lunes, 30 de junio de 2008

Episodio LXVII

Ya no hay exámenes, (hasta Septiembre) ya no hay penas, ni dolor, ni derrotas en cuartos xD Ahora es tiempo de diversión, emoción, júbilo y satisfacción Y por suspuesto, de crear el tercer volumen de Los Caballeros, ¡y para estamos aquí! AVISO: El capítulo está ligeramente influenciado por los acontecimientos recientes, ya os daréis cuenta al leerlo xD Me he bloqueado llegado a cierto punto, y ha costado terminar, pero ahí está, es el tercero, de muchos ^^ Sólo me queda decir, We are the Champions ;)

Título: N/A

Tamaño: 9

Episodio LXVII



Unas horas antes, aún de noche, en Petoria, Kevin se encontraba en una habitación, manteniendo las luces apagadas, solo, cabizbajo, y con la mano apoyada en un extraño objeto que ocupaba gran parte de la sala, deslizándola suavemente por la superficie, como acariciándolo.

“Es mi último día de servicio como Presidente en funciones y recibo esto...” se lamentaba viendo un trozo de papel que tenía delante de los ojos.

Estimado Gobernador de Petoria:

Hace unos días un grupo de personas procedentes de su pueblo llegaron a nuestros dominios, se trataba de los caballeros y de su presidente, D. Peter Griffin, pero además había otra persona entre ellos. Su nombre era Suso. Todas estas personas ayudaron mucho a nuestro pueblo en su instancia y nunca podremos estarles suficientemente agradecidos. Sin embargo, la ayuda que nos prestaron no fue gratis para ellos. Siento tener que comunicarle que Suso cayó en combate en nuestras tierras, enfrentándose a quien amenazaba con perpetuar una era de muerte y desolación. A pesar de que yo no llegué a conocerlo en persona, siento el mismo respeto y dolor por él que por cualquiera de los caídos de mi propio pueblo, pero sobretodo siento una gran pena por haber involucrado a gente inocente y ajena a nosotros en nuestros asuntos.

Levantó los ojos del papel por un momento. El reflejo de los faros de un carruaje que pasaba permitió por un instante ver que el objeto que acariciaba Kevin era un ataúd.

“Suso... No tenías derecho a morir...” susurró y continuó leyendo.

A petición del mismo Peter, repatriamos el cuerpo a su lugar de origen, donde esperamos que reciba sepultura y un digno homenaje. Según me informaron, entre sus últimas palabras mencionó que le hubiera gustado que erigieran una estatua en su honor, pero eso ya lo dejo a su elección.

Con ánimos de que este comunicado no traiga únicamente malas noticias, me gustaría, ahora que en nuestro pueblo vuelven a primar los derechos individuales de los ciudadanos, que se restablecieran las rutas comerciales entre nuestras dos islas para que el intercambio de bienes e ideas enriquezca a ambos pueblos. Espero su respuesta.

Mis más sinceras condolencias,

The Twilight Princess of Arcadia

“Creo que me voy a ir a dar una vuelta, necesito tomar el aire”.

Arrugo la carta haciendo una pelota con ella y la tiro a la papelera de espaldas. El esférico dio en el aro y después se salió, pero él ni lo vio ni pareció importarle.

Por la mañana temprano, Norris abrió la puerta de la caseta. Había cambiado poco desde la última vez, ahora iba bien afeitado y había cambiado su chaqueta verde por una cazadora negra que le daba un aspecto más moderno y agresivo. Respiró la brisa marina y miró a su alrededor. Como de costumbre, Eddy estaba tumbado en la hamaca con el periódico sobre la cabeza para protegerse del sol y al verle se puso de los nervios. Caminó hasta él, le quito el periódico y se dispuso a golpearle, pero algo le detuvo. Vio el cuello desnudo de su compañero donde antes reposaba su preciado colgante y además creyó escucharle decir algo en sueños. Acercó la oreja a sus labios y escuchó con atención.

“Pa...dre... Perdó... na... me”.

Norris bajó el brazo, se fue caminando hacia el centro y tiró el periódico en la primera papelera que encontró. Mientras se alejaba, el periódico, hasta entonces presionado por sus manos, iba recuperando su forma original hasta que se pudo leer el titular.

Mañana, la final de la Copa Continental

Al cabo de un rato, Norris llegó al centro, que estaba tan vivo como de costumbre, incluso más al ser la víspera de un evento deportivo tan importante. Había hinchas de los dos equipos vitoreando el nombre de su selección, deseosos de poder cantar victoria. Un grupo de radicales avanzaba calle abajo. Norris entró en La Pipa Ebria huyendo de todo aquello y se acercó a la barra.

