sábado, 24 de noviembre de 2007

Episodio LXII

Es hora de atar cabos. Que lo disfrutés.

Título: Yomiagere (lo pongo en jap xq es spoiler, se puede mirar en la entrada de vocabulario que tengo en este mismo blog, pero no lo aconsejo hasta haber leído el capitulo)

Tamaño: 7'8 (el ep más corto de todo el volumen, pero no daba para más, y es posible que el último de para menos todavía)

Dedicado a: Todos los personajes que han muerto hasta hoy.


Episodio LXII

E

l Capitán Lardo caminó hacia Peter y la princesa, con la espada aún desenvainada y cubierta de sangre, sonriendo plácidamente. Los caballeros le veía avanzar, pero todos sus esfuerzos por levantarse eran en vano. Peter trataba de mantener la compostura delante de la princesa y del moribundo Shin, pero se podía apreciar que por dentro estaba invadido por el miedo.

“¿Qué hago ahora? – Pensaba desconcertado – No puedo utilizar mis poderes para curar a los demás porque si los vuelve a derrotar yo sería el siguiente. También es inútil cubrirme con una barrera, antes ha destruido una de las más fuertes sin ningún esfuerzo. Parece que esto es el final…”

Dayuri hizo una reverencia a la princesa que ésta rechazó mirando hacia otro lado y después se agacho hasta estar a la altura de Peter.

“¡Eh! – Susurró – ¿Por qué no vas a curarles con tus poderes antes de que se mueran? Sería una pena que si nos vemos otro día no nos pudiéramos divertir como hoy. Venga, hasta otra”.

Sin dejar de sonreír, se levantó, volvió a mostrar sus respetos a la princesa y se marchó de allí volando.

Por su parte, Peter, aún con el pulso acelerado y sudando, se dio un pellizco. No se lo podía creer.

“¿Piensas quedarte ahí sentado temblando hasta que salga el sol? – Preguntó la princesa – Todos te están esperando”.

Peter reaccionó y miró a su alrededor, contemplando a todos los heridos que le observaban impacientes por calmar su dolor.

“¡Oh! ¡Perdón!” exclamó levantándose.

Observó su reloj, al cerebro de Reik le quedaban segundos para dormirse para siempre. Tan rápido como sus pequeñas piernas le permitieron, corrió hacia Reik y comenzó a tratarle.

“Eh… – susurraba Gabriel desde el suelo – A él no le hace falta curarse. Atiéndenos a nosotros primero…”

“Ya lo hemos hablado, tiene preferencia. Al menos haremos que esté orgulloso de su final. Lo siento pero tendréis que venir hasta aquí por vuestras propias fuerzas. Tardaré bastante en curarle, el cerebro apenas tiene oxígeno y le cuesta mucho procesar el cierre de las heridas, espero que aguante”.

Los caballeros ponían todo su empeño en levantarse para ir hasta Peter; sin embargo, con la gravedad de sus heridas lo único que conseguían era arrastrarse por el suelo. La cicatrización de las heridas de Reik era lenta, pero fluida, se cerraban al mismo ritmo que se acercaban los caballeros.

“Esto marcha…” pensó Peter sonriendo al ver que sus esfuerzos daban frutos.

Mientras Peter realizaba sus quehaceres, Shin se apagaba poco a poco. Viendo su final, se apoyó en un árbol y trató de relajarse.

“Cuando cure a Reik me pondré contigo – dijo Peter – No te salvará, pero durarás más tiempo con nosotros”.

“Gracias”.

Las heridas de Reik no tardaron mucho más en cerrarse. Al apagar la luz verde de sus manos se dio cuenta de algo. No habían pasado más que unos minutos desde su muerte, sin embargo, su cuerpo ya estaba frío como el hielo. Apenado pero satisfecho, Peter retiró sus manos y fue a curar a los demás.

“Al menos hemos cumplido en nuestra última labor – pensó mientras se alejaba –

Adiós, Reik”.

Shin no le llevó mucho tiempo y enseguida se puso con los caballeros, según llegaban. Una vez estuvieron todos curados, observaron a Reik en silencio, ahora con la marca de labios sin ningún brillo.

“Esa marca de labios… – comentó la princesa – Ha sido la causante de toda esta masacre”.

“Es cierto, casi se me olvida. He de deciros como eliminarla. Necesito que alguien haga un agujero en el suelo, de un metro por lo menos”.

“Yo lo haré” dijo Bill.

Todos observaron atentamente.

“¡Tekkai!”

Bill dio un fuerte puñetazo al suelo, haciendo un agujero bastante profundo que debido a la oscuridad de la noche, no se podía ver el fondo.

“¿Y Ahora?” preguntó Arturo.

“Coged lo que hay al fondo del agujero”.

Arturo metió la mano en el agujero y al sacarla, un poco de agua mojaba su mano.

“¿Agua? ¡Claro! – Exclamó Fidel al saber de donde provenía – Estamos cerca de la costa, es normal que haya a tan poca profundidad, por eso has pedido que hagamos el agujero de un metro como mínimo”.

“Echad un poco sobre la frente de vuestro amigo”.

“¡Venga ya! – Gritó Jonyo – ¡¿Me estás diciendo que llevamos todo este tiempo comiéndonos la cabeza para que se quite con agua?!”

“Jajaja – se rió Shin pero paró al momento por el dolor – Claro que no, echadla y lo veréis”.

Arturo se agacho y, metiendo esta vez las dos manos en el agujero, sacó un poco de agua entre ellas y la vertió sobre la frente de Reik. El agua se extendió por toda su frente sin borrar la marca, salvo pequeñas líneas que desaparecieron como si algo se hubiera paseado por allí eliminando parte del pintalabios.

“Si no es el agua…” dijo Peter.

“Sí. Es la sal. Los cristales de sal del agua del mar se deslizan rodando por donde esta la marca de labios, y así la quitan, del mismo modo que la corriente de un río erosiona las piedras. Si seguís echándole agua o conseguís emitir un chorro a presión se le quitará del todo”.

Los caballeros fueron cogiendo cada uno un puñado de agua de mar y fueron dejándola caer sobre la frente del caballero hasta que la marca de labios desapareció.

“Pues si a ti se te quitó de golpe, debiste darte un chapuzón muy movido – comentó Jonyo – Bromas aparte, ¿cómo has deducido todo eso?”

“Bill cayó al mar y cuando salió no tenía la marca. En un primer momento pensé que podría ser el agua, como habéis pensado vosotros, pero esa hipótesis era imposible que fuese cierta, dada su incesante manía por la limpieza e higiene que no se desvaneció con su sometimiento. Visto ese detalle, podría haber sido la arena, pero no estaba manchado, así que el único componente que quedaba era la propia sal”.

De pronto esputó sangre y empezó a jadear.

“Vámonos al pueblo, supongo que querrás estar con tus seres queridos”.

“Me parece que no, princesa. Sabes perfectamente que aún me queda una cosa por hacer aquí”.

“No me digas que vas a…”

Un quejido ahogado desvió la atención de todos hacia atrás. Unos metros más adelante, tirada en el suelo en medio de un charco de sangre, Miss Jewel se aferraba a sus últimos momentos.

“Vosotros… vosotros… Me lo habéis quitado todo” susurró arrastrándose.

“Increíble, sigue viva” dijo Fidel.

“Pero si la atravesamos por ambos lados…”

“Da igual, Jonyo – dijo Arturo – Está muerta, nada puede salvarla, no le deben quedar más que unos segundos de su existencia. Ha estado a punto de tenerlo, y ha caído a un paso de la cima”

“Ayuda… Amor…”

“El Capitán Lardo se marchó hace ya un rato” dijo Gabriel.

“Wancho…”

“Wancho murió por defenderte” dijo la princesa.

“Bill… Mis siervos… Alguien…” sollozó medio llorando.

“Bill ya no está bajo tu control – dijo Shin – Has utilizado la voluntad de los demás para enfrentarlos, has dejado morir a tus propios siervos y despreciado a quienes de verdad te querían ayudar. Ahora estás sola. La muerte es un castigo demasiado suave para ti”.

“A pesar de todas tus fechorías – dijo la princesa – no soy capaz dejarte agonizando hasta que mueras. Si lo hiciera me rebajaría a tu nivel. Acabaré con tu sufrimiento”.

Dibujó con su brazo un semicírculo en el aire y un arco de luz con una flecha también de luz apareció entre sus manos.

“Siente la luz de mi Galbeila, será tu último recuerdo”.

La princesa disparó la flecha de luz, que en pocos segundos acabó clavada en una Miss Jewel hundida y humillada que intentaba resistirse tensando todo su cuerpo. Después penetró hasta lo más hondo de su ser y Miss Jewel empezó a iluminarse hasta convertirse en una auténtica figura de luz. Acto seguido, se consumió hasta quedar reducido a un punto de luz que terminó desapareciendo en medio del aire.

“Ahora todo ha terminado. No os olvidéis de purificar a los demás – dijo Shin – Ahora sigamos donde lo habíamos dejado”.

Shin apoyó sus brazos sobre el cuerpo del difunto caballero. En aquel momento, su cuerpo empezó a emitir una tenue luz azul que iba aumentando gradualmente.

