domingo, 28 de diciembre de 2008

Episodio LXXVII

Uffff, menos un minuto, esta vez casi no, eh? xD Que sí hombre, estaba cuadrando el capítulo para que fueran diez páginas. No os fieis de la hora que ponga ahí abajo, al final de la entrada, esa es la hora a la que abro el borrador para escribir la introducción anecdótica y esas cosas, fijaros en la hora a la que podéis leerlo. Bueno, último capítulo del año, disfrutadlo, y Feliz Año 2009 a todos ;)

Título: N/A

Tamaño: 10

Dedicado a: Patricia (Personaje Pamela)

Episodio



LXXVII

J

onyo se despedía con la mano de Hilda, que les había acompañado hasta la entrada del pueblo. Respiró hondo el aire limpio de la montaña y después miró hacia abajo, donde apenas se veía el suelo desde tanta altura.

“Vale, ¿cómo salimos de aquí?”

“Tenemos tres chocobos esperando en la ladera de la montaña, cerca de aquí, ¿sabes lo que son?” dijo Peter.

“No los he visto nunca, pero me han hablado de ellos. Parece que este pueblo está a demasiada altitud para ellos y por eso aquí no los tienen”.

“Son unos bichos muy raros, pero muy amables – dijo Gabriel – Enseguida los conocerás”.

“Pero hay que bajar volando hasta donde están, ya que no pudimos subir hasta aquí con ellos – dijo Arturo – La pendiente era demasiado pronunciada y nos vimos obligados a atarlos”.

“Bien, vamos”.

Los caballeros echaron a volar montaña abajo, salvo Jonyo, que al saltar notó que algo se le echaba encima.

“¿Qué pasa? Me he enganchado con algo...”

Los caballeros se detuvieron en el aire al oírle y se giraron para ver que pasaba. Para sorpresa de todos, vieron que Pamela se había abrazado a su pierna.

“¿Qué haces?”

“Quiero ir con vosotros” dijo decidida.

“¡¿Qué?!” exclamaron todos a la vez.

Al cabo de cinco minutos, estaban todos de nuevo a las puertas de Mariejoa, retrasando aún más su salida.

“Bien – dijo el caballero del rayo – Cuéntame por qué te ha dado por venir con nosotros. Que yo sepa no tienes nada que hacer por Tolbi, ¿o es que acaso crees que no voy a volver o algo por el estilo?”

“No. Es muy sencillo. Me necesitáis. No podréis encontrar Tolbi sin mi ayuda”.

Hilda también estaba por allí cerca y no pudo evitar intervenir.

“Eso es verdad”.

“¿Cómo que no? Sabemos donde está” dijo Arturo.

“No lo sabéis, ni siquiera sabíais donde estaba Midgar, hasta que os llevaron. La mejor prueba de ello es el tiempo que estuvo el caballero del fuego perdido en el desierto. Este pueblo lo encontrasteis porque teníais la montaña como referencia, pero de no haber sabido que estaba en la montaña no lo habríais encontrado jamás. ¿Y después de eso queréis que me crea que no os hago falta para encontrar Tolbi? Decid mejor que me estáis discriminando por ser niña, o por ser mujer, o incluso por ambas cosas”.

“Jonyo nos guiará” dijo Peter.

“Lo siento, nunca he estado allí. Sé de este lugar tanto como vosotros, pero no he salido de Mariejoa, ya os dije que os estaba esperando, no me podía mover”.

“Recuerda que podemos volar – dijo Gabriel – Tal vez no hubiéramos encontrado los dos pueblos en un periodo de tiempo tan corto sin ayuda, pero habríamos acabado localizando alguno de ellos por casualidad, únicamente inspeccionando la zona desde el aire. Que no nos haya hecho falta hacerlo hasta ahora, no significa que no podamos hacerlo todavía”.

“Te equivocas – sonrió Pamela como si hubiera estado esperando aquella respuesta durante toda la conversación – Sólo tienes que mirar a tu alrededor. Los chocobos no pueden llegar hasta aquí, habéis tenido que subir volando y sólo porque tenías la certeza de que el pueblo estaba aquí. Fijaros bien, si miráis montaña abajo, se ven algunas nubes que dificultan la visibilidad, y lo mismo pasa desde abajo. Este sitio está demasiado alto como para ser visto por casualidad. ¿Crees que los asentamientos del Clan Bleeding Hollow o del Clan StormReaver han sido al azar? Pues tampoco. En Midgar, la zona es tan frondosa que a veces parece que nunca es de día, dudo mucho que hubierais dado con ella por casualidad, y en Tolbi pasa exactamente lo contrario”.

