lunes, 31 de diciembre de 2007

Los Caballeros, más y mejor


Los Caballeros, más y mejor

Tamaño: 295 páginas

Número de capítulos: 27 (38 – 64)

Tiempo de realización: 349 días

Tamaño medio por capítulo: 10’6

En vista del escaso aforo que tuvo la firma del libro, se tomarán medidas contra las personas que no acudieron injustificadamente. Sin más preámbulos, feliz año a todos, esperemos que 2008 no sea tan puta mierda como ha sido 2007, al menos para mí.

Debajo unas imágenes de distintas partes del volumen para que veáis su acabado. Gracias a Celia por ceder su cámara para el propósito.






domingo, 9 de diciembre de 2007

Episodio LXIV

Dos en un día, esto no ha pasado nunca, eh? xD Ya tocaba terminar, y que mejor número para hacerlo que el 64, que nos recuerda al Mario 64, uno de los mejores plataformas que existen. Ya que el capítulo es demasiado corto como para comentarlo, si queréis hacer un comentario global de todo el volumen, pues mejor. Mañana, la presentación oficial del segundo volumen, con su ficha y foto correspondiente ^^

Título: Despedida

Tamaño 2'5 (como en los viejos tiempos xD)

Dedicado a: N/A



Episodio LXIV

T

odos los caballeros estaban escuchando atentamente el relato del renacido Reik, así como los demás presentes tampoco perdieron un solo detalle de aquella emocionante historia. Cuando acabó, hubo un minuto de silencio y nadie se atrevía a decir nada.

“Aunque se me impuso el convertirme en caballero para estar en libertad, dejé claro desde el principio que no tenía intención de cumplir esa obligación, por la simple razón de que fui acusado injustamente. Pensaba que al estar viajando con vosotros podría recopilar algo de información acerca de la verdadera asesina de mis dos amigos, pero lo único que he conseguido ha sido morir. No tengo nada en contra vuestra, pero mi objetivo es hacer justicia por ellos, no derrotar a ninguna organización”.

“Después de todo lo que nos has contado, no creo que ninguno de nosotros te impida proseguir tu camino en solitario – dijo Arturo – No estamos aquí obligados, hacemos esto porque queremos”.

“Comprendemos tu dolor, y nos gustaría compartir también tu lucha – dijo Gabriel – Pero has decidido hacerlo solo y debemos respetarlo”.

“Suerte, colega” dijo Jonyo.

“Espero que puedas vengar a tus amigos como yo a los míos” dijo Fidel.

“Me alegro que lo hayáis comprendido. Me voy, gracias por todo”.

El caballero del hielo se marchó volando suavemente, ofreciendo un último saludo cortés a los que hasta ahora habían sido sus compañeros.

“Se salvamos la vida y se va – dijo Jonyo – Entonces es como si estuviera muerto”.

“Bueno, hay algunas diferencias…” dijo Peter.

“Nos alegramos mucho de que al final todo haya acabado bien – dijo la princesa – Pero para nosotros, aún queda mucho por hacer. Tenemos un pueblo que desencantar, familias que reunir, y una isla que reconstruir. Os agradecemos profundamente la ayuda que nos habéis prestado. Nunca podremos estar lo suficientemente agradecidos”.

“No hay de que, vosotros también habéis sido de mucha ayuda” dijo Arturo.

“Exacto, aquí la única que ha estorbado es esa estúpida entrometida de Mir…” dijo Fidel.

“¿Decías algo, caballero?” escuchó que le interrumpían.

“¡Tú! – Exclamó – ¡¿Desde cuándo llevas ahí?!”

“Desde antes de que te dieras cuenta” dijo la chica.

“Ah… – susurró, hasta que se dio cuenta de que le estaban tomando el pelo – ¡Espera! ¡¿Qué has querido decir con eso?!”

“No te preocupes, no he venido a causar problemas, sólo quería despedirme de la princesa – le da dos besos – Y daros esto”.

Sacó una pequeña esfera morada y se la lanzó a Arturo, que la cogió al vuelo.

“Gracias” dijo al verla y darse cuenta de lo que era.

“Nada me retiene aquí ya. Hasta la próxima” y comenzó a marcharse volando.

“¡Eh! ¡Arturo! – Exclamó Fidel – ¿Es que no vamos a detenerla? Deberíamos interrogarla, seguro que sabe cosas útiles”.

“Por esta vez… la dejaremos marchar – dijo guardándose la minúscula esfera morada – Vámonos nosotros también, han sido demasiadas emociones en muy poco tiempo”.

“Que la suerte esté con vosotros” dijo Bill.

Los dos supervivientes de la estirpe de luchadores de aquel pueblo se alejaban juntos hacia su pueblo natal, llevando el cuerpo del último guerrero caído, esperando encontrarse de nuevo con sus compatriotas, para devolverles el juicio que les había sido robado.

“Una última cosa – dijo Fidel mientras les veía alejarse – ¿Con ése poder no habríamos podido resucitar a Isabel y a Verónica?”

“Por supuesto que no” dijo Arturo.

“¿No? Juraría que si alguien se sacrificaba, sí se podía”.

“Esa no es la cuestión”.

“Con todas las muertes que ha habido, no creo que una o dos más les importasen. Además, sería por una causa justa, estamos defendiendo el planeta. No tiene por que ser un civil, pero seguro que algún delincuente estilo Suso que vayan a sacrificar”.

“Parece que no lo entiendes – dijo Peter – Esa técnica viola la ley natural de las cosas. Debería estar prohibida. Ellos han tratado de mantener el secreto porque lo sabían, y aún así, fíjate todo lo que les ha pasado. Mejor será que las mujeres se guarden ese secreto para sí mismas, ahora que son las únicas que lo conocen, y que el secreto muera con ellas”.

“Aún así…”

“Dime, ¿crees que Isabel o Verónica podrían mirarnos a la cara sabiendo que ha tenido que morir una persona para devolverles la vida?” preguntó Jonyo.

“Supongo que no… pero es una pena – comentaba mientas caminaban hacia la cueva donde tenían el barco – Podríamos haberlas visto de nuevo”.

“No, aunque hubiéramos encontrado alguien dispuesto a sacrificarse, tampoco podríamos haberlas resucitado” dijo Gabriel.

“¿Cómo que no?”

“¿Es que no lo recuerdas? La princesa dijo que para que surtiera efecto, el cuerpo debía estar en perfectas condiciones. Isabel y Verónica murieron hace tiempo, y ya deben estar bastante descompuestas, ¿te imaginas su esqueleto andando por ahí?”

“Ah, cierto, no había caído”.

Cuando llevaban un rato caminando, Jonyo se detuvo de repente.

“¡Se nos ha olvidado lo más importante!”

“¡¿El qué?!” preguntaron todos preocupados.

“¿Quién va a cocinar ahora?”

Episodio LXIII

Que cosas, se supone que a estas alturas el libro ya estaría terminado y firmado el pasado día 6, pero aquí estamos, dando los últimos coletazos. Hoy traemos en primicia el primer pasado oficial de uno de los co-protas, donde se verán las razones de su comportamiento, ahí va.

PD: La firma el Jueves 27 de Diciembre en el mismo sitio, sólo que a las 12:30 ya que la hora que escogí la otra vez era ya de noche, no caí en q estamos en horario de invierno xD

PD2: El último capítulo lo escribo hoy mismo, pero lo publico cuando queráis, poned en el comentario si lo queréis YA o el domingo que viene, me da igual (para lo que es...)

Título: Reik

Tamaño: 16

Dedicado: Por primera vez de forma particular y por tercera en grupo, lo que suman cuatro dedicatorias en lo que llevamos de historia, a Daniel López.



Episodio LXIII

U

na alegre mañana primaveral comenzaba en Petoria, los árboles estaban en flor, el clima era templado, soleado pero con una suave brisa que te acaricia el rostro, el polen volaba por todas partes y los alérgicos caminaban deprisa, con pañuelos sobre la nariz, temiendo sus efectos.

En una zona residencial de la ciudad, llena de chalets por todas partes, dos personas se detuvieron en la puerta exterior de una de las casas. Una de ellas llamó al timbre, en el interior de la casa se escuchó un pitido agudo. Alguien corrió una cortina y abrió levemente una de las ventanas de la planta baja de la vivienda unifamiliar. La cabeza de una mujer adulta, madura, con los ojos marrones, alguna arruga en los párpados, el cabello caoba y las manos gastadas por el uso, asomó por el poco espacio de la ventana que se había abierto. Los árboles del jardín le dificultaban la visibilidad, por lo que tuvo que mover la cabeza en busca de un ángulo apropiado. Mientras lo hacía, divisó dos figuras en el exterior, una masculina y otra femenina, ambos jóvenes y estaban cogidos de la mano. Una vez pudo ver sus rostros, los reconoció, sonrió y les saludó. Ellos le devolvieron el saludo agradablemente con la mano. Inmediatamente cerró la cortina y la ventana, se desplazó desde la cocina, lugar donde se encontraba en el momento de la interrupción, atravesó la entrada y se detuvo en las escaleras que subían hacia la planta de arriba.

“¡Reik, hijo! – Exclamó – ¡Cristina y Alberto ya están aquí! ¡Baja ya! ¡No les hagas esperar!”

En la planta superior, un chico terminaba de arreglarse el pelo con gomina en el cuarto de baño cuando el grito le interrumpió. Sin necesidad de responder, corrió hacia la habitación contigua, agarró una mochila negra, un teléfono móvil, un manojo de llaves y un paquete de tabaco que guardó en un bolsillo pequeño de la mochila, asegurándose antes de que nadie le viera hacerlo. Acto seguido, se llevó la mochila a la espalda y bajó corriendo por la escaleras.

“¡Hasta luego mamá!” exclamó y cerró la puerta principal al salir.

Atravesó el jardín con una enorme sonrisa y al abrir la puerta de fuera fue recibido también con una sonrisa por sus dos amigos.

“¡Vamos, Reik! – dijo la chica sonriendo – ¡O llegaremos tarde!”.

La casa de Reik estaba en medio de una calle con bastante pendiente. Los tres fueron caminando cuesta arriba hasta llegar a una calle perpendicular, donde giraron a la izquierda y pasearon hasta llegar a una rotonda. Al entrar en la rotonda ya podía verse un edificio de ladrillo con varios pabellones a la derecha. Durante todo el trayecto el chico y la chica que acompañaban a Reik estuvieron mirándose y sonriéndose todo el rato y no se soltaron la mano en ningún momento.

“Eh… ¡Eh! ¡Vosotros! Hacedme un poco de caso, ¿no? Entiendo que seáis pareja, pero el hecho de que seáis también mi mejor amigo y mi mejor amiga respectivamente creo yo que me dará algún tipo de derecho, ¿no?”

“Perdónanos, Reik. No nos hemos olvidado de ello – dijo el chico – Pero no sabes lo que significa estar enamorado”.

“Eso lleváis diciéndome durante un año”.

El sonido de un timbre interrumpió la conversación.

“Tendremos que dejarlo para otro momento – dijo la chica – ¡llegamos tarde a clase!”

Se apresuraron tanto por llegar a las aulas que no se dieron cuenta de que estaban siendo seguidos por dos hombres. Uno de ellos era bajito, con el pelo muy corto y rubio, mientras que su acompañante contrastaba por ser alto, con el pelo largo y negro. Sus ropas también contrastaban, el hombre bajito llevaba ropa clara y el alto ropa negra. Los dos se quedaron mirando a los tres estudiantes mientras se adentraban en el edificio principal del instituto.

“¿Es ése?” le preguntó el alto al bajito.

“Sí”.

“No parece gran cosa”.

“Créeme. Tiene algo”.

