí no puede hacerme nada. Sabe que si acaba conmigo lo que queda del pueblo se levantará contra ella sin importarle perder la vida, por eso sigo aquí”.

“Estás... ¿ganando tiempo?”

“Necesito averiguar cómo se libera a la gente de su sometimiento ya que, aunque lograse acabar con ella, los hombres del pueblo seguirían a su merced”.

“Dices que mientras te mantengas aquí con vida será como si tuvieras a Miss Jewel con las manos atadas, pero... – dijo mirando el plato de comida lleno de insectos y ratas – si no comes acabarás muerta y todo tu esfuerzo habrá sido en vano”.

“Me has caído bien. Para responder a tu pregunta he de mostrarte algo, ¡observa!”

En casa de la doctora, los caballeros esperaban cansados el despertar de Fidel bañados por el sol del atardecer que se filtraba entre los orificios de una persiana medio bajada. La doctora apareció por la puerta y de nuevo todos se agruparon a su alrededor en un instante.

“Esto... – dijo sonriendo cortésmente – si no les importa, por favor no vengan todos a la vez la próxima vez que entre por la puerta. Me agobia un poco”.

“Lo sentimos” dijeron todos a coro.

“¿Cómo está Fidel?” preguntó Peter.

“A eso venía, ya pueden pasar a verle, ha recobrado el conocimiento”.

“¡Bien!” exclamaron de nuevo a coro y avanzaron por el pasillo en dirección a su habitación.

En el interior de la choza en la que estaba cautiva la princesa, Mireia y ella continuaban la conversación.

“Ya entiendo – dijo Mireia – así es como consigues que ella crea que te mueres de hambre. Buen truco. De esa forma, su inquietud la perturbará en todo momento. Con suerte puede que hasta consigas que negocie por miedo a que pierdas la vida, jajaja”.

“Gracias por los ánimos, pero te agradecería que mantuvieras el secreto. Si me descubre será capaz de sacrificar a alguien del pueblo como venganza”.

“No te preocupes, no se lo diré a nadie. Aunque dudo que me creyeran si lo hiciera. Bueno, ahora que he comprobado lo que hay aquí, debo seguir con lo mío. No vemos. Llegado el momento, vendré personalmente a liberarte”.

“¡Espera! Yo te he contado varias cosas, pero tú no me has dicho qué has venido a hacer aquí”.

“¿Yo? He venido a recolectar” dijo y se marchó de un salto por donde había venido.

“¿Re...colectar? ¿El qué?” pensó la princesa mientras contemplaba el agujero del techo, la única fuente de información que tenía del exterior. El único motivo por el que sabía si era de día o de noche, si llovía o hacía sol, si de verdad estaba viviendo, o si era todo una horrible pesadilla.

Cuando los caballeros entraron en la habitación de Fidel, éste estaba tumbado en la cama, degustando un apetitoso filete con patatas con salsa por encima y un refresco para acompañar que le acababa de servir la enfermera.

“Vaya, te estás poniendo las botas” dijo Arturo al entrar.

Fidel se detuvo al oír la voz conocida, se giró y vio a todos entrando por la puerta.

“Sois vosotros, que alegría volver a veros”.

“Eso deberíamos decirlo nosotros – dijo Jonyo – nos has dado un susto de muerte”.

“Al parecer no hay de que preocuparse – dijo Gabriel – Un caballero no muere tan fácilmente”.

“¡Pues claro!” exclamó orgulloso y todo rieron.

“¿Cómo está?” preguntó Peter a la enfermera mientras todos reían.

“Hemos conseguido que recupere la temperatura corporal, y con lo que está comiendo repondrá la sangre que había perdido. Además le servirá para que su organismo se vaya reactivando por dentro. No ha presentado complicaciones de movimiento de ninguna parte del cuerpo ni los medicamentos han causado efectos secundarios. En cuanto acabe de comer podrá irse. Está perfectamente”.

“Gracias”.

“Salvar vidas es la parte que más me gusta de mi trabajo”.

“¡Ey Peter! – exclamó el caballero – Deja ya el rollo de los enfermos, ¡estoy bien! Si no, ¡mira!”.

Fidel comenzó a tensar los músculos para que se le marcaran los bíceps, tríceps, pectorales y abdominales.

“No eres el único que tiene algo de musculatura por aquí – dijo Jonyo – yo hago abdominales y flexiones todos los días”.

“Lo sé, y estarías mejor aún si no fuera por las palmeras de chocolate que te vi comprar en Petoria el día antes de que marcháramos”.

“¿Cómo sabes tú eso?”

Todos se rieron de nuevo. Shin les observaba desde el fondo de la habitación y sonreía con nostalgia al ver al grupo unido de nuevo. Al verlos soñaba con un futuro en el que él pudiera repetir aquella escena junto a Bill, Wancho y el resto de la gente del pueblo.