“¿Vas a usar nuestro secreto ahora? ¿Aún después de haber visto todas las desgracias que ha traído a nuestro pueblo?”

“Han perdido a dos personas por nuestra culpa, por no saber resolver nuestros propios problemas. Y encima nos han ayudado a terminar con nuestros males. No podría morir tranquilo sin hacer esto”.

“Desde que llegamos aquí no hemos dejado de oír de vuestro secreto, – comentó Peter – ¿No podéis decirnos ya de qué se trata?”

La princesa, Bill, y Shin se miraron y asintieron con la cabeza.

“Es… – comenzó la princesa – la capacidad para demostrar tus sentimientos por quien más quieres”.

“La mayor protección que puedes darle a una persona que aprecias – añadió Bill – Y también la mayor compensación que puedes darle a alguien a quien has herido o ha sido herido por tu culpa”.

“La transmisión de la vida” concluyó Shin.

Un ligero viento recorrió el lugar en aquel momento y todas las dudas, los cabos sin atar y las incógnitas que habían surgido hasta ahora se desvanecieron.

“Entiendo, por eso cuando el antiguo rey estaba a punto de morir y rejuvenecía desaparecía alguien del pueblo – dijo Gabriel – Seguramente les amenazaba con hacer daño a sus familiares y no les quedaba más remedio que sacrificarse para salvar a sus seres queridos. Que cruel…”

“Cuando murió por última vez, la princesa desautorizó que la persona que estaba siendo chantajeada tuviera que sacrificarse, terminando así con el problema” explicó Bill.

“Sin embargo, algunos comerciantes ambiciosos vendieron la información por grandes cantidades de dinero en las islas cercanas, sin pesar el daño que podían causar a su pueblo – dijo Shin – Miss Jewel consiguió esa información y vino hasta aquí”.

“Sometiendo a todo el pueblo para que la adorasen como a una diosa no tendría problemas para que se sacrificasen cuando ella muriera, así conseguiría la vida eterna que tanto anhelaba” dijo Jonyo.

“La técnica funciona entregando la esperanza de vida que le queda al sacrificado al difunto, por lo que cuanto más jóvenes fueran, mejor” explicó la princesa.

“¿Y por qué no lo habéis usado antes?” preguntó Fidel.

“Sólo funciona cuando el cuerpo del fallecido esta en perfecto estado, sin ningún tipo de alteración, herida o virus en su interior. De no ser así, al resucitar la persona muere al instante de dolor. Cuando veía a Miss Jewel sacrificar gente, se ocupaba personalmente de que los cuerpos quedasen irreconocibles, precisamente porque sabía esto”.

“Es la hora – dijo Shin al ver que la luz azul que recubría su cuerpo había llegado a su punto culminante – Saludad a vuestro amigo de mi parte, aunque no me conozca…”

La luz fue traspasándose hasta Reik a través de las manos de Shin, quien, aunque había decidido su destino, tenía de él. Intentando escapar de aquella situación, retiró la vista del caballero y miró hacia arriba. Para su sorpresa, encontró el cielo que tanto deseaba, aún algo oscuro porque era de noche, pero con toques de claridad porque se aproximaba la luz del sol, y aún con las estrellas iluminándolo.

“Al fin volvemos a vernos”.

La princesa le vio y sonrió.

“Contempla los cielos, Shin, de una nación al fin libre en parte gracias a ti – pensó – Contempla los cielos de Arcadia”.

Aquella visión tranquilizó a Shin, que devolvió la vista hacia su objetivo, y lleno de ánimo, dio un fuerte grito, con el que la luz que quedaba se terminó de traspasar hacia el caballero. Después hubo un fuerte resplandor y todos los presentes se vieron obligados a cubrir sus ojos con un brazo.

En medio de la nada, donde todo es blanco, y no hay formas ni colores, el caballero del hielo vagaba flotando sin rumbo.

“¿Dónde estoy? – Pensaba – ¿Cómo he llegado hasta aquí?”

De pronto dos figuras humanas aparecieron delante de sus ojos. Estaban distorsionadas, pero él parecía reconocerlas perfectamente.

“Vosotros dos… ¿Seguís enfadados conmigo? No fue culpa mía…”

Otras dos figuras, esta vez más mayores, aparecieron por el otro lado.

“Padre… Madre… ¿Vosotros tampoco habéis sabido perdonarme?”

Por último vio la figura de Gabriel, aunque algo más joven, que le señalaba.

“Fue por tu culpa…” sentenció la figura del caballero de la rosa.

Las demás figuras se unieron al mismo propósito repitieron esa frase a coro. De pronto empezó a dolerle la cabeza, apartó la vista de aquellos que aparecían ante él, llevando la cabeza hacia el suelo, cerrándose los ojos, y tapándose los oídos con todas sus fuerzas a la vez que les mandaba callar a gritos.

“¡Callad todos! ¡Yo no pude hacer nada! ¡No fue culpa mía!”

En medio de la desesperación, sintió que alguien le ponía la mano en el hombro. Se volvió, abrió los ojos y todo era distinto. Era Arturo, y a su alrededor estaban Fidel, Jonyo, Gabriel y Peter, además del tipo con el que se había enfrentado en el bosque y una chica que sujetaba el cuerpo de un tipo que parecía inconsciente.

“Qué… ¿Qué ha pasado?”

“Es… Está vivo – dijo Fidel medio llorando – De verdad está vivo”.

Los caballeros dieron un gritó de alegría y empezaron a hacerle muestras de afecto a su resucitado compañero. La princesa y Bill observaban complacidos.

“Parece que al final no todo ha salido mal”.

“Bueno, – dijo la princesa haciendo una caricia al ahora cadáver de Shin – Supongo que era su decisión, y tenemos que respetarla, pero no me gusta la idea de que haya muerto tanta gente”.

“Ahora que todo ha terminado, ¿le gustaría que saliésemos un día a tomar algo?”

“Lo pensaré…” contestó la princesa con una pícara sonrisa.

Los caballeros continuaban alrededor de Reik, aún sin dar crédito de lo que acababa de ocurrir.

“No es que me desagraden las muestras de afecto – dijo el renacido caballero – Pero si me explicarais que ha pasado a lo mejor entendía porque estáis tan contentos. Y otra cosa, siento que llevo una eternidad, ¿alguien puede encenderme un cigarro?”

“Jajajaja – reía Fidel – Este nunca cambia”.

“Vives pero ya has muerto – dijo Jonyo – Sabía que eras raro pero nunca pensé que lo fueras tanto”.

“Espero que esta experiencia te ayude a madurar” dijo Peter.

“Veo que ya no eres aquel pequeñazo que iba a mi mismo instituto” dijo Gabriel.

Aquellos comentarios confundían aún más al caballero.

“Venga, ahora en serio, dejadme respirar, ¡hombre! – Exclamó espantándolos como si de moscas se tratasen – Y contadme de una vez qué ha pasado. Mientras me fumaré un cigarro”.

“Está bien – dijo Arturo – Creo que necesitas una explicación. Escucha atentamente, lo que voy a decirte es la verdad, toda la verdad y nada más que la verdad, por extraordinario que parezca, ¿entendido?”

“¡Empieza de una vez!” dijo mientras daba la primera calada al cigarro.

De uno en uno, todos fueron contando parte de los acontecimientos, según los habían vivido con mayor protagonismo e intensidad. Cuando acabaron ya era de día, y el caballero no pudo evitar quedar sorprendido.

“¿Me estás diciendo que he estado muerto, que ese tipo me ha entregado su existencia y que ahora ha muerto?”

“Ya te advertimos que no era algo creíble” dijo Peter.

“Si que recuerdo haber luchado contra ese chico – dijo señalando a Bill – y tenía una marca de labios en la frente que ahora no tiene, así que la parte de la que hacía control mental suena creíble, pero sigo sin creer que pudiera controlarme a mí, el gran caballero del hielo”.

“Pues lo hizo… – dijo Gabriel – Y Arturo se vio en la obligación de matarte porque creíamos que no había cura”.

“También decís que he combatido contra Mireia y que gané, lástima de no poder acordarme… Si no la hubieras protegido puede que con suerte estuviera muerta”.

“No me arrepiento de nada”.

“No hables así de la chica – irrumpió la princesa – No es mala persona, durante el tiempo que estuve cautiva, fue quien me estuvo trayendo información del exterior y me animó cuando estaba deprimida”.

“Bueno, mejor dejémoslo – dijo poniéndose en pie – Ahora si me disculpáis. Tengo que irme”.

“Ya tendremos tiempo de irnos – dijo Fidel – Ahora descansemos un poco”.

“No, me parece que no habéis entendido, hablaba sólo de mí”.

Aquella aclaración, irónicamente, sirvió para confundir a los caballeros.

“Por vuestras caras veo que pedís a gritos una explicación. Veréis… no puedo seguir con vosotros”.

“¿Y eso?” preguntó Arturo.