La jornada lectiva transcurría sin nada fuera de lo normal. Tras 3 clases de 50 minutos con 5 de descanso entre cada una, llegó el recreo pasadas las 11. Reik esperaba a sus dos compañeros en la planta baja, donde comenzaba la escalera de caracol que subía a las dos plantas siguientes. Decenas de adolescentes descendían de los pisos superiores para poder tomar un descanso. Entre todo el mogollón, Reik al fin vio a sus dos amigos y su rostro se llenó de alegría. Cuando bajaron vio que llevaban libros bajo el brazo y una sonrisa de consolación en la cara.

“Lo sentimos, no podemos estar contigo en el recreo. Tenemos que ir a la biblioteca a estudiar para un examen que tenemos a última hora” dijo la chica.

El pequeño Reik cayó en ese momento en la total desesperación.

“Luego te vemos, en serio” dijo el chico.

“Está bien…” contestó resignado.

Los dos enamorados fueron hacia la biblioteca por un pasillo blanco. Reik se quedó observándolos, aunque más a ella que a él.

“Te gusta, ¿verdad?”

Sorprendido ante aquel comentario tan repentino, Reik se giró sobresaltado. Al hacerlo se encontró con un joven algo más alto que él, con el pelo negro y engominado, la cara pálida y aires de prepotencia. Vestía unos vaqueros, una cazadora negra y zapatos.

“Ga… Gabriel. Eres tú…”

El chico estuvo callado unos segundos mirando hacia todos lados mostrándose desinteresado. Al poco rato el rostro le cambió a enfadado y señaló a Reik de mala manera.

“Te he hecho una pregunta, ¡contesta!”.

“¿Hablas de Cristina? – Contestó ruborizado, haciéndose el loco – ¡¿Qué dices?! ¡Pero si es la novia de mi mejor amigo! ¡Y también mi mejor amiga!”.

“Vamos que sí. La presencia de un tercero no redime el deseo hacia la persona amada, de hecho, lo amplifica, superar las barreras es lo que no hace más fuertes”.

“¿De qué estás hablando? No me entero de nada”.

“Lo entenderás cuando seas mayor, se ve que aún no te has dado cuenta ni de tus verdaderos sentimientos. Ahora vayamos a lo de siempre, ¿cuánto traes hoy?”

“20 monedas – dijo llevándose la mano a los bolsillos – Pero hoy no te pienso prestar nada, lo necesito para pagar la excursión de la semana que viene, ¡además nunca me lo devuelves!”

“Creo que no estás en posición de negociar…” dijo haciendo crujir sus nudillos.

“He dicho que no y es que no, ¡vete!”

“Veamos si opinas lo mismo después de esto…” dijo levantando el puño.

Una mano femenina le agarró impidiendo que atacara al muchacho. Furioso al ver que sus intentos habían sido frustrados, se giró para ver quien había cometido semejante osadía.

“¿Pero quién te has…” comenzó diciendo.

No terminó la frase. Ante sus ojos se hallaban dos muchachas. Ambas rondaban en los 17 años. Cuando vio a la primera chica el cuerpo de Gabriel se relajó hasta tal punto que parecía flotar. Primero se fijó en sus ojos, estaban en la planta baja del edificio y no había demasiada luz, por lo que se veían marrón claro. Cuando él los miraba le parecía estar en medio del mismo desierto, donde no podía hacer nada por escapar. Sus cabellos teñidos con un negro intenso que le llegaban hasta cubrirle los pechos contrastaban con su blanca piel, haciendo parecer al enamorado que veía la luz al final de un largo y oscuro túnel. Bajo sus perfilados ojos, sus mejillas enrojecidas delataban sus sentimientos por el que la observaba y admiraba tímidamente, pero que a su vez desataba en su interior sus más oscuros y perversos deseos. Por último, se fijó en sus carnosos y rosados labios que, a pesar de haberse visto obligada a detenerle de cometer una mala acción, no podían evitar sonreír al verle y, de vez en cuando se dejaban ver sus dientes blancos y perfectos que asomaban oprimiendo el labio inferior con suavidad para reprimir su deseo. Sin soltarle el brazo fue acercándose lenta y sinuosamente. Gabriel era más alto que ella, y cada vez tenía que inclinar hacia abajo, por lo que también se deleitó con su figura y vestimenta. Dos colgantes adornaban su cuello, el primero estaba muy ceñido, con un cordón negro, era una circunferencia de acero dividida en trece sectores con los doce signos del zodiaco y el último sector utilizado como agujero para el cordón; además, en el centro había una circunferencia más pequeña en oro, con su signo señalado y más grande. El segundo estaba más holgado, cercano a su profundo escote, se trataba de un anillo de plata sujeto en una fina cadena del mismo material. Su ropa ceñida de colores vivos acorde con la estación en la que se encontraban resaltaba su delgada figura, sobretodo las prendas de la parte superior de su cuerpo, que le dejaban al aire hasta el ombligo, además los brazos y un esbelto escote ya mencionado. Como Gabriel alejaba cada vez más la mirada de los ojos de la chica acercándose a otras dos esferas de más abajo, ella le levantó la cara y le dio un apasionado beso.

“Sí… Eso, sigue…”dijo una segunda voz femenina.

La chica apartó sus labios y se giró hacia la amiga que la acompañaba. Ella era algo más baja que la primera, pero poco más, y con muchos menos contrastes que su compañera. Su cabello castaño oscuro y ondulado se volvía rubio por debajo de las orejas hasta los hombros, pidiendo a gritos un nuevo teñido o un corte de pelo. Sus ojos eran oscuros y su piel morena, quedándole una figura mucho más regular y armónica que la de su compañera.

“¿Ma… Marta? ¿Paula? – Balbuceó tras el ardiente beso – ¿Qué hacéis aquí?”

“¿Aún sigues metiéndote con niños pequeños? La verdad, a veces no sé que hago saliendo contigo” dijo la descrita en primer lugar.

“Pero si tú eres tres años más joven que yo…”

“Si no hubieras repetido tres veces no estaríamos en el mismo curso, y no te conocería, así que esta vez te perdono, pero déjale ya en paz”.

“¿Hasta cuándo vas a restregármelo? Ahora voy bien”.

“Claro, a la cuarta va la vencida…” intervino la otra chica.

“No tiene gracia, Paula – respondió y después se dirigió a Reik – Bueno, creo que esta vez lo dejaremos aquí”.

Gabriel se marchó con las dos chicas y el joven Reik se quedó sólo el resto de la jornada. A la salida estuvo esperando a sus dos amigos. Un río de gente caminaba hasta la salida exterior desde el edificio principal. Él estuvo esperando y esperando hasta que dejó de salir gente y aquello quedó vacío. A los pocos minutos vio que salía una persona que reconoció que pertenecía a la misma clase que sus dos amigos. Preocupado, le salió al paso.

“Esto…”

“Ah, eres tú Reik – le dijo el chico – ¿Estás esperando a Cristina y a Alberto? Entonces será mejor que te vayas, están en un examen y saldrán tarde. Yo me he ido pronto porque no tenía ni puta idea. Se ve que esto de estudiar no es lo mío. Bueno, hasta otra chavalín” y se fue corriendo.

Cierto. En el recreo le habían advertido del examen pero el encuentro con Gabriel le había hecho olvidarlo. Resignado, se fue andando con tan mala fortuna que se puso a llover. El joven miró entonces con sus grandes ojos azules al cielo.

“Odio el agua…”

Comenzó el camino de vuelta a casa, cabizbajo. Avanzó por el ancho paseo en el que se encontraba en instituto hasta llegar a la glorieta en la que debía tomar el camino hacia la izquierda. La glorieta estaba adornada con varios árboles y plantas que al ser primavera, estaban todos en flor. Además el césped que cubría la zona se encontraba en su verdor más espléndido. Reik adoraba la naturaleza desde niño. Volvió a mirar al cielo y decidió que la intensidad de la lluvia no era suficiente para impedirle disfrutar de las flores durante un rato. Cruzó la carretera y llegó a la plaza. Se acercó a una orquídea que estaba en flor, con un tono rosa que degradaba de oscuro a claro. Estaba disfrutando de la belleza de la naturaleza cuando un puño emergió desde las plantas. El joven lo esquivó de un acto reflejo y el puñetazo fue directo hacia el suelo. Con el impacto se creó un agujero que después se ramificó en un montón de grietas hacia todas direcciones, destruyendo por completo el paisaje. Reik vio como una de las grietas absorbía la orquídea que había estado observando hasta ese momento, hundiéndose hasta lo más profundo de la tierra. Después, mitad enfadado y mitad asustado, observó a su agresor. Era un hombre alto, de cabellos largos y negros, al igual que sus ojos, ropas y una barba que le perfilaba la cara.

“¿Qui… Quién eres? ¿Qué quieres?” preguntó el joven tartamudeando.

El hombre no contestó. Se limitó a sacar el brazo del suelo, ver los destrozos ocasionados y preparar un nuevo ataque. Reik se quedó congelado del miedo. Nunca se había peleado en su vida y no tenía la intención de hacerlo ahora, así que cerró los ojos y se agachó esperando lo peor.

“¡¡Reik!!” escuchó.

Aquella era una voz familiar, se giró y en medio de la carretera estaban sus dos amigos. Sorprendido, miró hacia delante y el hombre había desaparecido.

“¿Has estado esperando a que saliéramos del examen?” dijo la chica.

“¿Qué ha pasado aquí? – se preguntó el chico al ver los destrozos – ¿ha habido un terremoto?”

Reik se quedó pensativo unos segundos pensando en contarles la verdad, pero pronto llegó a la conclusión de que no creerían que un hombre había aparecido de repente, destruido el suelo de un puñetazo e intentado atacarle.

“Sí… Un terremoto”.

“Pues que extraño que sólo haya afectado a esta zona – dijo la chica – Bueno, volvamos a casa. Tengo hambre”.

El hombre, escondido en una callejuela cercana, se reunió con su compañero bajito.

“La próxima vez podrías salir tú. Han estado a punto de descubrirme”.

“Yo soy un personaje público, si me ven podría desencadenar en un escándalo que acabase con mi carrera. No puedo arriesgarme. En cambio, a ti no te conoce nadie.”

“Que cómodo…”

Los tres estudiantes estaban llegando a la esquina de la calle de Reik cuando el chico se detuvo.

“¿Ocurre algo, Alberto?” le preguntó su pareja.

“Es que… tengo algo importante que tratar con Reik… Ya sabes, cosas de hombres, y quería pedirte… si no te importa…”

“¿Qué me vaya sola? Bueno, vale, no te preocupes, nos vemos mañana”.

La chica continuó caminando por la misma calle y los dos jóvenes giraron a la derecha, calle abajo. Al llegar a la altura de la casa de Reik, su amigo se detuvo.

“¿Qué querías decirme?”

“En realidad no es precisamente que quiera decirte algo, sino enseñarte”.

El chico sacó una pequeña cajita azul marino, con tapa plegable y un tacto muy suave, la abrió y en su interior había un precioso anillo de plata con brillantes engarzados.

“Eso es… Un anillo de compromiso”.

“Exacto. Voy a pedirle matrimonio a Cristina”.

“Pero si ella todavía es menor de edad, no podéis casaros”.

“A partir de la semana que viene que cumple los 18, sí – dijo guiñando un ojo – Pienso pedírselo el mismo día de su cumpleaños”.

Reik estaba tan sorprendido que se había quedado sin palabras.

“No te preocupes, no tienes que decir nada. Sólo quería que fueras el primero en saberlo, como mi mejor amigo que eres”.

“Gracias. Tú también eres mi mejor amigo” contestó y ambos se estrecharon la mano.

La semana siguiente transcurrió con total normalidad. Reik no volvió a ver al hombre de cabellos negros que le atacó, Gabriel continuaba atontado con Marta, sus dos amigos seguían igual de enamorados entre sí y la gente observaba el incidente de la rotonda como un leve terremoto, aunque las fuerzas de seguridad ni un equipo de geólogos que estuvo analizando la zona pudo determinar la causa del accidente.