“¿Qué el cielo está despejado y hay una perfecta visibilidad?” preguntó el caballero de la rosa.

“Esto... sí”.

“Te pillamos, ¿ves? No vienes” sentenció Gabriel convencido.

“¡No! ¡Ya os lo he dicho! ¡No podréis encontrarla! Hay una pequeña diferencia entre Tolbi y los otros dos pueblos”.

“¿Ah, sí? ¿Cuál?”

“Que Tolbi no es un pueblo”.

“¿Qué quieres decir?” preguntó Arturo.

“Ya deberíais saberlo, la zona de la isla en la que se encuentra Tolbi no tiene recursos naturales, hace un calor infernal durante el día y un frío glacial durante la noche. Ninguna edificación puede soportar esos cambios tan bruscos, primero se agrieta y luego acaba por derrumbarse. Por tanto, no es más que un puñado de hombres deambulando por el desierto. Pasan hambre, tienen enfermedades, y a veces tienen que soportar tormentas de arena, que les obligan a cambiar de asentamiento, por lo que no siempre hay una visibilidad perfecta como decías, Gabriel. Si vais volando a buscar el pueblo y os perdéis en el desierto, acabaréis como ellos, sino preguntadle a Arturo”.

“Es verdad – preguntó Jonyo – ¿por qué no fuiste volando para buscar un lugar poblado?”

“La ola me había engullido, había estado inconsciente varias horas y tenía muy pocas fuerzas. Si echaba a volar y se me agotaban las fuerzas antes de encontrar un lugar poblado, habría sido una muerte segura”.

“Si ningún pueblo les acoge, terminarán extinguiéndose, pero son demasiado radicales como para vivir con cualquiera de los otros dos clanes. Su líder es un hombre pacífico, pero la desesperación de ver morir a su pueblo le ha hecho refugiarse en el terrorismo para conseguir una tierra en la que sobrevivir. Por eso, ¡por favor! ¡Llevadme con vosotros! Yo soy neutral respecto a los pueblos, y he sido testigo de muchos enfrentamientos

“Esta niña no es normal” comentó Peter.

“¿Tú la dejas ir?” le preguntó Jonyo a Hilda.

“Yo no soy su madre, ni tampoco es oficialmente de ninguno de los tres pueblos ni clanes. La niña ya va siendo mayorcita para decidir por sí misma. Que haga lo que quiera”.

“¿Qué decís?” preguntó el caballero del rayo a sus compañeros.

“Resulta difícil decidir...” dijo Arturo.

“Está claro – dijo Gabriel – ¡No! Si estuviera aquí Reik ya te habría quitado las ganas”.

“¿Reik? – preguntó Hilda – ¿Es el compañero que os falta?”

“En realidad no – dijo Arturo – Es otro más, pero no está perdido en esta isla, decidió tomar su propio camino”.

“Volviendo al tema, yo creo que aún con la ayuda que puedes prestarnos, sigue siendo demasiado peligroso, y más después de lo que nos ha dicho sobre los musulmanes – dijo Peter – ¿Y si en algún momento no pudiéramos protegerla? No me gustaría verte con un sable incrustado en el gaznate, pequeña. Es mejor que no vengas, en cualquier momento te convertirías en una carga y podrían usarte de rehén”.

“¡Yo sé defenderme!”

“Recordad que fue capaz de encontrar a Arturo cuando estaba moribundo en el desierto sin ayuda de nadie – intervino Hilda – Muchos de los que viven en esta isla no son capaces de enfrentarse al desierto por miedo a perderse y morir. Sin embargo, gracias a la libertad que le concedí, ella se conoce toda la isla”.

“Así que sabes defenderte, ¿eh? Muy bien. Enfréntate a mí – dijo Gabriel – Si consigues dañarme de cualquier forma, podrás venir con nosotros, ¿todos de acuerdo?”

“¡Yo sí!” exclamó ella.

“Te estás pasando, es sólo una niña – dijo Jonyo – Sabes que no podrá hacerte nada”.

“¿Tú tampoco crees en mí, Jonyo-chan?”

“No es eso...”

“No la subestiméis. Puede sorprenderos” afirmó Hilda.

“Tal vez sería mejor que se enfrentara a mí – dijo Peter – Yo soy el más débil del grupo”.

