domingo, 24 de febrero de 2013

Episodio CXLVIII

Pufff... Menudo mes... Primero, mi nota del examen no tenía ningún error, se juntó que el tío es un cabrón con que fallé todas las del test típico que dudas en dos. Entonces me fui al pueblo de vacaciones solitarias a pensar un poco, donde empecé este capítulo en el portátil, pero al volver, después de pasar el word al ordena de casa, a la semana se me jode la placa base ¬¬ así que me he tenido que no he podido continuar hasta que me he pillado uno nuevo. Pero bueno, ya está aquí, el capítulo 148 desde mi nuevo ordena con un i7 3770, una GTX 660, 8GB de RAM y un disco duro de 2Tb.

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Episodio CXLVIII
Los tres caballeros que quedaban en la costa volvían caminando lentamente hacia la playa, donde yacía el cuerpo de Peter cuando, apenas unos segundos después de que se hubiera marchado Fidel, volvió a escucharse el murmullo de los soldados acercándose.

“¿Otra vez? – Se preguntó Gabriel – Creía que Fidel había acabado con todos”.

“Puede que sólo fuera la primera oleada – opinó el anciano – Y si ya van dos, puede haber cientos, puede que no paren hasta que se agoten vuestras fuerzas. ¡Marchaos! ¡Deprisa! ¡Olvidaros de mí! ¡Sé que si simplemente os abrís paso y cruzáis a través de ellos apenas perderéis tiempo y energía! La única razón por la que queréis destruirlos a todos es para que no me maten a mí también”.

“¿Marcharnos? ¿Otra vez? – Dijo Jonyo – ¡No pienso volver a hacerlo!”

“¿Cómo otra vez?” el sacerdote no entendía nada.

“Es cierto, no es la primera vez que pasamos por una situación como esta – explicó el caballero de la rosa – Cuando estuvimos en Nexus ocurrió algo parecido. Otro amigo, Kevin, murió delante de nosotros sin que pudiéramos hacer nada para evitarlo”.

“Y lo peor de todo – continuó Reik – fue que tuvimos que escapar como ratas cuando acabó todo porque unos civiles nos rodearon, inculpándonos sin prueba alguna, y claro, a esos no podíamos darles un escarmiento, habría sido abusar...”

“Eso debió molestar mucho a Reik – pensó Gabriel para sus adentros – Al fin y a cabo, a él le acusaron injustamente de haber matado a sus amigos”.

“Resumiendo, aquella vez no pudimos despedirnos adecuadamente de nuestro compañero, encima que gracias a él salvamos el culo – dijo Jonyo – Y ahora no vamos a permitir que ocurra lo mismo, ¡arrasaremos a esos monstruos y después nos encargaremos de Peter!”

El pelotón de soldados ya era visible a simple vista. Se acercaba cada vez más y más, pero los caballeros no desenvainaron sus espadas ni se pusieron en posición de combate.

“Parecen tantos como antes – trataba de fijarse el caballero de la rosa – Puede que incluso más”.

“No sé vosotros, pero por lo menos, yo no pienso perder ni un segundo más con esta basura” aseveró el caballero del hielo.

“¡Eso! ¡Marchaos! – Insistía el hombre – ¡Fui yo el que decidió venir hasta aquí! Conocía los riesgos”.

“Tranquilo, no se refiere a eso. Vamos a hacer lo mismo que cuando derrotamos a la teniente por primera vez”.

“Sí, pero esta vez con ataques no elementales, que si no a ver cómo participa éste” dijo Reik señalando a Gabriel.

“No fui el único que no participó en ese ataque – se defendió el caballero – Fidel tampoco lo hizo. Fue cosa vuestra y de Arturo”.

“¿Y qué ibais  a aportar Fidel y tú a un ataque elemental? ¿Pétalos y piedras?”

“¿Podéis dejar la discusión para otro momento? – Les dijo Jonyo – Tenemos cosas más importantes que hacer”.

“¡Es cierto! ¡Mario, rápido, ven aquí!” le gritó el caballero de la rosa.

“¿Yo? ¿Para qué?”

“¡No hay tiempo para explicaciones! ¡Esos soldados mugrientos ya casi están aquí!”