“Ey, Jose, ponme una caña”.

Jose tampoco había cambiado, únicamente se le veía más maduro.

“¿La quieres de crema, de chocolate, o quieres la caña para pescar?”

Norris le miró mal.

“Vale, vale, ya paro, ¿qué tal va el negocio?”

“¿Cómo quieres que vaya? El único barco bueno que nos quedaba se lo prestamos a los caballeros, sin garantías de que nos lo devuelvan, estamos en la ruina...”

“Mientras tengas una moneda para pagarme las copas, a mí me vale, jeje” reía a la vez que le servía lo que había pedido.

“¿Y si no la tengo?”

“No hagas bromas estúpidas, ¿por qué aprovechas e intentas vender alguna canoa o un yate a alguno de los turistas que han venido a ver el partido de esta noche?”

“Puffff, los turistas... Estoy algo harto de ellos, ensucian las calles, arman jaleo... ¿A quién se le ocurriría presentar a Petoria a la candidatura para sede del Torneo Continental?”

“Yo no puedo quejarme, por las noches, durante los partidos, vendo más copas que en un mes entero de días corrientes. He ahorrado suficiente como para emanciparme, ¡al fin!”

“Sí, ya era hora de que dejaras de vivir con tus padres, pero bueno, tú eres seis años más joven que yo, todavía podías aguantar con ellos uno o dos años más”.

Mientras daba un trago a su caña se percató de que en una esquina de la barra había alguien conocido.

“¡Kevin! ¿Qué haces aquí?”

El Comandante de la Guardia Petoriana era seguramente el que más había cambiado su imagen, cortándose el pelo y peinándoselo de punta, con lo que conseguía un toque más juvenil y atractivo. Sin embargo, en ese momento estaba algo estropeado, tenía ojeras de no haber dormido demasiado y de vez en cuando se llevaba la mano a la cabeza cuando la resaca le hacía resentirse de sus actos.

“Mmm...”.

Ni siquiera fue capaz de formular una frase con sentido.

“Lleva aquí toda la noche, y no ha hablado con nadie. Tampoco me ha querido decir qué le ocurre. Sólo bebe y bebe”.

“Io e benío aqí a bebé, no a contá mis probremas a nadie, ¡hip!” balbuceó completamente borracho.

“Tranquilo, sé como arreglar esto” dijo Norris guiñando un ojo.

Le agarró del pescuezo y se lo llevó arrastrando hacia la calle.

“Zuéltame, ¿no zabes qien zoy? ¡hip! Te meteré en xirona... y no beráz la luz der sol...”

“Lo que tú digas, Kevin, lo que tú digas...” le dijo para que se callara y continuó arrastrándole.

Estuvo un par de minutos cargando con él hasta que llegó a un parque con una fuente, lugar al que le arrojó sin pensárselo dos veces. El sonido del chapuzón se escuchó en todo el parque. Nada más caer al agua, Kevin reaccionó y asomó la cabeza.

“Ahhh... me duele la cabeza... no recuerdo nada... ¿qué ha pasado?”

Miró hacia arriba y, aunque aún tenía la vista algo borrosa vio una mano amiga extendiéndose hacia él. Cuando recobró sus sentidos del todo descubrió a Norris sonriendo.

“Levanta colega, tenemos mucho de que hablar”.

De vuelta en el bar, Jose tapó a Kevin con una manta para ayudarle a secarse, mientras el joven Comandante estornudaba una y otra vez.

“Toma un café, invita la casa, te serenará un poco”.

“Vale, ahora que ya estás algo sobrio, cuéntanos qué te ha pasado para acabar así”.

“Recibí noticias... Malas noticias...”

“Noticias, ¿de quién? ¿Y sobre quién?”

“Noticias de fuera, me escribió una tal Twilight Princess, decía ser la gobernadora de una isla llamada Arcadia, me contó que los caballeros habían pasado por su isla y les habían ayudado en no sé qué, pero hablaba de otra persona a parte de los caballeros”.

“¿Alguien más? ¿De quién se trataba?” preguntó Jose.

“De Suso...”

“¡Lo sabía! – exclamó Norris – ¡Sabía que se había colado en el barco de los caballeros! ¡Por eso desapareció de repente! ¡Jajaja! ¡¿Y qué tal le va a ese bribón?! ¡Seguro que sigue haciendo de las suyas!”