“¡No! ¡Lo haré yo! – respondió el caballero de la rosa – Tranquilo, Jonyo. No sufrirá daño alguno. Únicamente quiero bajarle los humos”.

“Bueno, pero no te pases”.

“Claro que no... ¡Senbonzakura!”

“¡¿Qué haces?! ¡¿Estás loco?! – exclamó Jonyo tan preocupado que se lanzó para detenerle – ¡¿Vas a usar tu ataque más poderoso contra una niña?! ¡¡Detente!! ¡¡La vas a matar!!”

Jonyo iba directo al caballero de la rosa para detenerle. Arturo y Peter tuvieron que echarse sobre él para tranquilizarle.

“¡¿Qué hacéis?! ¡Detenedle a él y no a mí!”

“¿Es tu compañero y no confías en él? – dijo Peter – Cálmate y observa, no va a pasar nada”.

La espada del caballero de la rosa se dividió en mil pétalos que cubrieron el espacio que había entre Pamela y él. En vez de atacar, los pétalos se quedaron en movimiento alrededor de ellos como si los transportara el viento.

“¿Qué es esto? Es precioso...” dijo la pequeña.

La niña fue a tocar uno de los pétalos con el dedo, pensando que por su belleza eran inofensivos.

“¡Cuidado! – le gritó Hilda – ¡No los toques!”

La advertencia llegó demasiado tarde y uno de los pétalos pasó accidentalmente cerca de su dedo índice, produciéndole un corte en la yema del dedo, del que salió un pequeño chorro de sangre. Inmediatamente se agarró con fuerza el dedo para tapar la hemorragia.

“Argh... Que daño...” se quejaba.

“Lo siento, se me olvidó advertirte. Cada uno de estos pétalos es como una pequeña cuchilla que ataca cuando yo lo ordeno. Teniendo en cuenta que hay un millar de pétalos en el aire rodeándonos, puedo atacar desde cualquier dirección y a la vez cortarte el paso si intentas atacarme. No tienes nada que hacer. Abandona, reconozco tu fuerza de voluntad, pero aún te quedan unos años para acompañar a gente como nosotros”.

“No pienso abandonar. Aún no he perdido”.

“Esperaba que dijeras eso. Por eso tengo otro as en la manga – dijo sacando una rosa turquesa de la manga – Esta rosa tiene un efecto especial, es una rosa somnífero. Te la clavaré y te dormirás al instante, y cuando despiertes en tu camita ya estaremos muy lejos de aquí. Te doy una última oportunidad para que recapacites. Ríndete, si te mueves mi Senbonzakura te hará pedazos y si te quedas ahí te dormiré con la rosa turquesa. No puedes hacer nada”.

“Es un farol. Estoy segura de que si voy a corriendo hacia ti apartarás los pétalos para no matarme”.

“No. Elegí este ataque a propósito. Recuerda que son mil pétalos a nuestro alrededor. Si haces un movimiento brusco que yo no pueda prever, no tendría tiempo de reaccionar a tiempo y, no te digo que te morirías, pero sí saldrías mal parada. No hagas una montaña de esto y admite tu derrota ya”.

“Déjalo, Pamela – le dijo Jonyo – Al menos lo has intentado”.

“Aún no... ¡He perdido!”

Pamela sacó una fina pero larga cuerda de un bolsillo, atada a un bumerán en un extremo. Lanzó el bumerán contra el caballero de la rosa, pero en vez de darle le rodeó, sujetándole con la cuerda, para después volver a las manos de Pamela, teniendo cogidos un extremo de la cuerda con cada mano.

“Un arma arrojadiza... No se me había ocurrido... Pero se ve que a parte de cordura tampoco tienes puntería y ni me has rozado. Se acabó el juego, ¡rosa turquesa!”

“¡Se acabó para ti!”

Pamela tiró intermitentemente de cada uno de los extremos de la cuerda. La fricción continuada de la cuerda con el cuerpo del caballero de la rosa empezó a quemar su piel y terminó haciéndole gritar.

“Ahhhh... Quema”.

“¡Lo conseguí! – gritó Pamela victoriosa – ¡Te has quejado! ¡Te he dañado! ¡Ahora no puedes negarte! ¡He ganado!”

Hilda la aplaudió, Jonyo siguió el aplauso y al final Peter también. Gabriel se le acercó y le extendió la mano.