El anciano confió en las palabras del caballero, y avanzó tan rápido como buenamente pudo hasta su posición, mientras ellos se dedicaban a concentrar energía. Al llegar, le pusieron entre ellos tres, rodeándole, y cada uno posó una mano sobre su cuerpo. En ese momento, los cuerpos de los cuatro comenzaron a iluminarse hasta que finalmente, una cúpula de energía les envolvió y comenzó a expandirse, engullendo a todos los soldados y pulverizándolos con tal sólo alcanzarles.

Al ver que no podían hacer nada, los soldados trataron de huir inútilmente. La cúpula de energía continuó creciendo hasta tragarlos a todos sin dejar rastro, para luego disiparse y dejar ver que ni los árboles, ni los animales, ni nada de lo que había por allí aparte de los soldados había sido destruido.

“¿Qué ha pasado? – Preguntó el sacerdote – ¿Cómo es que vuestro ataque no ha destruido nada? Y tampoco me ha afectado a mí”.

“Por eso te he dicho que vinieras – le respondió Gabriel – Al tocarte, hemos cogido un poco de tu energía, y también hemos usado energía del entorno, y ningún ataque formado total o parcialmente por tu propia energía podrá hacerte daño jamás”.

“Utilizar la energía de tantos seres distintos a la vez requiere de un gran control y por eso hemos preferido hacerlo entre todos – continuó Jonyo con la explicación – Bueno, por eso y porque así podíamos poner energía de cada uno de nosotros también, claro”.

“Ya nos hemos librado de la basura – Reik dio por terminada la conversación – ¡Vamos a por Peter!”

Los caballeros corrieron hacia el cuerpo inanimado de su compañero, que yacía sin vida boca abajo, chamuscado, envuelto en cenizas y hollín.

“¡No puede ser! ¡No puede haber muerto! – Jonyo se negaba a creerlo – ¡No de esta forma!”

El caballero del rayo agarró el cuerpo y le dio la vuelta, con la esperanza de encontrarse un atisbo de vida al otro lado. Sin embargo, lo único que consiguió fue ver el rostro de Peter con los ojos en blanco y la lengua fuera. De la impresión, el caballero se echó para atrás. Mario le puso la mano en el hombro, le miró fijamente, y negó con la cabeza.

“La vida es así, hijo. No podemos elegir cuando ni donde nacer, sólo podemos elegir qué hacer con el tiempo que se nos ha dado, y con la muerte pasa lo mismo. Muy pocos son capaces de elegir su propia muerte, y los que lo hacen, tampoco eligen la muerte que les gustaría. Muchos desean morir durmiendo, para no tener que hacer frente a su terrible destino, otros heroicamente, dando la vida por sus seres queridos, o defendiendo aquello en lo que creen, pero la mayoría no logran sus objetivos, y terminan viendo su final en una cama de hospital, rodeados de tubos y cables, agonizando de una grave enfermedad, sabiendo que dejan atrás a sus seres queridos y todos los sueños que nunca se atrevieron a convertir en realidad. Es entonces cuando la desesperación se apodera de ellos y comienza su verdadero tormento.

Pero, aunque no lo parezca, este caso es el más común. La mayoría de las veces la muerte viene sin avisar, sin dejarte tiempo a que te prepares ni a que puedas decir ni hacer nada para irte más tranquilo, sin que tus seres queridos puedan despedirse de ti ni hacer contigo todas esas cosas que estabais dejando para un día de estos. Esta es, sin duda, la peor muerte de todas”.

“Puto Mesa… – susurraba Jonyo cerrando el puño con fuerza – Se va a enterar…”

“Tranquilo – le dijo Reik – Fidel ya ha ido a por él. Deja que se encargue de todo. Ya nos hemos repartido los enemigos. Si vas ahora, luego no podrás hacer nada contra el Caballero Negro, y todo lo que hemos conseguido hasta ahora no habrá servido para nada”.

“¿Entonces vamos a dejarlo estar?” preguntó el caballero de la rosa.

“No. Yo he dicho que Fidel ya se encarga de Mesa, no que no podamos hacer nada. Podemos hacer otra cosa”.

“¿El qué? – Volvió a preguntar Gabriel – ¿Y por cierto, como es que Fidel se ha ido volando? ¿No se supone que no podía?”