“Ha muerto”.

La sonrisa de la cara de Norris se esfumó tan rápido como había aparecido.

“Suso... ¿muerto? ¿El mismo Suso que desafió a nuestra ciudad una y otra vez y nunca fue atrapado? ¿Aquél que era tan escurridizo y esquivo que ni si quiera tú fuiste capaz de atrapar? Permíteme decirte una cosa, no me lo creo, esa princesa puede decir lo que quiera”.

“Norris... Es cierto, tengo el cuerpo en el Ministerio de Asuntos Exteriores”.

“No podría haberlo imaginado nunca – comentó Jose mientras limpiaba un vaso – Era de ese tipo de personas que te imaginas que vivirán para siempre”.

“Aún así, no entiendo tu reacción, él era un ladrón profesional y tu un seguidor de la justicia, erais polos opuestos, ¿por qué te pones así?”

“Por eso mismo... Llevo años intentando atraparle sin éxito, se había convertido en algo personal, ya no le perseguía para castigar sus crímenes ni por hacer cumplir la justicia. Le perseguía por diversión y por venganza, sólo para demostrarme a mí mismo que podía conseguirlo. Pero al morirse, es como me hubiera privado de esa oportunidad, como si hubiera traicionado nuestra batalla... Te odio Suso... ¿cómo has podido dejarte matar...?”

“Eres el gobernador de Petoria en funciones, no puedes andar por ahí así, ni tampoco permitir que algo así te afecte, has de ser fuerte por todos nosotros”.

“No, ya no soy el gobernador, hoy vuelve la esposa del Sr. Griffin para encargarse del puesto”.

“¿Y no tienes que ir a recibirla o algo así?”

“Emmmm, ¡pues sí! ¡¿Qué hora es?!”

“Las 11:45” respondió Jose.

“¡¡¡¡La Primera Dama viene al mediodía!!! ¡¡¡Tengo que estar en el puerto en quince minutos!!! ¡¡¡Por favor ayudadme!!!”

“¡Coged mi coche!” dijo Jose lanzándole las llaves a Norris.

“¡Entendido! – exclamó Norris al coger las llaves al vuelo – Será mejor que mientras te llevo te cambies en el coche”.

“Tendremos que pasar por mi casa, allí tengo otro conjunto del uniforme. Nos pilla de camino”.

“Vale, no perdamos más tiempo más tiempo, ¡hasta luego Jose!”.

“Llegará a tiempo...” pensaba Jose al verles salir del bar.

A las 11:58 un coche aparcaba derrapando en las proximidades del puerto. Una de sus puertas se abrió y de ella salió Kevin con la ropa impecable, limpia y seca, una sonrisa de seguridad en sí mismo, y la gorra de comandante algo más baja de lo normal para disimular las ojeras.

“Norris...”

“Dime”.

“Gracias por todo” dijo y salió corriendo en dirección al puerto.

“De nada colega, ha sido un placer” susurró sonriendo para sí mismo.

Mientras avanzaba a toda velocidad, con el mar a su izquierda, Kevin veía como un barco de vela que se divisaba a lo lejos se hacía cada vez más grande, dirigiéndose al mismo punto que él.

“¡Venga! ¡Tengo que llegar a tiempo!”

Con un sprint final que levantó una nube de polvo, Kevin llegó hasta un cúmulo de agentes de seguridad y ciudadanos curiosos. Se abrió paso a gritos y consiguió llegar hasta la primera fila en el mismo momento en que el barco atracaba en el puerto.

“¡Comandante! ¡Por fin ha llegado! ¡Todo el cuerpo estaba preocupado por usted!”

“Perdonad, un pequeño incidente me ha retrasado”.

Empezaron a sonar trompetas y redobles de tambores y una mujer apareció en la cubierta del barco. Colocaron la pasarela del barco a tierra. En primer lugar desfilaron un séquito de guardias de seguridad y en medio de todos, bien escoltada, empezó a descender del barco la Primera Dama. Era una mujer joven, bastante delgada, con la piel pálida, los ojos claros, pecas alrededor de la nariz y el cabello largo, liso y castaño oscuro.

“La verdad, más que marido y mujer, Peter y ella parecen hermanos, se parecen tanto...” comentaba susurrando con un compañero mientras veía caminar a la Primera Dama.

“Salvo en la altura, Comandante”.

“Sí... Tienes razón”.