“Está bien. Has ganado. Como prometí, puedes venir con nosotros”.

“¡Bien!” exclamó ella muy feliz.

“Vale, ahora sólo queda aclarar el tema de los pasajeros – dijo Peter – Antes éramos 3 personas y 3 chocobos, pero ahora somos cinco con el mismo número de chocobos”.

“¡Yo voy con Jonyo-chan!” exclamó la niña.

“Vale, pues Arturo, tú vas conmigo”.

“Yo sólo, más espacio para mí” dijo Gabriel.

“Tranquilo, que falta Fidel. Ahora vámonos de una vez, si os parece, antes de que nos junte otro miembro más” dijo Peter

Tdos salieron volando en dirección a donde estaban los chocobos. Jonyo llevaba a Pamela abrazada a la espalda y empezó a hacer piruetas en el aire junto a Arturo y a Gabriel mientras descendían cada vez a más velocidad.

“Otra vez... ¡me estáis dejando atrás!” gritó Peter.

Mesa le entregó las fichas al Caballero Negro, que acaba de llegar a la base, algo enfadado. Cogió las hojas con desprecio y empezó a examinarlas. En la esquina superior izquierda de cada ficha había una pequeña foto. La de la primera ficha era de Wancho. Empezó a leer y no tardó en pasar de página. Bill, Shin, incluso la Princesa del Crepúsculo, la Doctora House y la Enfermera estaban perfectamente detallados en aquellas hojas. Cuando terminó de leer se empezó a reír.

“¿Para esto me has hecho venir? Leo. Shin; estado, muerto en combate. Wancho; estado, muerto en combate. Doctora House; profesión, médico local. Y así todos, el único que puede oponer algo de resistencia es este tal Bill, y no creo que sea ningún problema. Con el tiempo que he tardado en venir a por datos de estos pedazos de basura podría haber conseguido la esfera del hielo”.

“Esos pedazos de basura fueron capaces de derrotar a Miss Jewel. Además, no sólo necesitas saber si alguien puede hacerte frente, eso ya sabemos que no. Necesitas saber a quien puedes preguntar sobre el cuerpo del caballero del hielo, y también sobre la geografía de la isla”.

“Derrotaron a la puta más poderosa del Capitán Lardo, aquella a la que llamaban reina de la seducción. Hmmmm, puede que merezcan mi atención. Jugaré un rato con ellos”.

“Cuando consigas la esfera del hielo, vuelve aquí y te llevaré junto a los caballeros. No los mates o no tendrás a nadie que te diga donde está el cuerpo y todo habrá sido inútil”.

“¡Genial! ¡Espérame! – gritó mirando al cielo – ¡Porque muy pronto te daré tu merecido!”

Los caballeros avanzaban por el desierto, con Jonyo a la cabeza, pues era Pamela quien indicaba el camino a seguir. De pronto, la pequeña se dio cuenta de que el caballero del rayo miraba cielo, como atontado.

“¿Pasa algo, Jonyo-chan?”

“No, nada. Sólo estaba acordándome de una cosa...” dijo para evitar la pregunta.

“Ya estamos llegando. ¡Es allí!” gritó la niña al resto de caballeros.

Al llegar al lugar, se bajaron del chocobo y los dejaron atados a una palmera que había cerca, mientras contemplaban la terrible vista que había ante ellos.

“La niña no había exagerado, no habríamos podido dar con este sitio tan pequeño desde el aire” comentó Gabriel.

Tolbi no era más que un conjunto de tiendas de campaña de diferentes tamaños, colocadas en medio del desierto mientras las azotaba el viento.

“No creo que aquí haya ni un millar de personas”.

“Ya os lo dije... No son más que un puñado de hombres que deambulan por el desierto. Por favor daros prisa en encontrar a vuestro compañero, no me gusta estar aquí”.

“¿Puedes conseguirnos una reunión con el líder del pueblo? – preguntó Jonyo – A lo mejor le ha pasado como a mí y está trabajando para él”.

“¿Fidel? ¿Trabajando? – dijo Gabriel sarcástico – Déjame dudarlo un momento...”

“Yo puedo deciros cual es su tienda, pero no os puedo asegurar que os reciba”.

“Vale, vamos”.

“Seguidme”.

Los caballeros caminaron entre moribundos, indigentes, desnutridos, enfermos, hasta llegar a una tienda de campaña que era algo más grande que las demás, pero no demasiado.