Finalmente, llegó el gran día. Reik se despertó como de costumbre, esperando ser recibido a la puerta de casa por sus dos amigos. Sin embargo, aquel día, al abrir la puerta de fuera, sólo se encontró con su mejor amiga.

“¿Dónde está…?”

“No lo sé. Pensaba que tú lo sabrías”.

Los dos jóvenes se quedaron absortos ante aquella situación. En un primer momento decidieron quedarse esperando a ver si llegaba. Sin embargo, la hora de entrar a clase se les echaba encima. Finalmente, y mirando hacia atrás a cada minuto, partieron rumbo al centro educativo.

Salvo por la ausencia de Alberto, aquél día estuvo cargado de alegría. Cristina recibió felicitaciones de todo el mundo. Amigos, profesores, familiares y, por supuesto, del propio Reik. Ella sonreía feliz, pero dentro de su corazón no podía dejar de pensar dónde se encontraría su amado.

El día terminó y él no apareció, por lo que Reik y su amiga regresaron a casa preocupados. La chica acompañó a su joven amigo hasta su casa y allí se despidieron. Cuando subió a su habitación dejó la mochila en su habitación y se dispuso a bajar a comer. En el momento en que agarró el pomo de la puerta de la habitación escuchó el sonido de una diminuta piedra estrellarse contra su ventana. Extrañado, abrió la ventana y se asomó. Allí, en medio de la carretera, estaba su amigo Alberto, sonriente.

“¡¿Dónde has estado todo el día?! ¡Cristina está más que preocupada!”

“Perdóname, Reik. Quería que lo de hoy fuese algo especial, y por eso he estado esperando el momento en que se quedara sola. He venido a avisarte porque supuse que tú también estarías preocupado. Pero tengo que irme, he de alcanzar a Cristina antes de que llegue a casa. Adiós Reik, y gracias”.

“Adiós, amigo” contestó, y vio como se alejaba corriendo calle abajo.

Él no lo sabía en ese momento, pero ese adiós había sido una auténtica despedida, aunque no tardaría en averiguarlo.

A la mañana siguiente no se podía mantener en pie de la emoción. Deseaba con ansias que llegaran sus dos amigos para transmitirle la respuesta. Más de diez minutos antes de que hubiera la más mínima posibilidad de que llegaran él ya estaba vestido, arreglado, desayunado y preparado para salir. Cuando sonó el timbre, no habían pasado cinco segundos y Reik ya estaba abriendo la puerta exterior y saludando a sus dos amigos. Lo que no se esperaba, es que estuvieran los dos de espaldas el uno al otro y mostrando claramente un enfado.

“¿Pa… pasa algo?” preguntó preocupado.

“Por supuesto que pasa algo – dijo la chica – Pasa que hemos terminado”.

“Eso está más que claro” dijo el chico.

Reik no daba crédito a lo que estaba oyendo y exigió una explicación.

“Pero, ¿qué decís? Si ayer ibais a casaros…”

“¿Yo? ¿Casarme con ésa? Vamos, ni loco”.

“Pues anda que yo…”

“¡¿Queréis decirme de una vez qué ha pasado!?” gritó Reik al verlos discutir.

“Vaya, parece que a alguien se le han subido los humos – dijo la chica en un tono claramente despectivo – Si de verdad quieres saberlo te lo diré. Tu amigo, me ha regalado un anillo roto, es decir, me ha pedido a gritos que cortemos, después de estar camelándome con que me iba a decir algo muy importante. Tanto tiempo juntos para nada…”

“Te he dicho mil veces que el anillo estaba bien la última vez que lo mire, no sé que ha podido pasar, pero tú no me crees. Para ser sincero, no sé cómo se rompió el anillo, pero tienes razón en una cosa, no quiero seguir con esta relación. No merece la pena si no hay confianza en la otra persona”.

“¿Confianza? Dices que has comprado el anillo expresamente para mí, que lo has guardado hasta hoy porque era algo muy especial y que por eso me lo dabas el día de mi cumpleaños. Lo tenías todo planeado, ¿verdad? Una cosa es confianza y otra ser imbécil”.

“Reik, puedes apoyarme, tú viste el anillo, díselo”.

“Sí, es cierto que lo vi”.

“Vaya, utilizas al niño como coartada. Seguro que se lo enseñaste y lo rompiste después. Pudo ser así, ¿verdad, Reik?”

“Bueno, esto, yo… No sé”.

“Reik, ¿me estás traicionando?” dijo el chico.

Reik negó con la cabeza.

“Reik, ¿me estás llamando mentirosa?”

El joven ya no sabía a quien hacer caso. Estaba seguro de que había una explicación para lo ocurrido, y si la supiera, se la haría ver a sus dos amigos. Sin embargo no era capaz de encontrarla. Cuando le dejaron en paz, se pusieron a discutir entre ellos, subiendo el tono cada vez un escalón más que el otro, hasta que acabaron gritando a viva voz.

“Seguro que hay una explicación. Podemos buscarla los tres juntos…”

“¡¡¡¡CÁLLATE!!!!” le gritaron a la vez.

Aquel grito le partió el alma. Fue la última vez en aquella pareja que hicieron algo juntos. Entonces entendió que cualquiera de sus esfuerzos era en vano. No había nada que hacer.

Impotente, echó a correr, intentando escapar de la realidad, deseando despertar de un mal sueño. Sin embargo, no fue así. Por más que se alejaba, continuaba escuchando los gritos de hasta hace pocos dos enamorados que habían encontrado un prematuro final por tratar de unirse demasiado pronto. Cuando se dio cuenta, estaba a kilómetros de su casa, y las voces que había estado escuchando provenían de su cabeza, con una viveza que las había hecho parecer reales hasta ese momento. De pronto se vio en un parque. Un verde parque con césped por todas partes y unas extrañas murallas marrones que subían a un pequeño mirador y una fuente al lado.

“Este… este parque lo conozco, aquí se conocieron Alberto y Cristina. Demás, ella tiene que pasar por aquí para volver a casa. Seguro que fue aquí donde ocurrió todo. Puede que encuentre alguna pista”.

Empezó a buscar y a buscar algo que consiguiese reunir de nuevo a sus dos amigos para completar su propia felicidad. Registró bancos, suelo, paredes, muros, césped, la fuente… Estuvo horas y horas buscando. El sol comenzaba a ponerse en el horizonte, Reik estaba sudando, fatigado y sucio, apenas le quedaban fuerzas. Cayó rendido sobre el césped del parque al mismo tiempo que se ponía el sol.

“Haaaa, haaaaaaa. Nada… De todas formas ¿qué esperaba encontrar?”

De pronto notó algo raro pinchándole en la espalda. Se giró y vio que una pequeña piedra preciosa estaba ahí, entre las hojas del césped. Lo cogió y lo examinó detenidamente.

“Esto… ¡es uno de los brillantes que componían el anillo que me enseñó Alberto! Puede que encuentre algo”.

Observándolo, se dio cuenta de que uno de los lados estaba como quemado. Tenía pensado optar por el Bachillerato tecnológico llegado el momento, por lo que tenía conocimientos físico-químicos de niveles superiores al de su curso actual, y sabía que aquella quemadura no era normal.

“Para hacer algo así se necesita por lo menos un soplete, y debería ser diminuto si se partió el anillo en vez de quemarlo entero. Alberto no tiene medios para hacer una cosa así. No sé quien ni cómo lo ha hecho, pero él es inocente. ¡Si vuelvo ahora puede que aún esté a tiempo de salvar la relación!”

Antes de que pudiera darse cuenta, alguien le golpeó en la nuca con el filo de la mano, cayendo al césped de bruces. Sus ojos se fueron cerrando levemente, dándole tiempo apenas de ver como una mano agarraba el brillante.

“Lo siento, chico, pero esto me lo quedo yo – escuchó – Quiero hacerme un colgante”.

Perdió el conocimiento. Cuando abrió los ojos era de noche, no veía lo que había de frente, pero sí veía un edificio vanguardista con gigantescas ventanas, luces de neón de colores fríos y mucha gente en el interior, a lo lejos. También escuchaba el sonido del agua y el ruido de patos deslizándose sobre ella lanzando graznidos.

“Estoy cerca de… el centro comercial nuevo, que tiene un lago al lado”.

Por último, notó que sus pies no tocaban el suelo. Estaba siendo sujetado por el cuello de la camiseta. Tan pronto como quien le sujetaba se dio cuenta de que se despertaba, fue arrojado al lago, mientras veía en el agua el reflejo del brillante en el cuello de su agresor.

“No… – pensaba mientras veía acercarse el agua – No tengo fuerzas para nadar… Estoy demasiado agotado de buscar pruebas… Y ahora se están desvaneciendo delante de mis ojos… Y no puedo hacer nada… Voy a morir… No quiero morir… No quiero morir… ¡No quiero morir! ¡¡¡¡No quiero morir!!!!”

El joven lanzó un fuerte gritó un momento antes de caer al lago y se desvaneció de la emoción del momento. Soñó con un mundo perfecto en el que todo lo ocurrido ese día había sido el verdadero sueño, y el sueño la realidad.

Unas palmadas en la mejilla le despertaron. Cuando abrió los ojos, vio un policía en silla de ruedas de notable musculatura delante de sus ojos. A su lado otro, pero gordo y más viejo, con el pelo muy canoso. Al ver que despertaba, el policía en silla de ruedas sacó un comunicador y presionó un botón.

“Capitán Kevin, tenemos al sospechoso”.

“Muy bien, agente Swanson. Traedlo ahora mismo” se escuchó por el altavoz.

“¿Dó… ¿Dónde estoy? – preguntó aún sin saber qué ocurría – ¿Qué ha pasado?”

No tardó en notar algo raro, veía el centro comercial y el parque que lo rodeaba, pero notaba que la superficie estaba fría, algo bastante extraño siendo primavera. También se fijó en que no escuchaba el sonido del lago ni de los patos, así que miró a su alrededor buscándolos. Mayor fue su sorpresa cuando se encontró con el tanto el lago como los patos habían sido congelados misteriosamente y tanto los policías como él mismo estaban caminando sobre aquella superficie de hielo.

“¿Qué ha pasado aquí?” preguntó ya algo más sereno.

“Eso estamos deseando averiguar, pequeño – dijo el policía en silla de ruedas – Ya nos contarás todo en comisaría. No sé por qué has hecho esto pero espero que tengas una buena explicación – le coloca unas esposas – Se te acusa de un doble asesinato con premeditación y alevosía. Procedo a leerte tus derechos. Tiene derecho a guardar silencio, cualquier cosa que diga podrá ser utilizada en su contra en un tribunal. Tiene derecho a un abogado, si no puede proporcionárselo usted mismo, se le proporcionará uno de oficio…”

No podía creerlo. Al parecer sus dos amigos habían aparecido muertos con signos de violencia, y le acusaban a él. No habían sido vistos en todo el día, y la última persona que se tiene constancia que les vio con vida había sido Reik cuando fueron a buscarle para ir a clase.

Se lo llevaron a comisaría, donde el propio Kevin, jefe de la Guardia Petoriana le interrogó, dada la gravedad del cado. Reik expuso con su mejor léxico todo lo sucedido, la discusión, su búsqueda, el misterio de su agresión y cómo fue arrojado al río. Sin embargo, sus argumentos no convencieron a nadie. Sus propios padres se desentendieron de él, alegando, con todo su dolor, que aunque fuera su hijo, debía hacerse justicia.

El tribunal de primera instancia le dejó en prisión preventiva con fianza, pero nadie se prestó a pagarla, por lo que estuvo encerrado hasta que salió el juicio. Llegado el día, fue conducido a la Audiencia Nacional de Petoria, donde un juez comenzó el proceso con unos cuantos golpes a la mesa con un martillo de madera.

“La Ciudad-Estado de Petoria contra Reik Evans. Que comience la sesión”.