Pronto se dio cuenta de que no todos reían. Arturo había estado limitándose a sonreír al principio, pero hacía rato que había dejado de hacerlo.

“perdonad que interrumpa un momento tan bueno – dijo el caballero del fuego – Fidel, celebro que estés bien, pero tenemos que hablar seriamente contigo”.

Las risas cesaron al instante y se convirtieron en miradas esquivas.

“¿Quién te atacó?” preguntó sin vacilar.

Fidel dejó el cubierto sobre el plato, aunque quedaba todavía un pequeño trozo de filete y unas pocas patatas. Dudó durante unos segundos sin estar seguro de lo que iba a decir, suspiró y tras ello miró a Arturo fijamente.

“La persona que me atacó... fue Reik”.

Los caballeros se derrumbaron. La expresión de su rostro cambió de repente, mezclándose en un cúmulo de sensaciones negativas tales como angustia, terror, impotencia y desesperación. Aún con una leve esperanza, Arturo preguntó de nuevo.

“¿Por casualidad notaste si en su frente había una marca de labios o si sus ojos despedían un intenso fulgor rojo?”

“Sí, concretamente me atacó por hacer un comentario sobre esa marca de labios. Y algo más, su fuerza era mayor de lo normal”.

Ya no había ninguna duda, todos los síntomas coincidían. Arturo se dejó caer en una silla y se llevó las manos a la cabeza.

“Es culpa mía, yo le vi salir del barco aquella mañana. Tuve la oportunidad de detenerle, pero no lo hice, dejé que se marchara a una tierra desconocida y por ellos le han arrebatado el juicio y casi mata a Fidel”.

Shin caminó hasta él y le colocó la mano en el hombro.

“No te preocupes, todos cometemos errores. Yo una vez estafé al seguro para comprarme una consola y un reproductor de audio y vídeo portátil”.

“¿En serio?” preguntó Jonyo.

“Ya lo creo”.

“¿Y nunca te pillaron?”

“No”.

“Los de los seguros son todos unos ladrones, se lo merecían”.

“Exacto. Así que no te derrumbes – dijo volviéndose a Arturo – Además, tú no sabías qué iba a pasar. Auto compadecerse no arreglará las cosas”.

“Un momento, alguien puede explicarme, ¿qué está pasando aquí? ¿Quién eres tú? – preguntó Fidel señalando a Shin, de cuya presencia nos e había percatado hasta entonces – Y algo más sencillo, ¿dónde estoy y cómo he llegado hasta aquí?”

“Es cierto – dijo Gabriel – no te hemos puesto al día”.

“A ver... – dijo Peter – esto es complicado, no sé por donde empezar. Veamos... después de que te fueras del barco...”

Los caballeros fueron contándole a Fidel todo lo ocurrido hasta entonces por turnos, según quien había vivido más de cerca cada parte.

“Vaya... – dijo Fidel al terminar de escuchar la historia – Y yo haciendo el payaso por ahí sin saber nada. Lo que le ha pasado a Reik podría haberme pasado perfectamente a mí también o en su lugar. De hecho, no me mató porque no quiso, así que debe de quedar algo de humanidad en su corazón”.

“O puede que pensara que si te mataba no podría divertirse de nuevo en otra ocasión” dijo Gabriel.

“Lo importante ahora es decidir nuestro patrón de conducta – dijo Peter – si nos lo encontrásemos, ¿seríais capaces de atacarle sin dudar?”

“No lo sé” respondió Jonyo.

“Yo tampoco” contestó Gabriel.

“¿Es que no existe ninguna forma de devolverle a la normalidad, Shin?” preguntó Arturo.

“No – respondió tajantemente – Por lo menos nosotros no lo hemos conseguido. Miss Jewel siempre ha dicho que es irreversible y, hasta ahora ha tenido razón. Todo el que ha caído en sus garras no ha mostrado nunca ningún síntoma de recordar quien era antes”.

“Eso no demuestra que sea irreversible – dijo Gabriel – Sólo demuestra que hasta ahora nadie lo ha conseguido”.

“Tal vez si hablamos con él consigamos que despierte” dijo Jonyo.

“No conseguiréis nada – dijo Shin – Es más, probablemente no haya matado a Fidel para que os enteréis de qué está pasando y haceros caer en una trampa”.

“Tal vez – insistió el caballero de la rosa – pero no perdemos nada por intentarlo. Debemos confiar en él, y en nosotros mismos”.

Shin observó el rostro esperanzado de los caballeros y dudó por unos instantes de sus propias palabras.

“Si estáis tan seguros, yo os acompañaré”.

“¿Lo harías?” preguntó Gabriel con la mirada iluminada.

“¿Estáis todos de acuerdo?”

“¡Sí!” exclamaron a la vez.

“¡Reik! ¡Déjanos el resto a nosotros!” exclamó Arturo.