“Vaya, el líder, como siempre, la choza más moza” dijo Gabriel.

“No tiene la tienda más grande por ser el líder” dijo Pamela.

“¿Entonces por qué?”

“Enseguida lo verás”.

Pamela desplegó un poco la cortina de la tienda para entrar. Había alguien en el interior, sentado, que se levantó al ver entrar a alguien. Al ponerse en pie los caballeros vieron que llegaba casi a los dos metros de altura, con una espalda y brazos anchos, la piel morena, la cabeza alargada, con ojos negros y pequeños, el pelo negro y corto, y los dientes algo salidos hacia fuera.

“Hola, soy Pamela, la protegida de Amaterasu-sama. ¿Me recuerdas? Me gustaría tener una pequeña conversación contigo”.

“Ni siquiera el jefe del pueblo ha sido capaz de escapar a los efectos del desierto – pensó Arturo – Esperaba que al menos él estuviera en buenas condiciones físicas pero veo que no. Entonces, debe significar que en verdad no hay comida en condiciones para nadie”.

“¿Qué haces tú aquí? – le dijo al verla – ¿Y quienes son estos hombres? ¿Asesinos de Amaterasu?”

“Alá... Te pido disculpas por venir sin avisar. Venimos en son de paz”.

“¿Paz? ¿Cómo puedes llamar paz a esta situación? Mi gente se muere de hambre mientras vosotros tenéis las mejores tierras. No te atrevas a insultarnos viniendo aquí de esta forma. Si existiera justicia en este mundo, nosotros tendríamos esas tierras, porque nosotros ya estuvimos en el desierto cuando vivíamos en el exterior. ¿Por qué nos tiene que tocar la misma desgracia de nuevo? Incluso nuestra torre, el único lugar en el que podemos dar culto a nuestro Dios, es la más débil de todas, siendo sólo una frágil torre de madera”.

“¿Cómo puedes decir eso? – saltó Gabriel – La mujer de Shinkan murió en uno de vuestros ataques, ¿a eso le llamas justicia?”

“Oh, aquél hombre. En verdad, es una de las pocas personas de esta isla que admiro y respeto. Nosotros siempre nos hemos sentido muy apenados por aquél incidente, pero he decir que por aquél entonces yo no era el líder del clan StormReaver, no soy el responsable de aquellas muertes. Aquél incidente lo causó el anterior líder, y por eso mismo se le desterró del pueblo junto a su facción más allegada. Todos murieron a los pocos días de hambre e insolación. A pesar de todo, Shinkan nunca estuvo satisfecho con esta decisión. No le gusta ver morir a la gente, ni siquiera a sus enemigos. Después de aquello, me eligieron a mí como líder por ser más tranquilo y pacífico que el resto, pero podría haber sido cualquiera. Suelo intentar evitar los derramamientos inútiles de sangre”.

De pronto, Alá se dio cuenta de que Peter estaba en el grupo de los caballeros y cambió su tono a uno más amable.

“Bueno, ¿qué te trae por Tolbi, Pamela?”

“Mis invitados han llegado por error a esta isla y uno de sus compañeros se ha perdido. Nos preguntábamos si por casualidad había pasado por aquí”.

“Sí, es un chico alto, con el pelo negro y corto, morenito y con los ojos oscuros también” dijo Arturo.

“La mayoría de la gente de por aquí es así. No he visto a nadie fuera de lo común. Siento no poder ayudaros. ¿Hace cuanto no sabéis nada de él?”

“Un par de días”.

“Entonces iros haciendo a la idea de que ha muerto. Dos días sin agua y comida ahí fuera son una sentencia de muerte”.

“No puede ser...”

“A propósito – dijo Alá – ¿No serás tú por casualidad Peter Griffin?”

“No. – contestó Peter mientras miraba como le señalaba con el dedo – Debes estar equivocado”.

Los caballeros se quedaron tan asombrados al verle negar su identidad que prefirieron callar antes de meter la pata.

“¿Qué le pasa a éste?” pensó Arturo.

“¿Seguro? Juraría que te pareces mucho a él”.

“Ya, me lo dicen mucho pero no. Siento decepcionarle”.

“Está bien – terminó rindiéndose – Entonces, si no hay nada más que hablar, preferiría que os fuerais, que sea tranquilo y pacífico no significa que no proteja a mi pueblo, y vuestra sola presencia es una perturbación para la paz de este lugar. Por favor os pido que os marchéis”.