No muy lejos de allí, el caballero de la tierra, avanzaba por la isla campo a través, corriendo lentamente mientras jadeaba sin cesar.

“Joder… No he durado volando ni diez segundos… Puta presión de mierda… ¡Mesa! – Gritaba al aire – ¡Sal de una vez! ¡He venido a por ti!”

Por mucho que gritaba, el caballero no obtenía ninguna respuesta. Además, estaba un poco cansado después de gastar tanta energía en el Final Shine Attack para derrotar a los soldados, y en volar bajo la presión de la isla. Fidel temía que todo eso pudiera perjudicarle en su combate y decidió tomarse un descanso en cuanto pudiera.

Caminó unos minutos más, hasta que dio con un pequeño río con un montón de piedras redondeadas tras haber sido arrastradas por la corriente a un lado de la orilla.

“Esto me viene genial. Un buen bañito con el calor que hace es justo lo que necesito para ir bien fresco al combate”.

El caballero se bañó en el río sin ningún tipo de ropa, aprovechando que estaba solo. Se quedó un rato en el agua tranquilamente, sintiendo como trataba de llevarle la corriente, y como los pececitos le tocaban confundiéndole con comida. Al salir se secó con el calor del sol, volvió a vestirse y se tumbó en una gran roca para disfrutar un poco más de su propio elemento y del resto de la naturaleza, como último respiro antes de librar su batalla final. Se encontraba tan a gusto que, sin darse cuenta, terminó quedándose dormido sobre aquella roca.

En la costa, los caballeros habían enterrado a Peter en la playa, junto al barco que consiguieron en su ciudad, o mejor dicho, lo que quedaba de él. A pesar de que Shinkan Mario quería hacer una cruz con dos trozos de madera del barco, Reik se negó a que se utilizaran símbolos religiosos en su presencia, y terminaron clavando un trozo del mástil en la tumba en su recuerdo.

“¿Y ya está? ¿Esto es todo lo que podemos hacer?” se quejaba Jonyo.

“Bueno, ya es más de lo que pudimos hacer con Kevin”.

“Pero… Aun así… Lo que me pide el cuerpo es ir a reventar a todos esos cabrones”.

“Debes tranquilizarte – volvió a hablar el anciano – Eso es precisamente lo que quieren que hagáis. Sin embargo, habéis sabido mantener la calma y no caer en la provocación como vuestro compañero. A veces hay que pararse un momento a mirar hacia el pasado y recordar a todos los que, gracias a ellos, estamos aquí. Si os hubieseis ido con esto dentro había repercutido en vuestro enfrentamiento. El factor psicológico también es muy importante, no debéis ignorarlo. Dime, Jonyo, ¿a que ahora te sientes mucho mejor?”

“Pues la verdad es que sí. No habría podido perdonarme dejar atrás a otro compañero caído en combate”.

“Bien dicho – le dijo el caballero de la rosa – Son ellos los que tienen que esperar por nosotros, al fin y al cabo, son los que quieren destruirnos”.

“¿Estamos listos, entonces?” preguntó Reik.

“Sí, cuando queráis” dijo Jonyo.

“Yo me quedaré por aquí – dijo el sacerdote – Os deseo suerte”.

“Siento que ninguno pueda quedarse contigo – se lamentaba Gabriel – pero nuestros oponentes podrían usarte de escudo humano o amenazar con matarte si se ven acorralados”.

“No os preocupéis por mí. Ya os dije que sabía perfectamente lo que hacían cuando decidí venir. Sobreviviré, y vosotros también”.

“Nos vemos a la vuelta – le dijo el caballero del rayo estrechándole la mano – Muchas gracias por todo”.

“Venga, vámonos o cuando lleguemos se van a haber muerto de aburrimiento” dijo Reik.

“Vete ya si quieres, al fin y al cabo, aquí nos separamos los tres” dijo el caballero de la rosa.

“Sí, será mejor que vayamos cada uno a un punto de la isla para que los efectos de los combates no interfieran en los del resto” opinó Jonyo.

“Jejeje – el Señor Oscuro estaba en la terraza superior del castillo de la Fiera Deidad. No tenía prismáticos, ni monitores que le informaran de la conversación de los caballeros, sin embargo, se enteraba perfectamente de lo que estaban hablando – Tienes toda la razón, caballero del rayo. ¡Activad el dispositivo de transporte!”