“Es difícil de explicar, así que para lo entendáis todo bien voy a contaros mi pasado, así todo quedará más claro. Por favor escuchad con atención”.

miércoles, 21 de noviembre de 2007

Episodio LXI

Dados los últimos acontecimeintos, es decir, a que he sacado a la luz la única corrupción que existía en esta, nuestra historia, y por fin puedo dormir tranquilo, he querido recompensaros a los lectores haciendo de este capítulo algo más de lo que se pretendía en un primer momento, alargándolo lo más posible para así devolveros el favor de no cancelar el proyecto y también que las escasas líneas que restan para finalizar el volumen sean unas cuantas más. Ahí va.

Título: Lardo vs All

Tamaño: 11'6

Dedicado a: Todos aquellos que habéis leído eso

PD: El próximo pre-desenlace, tengo escrito bastante ya que este alargamiento no estaba pensado en un primer momento y lo he separado en dos capítulos independientes, así que estará en un par de días ^^.

Episodio LXI

C

lap, clap, clap… El sonido de un aplauso seco y sin ganas llamó la atención de los caballeros, que hasta ahora contemplaban el cadáver de su compañero.

“Mi enhorabuena, caballero – dijo el Capitán Lardo mientras continuaba aplaudiendo – Has sabido tomar la decisión final. Nunca pensé que fueras capaz de matar a ese otro caballero, y sin contar con la opinión de los demás. Desde luego, tienes lo que hay que tener”.

“Eso es mentira – interrumpió Fidel – Todos estábamos de acuerdo en esa decisión, pese a que nos dolía. Cuando Jonyo y yo atacamos a Miss Jewel dábamos por perdido a Reik, por eso decidimos que era mejor impedir que hubiera más víctimas. Bastante hemos sufrido nosotros, no queríamos que nadie pasara lo mismo. Todos tuvimos que tomar la decisión final”.

“Si queréis apoyaros unos a otros para repartir la culpa hacedlo – insistió Dayuri – Pero sigo pensando que sois tan asesinos como yo”.

“Ya estás empezando a dar donde duele – dijo Gabriel – Me parece que vamos a tener que darte tu merecido”.

“Jajajajaja, ¿pero os habéis visto? Estáis tan débiles que hasta una mosca podría con vosotros. Se ve que los vasallos de aquella a quien acabáis de quitar a vida no eran tan inútiles como ella decía. La otra opción es que vosotros no sois tan fuertes como os pintan”.

“Yo no he luchado – saltó Jonyo – Estoy perfectamente y puedo enfrentarme a ti”.

“Es cierto, tú estás bien. Pero con uno no tengo ni para empezar”.

“¿Cómo te atreves? ¡¿A que te…”

“Calma Jonyo – dijo Arturo – recuerda lo que nos pasó la otra vez con Mesa. Será mejor hacerle caso y atacar todos a la vez”.

“Escuchad un momento – murmuró Peter a los pocos que se encontraban cerca – Quiero deciros una cosa. No puedo levantar la voz porque si no él me oirá, así que prestad atención, y aseguraos de decírselo luego a Jonyo y a Fidel. Reik ha muerto y no le podemos resucitar, pero aún podemos darle un último homenaje. Nada más morir, los órganos se paran, pero el cerebro permanece activo, sólo muere cuando el sistema circulatorio ya no es capaz de enviarle más oxígeno para seguir funcionando, y mientras conserva un poco, sigue con vida. Durante ese corto período de tiempo, puedo usar mi poder de curación para restaurar su cuerpo y que al menos no esté en este estado tan lamentable, pero si se apaga el cerebro, mi poder no surtirá efecto, puesto que nada podrá dar la orden de cerrarse a las heridas”.

“¿Cuánto tiempo tenemos?” preguntó Arturo.

“Normalmente son unos 10 o 15 minutos después de la muerte, pero con la herida que tenía del combate y la que le has hecho ahora, no creo que a su cerebro le pudiera llegar mucho oxígeno, así que calculó que no aguantará más de 3 o 4 minutos, 5 como mucho”.

“Cinco minutos…” susurró Shin para sí.

“Caballeros, por favor dejadme combatir a vuestro lado – dijo Bill – Me siento responsable por la muerte de vuestro amigo. Si hubiera llegado antes quizás hubiéramos podido evitarla”.

“Me gustaría rechazar tu oferta, decir que tenemos todo bajo control y que te preocupases de recuperarte, pero creo que toda la ayuda que podamos recibir será poca”.

“Gracias, Arturo”.

“Me gustaría decir lo mismo, pero no puedo ni moverme, pronto me reuniré con vuestro amigo”.

“¡Shin!” exclamó la princesa.

“Lo siento princesa, pero no creo que me quede mucho más tiempo”.

“¡Es hora de erradicar todo el mal que acecha esta tierra!” exclamó Arturo.

Los caballeros se lanzaron contra el Capitán Lardo, cada uno desde una dirección distinta y Bill les siguió de cerca.

“Arturo – dijo Gabriel mientras avanzaban – Tú eres el que está más débil de todos. Quédate detrás. Nosotros nos ocuparemos de todo. Bill cubrirá tu puesto”.

“Genial – respondió Arturo reduciendo la velocidad – Ahora soy un estorbo…”

Por distancia y velocidad, Fidel llegó en primer lugar, atacando con un fuerte puñetazo en el estómago. Dayuri no se molestó en esquivarlo, es más, lo recibió con mucho entusiasmo; entusiasmo que se desvaneció de golpe al notar el Capitán que el ataque del caballero no le había obligado ni a mover un dedo.

“Venga, caballero. Seguro que puedes hacerlo mejor. Quizás cambiar de aires un poco te relaje un rato”.

Agarró el brazo que el caballero aún mantenía su estómago y le lanzó hacia los cielos, enviando una pequeña onda detrás como regalo. Fidel la vio mientras se elevaba, aún no había recuperado el equilibrio por lo que decidió cubrirse. La onda chocó en sus brazos cruzados sobre la cara; sin embargo, no explotó, en su lugar envolvió su cuerpo como si de una burbuja de energía se tratase.

“¿Qué es esto? No puedo moverme… Y tampoco puedo volar… ¡Me caigo!”

“¿Te gusta? – Dijo mientras empezaba a verle caer – Es una prisión de energía. Ahí dentro no puedes hacer nada que requiera el uso de energía, y moverte no es una excepción. Pero no te preocupes, con un impacto fuerte explota y eres liberado”.

“¡Sácale de ahí ahora mismo!” escuchó gritar a alguien a su espalda.

Gabriel estaba ya a escasos metros del Capitán, apoyado por Bill.

“¡Vamos! ¡Ataque en equipo!”

Bill salió en primer lugar, con la guardia baja y sin cubrir ningún punto de su cuerpo.

“¿Tú qué eres? ¿Un escudo humano?”

El Capitán, desconocedor de las habilidades de su antes aliado Bill, le golpeó con relativa suavidad, obteniendo como resultado no sólo no hacerle nada y escuchar un sonido metálico que le desconcertó, sino hacerse daño en los dedos por el impacto.

“¿De qué está hecho el cuerpo de este tipo?”

“¡Ha funcionado! ¡Aprovecha ahora que está despistado!”

Gabriel apareció por encima de Bill, dispuesto a darle una fuerte patada. Lejos de lo que esperaba, el Capitán agarró su pierna, le balanceó un poco y terminó estrellando su cabeza contra el cuerpo de Bill, que aún no había desactivado el Muro de Hierro.

“¡Aiba! – Exclamó Bill – Creo que debí haberlo quitado…”

El impacto fue tan fuerte que ocasionó una fuerte herida en la cabeza de Gabriel, abriéndole el cráneo y soltando mucha sangre, que mancho las ropas de Bill. El cuerpo del caballero cayó al suelo y Dayuri lo alejó de una patada.

“Espero que no hayas caído inconsciente, aún no he acabado contigo”.

Bill, culpable de haber herido al caballero de la rosa de forma involuntaria, quiso reparar su error intentando derrotar al Capitán.

“¡Ahora verás! ¡Haré que tus venas estallen!”

Golpeó a Dayuri en el cuello con el filo de la mano, y escuchó un leve sonido de algo espachurrándose.

“Se acabo, ahora la sangre no te llegará al cerebro y morirás”.

El Capitán retiró el brazo de Bill. Podían apreciarse algunos puntitos rojos por la zona en la que la mano había golpeado con más fuerza, mientras que los alrededores habían cogido un tono entre morado y rosado.

“Mmmmm, parece que me han hecho un chupetón… Me gusta”.

“Se ve que si quiero que mis golpes tengan el mismo efecto en él, tendré que golpear varias veces en el mismo sitio”.

“Dime una cosa, chaval. Eso de que hagas que tu cuerpo se vuelva duro como el hierro, ¿también se aplica a tus cabellos engominados y peinados de punta?”

“Sí, ¿por qué lo preguntas?”

“Por nada, por nada” susurró mientras escuchaba a Jonyo acercarse por detrás.