El tiempo en prisión preventiva había hecho cambiar a Reik. Ya no era aquel chico soñador, alegre e inocente e antaño. Su mirada se había afilado, ya no sonreía, permanecía serio y había perdido toda esperanza de salir airoso de aquella situación. Sabía a lo que había venido.

“La acusación hablará en primer lugar” dijo el juez.

“Llamamos a declarar al agente Swanson” dijo el fiscal.

El policía en silla de ruedas compareció ante el juez.

“Señor Swanson – comenzó el fiscal – Usted llevó la investigación del caso, supervisado por el propio Kevin, ¿no es cierto?”

“Sí, es cierto”.

“¿Puede contarnos las pruebas que encontró contra el acusado?”.

“Sí, por supuesto. Hubo testigos que vieron discutir a las dos víctimas con el acusado la mañana del día que ocurrieron los hechos. Sabemos que el acusado fue la última persona que los vio con vida y por tanto la única con una oportunidad de cometer el crimen”.

“¿Encontraron el móvil del asesinato?”

“Sí, en los compañeros y amigos de las víctimas”.

“¿Qué decían esos compañeros?”

“Decían que era una pareja de enamorados digna de protagonizar una película de romance. Se amaban, nunca discutían… No había motivo para pensar que se hayan matado entre ellos. Sin embargo, si nos comunicaron que había claros indicios de que el acusado sentía atracción hacia una de las víctimas, y por eso estaba siempre junto a ellos”.

“¿Comprobaron la coartada del acusado?”

“Sí, en efecto, sus huellas estaban por todo el parque, como él dijo, pudo haber estado registrándolo todo, pero eso no nos sirve para confirmar la hora del asesinato. En referente al misterioso agresor que le arrojó al lago, también registramos los alrededores, pero ese parque es transitado por decenas de personas cada día, era imposible analizarlas todas, unas borraban otras. Aún así, ninguna de las huellas que encontramos coincidía con ningún criminal de nuestra base de datos. Por último, respecto al brillante del anillo que dijo encontrar, no lo encontramos por ninguna parte”.

“¿El estado del anillo se correspondía con el descrito por el acusado?”

“Sí. Según nuestros análisis, ninguna de las víctimas pudo haberlo roto de esa forma, a menos que trabajasen en la industria metalúrgica, lo que descarta aún más la versión de los hechos contada por el acusado”.

“No hay más preguntas, señoría”.

“¿La defensa quiere hacer alguna pregunta?”

“Sí – se levantó un abogado joven, con pinta de haber acabado la carrera el curso anterior – Se está intentando culpar a mi defendido únicamente con pruebas circunstanciales. No hay ninguna prueba que lo incrimine directamente. Dígame, agente Swanson, ¿cómo explica el lago congelado?”

“Según nuestros científicos, pudo ser una helada repentina, ya que el planeta aún no se ha recuperado del todo de la crisis del Cambio Climático que sufrió hace unas escasas décadas”.

“Entre las tres y las ocho hubo gente que vio a mi defendido en el parque, cómo bien dijo, buscando pruebas para reunir de nuevo a sus dos amigos, ¿no confirma eso su coartada?”

“No, la hora estimada del crimen fue entre las nueve y las once de la mañana, en el horario lectivo, donde los jóvenes estudian y los adultos trabajan, la ciudad está medio vacía a esas horas. Pudo haber cometido el crimen perfectamente”.

El abogado defensor vertió todos sus esfuerzos en defender al pobre Reik, pero de nada sirvió. La acusación destruía todos los débiles argumentos a favor del joven, terminando también el joven abogado por dar por perdido el caso.

“Bien – dijo el juez – ¿El jurado ha tomado una decisión?”

“¡Culpable!” contestaron a coro doce hombres sin piedad.

“Entendido – dijo el juez – Reik Evans, la Ciudad-Estado de Petoria le declara culpable de los dos asesinatos con premeditación y alevosía, y con el poder que otorga el código penal le condeno a…”

“¡Espere, por favor!”

Un hombre bajito y rubio irrumpió en la sala. Según avanzaba, la gente comentaba a hurtadillas sobre él. Al llegar hasta el juez, solicitó la palabra.

“¿Qué ha venido a hacer aquí, Sr. Griffin?”

“Le pido disculpas por la intromisión, señoría. Debo hacer constar que dada la gravedad de los hechos, el gobierno no ha podido evitar seguir e intervenir en este proceso judicial. Como todos sabemos, es uno de los crímenes más grandes de la historia de nuestra ciudad, por ello, pido a su señoría, como gobernante de Petoria, que me permita imponer al acusado el castigo que se merece”.

“Sr. Griffin, ninguno de los presentes dudamos de usted. Sin embargo, este es un proceso judicial y quien debe imponer el castigo soy yo, el juez”.

“Me temo que debo insistir señoría. Veo que no sabe, la gravedad de los hechos que se han cometido aquí”.

“No se trata de eso. Hablamos de los derechos del acusado. Las leyes dicen que debe ser condenado por un juez. Si quiere que le conceda esa petición, deberá contar con su consentimiento”.

“Señor abogado defensor, ¿puede preguntar al acusado por su posición?”

Reik le hizo una seña a su abogado.

“Mi defendido dice que le es indiferente quien le imponga el castigo, que no opondrá resistencia”.

“Sea así, por la presente, declaró a Reik Evans culpable de homicidio en primer grado. Desde este momento, pasará disposición de Peter Griffin, presidente de Petoria, quien le impondrá el castigo que crea oportuno. ¡Se levanta la sesión!” exclamó y dio un golpe final con el martillo a la mesa.

Dos policías escoltaron a Reik hasta una limusina a la que también se subió Peter Griffin.

“A mi castillo” le dijo al chófer.

Durante el viaje Reik no abrió la boca, por lo que Peter tuvo que iniciar la conversación.

“¿No dices nada?”

“¿Qué quieres que diga?”

“Al menos, las gracias por salvarte de la cárcel. Aunque seas menor, ya estás en edad de ir a una prisión de adultos”.

“¿Qué importa eso? El juez dijo que usted me impondrá la pena que me corresponda, y tratándose de un político, seguro que lo utiliza como herramienta electoral”.

“Jajajaja, no, te equivocas, yo quiero ayudarte, porque yo sé que tú no mataste a tus dos amigos”.

En ese momento la mirada de Reik se iluminó por un momento, pero se apagó pronto. La experiencia le había enseñado a no ilusionarse inútilmente.

“No lo creo”.

“Lo imaginaba. Ya estamos llegando a mi castillo. Sígueme, puede que logre convencerte”.

Después de varios minutos de grandes jardines tras atravesar las verjas de entrada, llegaron al castillo. Un portón al más puro estilo medieval servía como entrada principal. Al atravesarla, una alfombra roja indicaba el camino hacia unas escaleras que había al frente. Peter y Reik caminaron a través de la alfombra. Al subir a la primera planta giraron a la izquierda hasta el despacho de Peter. Al entrar, se sirvió una taza de te y le ofreció otra a Reik.

“No, gracias. Ahora dígame, ¿es una especie de mafioso o algo así?”.

“Antes de contestar a tus preguntas, quiero que veas a alguien. ¡Shawn, sal!”

Una puerta se abrió y detrás de ella apareció el hombre de cabellos largos y negros al igual que sus ropas, sonriendo.

“Tú eres quien me atacó aquél día… Ya lo entiendo, ¡has sido tú, ¿verdad?!”

“Te equivocas. No hemos sido ninguno de los dos – dijo Peter – Pero también sabemos que no has sido tú”.

“¿Cómo está tan seguro? Las pruebas me incriminan directamente”.

“Porque estuvimos vigilándote hasta pocos minutos antes del atardecer de ese día”.

“¿Cómo?”

“Sí, siento tener que decirlo así, pero te hemos estado siguiendo. El día del incidente, mi compañero Shawn estaba vigilándote como de costumbre. Vio la discusión entre tus dos amigos, y también cómo estuviste buscando durante horas en el parque. Desgraciadamente, como vimos que no te ibas de ahí, te dejamos en la intimidad dada tu entonces frágil situación emocional. Si hubiéramos estado un poco más, habríamos visto a quien te atacó. Te pido disculpas también por eso”.

“¡Tonterías! Si eso fuera cierto ¿Por qué no lo dijeron en el juicio?”

“Si hubiéramos comparecido a tu favor, hubiésemos tenido que explicar las razones por las que te seguíamos, y no podíamos hacerlo. De lo contrario, te habrías convertido en un conejillo de indias para los científicos”.

“¿Por qué me seguían?”

“¿Por qué crees que se congeló el lago?”

“No sé, supongo que por eso del Cambio Climático que hubo hace tiempo”.

“¿Eso crees? Pues te sorprenderá saber que el lago lo congelaste tú”.

“¿Yo? – Contestó sin ningún tipo de alusión – He oído cosas graciosas, pero esta se lleva la palma”.

“Je, esperaba esa respuesta. Shawn, adelante”.

El hombre de cabellos largos se lanzó a por el, le agarró de la cabeza y le lanzo por una ventana, precipitándolo sobre el jardín.

“Gracias Shawn. No me apetece que destroces el castillo”.

El césped amortiguó la caída del joven, aunque aún así se hizo bastante daño. Acto seguido, Shawn saltó por la ventana. En el aire cargó un puñetazo y fue directo hacia Reik. Había aprendido técnicas de lucha básicas en prisión, así que, viendo venir claramente el ataque de Shawn, no tuvo más que rodar hacia un lado para esquivarlo. El puño se incrustó en el suelo, creó un agujero que después se ramificó en un montón de grietas hacia todas direcciones, destruyendo por completo el jardín del castillo.

“Tampoco quería que me destrozases el jardín” dijo Peter mirando desde la ventana de su despacho.

Reik se vio entre plataformas de tierra, pero no le fue difícil moverse entre ellas. Avanzó saltando de una en una hasta llegar a su oponente, a quien dio una patada en la espalda, sin conseguir absolutamente nada.

“¿Eso ha sido un mosquito?” dijo Shawn en claro tono sarcástico.

En aquel momento Reik comprendió la desventaja, pero ya era tarde. Shawn le golpeó en el estómago varias veces seguidas, siendo el último golpe más fuerte que los anteriores, y mandándole hasta el muro del castillo. Sin perder un segundo, Shawn acometió contra Reik cargando un nuevo puño en el viaje.

“¡No!”

Reik cerró los ojos y echó las manos hacia delante en un acto reflejo.

“¿Ves? Yo tenía razón” dijo Peter desde la ventana.

Reik abrió los ojos de nuevo. Su contrincante estaba parado delante suyo con el puño congelado.

“Eso… ¿lo he hecho yo?”

“Exactamente. Tienes el poder del hielo, por eso te seguíamos. Aunque aún no sabes usarlo, si aceptas quedarte con nosotros podemos ayudarte a sacarle el máximo partido. Tenemos otros cuatro chicos como tú ya entrenando en otro lugar, y estamos en proceso de conseguir otros dos. Únicamente te pedimos una cosa a cambio”.

“¿A cambio?”

“Exacto. Sabemos de cierta organización que pretende causar el mal en todo el planeta. Aún son sólo indicios, pero parecen que van tomando solidez a lo largo del tiempo. Si alguna vez llega a presentarse una verdadera amenaza, queremos que nos ayudes a defender nuestra tierra. ¿Qué me dices? No tendrás que ir a la cárcel, aprovecharás tus poderes, y sobre todo, podrás investigar sobre la muerte de tus amigos”.

Reik se quedó unos segundos pensando.

“Investigar… Vengarme… Hacer Justicia… Hielo… Parece que no suena del todo mal. Está bien, aceptaré tu posición. Me convertiré en el guerrero más poderoso que existe, a quien nadie pueda derrotar nunca. Entonces buscaré a quien ha destruido mi felicidad, ¡y acabaré con su vida! Pero yo también pediré una cosa a cambio, no quiero juntarme con ninguno de esos chicos que dices que tienes a menos que surja el peligro del que hablas. Esta es mi batalla. Y he de hacerlo solo”.