A medida que se acercaba Kevin y el resto de los guardias parecían ponerse más nerviosos, como si temieran por que ocurriera algo. Eivril se acercó y saludó al Comandante.

“Buenos días Kevin, cuanto tiempo sin verte”.

Hubo un silencio de unos segundos, como si esperaran algo más, entonces se miraron todos y sonrieron.

“Buenas días Primera Dama. Es un placer recibirla y devolver las funciones del cargo a su legítima dueña. Ha sido un placer ejercer como presidente en su ausencia. Si me permite, la acompañaré hasta su despacho. Adelante, pase usted primero”.

“¿Cómo que yo primero? ¡¿Me estás llamando débil?! ¡¿Qué pasa?! ¡¿Qué por ser una mujer tengo que ser más débil?! ¡creía que ya habíamos superado todos esos prejuicios, pero parece que no, no aprendéis, los hombres...!”

“No ha cambiado nada, sigue tan susceptible como siempre” pensó Kevin mientras alejaba el oído para no escuchar más de aquella bronca.

“¡Y claro, así van las cosas! ¡Menos mal que hay mujeres como yo en cargos públicos importantes, que si no...!”

“Sí, Primera Dama, sí, lo que usted diga” susurraba Kevin con intención de aplacar su ira.

En medio del océano, un helicóptero pilotado por el joven de color avanzaba por el cielo. Había alguien en la parte de atrás de la cabina, pero no se veía bien. De pronto sonó la radio del helicóptero y el joven descolgó el micrófono y se lo llevó a la boca.

“Aquí Black Moon Rising. Cambio”:

“Recibido, Black Moon Rising. Aquí Bad Joke – contestó Mesa desde el otro lado – ¿Cómo va todo? Cambio.”

“Todo está saliendo lo previsto. Llegaremos al objetivo en el tiempo previsto. Cambio.”

“Muy bien. ¿Qué hay de tu acompañante?”

“Ahora mismo está fuera de servicio”.

“Bien, sabes que no le necesitas. Tú céntrate en cumplir tu misión. Cambio y corto”.

“Entendido. Cambio y corto” y continuó pilotando.

En otra parte del vasto mar, una fiera tormenta azotaba el barco de los caballeros. No sólo la lluvia azotaba la cubierta con tanta intensidad que las gotas parecían agujas al golpear en el cuerpo, también había grandes olas que sacudían el casco amenazando con volcarlo, ayudado por un viento que soplaba casi como un huracán y potentes rayos cuyos truenos sonaban cada vez más cerca. Jonyo llevaba el timón, Arturo trataba de tensar las cuerdas que sujetaban las velas, Gabriel estaba en el interior del barco, con un mapa, intentando buscar una ruta que sacara de allí a sus compañeros, Peter estaba agarrado a varias sogas para mantenerse en el suelo y Fidel estaba en el puesto de vigía, cuidando de que con la tormenta, no hubiera ningún arrecife o iceberg con el que se estrellaran.

“¡Maldita sea! – exclamó Peter – ¡¿Cómo ha podido formarse tan pronto una tormenta tan agresiva?! No hemos tenido tiempo ni de reaccionar”.

“¡Ola a estribor!” Gritó Fidel.

Peter, haciendo un esfuerzo, caminó hasta el borde de la cubierta, donde vio que una ola de la altura de la mitad del barco avanzaba hacia ellos. Extendió las manos hacia delante y se iluminaron.

“¡Kekkai!”

Una barrera transparente con destellos blancos apareció enfrente, soportando con dificultad el impacto de la ola y rompiéndose en pedazos de energía segundos después. Aún así, al deshacerse la ola se creó una marea que hizo balancear el barco peligrosamente.

“¡La próxima no podré pararla!”

“Si estuviera Reik aquí podría congelarlas sin esfuerzo, – se quejó Arturo – Nosotros no podemos hacer nada...”

“¡En caso de emergencia yo puedo levantar un muro de tierra! ¡No os preocupéis!”

“¡No, Fidel, no debes hacerlo! – contestó Peter – ¡No puedes crear tierra de la nada, sólo manipularla! ¡A diferencia del agua, el fuego o el rayo, que se crean juntando átomos que están esparcidos por toda la tierra, el viento y la tierra sólo pueden manipularse, no crearse! ¡En realidad no es una desventaja, porque suele haber tierra por todas partes, pero en un sitio así resulta bastante inútil, para levantar ese muro tendrías que usar la tierra del fondo marino, que está a varios kilómetros de profundidad, para cuando llegase a la superficie ya estaríamos todos ahogados, además, te llevarías por delante a todas las especies marinas de esta zona!”.