Agarró a Bill estrellándole la mano en la cara y ejerciendo presión sobre ambos lados de la sien con el pulgar por un lado y con los otros por el otro. Cogido de esa manera, lo lanzó de cabeza contra el caballero del rayo, que se aproximaba a su espalda. El caballero lo vio y trato de redirigir su posición, pero a la velocidad a la que avanzaba era imposible, sólo consiguió que al frenar fuese un blanco más fácil, pero el impacto fuese más leve. La cabeza de Bill chocó contra su pecho, habiéndose convertido sus cabellos en auténticos pinchos que atravesaron la ropa y la carne del caballero, incrustándose en su cuerpo hasta que el cuero cabelludo lo permitió.

“Suerte que tiene el pelo corto” pensó Jonyo mientras sentía el dolor.

Tras retroceder unos metros por el impacto ambos cayeron al suelo, Jonyo retorciéndose y Bill, de nuevo, sintiéndose culpable por haber sido el arma del delito.

“Haznos un favor a todos y apaga eso de una vez” dijo Jonyo.

Una vez se libró de todos, saltó hacia el caballero de la tierra, que continuaba cayendo, dio una voltereta en el aire y golpeó de chilena a la esfera de energía que le envolvía, como si de una pelota se tratase, yendo directamente hacia Shin.

“Gol…” pensó el Capitán.

“No… puedo moverme” pensó angustiado.

Kekkai” dijo alguien a su izquierda.

Peter se puso en medio y desplegó una barrera de energía transparente con destellos naranjas, protegiendo a Shin. La esfera de energía que contenía al caballero de la tierra chocó contra la barrera, rebotó y se estrelló contra el suelo, levantando una nube de polvo y un montón de tierra que afortunadamente la barrera también pudo contener. Con el impacto, Fidel fue liberado, la esfera le envolvía impidiéndole moverse, pero no servía como escudo, por lo que quedó parcialmente inconsciente.

“Y ahora tú” dijo mirando a Arturo, el único que quedaba en pie, y empezó a colocarse en posición.

“Esta haciendo lo mismo que la otra vez” pensó Arturo.

El Capitán Lardo sacó su descompuesta espada llena de pequeñas mellas y con algunas zonas oxidadas. Retrasó una de las dos piernas, que mantuvo estirada y la que quedó delante la flexionó para una mejor sujeción al suelo. Extendió un brazo con la mano medio abierta que le sirvió de mirilla para enfocar de manera aproximada su objetivo. Después, colocó su espada mirando hacia el frente, sirviéndose de la mano para calcular la trayectoria adecuada. Arturo le vio y se puso en guardia.

“Va a atacarme de la misma forma que cuando me atravesó con esa espada mugrienta. – Pensó – Y de nuevo, estoy sólo ante el peligro, los demás están tirados por el suelo. Si me da otra vez estando tan débil, la doctora no podrá hacerme otra transfusión po lo del grupo sanguíneo. ¡No puedo permitirme ningún fallo!

Dayuri estuvo unos segundos quieto, observando y siendo observado. De pronto, y con la misma velocidad que la otra vez, se lanzó contra el caballero de frente.

“¡Lo veo!”

Desenvainó su espada en el momento preciso y la colocó en medio, bloqueando el ataque del Capitán. No obstante, la debilidad del caballero se hizo notar. La espada de Dayuri continuó avanzando raspando la de Arturo, siendo la fricción tal que salían chipas. La punta de la espada iba directa al rostro del caballero sin que éste pareciera poder evitarlo.

“¡Canchal!” exclamó una voz.

Unas rocas abruptas y puntiagudas emergieron del suelo que pisaba el Capitán, obligándole a saltar para que no le atravesaran las piernas. Sin embargo, no pudo evitar que le hicieran algún corte en la espinilla.

“¿Quién anda ahí? – preguntó furioso – ¡Nadie puede interrumpirme cuando me divierto!”

“¡Fidel!” exclamó Arturo al verle.

El caballero de la tierra estaba allí, manchado de tierra por el último golpe y con una herida en la cabeza.

“¡Deja a mi compañero!” exclamó y se lanzó contra él, espada en mano.

“Otra vez tú, creía que con servir de pelota te había bastado, pero veo que quieres más”.

“Arturo, ayúdame con tu poder”.

“Vale”.

“¡Caos Granítico!”

Un montón de rocas de granito salieron de las profundidades, desde la mismísima cámara magmática de la tierra y empezaron a arrejuntarse en el cielo en la misma

zona.

“¡Daidendan1!” exclamó Arturo.

Un fiero chorro de fuego emergió de los labios del caballero dirigido hacia las rocas.

“Habéis perdido el juicio... Os atacáis entre vosotros”.

Los pedazos de granito comenzaron a calentarse, primero emitieron vapor, después se fueron poniendo rojos y finalmente comenzaron a fundirse. Entonces Fidel junto sus dos manos y las rocas fundidas comenzaron a mezclarse formando un sólo cuerpo.

“¡Aquí está! – Exclamaron los dos caballeros al unísono – ¡Nuestro Dragón de Magma!”

La figura de roca fundida se lanzó contra el Capitán, que trató de mantener sus fauces con las manos desnudas. Al entrar en contacto con aquella masa de lava, empezaron a soltar vapor.

“Quema…” pensó Dayuri.

“Si pretendes esperar que las rocas se enfríen y endurezcan de forma natural, pierdes el tiempo – dijo Fidel – El granito se origina en la cámara magmática, con un lento proceso de fusión de tres minerales y su posterior enfriamiento. Es la roca magmática por excelencia, no va a ceder”.

“Jejeje, entonces haré otra cosa…”

Soltó las mandíbulas del monstruo de lava, que al no frenar de estrelló de bruces contra la tierra. Acto seguido se subió a su cabeza, se quitó la camisa, la enrolló y la colocó entre las fauces del monstruo, como si de un caballo se tratase, y empezó a domarlo.

“¡¿Qué hace ese loco!? – Exclamó Arturo – ¿Es que no se quema?”

“Mucho peor que todo eso es otra cosa… Estoy perdiendo el control del Caos Granítico”.

“¿Qué dices? No puedes no controlar algo que no está vivo, sólo es un montón de lava con la forma de un dragón”.

“Yo tampoco lo entiendo, pero parece que empieza a obedecerle a él”.

Pronto pudieron ver cómo el monstruo venía hacia ellos con el Capitán sobre él sonriendo como un niño jugando en un parque. Los caballeros no tuvieron más remedio que evitar retrocediendo, el ataque que ellos mismos habían originado. Tras ello la llameante figura volvió a estamparse contra el suelo, dando un bocado de tierra que se derramó después de sus fauces para poder seguir persiguiendo a sus objetivos.

Los caballeros optaron por defenderse lanzando algunas ondas de energía que al chocar con el dragón rebotaban tras impactar contra una barrera invisible que envolvía al dragón.

“¿Qué pasa? No le estamos dando”.

“Creo que sé que ocurre. Ha hecho lo mismo que me hizo a mí antes. Ha recubierto mi Dragón de Magma con una fina película de energía, así es cómo lo controla. Por eso sólo se ha quemado antes al sujetarlo y ahora estando sentado encima no le pasa nada”.

“Habrá que hacer algo, ¿no? Anula el ataque”.

“Si lo hiciera no podríamos sacarle provecho, tengo una idea mejor”.

Fidel se adelantó y encaró al Capitán.

“¡Eh, payaso! ¡Estoy seguro de que eso es todo lo que sabes hacer! ¡No podrías hacer que ese bicho me comiese ni aunque te llevara la vida en ello!”

“Ese es tu plan…” murmuró Arturo.

“Intenta provocarme, que idiota… Bueno, le seguiré la corriente, a ver que pretende”.

Fidel se mantuvo quieto hasta que la boca del dragón de lava estuvo delante de su cabeza. Entonces retrasó el puño, hizo que un cúmulo de tierra lo recubriera y lanzo un fiero puñetazo contra las entrañas de su creación usando todo su poder. El puñetazo atravesó la fina capa de energía y penetró en la lava. En ese momento el caballero gritó.

“¡Aaarggghhh! – Se quejaba – ¡La tierra no ha servido para nada!”

“Siente la fuerza de tu propio ataque, caballero” dijo el Capitán.

Dayuri pudo apreciar que el caballero no era capaz de sacar el brazo del ardiente magma, se revolvía en dolor, pero sonreía.

“¿Eres masoquista, caballero? Desde luego a los jóvenes no hay quien os comprenda…”

De pronto la cabeza del dragón comenzó a iluminarse acorde con la sonrisa del caballero.

“¡Vete al infierno, Capitán Lardo!”

La cabeza del dragón explotó desde el interior por una onda de Fidel, liberando todo el magma sobre el Capitán, además de una explosión y una nube de humo.

“¡Bien hecho Fidel!” le felicitó Arturo.

Al disiparse la nube de humo pudieron ver al Capitán Lardo con algunos pedazos de roca fundida sobre el cuerpo, se le había quitado la sonrisa de la cara.

“Te has cargado mi camisa…”

“¿Qué?” dijo Fidel.

“La camisa que usaba como rienda para sujetar al dragón, te la has cargado al hacer explotar esa onda”.

“¿Eh?” respondió.

“Me parece que no sabes lo que has hecho” dijo y se lanzó a por ellos.