“Como desees. Desde ahora eres… ¡el caballero del hielo! ¡Que esta espada sea tu arma y te ayude en tu cometido!” exclamó y le lanzó una espada.

La espada cayó al suelo. Reik caminó hasta ella, la cogió y la alzó hacia el cielo. El sol se reflejó en ella bañando su rostro con el calor de un futuro lleno de esperanza.

sábado, 24 de noviembre de 2007

Episodio LXII

Es hora de atar cabos. Que lo disfrutés.

Título: Yomiagere (lo pongo en jap xq es spoiler, se puede mirar en la entrada de vocabulario que tengo en este mismo blog, pero no lo aconsejo hasta haber leído el capitulo)

Tamaño: 7'8 (el ep más corto de todo el volumen, pero no daba para más, y es posible que el último de para menos todavía)

Dedicado a: Todos los personajes que han muerto hasta hoy.


Episodio LXII

E

l Capitán Lardo caminó hacia Peter y la princesa, con la espada aún desenvainada y cubierta de sangre, sonriendo plácidamente. Los caballeros le veía avanzar, pero todos sus esfuerzos por levantarse eran en vano. Peter trataba de mantener la compostura delante de la princesa y del moribundo Shin, pero se podía apreciar que por dentro estaba invadido por el miedo.

“¿Qué hago ahora? – Pensaba desconcertado – No puedo utilizar mis poderes para curar a los demás porque si los vuelve a derrotar yo sería el siguiente. También es inútil cubrirme con una barrera, antes ha destruido una de las más fuertes sin ningún esfuerzo. Parece que esto es el final…”

Dayuri hizo una reverencia a la princesa que ésta rechazó mirando hacia otro lado y después se agacho hasta estar a la altura de Peter.

“¡Eh! – Susurró – ¿Por qué no vas a curarles con tus poderes antes de que se mueran? Sería una pena que si nos vemos otro día no nos pudiéramos divertir como hoy. Venga, hasta otra”.

Sin dejar de sonreír, se levantó, volvió a mostrar sus respetos a la princesa y se marchó de allí volando.

Por su parte, Peter, aún con el pulso acelerado y sudando, se dio un pellizco. No se lo podía creer.

“¿Piensas quedarte ahí sentado temblando hasta que salga el sol? – Preguntó la princesa – Todos te están esperando”.

Peter reaccionó y miró a su alrededor, contemplando a todos los heridos que le observaban impacientes por calmar su dolor.

“¡Oh! ¡Perdón!” exclamó levantándose.

Observó su reloj, al cerebro de Reik le quedaban segundos para dormirse para siempre. Tan rápido como sus pequeñas piernas le permitieron, corrió hacia Reik y comenzó a tratarle.

“Eh… – susurraba Gabriel desde el suelo – A él no le hace falta curarse. Atiéndenos a nosotros primero…”

“Ya lo hemos hablado, tiene preferencia. Al menos haremos que esté orgulloso de su final. Lo siento pero tendréis que venir hasta aquí por vuestras propias fuerzas. Tardaré bastante en curarle, el cerebro apenas tiene oxígeno y le cuesta mucho procesar el cierre de las heridas, espero que aguante”.

Los caballeros ponían todo su empeño en levantarse para ir hasta Peter; sin embargo, con la gravedad de sus heridas lo único que conseguían era arrastrarse por el suelo. La cicatrización de las heridas de Reik era lenta, pero fluida, se cerraban al mismo ritmo que se acercaban los caballeros.

“Esto marcha…” pensó Peter sonriendo al ver que sus esfuerzos daban frutos.

Mientras Peter realizaba sus quehaceres, Shin se apagaba poco a poco. Viendo su final, se apoyó en un árbol y trató de relajarse.

“Cuando cure a Reik me pondré contigo – dijo Peter – No te salvará, pero durarás más tiempo con nosotros”.

“Gracias”.

Las heridas de Reik no tardaron mucho más en cerrarse. Al apagar la luz verde de sus manos se dio cuenta de algo. No habían pasado más que unos minutos desde su muerte, sin embargo, su cuerpo ya estaba frío como el hielo. Apenado pero satisfecho, Peter retiró sus manos y fue a curar a los demás.

“Al menos hemos cumplido en nuestra última labor – pensó mientras se alejaba –

Adiós, Reik”.

Shin no le llevó mucho tiempo y enseguida se puso con los caballeros, según llegaban. Una vez estuvieron todos curados, observaron a Reik en silencio, ahora con la marca de labios sin ningún brillo.

“Esa marca de labios… – comentó la princesa – Ha sido la causante de toda esta masacre”.

“Es cierto, casi se me olvida. He de deciros como eliminarla. Necesito que alguien haga un agujero en el suelo, de un metro por lo menos”.

“Yo lo haré” dijo Bill.

Todos observaron atentamente.

“¡Tekkai!”

Bill dio un fuerte puñetazo al suelo, haciendo un agujero bastante profundo que debido a la oscuridad de la noche, no se podía ver el fondo.

“¿Y Ahora?” preguntó Arturo.

“Coged lo que hay al fondo del agujero”.

Arturo metió la mano en el agujero y al sacarla, un poco de agua mojaba su mano.

“¿Agua? ¡Claro! – Exclamó Fidel al saber de donde provenía – Estamos cerca de la costa, es normal que haya a tan poca profundidad, por eso has pedido que hagamos el agujero de un metro como mínimo”.

“Echad un poco sobre la frente de vuestro amigo”.

“¡Venga ya! – Gritó Jonyo – ¡¿Me estás diciendo que llevamos todo este tiempo comiéndonos la cabeza para que se quite con agua?!”

“Jajaja – se rió Shin pero paró al momento por el dolor – Claro que no, echadla y lo veréis”.

Arturo se agacho y, metiendo esta vez las dos manos en el agujero, sacó un poco de agua entre ellas y la vertió sobre la frente de Reik. El agua se extendió por toda su frente sin borrar la marca, salvo pequeñas líneas que desaparecieron como si algo se hubiera paseado por allí eliminando parte del pintalabios.

“Si no es el agua…” dijo Peter.

“Sí. Es la sal. Los cristales de sal del agua del mar se deslizan rodando por donde esta la marca de labios, y así la quitan, del mismo modo que la corriente de un río erosiona las piedras. Si seguís echándole agua o conseguís emitir un chorro a presión se le quitará del todo”.

Los caballeros fueron cogiendo cada uno un puñado de agua de mar y fueron dejándola caer sobre la frente del caballero hasta que la marca de labios desapareció.

“Pues si a ti se te quitó de golpe, debiste darte un chapuzón muy movido – comentó Jonyo – Bromas aparte, ¿cómo has deducido todo eso?”

“Bill cayó al mar y cuando salió no tenía la marca. En un primer momento pensé que podría ser el agua, como habéis pensado vosotros, pero esa hipótesis era imposible que fuese cierta, dada su incesante manía por la limpieza e higiene que no se desvaneció con su sometimiento. Visto ese detalle, podría haber sido la arena, pero no estaba manchado, así que el único componente que quedaba era la propia sal”.

De pronto esputó sangre y empezó a jadear.

“Vámonos al pueblo, supongo que querrás estar con tus seres queridos”.

“Me parece que no, princesa. Sabes perfectamente que aún me queda una cosa por hacer aquí”.

“No me digas que vas a…”

Un quejido ahogado desvió la atención de todos hacia atrás. Unos metros más adelante, tirada en el suelo en medio de un charco de sangre, Miss Jewel se aferraba a sus últimos momentos.

“Vosotros… vosotros… Me lo habéis quitado todo” susurró arrastrándose.

“Increíble, sigue viva” dijo Fidel.

“Pero si la atravesamos por ambos lados…”

“Da igual, Jonyo – dijo Arturo – Está muerta, nada puede salvarla, no le deben quedar más que unos segundos de su existencia. Ha estado a punto de tenerlo, y ha caído a un paso de la cima”

“Ayuda… Amor…”

“El Capitán Lardo se marchó hace ya un rato” dijo Gabriel.

“Wancho…”

“Wancho murió por defenderte” dijo la princesa.

“Bill… Mis siervos… Alguien…” sollozó medio llorando.

“Bill ya no está bajo tu control – dijo Shin – Has utilizado la voluntad de los demás para enfrentarlos, has dejado morir a tus propios siervos y despreciado a quienes de verdad te querían ayudar. Ahora estás sola. La muerte es un castigo demasiado suave para ti”.

“A pesar de todas tus fechorías – dijo la princesa – no soy capaz dejarte agonizando hasta que mueras. Si lo hiciera me rebajaría a tu nivel. Acabaré con tu sufrimiento”.

Dibujó con su brazo un semicírculo en el aire y un arco de luz con una flecha también de luz apareció entre sus manos.

“Siente la luz de mi Galbeila, será tu último recuerdo”.

La princesa disparó la flecha de luz, que en pocos segundos acabó clavada en una Miss Jewel hundida y humillada que intentaba resistirse tensando todo su cuerpo. Después penetró hasta lo más hondo de su ser y Miss Jewel empezó a iluminarse hasta convertirse en una auténtica figura de luz. Acto seguido, se consumió hasta quedar reducido a un punto de luz que terminó desapareciendo en medio del aire.

“Ahora todo ha terminado. No os olvidéis de purificar a los demás – dijo Shin – Ahora sigamos donde lo habíamos dejado”.

Shin apoyó sus brazos sobre el cuerpo del difunto caballero. En aquel momento, su cuerpo empezó a emitir una tenue luz azul que iba aumentando gradualmente.

“¿Vas a usar nuestro secreto ahora? ¿Aún después de haber visto todas las desgracias que ha traído a nuestro pueblo?”

“Han perdido a dos personas por nuestra culpa, por no saber resolver nuestros propios problemas. Y encima nos han ayudado a terminar con nuestros males. No podría morir tranquilo sin hacer esto”.

“Desde que llegamos aquí no hemos dejado de oír de vuestro secreto, – comentó Peter – ¿No podéis decirnos ya de qué se trata?”

La princesa, Bill, y Shin se miraron y asintieron con la cabeza.

“Es… – comenzó la princesa – la capacidad para demostrar tus sentimientos por quien más quieres”.

“La mayor protección que puedes darle a una persona que aprecias – añadió Bill – Y también la mayor compensación que puedes darle a alguien a quien has herido o ha sido herido por tu culpa”.

“La transmisión de la vida” concluyó Shin.

Un ligero viento recorrió el lugar en aquel momento y todas las dudas, los cabos sin atar y las incógnitas que habían surgido hasta ahora se desvanecieron.

“Entiendo, por eso cuando el antiguo rey estaba a punto de morir y rejuvenecía desaparecía alguien del pueblo – dijo Gabriel – Seguramente les amenazaba con hacer daño a sus familiares y no les quedaba más remedio que sacrificarse para salvar a sus seres queridos. Que cruel…”

“Cuando murió por última vez, la princesa desautorizó que la persona que estaba siendo chantajeada tuviera que sacrificarse, terminando así con el problema” explicó Bill.

“Sin embargo, algunos comerciantes ambiciosos vendieron la información por grandes cantidades de dinero en las islas cercanas, sin pesar el daño que podían causar a su pueblo – dijo Shin – Miss Jewel consiguió esa información y vino hasta aquí”.

“Sometiendo a todo el pueblo para que la adorasen como a una diosa no tendría problemas para que se sacrificasen cuando ella muriera, así conseguiría la vida eterna que tanto anhelaba” dijo Jonyo.

“La técnica funciona entregando la esperanza de vida que le queda al sacrificado al difunto, por lo que cuanto más jóvenes fueran, mejor” explicó la princesa.

“¿Y por qué no lo habéis usado antes?” preguntó Fidel.