“Está bien. Muchas gracias por todo” se despidió Pamela.

Los caballeros salieron de la tienda de campaña algo desanimados.

“No me puedo creer que Fidel haya muerto” dijo Arturo.

“Aún queda la posibilidad de que llegara pero no le presentaran al líder – dedujo Peter – pudo preguntar a alguien como salir de aquí y a lo mejor nos está esperando en algún lugar o ha salido a buscarnos como hemos hecho nosotros mismos”.

“Es una posibilidad. Fidel es algo morenito y puede haber pasado desapercibido – dijo Jonyo – Si preguntó y creyeron que era alguien del pueblo no le pedirían ninguna explicación”.

“Vale, separémonos y preguntemos – dijo Arturo – Así cubriremos más terreno”.

Jonyo se acercó a un hombre que había sentado en la arena, a la entrada de una tienda de campaña, encapuchado, le tocó para llamarle la atención, pero al hacerlo el hombre se cayó y el caballero vio que llevaba muerto varios días. Gabriel quiso acercarse a un grupo de ancianos que había cerca, pero le miraron mal al hacerlo y cambió de idea. Arturo andaba algo desconfiado, después de todo, era gente de ese pueblo la que le había atacado anteriormente, por lo que se resistía a preguntar a nadie. Peter no preguntó a nadie. De hecho, se quedó en un rincón donde fuera lo menos visible posible, esperando que los demás encontraran a Fidel y así poder salir de allí cuanto antes.

Pamela buscaba por las diferentes tiendas de campaña que había por los alrededores. Había mucha gente sin tienda que estaba tumbada en la arena, hambrienta y desorientada, rezando o simplemente esperando la muerte. La descripción que le habían dado del caballero de la tierra era poco precisa y no encontraba a nadie fuera de lo normal. Tras caminar un rato por la arena, empezó a notar los efectos del calor. Había sido un viaje de varias horas en chocobo y ya tenía algo de sed. Sacó una botella y bebió agua delante de todo el mundo. Un hombre alto que estaba por ahí tumbado, cubierto con una manta, de manera que no se le veía la cara, hambriento y sediento, no pudo evitar levantarse y acercarse a la pequeña.

“Niña, dame agua... – le susurró con un tono terrorífico – Vamos se buena”.

“¡Noooo! ¡Es mía!” le gritó Pamela.

“He dicho... Que me des esa botella”.

El hombre misterioso trató de atacarla abalanzándose sobre ella. Pamela saltó instintivamente y evitó su placaje, para después salir corriendo y gritando. El hombre cayó al suelo al fallar después de cogerla, pero reunió fuerzas para levantarse de nuevo y salir detrás de ella.

“¡¡¡Gyaaaaahhh!!!” gritaba mientras huía de su agresor.

Los caballeros escucharon el grito y se dieron cuenta de lo que ocurría

“¡Lo sabía! – gritó Peter – ¡Es que lo sabía!”

“Ya nos quejaremos más tarde – dijo Arturo – Ahora vamos a salvarla”.

domingo, 14 de diciembre de 2008

Episodio LXXVI v 1.2

Perdón por la espera, una matrícula no se gana sola xD

PD: Con este capítulo superamos las 600 páginas del total de la historia ^^

Título: N/A

Tamaño: 10'60 (Algo más grande para compensar el retraso ^^)

Dedicado a: Jon (personaje Jonyo) [Menuda racha de dedicar q llevo xD]


Episodio LXXVI

L

os caballeros habían subido ya media montaña. El sol les daba de frente, pero ya no hacía la misma temperatura que abajo, en el desierto. Soplaba un viento agradable, y empezaba a aparecer vegetación, árboles, hierba y animales salvajes, conejos correteando por ahí, mariposas volando a la vez que dejaban un dulce aroma en el aire. Por último, las vistas eran cada vez mejores, por lo que decidieron descansar un poco antes de llegar a su destino.

“Desde aquí se tiene una buena vista, ¿verdad?” dijo Gabriel.

Los caballeros divisaban una perspectiva de toda la isla hasta donde les alcanzaba la vista, el inmenso desierto se mostraba, cubriendo toda la superficie como una sábana blanco amarillenta arropando a un niño.

“Al fondo se ve otra torre” dijo Arturo.