“¡A sus órdenes!” escuchó a sus espaldas.

“Bueno, entonces nos vemos aquí mismo para ir a recoger a Arturo, ¿vale? – Dijo el caballero de la rosa después de estrechar la mano a sus otros dos compañeros – Ya veremos quien es el primero que llega”.

“Pues yo, por algo soy el caballero del rayo” fanfarroneó un poco.

En ese momento, el cuerpo de Jonyo se iluminó rápidamente y tras saltar un rayo de luz hacia el cielo, desapareció.

“Menuda prisa, ya se ha ido…” dijo Gabriel.

“No… ¡No se ha ido!” exclamó el caballero del hielo y su cuerpo también se iluminó y se desvaneció e un instante.

“Mierda, no me digas que...”

El caballero de la rosa se dio cuenta de lo que ocurría, pero ya era demasiado tarde. Su cuerpo también se iluminó y desapareció e un instante, dejando solo al anciano sacerdote.

“Parece que han partido hacia su prueba final. Entonces es hora de que yo parta hacia la mía…” concluyó.

El cuerpo del caballero de la tierra también se iluminó y se desvaneció, pero seguía durmiendo y no se dio cuenta.

Jonyo apareció en lo alto de un barranco, desorientado. No sabía lo que había pasado.

“¿Qué ha ocurrido? Estaba hablando con estos cuando de repente… Un momento… Este lugar me suena…”

“Así es… –  el Caballero Negro estaba delante de él en el límite del precipicio – Nuestro último encuentro fue en un lugar así, ¿recuerdas? He escogido este sitio para ti por eso”.

“Blackron…”

Reik apareció a la orilla de un gran lago. Se mantenía alerta, pues sospechaba lo que había ocurrido, cuando de pronto algo le atacó.

Extendió la mano con rapidez y agarro aquello que venía a por él. Cuando lo tuvo bien sujeto, vio que se trataba de un látigo. Siguió la cuerda con la mirada, y al otro lado encontró a la teniente.

“Me alegro de que hayas detenido mi ataque – le dijo – De haberte alcanzado, significaría que no eres un rival que merezca la pena”.

El caballero no la contestó. Se limitó a sacar su espada y apuntó a la teniente con ella.

Gabriel apareció en un bosque lleno de vida, con montones de árboles, flores, vegetación y animalillos correteando por ahí.

“¿Nos han teletransportado? ¿Dónde estarán los demás?”

“No te quejes tanto. Al fin y al cabo, hemos seguido vuestras propias preferencias. Cada uno tiene al rival que ha elegido”.

El hombre encapuchado apareció caminando y se acercó al caballero de la rosa sonriente.

“Tú eres…”

Por último, Fidel se despertó de su pequeña cabezadita muy contento, y dispuesto a encontrar a Mesa cuando, para su sorpresa, vio que se encontraba a la entrada del castillo de la Fiera Deidad. Sobresaltado, se puso de pie, tratando de descubrir cómo había llegado hasta ahí.

“¿Eh? ¿Qué pasa aquí? ¿No seguiré durmiendo? – Se pellizcó la mejilla para asegurarse de que estaba despierto – Si yo estaba en un río echándome la siesta…

“Bienvenido a tu ejecución”.

Desde el interior de la fortaleza, una figura elegante y bien vestida salió al exterior, portando una copa de pacharán entre los dedos y un puro encendido entre los labios. Al verla, al caballero de la tierra ya no le importaba cómo había llegado hasta ahí, porque ese era el destino que estaba buscando desde el principio.

Satisfecho de haber conseguido llegar hasta su objetivo después de tantos impedimentos, Fidel desenvainó su espada y se puso en posición de combate.

“Duerme bien, Arturo – el caballero de la tierra recordó la última imagen que tenía de su amigo. Tendido en el suelo, con el pecho atravesado, envuelto en aquella barrera de energía esperando por recuperarse. Ni siquiera pudo verle la cara por última vez, ni pedirle disculpas por todo lo que le había hecho pasar – Cuando despiertes, probablemente todo habrá acabado, aunque seguramente yo ya no esté aquí para celebrarlo contigo, amigo”.