“Sólo funciona cuando el cuerpo del fallecido esta en perfecto estado, sin ningún tipo de alteración, herida o virus en su interior. De no ser así, al resucitar la persona muere al instante de dolor. Cuando veía a Miss Jewel sacrificar gente, se ocupaba personalmente de que los cuerpos quedasen irreconocibles, precisamente porque sabía esto”.

“Es la hora – dijo Shin al ver que la luz azul que recubría su cuerpo había llegado a su punto culminante – Saludad a vuestro amigo de mi parte, aunque no me conozca…”

La luz fue traspasándose hasta Reik a través de las manos de Shin, quien, aunque había decidido su destino, tenía de él. Intentando escapar de aquella situación, retiró la vista del caballero y miró hacia arriba. Para su sorpresa, encontró el cielo que tanto deseaba, aún algo oscuro porque era de noche, pero con toques de claridad porque se aproximaba la luz del sol, y aún con las estrellas iluminándolo.

“Al fin volvemos a vernos”.

La princesa le vio y sonrió.

“Contempla los cielos, Shin, de una nación al fin libre en parte gracias a ti – pensó – Contempla los cielos de Arcadia”.

Aquella visión tranquilizó a Shin, que devolvió la vista hacia su objetivo, y lleno de ánimo, dio un fuerte grito, con el que la luz que quedaba se terminó de traspasar hacia el caballero. Después hubo un fuerte resplandor y todos los presentes se vieron obligados a cubrir sus ojos con un brazo.

En medio de la nada, donde todo es blanco, y no hay formas ni colores, el caballero del hielo vagaba flotando sin rumbo.

“¿Dónde estoy? – Pensaba – ¿Cómo he llegado hasta aquí?”

De pronto dos figuras humanas aparecieron delante de sus ojos. Estaban distorsionadas, pero él parecía reconocerlas perfectamente.

“Vosotros dos… ¿Seguís enfadados conmigo? No fue culpa mía…”

Otras dos figuras, esta vez más mayores, aparecieron por el otro lado.

“Padre… Madre… ¿Vosotros tampoco habéis sabido perdonarme?”

Por último vio la figura de Gabriel, aunque algo más joven, que le señalaba.

“Fue por tu culpa…” sentenció la figura del caballero de la rosa.

Las demás figuras se unieron al mismo propósito repitieron esa frase a coro. De pronto empezó a dolerle la cabeza, apartó la vista de aquellos que aparecían ante él, llevando la cabeza hacia el suelo, cerrándose los ojos, y tapándose los oídos con todas sus fuerzas a la vez que les mandaba callar a gritos.

“¡Callad todos! ¡Yo no pude hacer nada! ¡No fue culpa mía!”

En medio de la desesperación, sintió que alguien le ponía la mano en el hombro. Se volvió, abrió los ojos y todo era distinto. Era Arturo, y a su alrededor estaban Fidel, Jonyo, Gabriel y Peter, además del tipo con el que se había enfrentado en el bosque y una chica que sujetaba el cuerpo de un tipo que parecía inconsciente.

“Qué… ¿Qué ha pasado?”

“Es… Está vivo – dijo Fidel medio llorando – De verdad está vivo”.

Los caballeros dieron un gritó de alegría y empezaron a hacerle muestras de afecto a su resucitado compañero. La princesa y Bill observaban complacidos.

“Parece que al final no todo ha salido mal”.

“Bueno, – dijo la princesa haciendo una caricia al ahora cadáver de Shin – Supongo que era su decisión, y tenemos que respetarla, pero no me gusta la idea de que haya muerto tanta gente”.

“Ahora que todo ha terminado, ¿le gustaría que saliésemos un día a tomar algo?”

“Lo pensaré…” contestó la princesa con una pícara sonrisa.

Los caballeros continuaban alrededor de Reik, aún sin dar crédito de lo que acababa de ocurrir.

“No es que me desagraden las muestras de afecto – dijo el renacido caballero – Pero si me explicarais que ha pasado a lo mejor entendía porque estáis tan contentos. Y otra cosa, siento que llevo una eternidad, ¿alguien puede encenderme un cigarro?”

“Jajajaja – reía Fidel – Este nunca cambia”.

“Vives pero ya has muerto – dijo Jonyo – Sabía que eras raro pero nunca pensé que lo fueras tanto”.

“Espero que esta experiencia te ayude a madurar” dijo Peter.

“Veo que ya no eres aquel pequeñazo que iba a mi mismo instituto” dijo Gabriel.

Aquellos comentarios confundían aún más al caballero.

“Venga, ahora en serio, dejadme respirar, ¡hombre! – Exclamó espantándolos como si de moscas se tratasen – Y contadme de una vez qué ha pasado. Mientras me fumaré un cigarro”.

“Está bien – dijo Arturo – Creo que necesitas una explicación. Escucha atentamente, lo que voy a decirte es la verdad, toda la verdad y nada más que la verdad, por extraordinario que parezca, ¿entendido?”

“¡Empieza de una vez!” dijo mientras daba la primera calada al cigarro.

De uno en uno, todos fueron contando parte de los acontecimientos, según los habían vivido con mayor protagonismo e intensidad. Cuando acabaron ya era de día, y el caballero no pudo evitar quedar sorprendido.

“¿Me estás diciendo que he estado muerto, que ese tipo me ha entregado su existencia y que ahora ha muerto?”

“Ya te advertimos que no era algo creíble” dijo Peter.

“Si que recuerdo haber luchado contra ese chico – dijo señalando a Bill – y tenía una marca de labios en la frente que ahora no tiene, así que la parte de la que hacía control mental suena creíble, pero sigo sin creer que pudiera controlarme a mí, el gran caballero del hielo”.

“Pues lo hizo… – dijo Gabriel – Y Arturo se vio en la obligación de matarte porque creíamos que no había cura”.

“También decís que he combatido contra Mireia y que gané, lástima de no poder acordarme… Si no la hubieras protegido puede que con suerte estuviera muerta”.

“No me arrepiento de nada”.

“No hables así de la chica – irrumpió la princesa – No es mala persona, durante el tiempo que estuve cautiva, fue quien me estuvo trayendo información del exterior y me animó cuando estaba deprimida”.

“Bueno, mejor dejémoslo – dijo poniéndose en pie – Ahora si me disculpáis. Tengo que irme”.

“Ya tendremos tiempo de irnos – dijo Fidel – Ahora descansemos un poco”.

“No, me parece que no habéis entendido, hablaba sólo de mí”.

Aquella aclaración, irónicamente, sirvió para confundir a los caballeros.

“Por vuestras caras veo que pedís a gritos una explicación. Veréis… no puedo seguir con vosotros”.

“¿Y eso?” preguntó Arturo.

“Es difícil de explicar, así que para lo entendáis todo bien voy a contaros mi pasado, así todo quedará más claro. Por favor escuchad con atención”.

miércoles, 21 de noviembre de 2007

Episodio LXI

Dados los últimos acontecimeintos, es decir, a que he sacado a la luz la única corrupción que existía en esta, nuestra historia, y por fin puedo dormir tranquilo, he querido recompensaros a los lectores haciendo de este capítulo algo más de lo que se pretendía en un primer momento, alargándolo lo más posible para así devolveros el favor de no cancelar el proyecto y también que las escasas líneas que restan para finalizar el volumen sean unas cuantas más. Ahí va.

Título: Lardo vs All

Tamaño: 11'6

Dedicado a: Todos aquellos que habéis leído eso

PD: El próximo pre-desenlace, tengo escrito bastante ya que este alargamiento no estaba pensado en un primer momento y lo he separado en dos capítulos independientes, así que estará en un par de días ^^.

Episodio LXI

C

lap, clap, clap… El sonido de un aplauso seco y sin ganas llamó la atención de los caballeros, que hasta ahora contemplaban el cadáver de su compañero.

“Mi enhorabuena, caballero – dijo el Capitán Lardo mientras continuaba aplaudiendo – Has sabido tomar la decisión final. Nunca pensé que fueras capaz de matar a ese otro caballero, y sin contar con la opinión de los demás. Desde luego, tienes lo que hay que tener”.

“Eso es mentira – interrumpió Fidel – Todos estábamos de acuerdo en esa decisión, pese a que nos dolía. Cuando Jonyo y yo atacamos a Miss Jewel dábamos por perdido a Reik, por eso decidimos que era mejor impedir que hubiera más víctimas. Bastante hemos sufrido nosotros, no queríamos que nadie pasara lo mismo. Todos tuvimos que tomar la decisión final”.

“Si queréis apoyaros unos a otros para repartir la culpa hacedlo – insistió Dayuri – Pero sigo pensando que sois tan asesinos como yo”.

“Ya estás empezando a dar donde duele – dijo Gabriel – Me parece que vamos a tener que darte tu merecido”.

“Jajajajaja, ¿pero os habéis visto? Estáis tan débiles que hasta una mosca podría con vosotros. Se ve que los vasallos de aquella a quien acabáis de quitar a vida no eran tan inútiles como ella decía. La otra opción es que vosotros no sois tan fuertes como os pintan”.

“Yo no he luchado – saltó Jonyo – Estoy perfectamente y puedo enfrentarme a ti”.

“Es cierto, tú estás bien. Pero con uno no tengo ni para empezar”.

“¿Cómo te atreves? ¡¿A que te…”

“Calma Jonyo – dijo Arturo – recuerda lo que nos pasó la otra vez con Mesa. Será mejor hacerle caso y atacar todos a la vez”.

“Escuchad un momento – murmuró Peter a los pocos que se encontraban cerca – Quiero deciros una cosa. No puedo levantar la voz porque si no él me oirá, así que prestad atención, y aseguraos de decírselo luego a Jonyo y a Fidel. Reik ha muerto y no le podemos resucitar, pero aún podemos darle un último homenaje. Nada más morir, los órganos se paran, pero el cerebro permanece activo, sólo muere cuando el sistema circulatorio ya no es capaz de enviarle más oxígeno para seguir funcionando, y mientras conserva un poco, sigue con vida. Durante ese corto período de tiempo, puedo usar mi poder de curación para restaurar su cuerpo y que al menos no esté en este estado tan lamentable, pero si se apaga el cerebro, mi poder no surtirá efecto, puesto que nada podrá dar la orden de cerrarse a las heridas”.

“¿Cuánto tiempo tenemos?” preguntó Arturo.

“Normalmente son unos 10 o 15 minutos después de la muerte, pero con la herida que tenía del combate y la que le has hecho ahora, no creo que a su cerebro le pudiera llegar mucho oxígeno, así que calculó que no aguantará más de 3 o 4 minutos, 5 como mucho”.

“Cinco minutos…” susurró Shin para sí.

“Caballeros, por favor dejadme combatir a vuestro lado – dijo Bill – Me siento responsable por la muerte de vuestro amigo. Si hubiera llegado antes quizás hubiéramos podido evitarla”.

“Me gustaría rechazar tu oferta, decir que tenemos todo bajo control y que te preocupases de recuperarte, pero creo que toda la ayuda que podamos recibir será poca”.

“Gracias, Arturo”.

“Me gustaría decir lo mismo, pero no puedo ni moverme, pronto me reuniré con vuestro amigo”.

“¡Shin!” exclamó la princesa.

“Lo siento princesa, pero no creo que me quede mucho más tiempo”.

“¡Es hora de erradicar todo el mal que acecha esta tierra!” exclamó Arturo.

Los caballeros se lanzaron contra el Capitán Lardo, cada uno desde una dirección distinta y Bill les siguió de cerca.

“Arturo – dijo Gabriel mientras avanzaban – Tú eres el que está más débil de todos. Quédate detrás. Nosotros nos ocuparemos de todo. Bill cubrirá tu puesto”.

“Genial – respondió Arturo reduciendo la velocidad – Ahora soy un estorbo…”

Por distancia y velocidad, Fidel llegó en primer lugar, atacando con un fuerte puñetazo en el estómago. Dayuri no se molestó en esquivarlo, es más, lo recibió con mucho entusiasmo; entusiasmo que se desvaneció de golpe al notar el Capitán que el ataque del caballero no le había obligado ni a mover un dedo.