Fidel quiso defender a su compañero herido y desenvainó su espada y empezó a atacar al Capitán, que evitaba sus estocadas sin ningún esfuerzo.

Mientras el Capitán burlaba a Fidel a su antojo, Gabriel se levantó del suelo. En un primer momento trató de volver a atacar, pero el dolor le obligó a detenerse y llevarse la mano a la cabeza, de la cual fluía un río de sangre tras su terrible traumatismo.

“Ugh… Será…”

No muy lejos estaban Jonyo y Bill, en condiciones semejantes.

“Eh, vosotros, venid aquí, tengo un plan”.

“¿Un plan?” murmuró Bill.

“Sí, pero necesito vuestra ayuda. Escuchadme”.

Una patada en el costado herido bastó para que el Capitán tumbara en redondo al caballero del fuego mientras bloqueaba un ataque de su compañero. Entonces Fidel enfureció y amenazó al Capitán.

“¡Te mataré!”

“Jajaja. Suena divertido. Adelante – dijo mostrando el pecho – Dejaré que me ataques una vez”.

Fuera de sí, Fidel se dispuso a atacar al Capitán con un corte en la yugular. Para su sorpresa, a pesar de que Dayuri no ofrecía resistencia ninguna, su espada se detuvo al tocar el cuerpo de su objetivo, y por más fuerza que hacía no pasaba de ahí.

“No lo entiendo, ¿qué pasa? ¿Qué has hecho?”

“Yo no he hecho nada. El motivo por el que no has conseguido cortarme es simple. Cuando chocan dos energías la más débil es la que resulta herida. Básicamente, la energía que desprende mi cuerpo inconscientemente es mayor a la energía que has creado al atacarme con esa espada”.

Fidel no daba crédito a lo que estaba escuchando y su cuerpo se quedó congelado de terror.

“¿Y tú eres quien quiere derrotar a Mesa? Ni con diez vidas entrenando lo conseguirías. Ahora fuera de mi vista”.

“Estilo Hiten Mitsurugi Ryu2. Técnica Amakakeru Ryu no Hirameki3”.

De un solo movimiento desenvainó su espada y cortó de un tajo todo el torso de Fidel en diagonal ascendente, de izquierda a derecha. El caballero cayó al suelo tras quedar unos segundos petrificado en pie.

“Dos menos. Quedan tres”.

“¡Sí! ¡Y yo soy uno de ellos!” escuchó gritar por detrás.

Jonyo apareció por detrás con los puños en guardia dispuesto para un enfrentamiento cuerpo a cuerpo.

“Sin espada, ¿eh? Jugaré a tu nivel”.

El Capitán Lardo envainó su espada y también se puso en guardia. Prefirió atacar él y, cuando lanzó un gancho hacia el caballero, éste cerró los ojos y evitó el golpe. Pensando que pudiera ser un momento de suerte, Dayuri reiteró en su intento y volvió a atacar al caballero, y de nuevo esquivó todos sus ataques. Al dar el último, Jonyo aprovechó que su oponente bajó la guardia, dándole un fuerte golpe en el estómago.

“Bien – pensó – Ya soy capaz de atacar, al menos una vez, mientras capto los impulsos eléctricos de los músculos del rival. Voy mejorando…”

Dayuri trató de contraatacar, dolido por haber dejado que le alcanzasen. Atacó con un puñetazo al frente y el caballero lo evitó saltando. Al saltar vio que detrás se escondía el caballero de la rosa, ahora enfrente de él, portando dos rosas blancas en las manos.

“Dos rosas blancas, inofensivas”.

Gabriel lanzó las dos rosas, y el Capitán las esperaba sonriente. Desde el cielo, Jonyo emitió dos rayos, dirigidos uno a cada rosa, que las alcanzaron un segundo antes de llegar a su objetivo, convirtiéndolas en rosas amarillas.

“¡No!” exclamó el Capitán.

Las ahora rosas amarillas se clavaron en ambos lados del pecho del Capitán, y no tardaron en hacer notar sus efectos.

“Creo que las conoces bien. Son rosas amarillas paralizantes – dijo Gabriel – Viste cómo usamos una hace un momento, así que ya sabrás qué te está pasando”.

“No me subestimes, caballero. Esto no es suficiente para alguien como yo”.

Dayuri tensó los músculos y comenzó a emitir energía. Las dos rosas comenzaron a desprenderse de su cuerpo, saliendo cada vez más el tallo de su pecho.

“Se libera…” dijo Jonyo.

“¡Tekkai!” escuchó esta vez.

Bill le agarró por detrás utilizando todas sus fuerzas y su Muro de Hierro activado. Abrazado desde la espalda hasta el pecho y con los brazos retenidos, Dayuri continuaba tratando de liberarse por la fuerza.

“¡Rápido! – Exclamó Bill – ¡No aguantaré mucho!”

“Calma, será sólo un momento... – susurró Gabriel mientras desenvainaba su espada – Senbonzakura”.

La hoja de la espada de Gabriel fue dividiéndose poco a poco en mil pequeños pétalos de color de rosa, los cuales, según se desprendían de la espada, volaban alrededor del Capitán y Bill, como si estuvieran siendo transportados por el viento. Una vez se dividió la espada en pétalos, en las manos del caballero sólo quedaba la empuñadura. De forma repentina y como un tornado que aparece en medio de la calma sin que nadie lo espere, los pétalos se arrejuntaron sobre el Capitán y quien le mantenía quieto. Desde todas direcciones, como si de un abrazo de la naturaleza se tratase, provocándole centenares de cortes por todo el cuerpo a gran velocidad sin que ninguno pudiera hacer nada por evitarlos. Al ser cortes rápidos, el Capitán estuvo unos segundos quieto, sin que pareciese ocurrirle nada, y de pronto todas las heridas estallaron lanzando diversos chorros de sangre. Las dos rosas amarillas también fueron destruidas, y con ellas, sus efectos. El ataque sólo afectó a la parte delantera del cuerpo del Capitán, mientras que fue Bill quien recibió el ataque en su espalda. Sin embargo, éste no tuvo ni un rasguño en su cuerpo. Únicamente sus gafas estallaron en centenares de pedazos. Por último, los pétalos regresaron a la espada de Gabriel formando de nuevo su hoja.

“Sabía que el Muro de Hierro le serviría para inmunizarse de mi Senbonzakura, Bill no ha sufrido daños – analizaba el caballero – Sin embargo, una gran parte de la efectividad del ataque se ha perdido por mi falta de experiencia. Aún no soy capaz de concentrar todo su poder en un cuerpo tan pequeño. Apenas ha recibido una décima parte del daño que puede llegar a causar. Supongo que el tener la parte trasera cubierta también ha influido, pero aún así sería una quinta parte en el mejor de los casos”.

Bill dejó suelto al capitán, que cayó al suelo de rodillas.

“Parece que hemos ganado” comentó Bill al verle caer ante sus ojos.

“Y yo creo que he sido demasiado amable con vosotros”.

Dayuri se levantó del suelo. Tras palparse por todo el cuerpo, vio que toda su parte delantera había recibido pequeños cortes, dañando su imagen.

“He querido dejaros ventaja para que jugásemos un rato, pero se ve que habéis aprovechado para hacer cuanto habéis podido. Así que basta de juegos”.

Agarró a quien tuvo más cerca, en este caso fue Bill. Tras cogerle del mismo modo que la había cogido él antes, salió volando con su presa atrapada y fue directo a las profundidades marinas.

“¡¡¡A ver si ese cuerpo férreo te salva de esto!!!” exclamó un segundo antes de entrar en el agua.

Tras sumergirse dejando un notable chapuzón empezó a descender metros y metros arrastrando consigo a su condenado.

“¿Qué pretende? Con la sal del agua le deben escocer las heridas, pero no parece importarle”.

De pronto notó como se le partía un hueso de la pierna.

“¡Arg! ¡Era eso!”

La presión del agua pasaba factura al cuerpo de Bill, a pesar de tener activado el Muro de Hierro. Según descendía, notaba como se le iban rompiendo más y más huesos, temiendo por su columna vertebral.

“Lo entiendes, ¿verdad? Jajaja – reía el Capitán – Tu defensa no es rival para la fuerza de la naturaleza. Puede que con ella aguantes más, pero llegará un momento en el serás tú quien ceda, no el mar”.

En la superficie, Jonyo y Gabriel esperaban noticias de alguno de los dos. De pronto, el Capitán apareció con Bill a cuestas y lo arrojó al suelo, inconsciente.

“¿Lo has matado?” preguntó Jonyo.

“Ha tenido suerte, llegamos al fondo antes de que su columna vertebral sucumbiera a la presión”.

“O sea que le hubieras matado si hubieras podido” conjeturó Gabriel.

“Dejaré ese detalle a tu elección, puesto que eres el siguiente”.

El Capitán se lanzó contra Gabriel, quien, aún con la espada en la mano tras el último ataque, trató de usarla para defenderse. Mientras se acercaba, Dayuri desenvainó la suya y al llegar ambas chocaron. Las mellas y el óxido de la espada del Capitán crearon chispas en la fricción de ambas espadas, chipas que salpicaron accidentalmente en los ojos del caballero de la rosa, provocando su cese en el forcejeo. Al ocurrir aquello, las ansias de destrucción del Capitán se redujeron a una decepción total y se quitó de encima a su oponente de un manotazo. El choque contra el suelo teniendo la herida de antes en la cabeza hizo el resto.