“¡¿Cómo que no puede crearse?! ¡¿Y por qué?! ¡¿Y qué pasa con el hielo y la rosa?!”

“¡¿Qué tal si dejas la lección de física para otro momento?! – exclamó Jonyo – ¡Ya tendrás tiempo de preguntarle más tarde! ¡Ahora necesito que cojas el timón!”

“¡¿El timón?! ¡¿Para qué?! ¡Si tú vas muy bien!”

“¡Deja de hacer preguntas estúpidas y cógelo!”

“Vale, no te pongas así”.

Fidel saltó desde el puesto de vigía, situado en lo alto del mástil principal y a la vez, Jonyo dio un salto hacia el cielo mientras que desenvainaba su espada. Un instante después un rayo emergió de las nubes y se precipitó hacia el barco ante la estupefacta mirada del resto de los caballeros. Jonyo elevó su espada, bloqueando la trayectoria del rayo y absorbiéndolo. Sin embargo, la fuerza del rayo era mayor de lo que la hoja podía soportar y saltaron decenas de chispas en todas direcciones. Algunas cayeron en el mar sin causar daños, pero otras dieron en el barco y, al chocar contra la madera, la incendiaron, fuego que se apagó a los pocos segundos por la lluvia, pero que violó la impecabilidad que había mantenido el barco hasta ese momento.

“Nos has salvado, Jonyo...” dijo Arturo.

“No ha sido nada” contestó modesto.

“¡¿Cómo es que el rayo no te ha frito a ti?!”

“El mango de la espada es de goma, aisla de la electricidad, pero la hoja es de metal y la conduce, por eso he resultado ileso, es algo que Arturo ya sabe, ¿verdad?”

“Sí, aunque lo aprendí de otra forma, je”.

“De todas formas, Fidel, aunque hubiera recibido el rayo tampoco me habría pasado nada. Guardaba otro as en la manga”.

“¡Hala! ¡¿Cuál?! ¡¿Cómo?!” exclamó el caballero realmente interesado.

“Lo siento, Fidel, pero si te lo dijera, sabrías cómo vencerme. Tengo la misma sensibilidad a la electricidad que cualquiera de vosotros, al igual que el fuego quema a Arturo y el agua ahogaba a Isabel. Un caballero debe guardar sus propios secretos”.

“Me has dejado con la miel en los labios...”

“¡Preocúpate más por qué hacer con eso!” señaló el caballero.

Una ola que doblaba el tamaño del barco se acercaba desde la lejanía.

“Emmmmmm ¿Qué hacemos con ESO?” dijo Fidel.

“¿No puedes detenerlo con una barrera, Peter?” preguntó esperanzado el caballero del rayo.

“Puedo intentarlo, pero no lo conseguiría, aunque usara todas mis fuerzas, la barrera se rompería en pedazos y yo me desmayaría al momento. La ola nos arrastraría y no sobreviviría”.

“¿Y qué sugieres?” intervino ahora Arturo.

“Agarraos fuerte... ¡y no os soltéis!”

“¡Tengo que avisar a Gabriel!” exclamó Arturo y salió corriendo.

“¡Tonterías! ¡Sí que hay algo que podemos hacer! – gritó orgulloso Fidel – ¡No voy a quedarme aquí sentado mientras una ola gigante me lleva por delante!”

“¡No Fidel! ¡Es inútil!”

“¡Haaaaaa!” exclamó el caballero de la tierra y lanzo una onda de energía contra el tsunami.

La onda llegó hasta la ola y la atravesó, apartando el agua, y siguió avanzando hasta perderse entre las nubes. El pequeño agujero que había hecho la onda enseguida fue cubierto con nueva agua al avanzar la ola.

“Has olvidado que sólo es agua – dijo Jonyo – No puedes destruir algo líquido de esa forma”.

Todo fue en vano. El tsunami arrasó el barco, primero cubriéndolo completamente y después volcándolo para finalmente quedarlo boca abajo. El agua se llevaba por delante todo cuanto encontraba a su paso, incluidos los caballeros. Arturo no llegó a avisar a su compañero y fue arroyado en el trayecto. Gabriel, que se encontraba en el interior, ajeno a todo, también fue arrastrado por sorpresa sin poder hacer nada. Todos trataron de salvarse, nadando contra corriente sin éxito, hasta que terminaron perdiendo el conocimiento, flotando en medio del océano.