“Venga, caballero. Seguro que puedes hacerlo mejor. Quizás cambiar de aires un poco te relaje un rato”.

Agarró el brazo que el caballero aún mantenía su estómago y le lanzó hacia los cielos, enviando una pequeña onda detrás como regalo. Fidel la vio mientras se elevaba, aún no había recuperado el equilibrio por lo que decidió cubrirse. La onda chocó en sus brazos cruzados sobre la cara; sin embargo, no explotó, en su lugar envolvió su cuerpo como si de una burbuja de energía se tratase.

“¿Qué es esto? No puedo moverme… Y tampoco puedo volar… ¡Me caigo!”

“¿Te gusta? – Dijo mientras empezaba a verle caer – Es una prisión de energía. Ahí dentro no puedes hacer nada que requiera el uso de energía, y moverte no es una excepción. Pero no te preocupes, con un impacto fuerte explota y eres liberado”.

“¡Sácale de ahí ahora mismo!” escuchó gritar a alguien a su espalda.

Gabriel estaba ya a escasos metros del Capitán, apoyado por Bill.

“¡Vamos! ¡Ataque en equipo!”

Bill salió en primer lugar, con la guardia baja y sin cubrir ningún punto de su cuerpo.

“¿Tú qué eres? ¿Un escudo humano?”

El Capitán, desconocedor de las habilidades de su antes aliado Bill, le golpeó con relativa suavidad, obteniendo como resultado no sólo no hacerle nada y escuchar un sonido metálico que le desconcertó, sino hacerse daño en los dedos por el impacto.

“¿De qué está hecho el cuerpo de este tipo?”

“¡Ha funcionado! ¡Aprovecha ahora que está despistado!”

Gabriel apareció por encima de Bill, dispuesto a darle una fuerte patada. Lejos de lo que esperaba, el Capitán agarró su pierna, le balanceó un poco y terminó estrellando su cabeza contra el cuerpo de Bill, que aún no había desactivado el Muro de Hierro.

“¡Aiba! – Exclamó Bill – Creo que debí haberlo quitado…”

El impacto fue tan fuerte que ocasionó una fuerte herida en la cabeza de Gabriel, abriéndole el cráneo y soltando mucha sangre, que mancho las ropas de Bill. El cuerpo del caballero cayó al suelo y Dayuri lo alejó de una patada.

“Espero que no hayas caído inconsciente, aún no he acabado contigo”.

Bill, culpable de haber herido al caballero de la rosa de forma involuntaria, quiso reparar su error intentando derrotar al Capitán.

“¡Ahora verás! ¡Haré que tus venas estallen!”

Golpeó a Dayuri en el cuello con el filo de la mano, y escuchó un leve sonido de algo espachurrándose.

“Se acabo, ahora la sangre no te llegará al cerebro y morirás”.

El Capitán retiró el brazo de Bill. Podían apreciarse algunos puntitos rojos por la zona en la que la mano había golpeado con más fuerza, mientras que los alrededores habían cogido un tono entre morado y rosado.

“Mmmmm, parece que me han hecho un chupetón… Me gusta”.

“Se ve que si quiero que mis golpes tengan el mismo efecto en él, tendré que golpear varias veces en el mismo sitio”.

“Dime una cosa, chaval. Eso de que hagas que tu cuerpo se vuelva duro como el hierro, ¿también se aplica a tus cabellos engominados y peinados de punta?”

“Sí, ¿por qué lo preguntas?”

“Por nada, por nada” susurró mientras escuchaba a Jonyo acercarse por detrás.

Agarró a Bill estrellándole la mano en la cara y ejerciendo presión sobre ambos lados de la sien con el pulgar por un lado y con los otros por el otro. Cogido de esa manera, lo lanzó de cabeza contra el caballero del rayo, que se aproximaba a su espalda. El caballero lo vio y trato de redirigir su posición, pero a la velocidad a la que avanzaba era imposible, sólo consiguió que al frenar fuese un blanco más fácil, pero el impacto fuese más leve. La cabeza de Bill chocó contra su pecho, habiéndose convertido sus cabellos en auténticos pinchos que atravesaron la ropa y la carne del caballero, incrustándose en su cuerpo hasta que el cuero cabelludo lo permitió.

“Suerte que tiene el pelo corto” pensó Jonyo mientras sentía el dolor.

Tras retroceder unos metros por el impacto ambos cayeron al suelo, Jonyo retorciéndose y Bill, de nuevo, sintiéndose culpable por haber sido el arma del delito.

“Haznos un favor a todos y apaga eso de una vez” dijo Jonyo.

Una vez se libró de todos, saltó hacia el caballero de la tierra, que continuaba cayendo, dio una voltereta en el aire y golpeó de chilena a la esfera de energía que le envolvía, como si de una pelota se tratase, yendo directamente hacia Shin.

“Gol…” pensó el Capitán.

“No… puedo moverme” pensó angustiado.

Kekkai” dijo alguien a su izquierda.

Peter se puso en medio y desplegó una barrera de energía transparente con destellos naranjas, protegiendo a Shin. La esfera de energía que contenía al caballero de la tierra chocó contra la barrera, rebotó y se estrelló contra el suelo, levantando una nube de polvo y un montón de tierra que afortunadamente la barrera también pudo contener. Con el impacto, Fidel fue liberado, la esfera le envolvía impidiéndole moverse, pero no servía como escudo, por lo que quedó parcialmente inconsciente.

“Y ahora tú” dijo mirando a Arturo, el único que quedaba en pie, y empezó a colocarse en posición.

“Esta haciendo lo mismo que la otra vez” pensó Arturo.

El Capitán Lardo sacó su descompuesta espada llena de pequeñas mellas y con algunas zonas oxidadas. Retrasó una de las dos piernas, que mantuvo estirada y la que quedó delante la flexionó para una mejor sujeción al suelo. Extendió un brazo con la mano medio abierta que le sirvió de mirilla para enfocar de manera aproximada su objetivo. Después, colocó su espada mirando hacia el frente, sirviéndose de la mano para calcular la trayectoria adecuada. Arturo le vio y se puso en guardia.

“Va a atacarme de la misma forma que cuando me atravesó con esa espada mugrienta. – Pensó – Y de nuevo, estoy sólo ante el peligro, los demás están tirados por el suelo. Si me da otra vez estando tan débil, la doctora no podrá hacerme otra transfusión po lo del grupo sanguíneo. ¡No puedo permitirme ningún fallo!

Dayuri estuvo unos segundos quieto, observando y siendo observado. De pronto, y con la misma velocidad que la otra vez, se lanzó contra el caballero de frente.

“¡Lo veo!”

Desenvainó su espada en el momento preciso y la colocó en medio, bloqueando el ataque del Capitán. No obstante, la debilidad del caballero se hizo notar. La espada de Dayuri continuó avanzando raspando la de Arturo, siendo la fricción tal que salían chipas. La punta de la espada iba directa al rostro del caballero sin que éste pareciera poder evitarlo.

“¡Canchal!” exclamó una voz.

Unas rocas abruptas y puntiagudas emergieron del suelo que pisaba el Capitán, obligándole a saltar para que no le atravesaran las piernas. Sin embargo, no pudo evitar que le hicieran algún corte en la espinilla.

“¿Quién anda ahí? – preguntó furioso – ¡Nadie puede interrumpirme cuando me divierto!”

“¡Fidel!” exclamó Arturo al verle.

El caballero de la tierra estaba allí, manchado de tierra por el último golpe y con una herida en la cabeza.

“¡Deja a mi compañero!” exclamó y se lanzó contra él, espada en mano.

“Otra vez tú, creía que con servir de pelota te había bastado, pero veo que quieres más”.

“Arturo, ayúdame con tu poder”.

“Vale”.

“¡Caos Granítico!”

Un montón de rocas de granito salieron de las profundidades, desde la mismísima cámara magmática de la tierra y empezaron a arrejuntarse en el cielo en la misma

zona.

“¡Daidendan1!” exclamó Arturo.

Un fiero chorro de fuego emergió de los labios del caballero dirigido hacia las rocas.

“Habéis perdido el juicio... Os atacáis entre vosotros”.

Los pedazos de granito comenzaron a calentarse, primero emitieron vapor, después se fueron poniendo rojos y finalmente comenzaron a fundirse. Entonces Fidel junto sus dos manos y las rocas fundidas comenzaron a mezclarse formando un sólo cuerpo.

“¡Aquí está! – Exclamaron los dos caballeros al unísono – ¡Nuestro Dragón de Magma!”

La figura de roca fundida se lanzó contra el Capitán, que trató de mantener sus fauces con las manos desnudas. Al entrar en contacto con aquella masa de lava, empezaron a soltar vapor.

“Quema…” pensó Dayuri.

“Si pretendes esperar que las rocas se enfríen y endurezcan de forma natural, pierdes el tiempo – dijo Fidel – El granito se origina en la cámara magmática, con un lento proceso de fusión de tres minerales y su posterior enfriamiento. Es la roca magmática por excelencia, no va a ceder”.

“Jejeje, entonces haré otra cosa…”

Soltó las mandíbulas del monstruo de lava, que al no frenar de estrelló de bruces contra la tierra. Acto seguido se subió a su cabeza, se quitó la camisa, la enrolló y la colocó entre las fauces del monstruo, como si de un caballo se tratase, y empezó a domarlo.

“¡¿Qué hace ese loco!? – Exclamó Arturo – ¿Es que no se quema?”

“Mucho peor que todo eso es otra cosa… Estoy perdiendo el control del Caos Granítico”.

“¿Qué dices? No puedes no controlar algo que no está vivo, sólo es un montón de lava con la forma de un dragón”.

“Yo tampoco lo entiendo, pero parece que empieza a obedecerle a él”.

Pronto pudieron ver cómo el monstruo venía hacia ellos con el Capitán sobre él sonriendo como un niño jugando en un parque. Los caballeros no tuvieron más remedio que evitar retrocediendo, el ataque que ellos mismos habían originado. Tras ello la llameante figura volvió a estamparse contra el suelo, dando un bocado de tierra que se derramó después de sus fauces para poder seguir persiguiendo a sus objetivos.

Los caballeros optaron por defenderse lanzando algunas ondas de energía que al chocar con el dragón rebotaban tras impactar contra una barrera invisible que envolvía al dragón.

“¿Qué pasa? No le estamos dando”.

“Creo que sé que ocurre. Ha hecho lo mismo que me hizo a mí antes. Ha recubierto mi Dragón de Magma con una fina película de energía, así es cómo lo controla. Por eso sólo se ha quemado antes al sujetarlo y ahora estando sentado encima no le pasa nada”.

“Habrá que hacer algo, ¿no? Anula el ataque”.

“Si lo hiciera no podríamos sacarle provecho, tengo una idea mejor”.

Fidel se adelantó y encaró al Capitán.

“¡Eh, payaso! ¡Estoy seguro de que eso es todo lo que sabes hacer! ¡No podrías hacer que ese bicho me comiese ni aunque te llevara la vida en ello!”

“Ese es tu plan…” murmuró Arturo.

“Intenta provocarme, que idiota… Bueno, le seguiré la corriente, a ver que pretende”.

Fidel se mantuvo quieto hasta que la boca del dragón de lava estuvo delante de su cabeza. Entonces retrasó el puño, hizo que un cúmulo de tierra lo recubriera y lanzo un fiero puñetazo contra las entrañas de su creación usando todo su poder. El puñetazo atravesó la fina capa de energía y penetró en la lava. En ese momento el caballero gritó.

“¡Aaarggghhh! – Se quejaba – ¡La tierra no ha servido para nada!”

“Siente la fuerza de tu propio ataque, caballero” dijo el Capitán.

Dayuri pudo apreciar que el caballero no era capaz de sacar el brazo del ardiente magma, se revolvía en dolor, pero sonreía.