“Quedas tú”.

“Aunque esté sólo, sabes que no puedes tocarme. Puedo esquivar cualquiera de tus ataques. Lo hice antes y lo volveré a hacer ahora”.

“Ah, sí… Eso… Está bien. Evita esto si puedes”.

Dayuri se lanzó contra el caballero del rayo con el puño hacia el frente. Jonyo cerró los ojos y se concentró, calculando la trayectoria del impacto a través de los impulsos nerviosos de los músculos, como de costumbre.

“Será ahí” pensó.

Ahí fue. El Capitán Lardo le golpeó con fuerza en la mejilla, rompiéndole varios huesos de la cara. Para su sorpresa, no sólo consiguió darle en esa ocasión, sino que toda la lluvia de golpes que vinieron después, dieron en el blanco, dejando poco a poco al caballero fuera de combate.

“Creo que sabes lo que está pasando, pero por si acaso te lo explicaré. Aunque seas capaz de adivinar cuales serán mis ataques, si son más rápidos que tu velocidad para esquivarlos, detectarlos no te sirve de nada. Ha estado bien, caballero, ¡pero se acabo!”

Dicho esto, dio un codazo en la nuca al caballero como golpe de gracia y le dejó inconsciente al instante.

“Y ahora que nadie puede detenerme, me encargaré de vosotros” dijo señalando al lugar donde se encontraban Peter, la princesa y Shin.


Daiendan = Lanzallamas Gigante

Hiten Mitsurugi Ryu = Corte Honorable de Espada del Dragón Volador

Amakakeru Ryu no Hirameki = Destello del Dragón Volador

jueves, 1 de noviembre de 2007

Episodio LX

Hoy, hace un año, se publicaba el Episodio XXXVII, que cerraba el primer volumen de Los Caballeros, así que hoy... no vamos a cerrar volumen xD pero estamos muy cerca, así que honraremos a ese capítulo que cerró una época, y esperaremos cerrar otra dentro de muy poco, aunque ya en éste está prácticamente cerrada.

Título: Decisión Final

Tamaño: 10'1

Dedicado a: El ep 37, que salió hace hoy justo un año ^^


Episodio LX

G

abriel lanzó la rosa amarilla contra Miss Jewel, quien, totalmente camelada por las palabras del caballero, extendió la mano para recogerla con total confianza. La rosa viajaba por el aire recorriendo la distancia que separaba al emisor y a la receptora a una velocidad normal, pero que a los caballeros les parecía eterna. La punta del tallo estaba ya muy cerca de su objetivo, cuando alguien empujó violentamente a la mujer fuera de la trayectoria de la rosa y se puso en medio, recibiendo el pinchazo.

“¡¿Qué haces?!” exclamó Miss Jewel al caer al suelo.

Reik se había interpuesto en la trayectoria de la rosa, extendiendo sus extremidades para asegurarse de que no pasara de allí. El pinchazo se efectuó justo en el centro del pecho. A los pocos instantes unas pequeñas chispas salieron del interior del tallo y recubrieron a Reik por completo, paralizándolo por completo.

“No… no puedo moverme” dijo Reik intentando librarse de su atadura.

“¿Cómo? ¿Era una trampa?”

“¡Mierda! – Exclamó Gabriel – ¡Hemos fallado!”

La rosa amarilla comenzó a perder color lentamente, pero de forma continua. Los extremos de los pétalos estaban ya teñidos de blanco apenas unos segundos después de haber sido clavados.

“Mi… Mi Señora… ¡Huya!”

“No, Reik, no te dejaré aquí después de haberme servido tan fielmente”.

“¡¡¡Vete de una vez!!!”

Más asustada que convencida, se levantó y salió corriendo desesperada sin una dirección concreta.

“¡Se escapa! – Exclamó Arturo – ¡Hay que detenerla!”

“Tranquilo, no llegará muy lejos” dijo Peter.

De pronto Miss Jewel se estrelló contra algo de bruces y cayó al suelo de espaldas apretándose la cara con las manos del dolor. Pensado que había sido culpa suya, se levantó de nuevo y volvió a tratar de huir, con el mismo resultado. Una barrera invisible le impedía continuar. Al darse cuenta de la verdad, trató de romper esa barrera a puñetazos, consiguiendo sólo que un suave destello blanco iluminara la parte de la barrera que golpeaba. Viendo que no lo conseguía, empezaron a caer lágrimas de sus ojos, a la vez que se iba enrojeciendo su rostro.

“¡¿Qué has hecho?! ¡¿Por qué no puedo seguir?!”

“He creado una barrera de energía alrededor de nosotros cinco. Nadie puede entrar ni salir del recinto si yo no lo permito”.

“Puede que el plan no haya salido del todo mal – dijo Arturo – Queríamos usar la rosa para paralizarte a ti y extorsionarte para que nos dijeras la forma de devolver a la gente a la normalidad. Aunque, pensándolo mejor, esta situación es mucho mejor. Quizás estés en libertad, pero si no tienes nadie que te proteja, es como si estuvieras paralizada. Además, no puedes salir de la barrera”.

Los caballeros desenvainaron su espada y se acercaron a Miss Jewel lentamente.

“No… No… Esto no puede acabar aquí. Yo soy la Dueña y Señora de estos lares, no voy a perder ante unos hombres, ¡Eau de Toilette!”

“¡Oh, no! – Exclamó Peter – ¡Ese perfume otra vez!”

Una nube rosa cubrió toda el área interior de la barrera. Jonyo, Fidel y el Capitán Lardo eran incapaces de ver lo que ocurría desde el exterior.

“Parece que se equilibra la balanza” dijo el Capitán.

“Tenemos que intervenir, Jonyo – dijo Fidel preocupado – Ahora están bajo los efectos de ese perfume, si aprovecha para someterlos a los tres, estamos perdidos”.

“No hay nada que podamos hacer. Nosotros tampoco podemos atravesar la barrera de Peter. Confiemos en que no hayan inhalado el perfume”.

El perfume se despejó rápidamente. Cuando volvió la visibilidad, se podía apreciar que cada uno estaba en el mismo sitio que antes, nadie se había movido de su lugar.

“¿Qué ha pasado?” pensó Jonyo.

Miss Jewel, esperanzada, lanzó una mirada a los caballeros, pero para su sorpresa, parecían no haber resultado afectados por el Eau de Toilette.

“¿Cómo…? ¿Cómo habéis escapado del poder de mi Eau de Toilette? ¡Ningún hombre lo había hecho antes, es imposible que vosotros hayáis podido!”

“Lo cierto es que estamos tan sorprendidos como tú – dijo Arturo – yo sólo procuré no respirar para evitar caer en el influjo del perfume, pero en las anteriores ocasiones no se disipó tan rápido”.

“Lo mismo digo” dijo Peter.

“Perdonad no haber avisado, he sido yo”.

Gabriel portaba sonriente una rosa que parecía ser la explicación de lo ocurrido.

“Todo ha sido gracias a esta rosa” dijo orgulloso.

“¿Qué dices? Sólo es una rosa de color rosa como cualquier otra. Una cosa así no puede haber detenido el poder de mi fragancia”.

“Puede parecer una rosa normal y corriente, pero no lo es. Hace unos segundos era una de mis rosas blancas vírgenes que absorben cualquier poder. Ahora ha adquirido los poderes de tu fragancia y por eso tiene este color. Debo darte las gracias, no sólo he salvado a mis compañeros, sino que también he obtenido una rosa muy poderosa para mi colección, lástima que sólo tenga una. ¿Por qué no haces el Eau de Toilette unas cuantas veces más?”

“¡Ni lo sueñes!”

“Para una técnica que sabes… Si mueres todo se perderá”.

“Si crees que eso es lo único con lo que puedo defenderme estás muy equivocado”.

Se lanzó mostrando su anillo con la prominente piedra roja, lo estrelló en la cara del caballero y salió de él una onda de choque que le empujó hasta la pared de la barrera, donde finalmente cayó al suelo.

“Dicen que los últimos coletazos son los más fuertes. Si esto es todo lo que puedes hacer, será mejor que abandones” dijo Gabriel al volver a ponerse en pie.

“Acéptalo, has perdido. Dinos como devolver a la gente a la normalidad y dejaremos tu vida a juicio de los habitantes del pueblo. Ni siquiera nosotros queremos matar a una mujer, por malvada que sea”.

Arturo le colocó el filo de la espada en el cuello. Cuanto más cerca lo veía, más se desesperaba. Para desatar sus nervios del todo, el caballero le clavó suavemente la punta de la espada, derramando un fino hilo de sangre.

“¡Habla!” gritó Peter.

“No puedo dejar que esto acabe tan rápido. De ser así, no sería divertido”.

El Capitán Lardo saltó desde la roca de la que estaba sentado, desenvainó su espada en el aire y asestó un espadazo a la barrera de energía de Peter, rompiéndola en pedazos que se dispersaron en el aire.