“¿Eres masoquista, caballero? Desde luego a los jóvenes no hay quien os comprenda…”

De pronto la cabeza del dragón comenzó a iluminarse acorde con la sonrisa del caballero.

“¡Vete al infierno, Capitán Lardo!”

La cabeza del dragón explotó desde el interior por una onda de Fidel, liberando todo el magma sobre el Capitán, además de una explosión y una nube de humo.

“¡Bien hecho Fidel!” le felicitó Arturo.

Al disiparse la nube de humo pudieron ver al Capitán Lardo con algunos pedazos de roca fundida sobre el cuerpo, se le había quitado la sonrisa de la cara.

“Te has cargado mi camisa…”

“¿Qué?” dijo Fidel.

“La camisa que usaba como rienda para sujetar al dragón, te la has cargado al hacer explotar esa onda”.

“¿Eh?” respondió.

“Me parece que no sabes lo que has hecho” dijo y se lanzó a por ellos.

Fidel quiso defender a su compañero herido y desenvainó su espada y empezó a atacar al Capitán, que evitaba sus estocadas sin ningún esfuerzo.

Mientras el Capitán burlaba a Fidel a su antojo, Gabriel se levantó del suelo. En un primer momento trató de volver a atacar, pero el dolor le obligó a detenerse y llevarse la mano a la cabeza, de la cual fluía un río de sangre tras su terrible traumatismo.

“Ugh… Será…”

No muy lejos estaban Jonyo y Bill, en condiciones semejantes.

“Eh, vosotros, venid aquí, tengo un plan”.

“¿Un plan?” murmuró Bill.

“Sí, pero necesito vuestra ayuda. Escuchadme”.

Una patada en el costado herido bastó para que el Capitán tumbara en redondo al caballero del fuego mientras bloqueaba un ataque de su compañero. Entonces Fidel enfureció y amenazó al Capitán.

“¡Te mataré!”

“Jajaja. Suena divertido. Adelante – dijo mostrando el pecho – Dejaré que me ataques una vez”.

Fuera de sí, Fidel se dispuso a atacar al Capitán con un corte en la yugular. Para su sorpresa, a pesar de que Dayuri no ofrecía resistencia ninguna, su espada se detuvo al tocar el cuerpo de su objetivo, y por más fuerza que hacía no pasaba de ahí.

“No lo entiendo, ¿qué pasa? ¿Qué has hecho?”

“Yo no he hecho nada. El motivo por el que no has conseguido cortarme es simple. Cuando chocan dos energías la más débil es la que resulta herida. Básicamente, la energía que desprende mi cuerpo inconscientemente es mayor a la energía que has creado al atacarme con esa espada”.

Fidel no daba crédito a lo que estaba escuchando y su cuerpo se quedó congelado de terror.

“¿Y tú eres quien quiere derrotar a Mesa? Ni con diez vidas entrenando lo conseguirías. Ahora fuera de mi vista”.

“Estilo Hiten Mitsurugi Ryu2. Técnica Amakakeru Ryu no Hirameki3”.

De un solo movimiento desenvainó su espada y cortó de un tajo todo el torso de Fidel en diagonal ascendente, de izquierda a derecha. El caballero cayó al suelo tras quedar unos segundos petrificado en pie.

“Dos menos. Quedan tres”.

“¡Sí! ¡Y yo soy uno de ellos!” escuchó gritar por detrás.

Jonyo apareció por detrás con los puños en guardia dispuesto para un enfrentamiento cuerpo a cuerpo.

“Sin espada, ¿eh? Jugaré a tu nivel”.

El Capitán Lardo envainó su espada y también se puso en guardia. Prefirió atacar él y, cuando lanzó un gancho hacia el caballero, éste cerró los ojos y evitó el golpe. Pensando que pudiera ser un momento de suerte, Dayuri reiteró en su intento y volvió a atacar al caballero, y de nuevo esquivó todos sus ataques. Al dar el último, Jonyo aprovechó que su oponente bajó la guardia, dándole un fuerte golpe en el estómago.

“Bien – pensó – Ya soy capaz de atacar, al menos una vez, mientras capto los impulsos eléctricos de los músculos del rival. Voy mejorando…”

Dayuri trató de contraatacar, dolido por haber dejado que le alcanzasen. Atacó con un puñetazo al frente y el caballero lo evitó saltando. Al saltar vio que detrás se escondía el caballero de la rosa, ahora enfrente de él, portando dos rosas blancas en las manos.

“Dos rosas blancas, inofensivas”.

Gabriel lanzó las dos rosas, y el Capitán las esperaba sonriente. Desde el cielo, Jonyo emitió dos rayos, dirigidos uno a cada rosa, que las alcanzaron un segundo antes de llegar a su objetivo, convirtiéndolas en rosas amarillas.

“¡No!” exclamó el Capitán.

Las ahora rosas amarillas se clavaron en ambos lados del pecho del Capitán, y no tardaron en hacer notar sus efectos.

“Creo que las conoces bien. Son rosas amarillas paralizantes – dijo Gabriel – Viste cómo usamos una hace un momento, así que ya sabrás qué te está pasando”.

“No me subestimes, caballero. Esto no es suficiente para alguien como yo”.

Dayuri tensó los músculos y comenzó a emitir energía. Las dos rosas comenzaron a desprenderse de su cuerpo, saliendo cada vez más el tallo de su pecho.

“Se libera…” dijo Jonyo.

“¡Tekkai!” escuchó esta vez.

Bill le agarró por detrás utilizando todas sus fuerzas y su Muro de Hierro activado. Abrazado desde la espalda hasta el pecho y con los brazos retenidos, Dayuri continuaba tratando de liberarse por la fuerza.

“¡Rápido! – Exclamó Bill – ¡No aguantaré mucho!”

“Calma, será sólo un momento... – susurró Gabriel mientras desenvainaba su espada – Senbonzakura”.

La hoja de la espada de Gabriel fue dividiéndose poco a poco en mil pequeños pétalos de color de rosa, los cuales, según se desprendían de la espada, volaban alrededor del Capitán y Bill, como si estuvieran siendo transportados por el viento. Una vez se dividió la espada en pétalos, en las manos del caballero sólo quedaba la empuñadura. De forma repentina y como un tornado que aparece en medio de la calma sin que nadie lo espere, los pétalos se arrejuntaron sobre el Capitán y quien le mantenía quieto. Desde todas direcciones, como si de un abrazo de la naturaleza se tratase, provocándole centenares de cortes por todo el cuerpo a gran velocidad sin que ninguno pudiera hacer nada por evitarlos. Al ser cortes rápidos, el Capitán estuvo unos segundos quieto, sin que pareciese ocurrirle nada, y de pronto todas las heridas estallaron lanzando diversos chorros de sangre. Las dos rosas amarillas también fueron destruidas, y con ellas, sus efectos. El ataque sólo afectó a la parte delantera del cuerpo del Capitán, mientras que fue Bill quien recibió el ataque en su espalda. Sin embargo, éste no tuvo ni un rasguño en su cuerpo. Únicamente sus gafas estallaron en centenares de pedazos. Por último, los pétalos regresaron a la espada de Gabriel formando de nuevo su hoja.

“Sabía que el Muro de Hierro le serviría para inmunizarse de mi Senbonzakura, Bill no ha sufrido daños – analizaba el caballero – Sin embargo, una gran parte de la efectividad del ataque se ha perdido por mi falta de experiencia. Aún no soy capaz de concentrar todo su poder en un cuerpo tan pequeño. Apenas ha recibido una décima parte del daño que puede llegar a causar. Supongo que el tener la parte trasera cubierta también ha influido, pero aún así sería una quinta parte en el mejor de los casos”.

Bill dejó suelto al capitán, que cayó al suelo de rodillas.

“Parece que hemos ganado” comentó Bill al verle caer ante sus ojos.

“Y yo creo que he sido demasiado amable con vosotros”.

Dayuri se levantó del suelo. Tras palparse por todo el cuerpo, vio que toda su parte delantera había recibido pequeños cortes, dañando su imagen.

“He querido dejaros ventaja para que jugásemos un rato, pero se ve que habéis aprovechado para hacer cuanto habéis podido. Así que basta de juegos”.

Agarró a quien tuvo más cerca, en este caso fue Bill. Tras cogerle del mismo modo que la había cogido él antes, salió volando con su presa atrapada y fue directo a las profundidades marinas.

“¡¡¡A ver si ese cuerpo férreo te salva de esto!!!” exclamó un segundo antes de entrar en el agua.

Tras sumergirse dejando un notable chapuzón empezó a descender metros y metros arrastrando consigo a su condenado.

“¿Qué pretende? Con la sal del agua le deben escocer las heridas, pero no parece importarle”.

De pronto notó como se le partía un hueso de la pierna.

“¡Arg! ¡Era eso!”

La presión del agua pasaba factura al cuerpo de Bill, a pesar de tener activado el Muro de Hierro. Según descendía, notaba como se le iban rompiendo más y más huesos, temiendo por su columna vertebral.

“Lo entiendes, ¿verdad? Jajaja – reía el Capitán – Tu defensa no es rival para la fuerza de la naturaleza. Puede que con ella aguantes más, pero llegará un momento en el serás tú quien ceda, no el mar”.

En la superficie, Jonyo y Gabriel esperaban noticias de alguno de los dos. De pronto, el Capitán apareció con Bill a cuestas y lo arrojó al suelo, inconsciente.

“¿Lo has matado?” preguntó Jonyo.

“Ha tenido suerte, llegamos al fondo antes de que su columna vertebral sucumbiera a la presión”.

“O sea que le hubieras matado si hubieras podido” conjeturó Gabriel.

“Dejaré ese detalle a tu elección, puesto que eres el siguiente”.

El Capitán se lanzó contra Gabriel, quien, aún con la espada en la mano tras el último ataque, trató de usarla para defenderse. Mientras se acercaba, Dayuri desenvainó la suya y al llegar ambas chocaron. Las mellas y el óxido de la espada del Capitán crearon chispas en la fricción de ambas espadas, chipas que salpicaron accidentalmente en los ojos del caballero de la rosa, provocando su cese en el forcejeo. Al ocurrir aquello, las ansias de destrucción del Capitán se redujeron a una decepción total y se quitó de encima a su oponente de un manotazo. El choque contra el suelo teniendo la herida de antes en la cabeza hizo el resto.

“Quedas tú”.

“Aunque esté sólo, sabes que no puedes tocarme. Puedo esquivar cualquiera de tus ataques. Lo hice antes y lo volveré a hacer ahora”.

“Ah, sí… Eso… Está bien. Evita esto si puedes”.

Dayuri se lanzó contra el caballero del rayo con el puño hacia el frente. Jonyo cerró los ojos y se concentró, calculando la trayectoria del impacto a través de los impulsos nerviosos de los músculos, como de costumbre.

“Será ahí” pensó.

Ahí fue. El Capitán Lardo le golpeó con fuerza en la mejilla, rompiéndole varios huesos de la cara. Para su sorpresa, no sólo consiguió darle en esa ocasión, sino que toda la lluvia de golpes que vinieron después, dieron en el blanco, dejando poco a poco al caballero fuera de combate.

“Creo que sabes lo que está pasando, pero por si acaso te lo explicaré. Aunque seas capaz de adivinar cuales serán mis ataques, si son más rápidos que tu velocidad para esquivarlos, detectarlos no te sirve de nada. Ha estado bien, caballero, ¡pero se acabo!”

Dicho esto, dio un codazo en la nuca al caballero como golpe de gracia y le dejó inconsciente al instante.

“Y ahora que nadie puede detenerme, me encargaré de vosotros” dijo señalando al lugar donde se encontraban Peter, la princesa y Shin.


Daiendan = Lanzallamas Gigante

Hiten Mitsurugi Ryu = Corte Honorable de Espada del Dragón Volador

Amakakeru Ryu no Hirameki = Destello del Dragón Volador