“Ha roto la barrera con… tanta facilidad…” susurró Peter sorprendido.

“Estos cristalitos son muy molestos. Podrían clavarse en un ojo y tendríamos una desgracia” dijo el Capitán con toda tranquilidad.

La esperanza volvió a iluminar el rostro de Miss Jewel, que se empezó a reír a carcajadas sin cesar.

“¡Wajajajaja! ¡Sabía que vendrías a por mí! ¡Ahora sí que es vuestro fin! ¡Estáis muertos! ¡¿Me habéis oído?! ¡MUERTOS! ¡Mi amor acabará con todos vosotros sin ninguna piedad!”

“Ante todo me presentaré. Me llamo Dayuri Lardo y ostento el cargo de Capitán de los ejércitos de El Señor Oscuro”.

“¿Dayuri? ¿Qué clase de nombre es ese?” preguntó Gabriel.

“Significa en todas partes y en ninguna y está en bron, que era el idioma secreto de un gremio de artesanos de avilés en la edad media. Ahora continúo. Hasta ahora he preferido no intervenir por pura comodidad, pero me habéis obligado a entrar en el juego. Como he sido el último en participar os daré una pequeña ventaja. Permitiré que uno de vosotros, a vuestra elección, no se enfrente conmigo y pueda quedarse junto al caballero del hielo para tomar la decisión final. La única condición es que quien no lucha tampoco podrá tratar de atacar a Miss Jewel, de lo contrario yo en persona acabaría con ese tramposo de un golpe. Los que se enfrenten a mí podrán usar todas las estrategias y trucos que se les ocurran, no hay reglas. ¿Qué me decís?”

“¿Se está tomando esto como un juego?” pensó Gabriel.

“Si uno de nosotros no combate, tendremos menos capacidad de ataque – dijo Peter – Sin embargo, alguien debe tomar esa decisión final. Puedo aseguraros que este tipo no es lo que parece, y si te hace una oferta de cualquier tipo, sería un error rechazarla”.

“Tú le conoces mucho mejor que nosotros. Te haremos caso – dijo Arturo – Gabriel, quédate tú. Yo combatiré”.

“¡No! La doctora te ha prohibido combatir, aún no te has recuperado del combate contra Reik. Además, no es justo que hagas siempre lo más divertido, ya has tenido tu momento, ahora me toca a mí. De hecho, tú eres el único que puede tomar esa decisión final. Confío en ti”.

“Se ve que no tengo otra alternativa…”

“De nuevo, no están contando conmigo…” pensó Peter enfurruñado.

Gabriel se colocó en posición de combate, Peter se retiró a un lugar seguro y Arturo fue hasta Reik, que seguía paralizado, alzó su espada, y colocó la punta sobre el pecho del antiguo caballero, justo encima del corazón.

“¡Ya están todos los actores en el escenario! – Exclamó Dayuri – ¡Qué empiece la función!”

No muy lejos de allí, Bill continuaba corriendo apresuradamente con Shin a la espalda.

“¡Ya tenemos que estar muy cerca! ¡Corre Bill!”

“Si pero no hace falta que grites, estoy debajo y me revientas los oídos”.

Gabriel tomó la iniciativa en el combate y fue él quien se lanzó al ataque, intentando alcanzar con la espada al Capitán de cualquier forma posible. Golpe horizontal, vertical, diagonal, estocada, todos eran bloqueados sin ningún esfuerzo, y sobre todo sin quitar la sonrisa de la cara.

“Vamos caballero, ¿eso es todo lo que sabes hacer?”

La rosa amarilla que estaba clavada en el pecho de Reik había perdido más de la mitad de su color y el caballero comenzaba a recuperar movilidad, siendo capaz de mover las yemas de los dedos.

“Nuestro plan se ha dado la vuelta por completo, parece que no tendremos el antídoto para devolverte a la normalidad. Mi última oportunidad es convencerte con palabras”.

“Pierdes el tiempo” contestó Reik con total naturalidad.

“No puedo creer que hayas perdido el juicio completamente”.

“Es cierto, no lo he perdido. Esta es mi verdadera naturaleza”.

“No me estás ayudando nada…”

Fidel y Jonyo continuaban observando la situación desde su escondrijo.

“Parece que el asunto se ha torcido un poco” dijo Fidel.

“Sí, ya no está tan clara nuestra victoria. Creo que es hora de intervenir”.

“¡Ya era hora!”

“¡Sígueme! Creo que sólo hay una cosa que podamos hacer…”

Miss Jewel volvía a ser ella misma. La suerte la sonreía de nuevo. Animaba a su amor con furor y maldecía a los caballeros con la misma intensidad. Estaba tan inmersa en sus pensamientos que no se percató de que la paloma blanca volaba hacia ella. De primeras le dio un picotazo en la frente que le hizo sangre. Enfadada, alzó el brazo para espantarla, y fue entonces cuando la paloma mostró sus verdaderas intenciones. Se lanzó directa al anillo de Miss Jewel con la piedra roja y la destruyó de un picotazo.

“¡No! ¡Has destruido mi piedra! ¡Ahora no podré hacer más pintalabios! ¡Morirás por ello!”

Gabriel lo vio todo y sonrió de alegría.

“Así que era eso, por eso te enfadaste tanto cuando tu casa fue destruida. Es allí donde fabricabas el pintalabios. ¡Bravo, paloma!”.

Cumplido su objetivo, la paloma se relajó un segundo y Miss Jewel la dio un fuerte manotazo que la estrelló contra un árbol cercano, para después al suelo, sin sentido. Miss Jewel avanzó hasta ella y alzó su zapato de tacó cuya punta brillaba de lo fina que era.

“¿Pensabas qué un manotazo sería tu castigo? No, no, no. Tú morirás por fastidiar mis planes. ¡Adiós!”

El caballero de la rosa vio a Miss Jewel con el tacón levantado e intentó ir hacia la paloma para salvarla. La espada del Capitán Lardo se cruzó en su camino, pasando cerca de su cuello, impidiéndole el paso.

“¿Dónde te crees que vas? Estás combatiendo contra mí.”

“¡No! Tengo que salvarla. Primero esa paloma me ofreció mi fruta favorita y ahora ha destruido la fuente de poder de Miss Jewel, no puedo dejarla morir”.

“Demasiado tarde, caballero – dijo Miss Jewel sonriendo – ¡Wajajajaja!”

“Exacto. ¡Demasiado tarde para ti!” exclamó una voz.

Jonyo apareció a su espalda, con un brazo le abrazó el cuello con fuerza y con la mano que le quedaba libre sacó su espada y le apuntó a la espalda, pinchando un poco para que se notase.

“¿Esto qué es?”

Fidel apareció por delante, sacó su espada y le colocó la punta en la nariz.

“Será mejor que te estés quietecita” dijo Fidel.

“¿Qué hacéis? ¡Soltadme!”

“Creo que optaremos por la opción B” dijo Jonyo.

“¡Deteneos! Si me matáis nadie podrá regresar al caballero del hielo a la normalidad”.

“De todas formas no ibas a hacerlo si te lo pidiéramos, ¿me equivoco?” dijo Jonyo.

Miss Jewel sonrió.

“En ese caso – dijo Fidel – no hay nada más que hablar... ¡muere!”

“¡Amor, ayúdame! ¡Quieren matarme!”

El Capitán Lardo estaba combatiendo contra el caballero de la rosa. Al escuchar gritar a la mujer, corrió hacia su oponente con el fin de darle un espadazo vertical. Gabriel puso su espada en horizontal y bloqueó el ataque, produciéndose un pequeño forcejeo.

“Te está llamando, ¿es que no vas a ayudarla?”

“Yo no oigo nada, caballero, ¿tú oyes algo?”

Esas palabras provocaron en Miss Jewel un dolor que cien mil cuchillos clavándose a la vez en su cuerpo no hubieran podido igualar. Tras oírlas, se quedó muda del shock y una lágrima recorrió su rostro.

“Ahora entiendo tus palabras, Suso…” susurró y cerró los ojos sonriendo en espera de su final.

“¡Esto va por Suso!” exclamó Jonyo.

“¡Y esto por todos los habitantes del pueblo que has sometido, por los que has matado, y por sus familias, que tanto has hecho sufrir!” exclamó Fidel.

Jonyo clavó su espada en la espalda de Miss Jewel. Atravesó por completo su cuerpo, rasgando sus pulmones y su corazón y apareciendo la punta entre los pechos de la mujer a su vez que Fidel hacia lo mismo por el lado opuesto. Clavó la espada en su estómago, atravesándolo por completo, partiendo la columna vertebral y saliendo la punta por la parte inferior de la espalda. Una vez clavadas las espadas, los dos caballeros giraron la muñeca hacia ambos lados retorciendo la espada dentro de las entrañas de su víctima, la cual ya había perdido prácticamente su vitalidad y se limitaba a temblar y escupir sangre a borbotones. Al sacar las espadas, el cuerpo cayó al suelo de inmediato y se quedó quieto en medio de un charco de sangre.

El Capitán Lardo había observado toda la escena de reojo mientras continuaba su forcejeo con el caballero de la rosa. El sonido de las dos espadas clavándose en sus carnes y desgarrándolo todo le provocaron una tremenda excitación. Cuando el cuerpo cayó al suelo estalló en un ataque de euforia.

“¡Jajajaja! ¡Wajajajajajaja! ¡Por fin soy libre! ¡Por fin ha desaparecido esa arpía! ¡Estoy contento! ¡¡Muy contento!! ¡¡¡¡Puede que os perdone la vida por haberme hecho este favor!!!”

En aquel momento apareció Wancho, caminando lentamente, y contempló horrorizado la escena. Su Señora estaba en el suelo en medio de un charco de sangre y no había podido hacer nada por evitarlo. Por el contrario, quien se supone estaba ahí para protegerla, no sólo no había hecho nada al respecto, sino que además reía a viva voz delante de todo el mundo.

Odio, ira, furia, miedo, tristeza, deseos de venganza, todos los sentimientos negativos que existen en este planeta se juntaron en el interior de Wancho. La marca de labios en su frente brilló como jamás lo había hecho ninguna otra. Sus ojos se pusieron en blanco y perdió el control. No le importaba quien lo había hecho, él ya había elegido a un culpable, y pagaría las consecuencias.

“Anda, pequeñín – dijo al verle – ¿Cómo tú por aquí?”

“Tú, no te atrevas a dirigirme la palabra. Mi Señora ha muerto tu culpa. Y tú morirás por ello”.

“¿Tengo que asustarme?”

Wancho se lanzó contra él a la mayor velocidad que le permitía el cuerpo después de su combate con Fidel. Gabriel, viendo lo que ocurría, se apartó de en medio y fue a por la paloma, cogiéndola con un elegante movimiento.

“Te tengo”.

El Capitán no había visto nunca en acción a Wancho, desconocía sus habilidades, cosa que lo costó caro. Su adversario se acercaba corriendo, sin molestarse siquiera en cubrir sus puntos débiles, así que no había motivo de preocupación. Para su sorpresa, cuando éste se acercó, en vez de intentar darle un puñetazo o patada, se abalanzó sobre su cara y le echó el aliento, haciéndole retroceder tosiendo repetidas veces.

“Eres bastante molesto, ¿nunca te lo han dicho?”

“No tengo a mis bichos – pensaba Wancho sin hacer caso de su comentario – Así que tendré centrarme en mis antiguas armas. ¡No me falléis!”

Wancho disparó varios de sus Pedos Atómicos contra el Capitán, que, de nuevo, no se molestó en evitar. Al alcanzarle, para Dayuri, el tiempo pareció detenerse. Pudo apreciar cómo los proyectiles se iluminaban un instante antes de liberar una ráfaga de fuego que acompañaba a la explosión. Cuando Wancho comprobó el éxito de su primera ofensiva, no tardó en comenzar una nueva, y lanzó un montón de proyectiles sin ningún tipo de control, todos hacia la misma dirección. Aún no se había disipado el fuego de la primera explosión, por lo que al llegar los demás proyectiles, fueron creando una fogata que aumentaba su tamaño cada vez más. Por más que crecía la explosión, no era suficiente para calmar las ansias de destrucción de Wancho, que continuaba disparando una y otra vez. Por suerte, sus gases se agotaron a los pocos minutos y no pudo continuar. Entonces se quedó quieto durante unos segundos, el fuego de la explosión se reflejaba en sus ojos, que lloraban la pérdida de Su Señora y única mujer que había amado jamás.

“Haaa, haaaaaa – jadeaba a la vez que trataba de contener sus lágrimas – Te he vengado, Mi Señora, y ahora me reuniré contigo”.

“Exactamente” dijo una voz.

El Capitán Lardo emergió del fuego de la explosión con el brazo extendido, avanzó hasta Wancho en un segundo y le agarró del cuello con mucha fuerza, llegando a impedirle respirar.

“¿Qué me dices ahora? – Dijo mientras le clavaba los dedos en la garganta – de esta forma no me puedes echar tu aliento. ¿A que está bien pensado?”

Dayuri llevó el puño que tenía libre hacia atrás y sonrió de oreja a oreja. Los ojos de Wancho estaban llenos de pequeños vasos sanguíneos, mezcla de la asfixia y del terror que soportaba en ese momento. No sólo no podía echar el aliento, tampoco podía gritar ni hablar para pedir ayuda”.

Los caballeros observaban atentamente el curso de los acontecimientos sin intervenir. En manos del caballero de la rosa, la paloma recobró el sentido. Al ver a Wancho, voló rápidamente de las manos del caballero.

“Eh, ¿Dónde vas?”

La paloma fue iluminándose hasta convertirse en una figura lumínica que fue variando su forma hasta adoptar una silueta humana. Tras ello la luz se desvaneció y para sorpresa de todos quien quedó a la vista fue la Princesa del Crepúsculo.

“¡¡¡¡Wooooow, es todavía más bella que Mireia!!!!” dijo Gabriel al verla, habiéndose transformado sus ojos en corazones.

“¡Detente, Capitán Lardo! ¡No hay necesidad de que haya más víctimas! ¡Miss Jewel ya no está entre nosotros!”

“Lo siento, pero no hago caso a niñas pequeñas”.

Llevó el brazo hacia delante y a Wancho le pasó toda la vida ante sus ojos.

“Mi Señora, voy con usted”.

Cuando el puño impactó en su rostro, reventó toda su cabeza en un instante. Un festival de sangre, vísceras, cabellos y trozos de carne salió disparado en todas direcciones, manchando al Capitán, aunque no parecía importarle. El resto del cuerpo de Wancho quedó inmóvil, brotando sangre desde el cuello.

“¡No! ¡Ha vuelto a ocurrir! ¡No he podido salvarle!” exclamó la princesa y rompió a llorar en los brazos del caballero de la rosa.

“Has hecho todo lo que estaba en tus manos, piensa que al menos nadie más sufrirá por Miss Jewel”.

“Al menos, entréganos el cuerpo para darle sepultura” pidió la princesa.

“Eso esta hecho”.

El Capitán lanzó el cuerpo hacia la princesa, ella fue a cogerlo, confiada. En el instante antes de agarrarlo el cuerpo explotó en mil pedazos a causa de una onda lanzada por el Capitán.

“¡Jajajaja! ¡Ya te dije que no hago caso de niñas pequeñas! Podría perdonaros la vida por haberme librado de Miss Jewel, pero no puedo regresar a la base sin haber hecho nada, así que tendremos que divertirnos un poco. ¡Vamos caballeros, ahora estáis todos juntos! ¡Venid a por mí!”

Un resto de las ropas de Wancho que había sobrevivido a la explosión fue a parar cerca de la princesa, que lo recogió con cariño, lo apretó con fuerza y de nuevo una lágrima recorrió su rostro.

“Por favor, que sea el último…”

Arturo continuaba con su espada apuntando al corazón de Reik. La rosa amarilla había perdido ya prácticamente todo su color, y al caballero del fuego se le acaban los argumentos.

“Miss Jewel ha muerto. Nada te obliga a seguir siendo así”.

“No necesito un líder para seguir mi propio camino. Ahora podré crear mi propio reino. Si vas a hacer algo, será mejor que lo hagas rápido. La rosa está a punto de perder su efecto, y cuando lo haga, os mataré uno por uno o moriré en el intento”.

“¿Nada de lo que hagamos te hará volver?”

“No tengo un sitio al que volver”.

“En ese caso, no me dejas otra opción. Sé que es lo que hubiera querido el verdadero Reik”.

En ese momento, Bill y Shin llegaban a donde estaban los caballeros. Podían ver de lejos a Arturo portando su espada, apuntando a Reik.

“¡¡¡¡No!!! – Gritó Shin – ¡¡¡¡¡¡No lo hagas!!!!!!”

Arturo creyó estar escuchando la voz de su corazón, cerró los ojos, y apretó con fuerza la empuñadura de su espada.

“¡Esta es… mi decisión final!”

Acompañando el acto con un grito, clavó su espada en el pecho de Reik, atravesando su corazón y saliendo por la espalda, tras romper el omoplato. Al momento, el antiguo caballero cayó al suelo lentamente mientras se iba desvaneciendo.

“Perdóname, Reik…”

Cuando Arturo abrió los ojos, Bill y Shin acababan de llegar, y observaban el cuerpo inerte del caballero en el suelo.

“Hemos llegado tarde…” dijo Bill.

“¿Shin? ¿Qué haces aquí? ¿Y cómo que vienes con él? Concretamente a su espalda, ¿no estaba siendo manipulado por Miss Jewel?”

“Eso es lo que venía a deciros – susurró apenado – He descubierto la forma de devolver a la normalidad a los sometidos”.

“¡¡¡¡¡¡¡¿Qué?!!!!!!!” exclamaron a la vez todos los presentes.

“¡Rápido! – Gritó Jonyo – ¡Comprueba si Reik sigue con vida! ¡A lo mejor todavía podemos salvarle!”

“No – dijo Peter tratando de tomarle el pulso – Ha fallecido”.