A lo lejos, se divisaba una segunda torre, bastante distinta de la anterior, de estilo oriental, una pagoda, aparentemente hecha de metal, con un soporte central, y varias plantas, pintadas en tonos rojos muy vivos diferenciadas cada una por disponer de un tejado con pendiente descendente, de colores negro grisáceo, teniendo además la última planta un pináculo colocado a modo de cúspide que daba la sensación de que la torre era aún más alta.

“Mmmmm, Parece que está hecha de metal, la otra estaba hecha de piedra y Seagram habló de una de cristal – comentó Arturo – ¿Cómo será la última?”

“Puede parecer que está hecha de metal, pero en realidad no es así – dijo Peter – Está hecha de un mineral orgánico que se le asemeja mucho, fue descubierto poco antes de construirla. Es la primera edificación que se hizo con ese mineral”.

“¿Qué mineral el ése? No me suena de nada”.

“Se llama Saikium. Es el elemento definitivo, un compuesto creado por el hombre que es tan pesado que tiene 493 protones en su núcleo”.

“¿Qué quieres decir con orgánico?” preguntó Gabriel.

“Quiero decir... Que esa torre es un ser vivo”.

“No recuerdo que Shinkan dijera nada de eso en Midgar, parece que sabes más de esas torres y esa barrera de lo que aparentas”.

“Ya te dije que te lo contaré todo, Arturo, pero no hasta que encontremos a Jonyo y a Fidel”.

“Misterios por todos lados, gente que no nos dice su verdadero nombre, torres que están vivas... ¿Dónde hemos venido a parar?”

“No sé pero no podemos subir más alto con los chocobos, habrá que dejarlos en algún lado”.

“Los ataremos mismamente a esa roca – señaló Peter – Y seguiremos a pie”.

Caminaron durante un rato por una zona en la que la pendiente era cada vez más pronunciada hasta que llegó un momento en el que literalmente tuvieron que escalar para poder seguir ascendiendo.

“¿No decían que el pueblo estaba a media montaña?”

“Y lo estará, si miras hacia arriba y luego hacia abajo verás que no llevamos ni la mitad” dijo Peter.

“Ya me he cansado de escalar. ¡Vamos!”

Arturo se separó de la pared de la montaña y empezó a volar montaña arriba. Gabriel y Peter se vieron obligados a seguirle de la misma forma. Gabriel le alcanzó enseguida y continuaron subiendo, cada vez a más velocidad.

“¡Eh! ¡Esperadme! – gritó Peter al ver que se quedaba atrás – ¡Que yo no soy tan rápido!”

“Perdona, Peter – dijo el caballero de la rosa reduciendo la velocidad – Nos habíamos olvidado por completo de ti”.

“Siempre lo hacéis...”

Volaron un poco más hasta que llegaron a una zona nivelada en medio de la montaña, estando a escasos metros de ellos una gran zona amurallada, que los caballeros presumieron como su destino.

“Al fin llegamos” dijo Gabriel al pisar tierra firme.

Dos guardias vestidos de samuráis custodiaban la entrada principal, un enorme portón de madera. Los caballeros se acercaron a ellos y rápidamente desenfundaron una espada.

“No sois de por aquí, no os conozco – dijo uno de los guardias – ¿de qué pueblo venís? ¿No seréis del clan StormReaver?”

“Emmm... No” dijo Arturo.

“¿Entonces sois del clan Bleeding Hollow?” preguntó el otro guardia.

“Tampoco – insistió el caballero – No somos de ningún pueblo, somos del exterior. Estamos buscando a una persona, ¿podríamos hablar con vuestro representante?”

“¿Del exterior? No me hagáis reír. Nadie puede entrar ni salir de esta isla, sino ya nos habríamos ido todos. No vamos a molestar a Amaterasu-sama por gente como vosotros, ¡marchaos ahora mismo!”

“Con que nadie puede entrar ni salir de esta isla, ¿no? ¿Y qué me dices de esto?”

Arturo comenzó a volar por los alrededores ante la atónita mirada de los guardas, que temblaban de miedo mientras le gritaban demonio. Para terminar de asustarles, lanzó una pequeña bola de energía y la hizo estallar justo antes de que les alcanzara, para evitar que sufrieran daño alguno.

“¿Nos creéis ahora?” dijo Arturo al pisar tierra de nuevo.

Los guardias dieron la voz de alarma. Había varías torretas en diversos puntos de la muralla, cada una con un arquero protegiendo y vigilando. Al oír la alarma, todas las que estaban cerca apuntaron al caballero del fuego.

“¡Fuego!” gritó el guardia.

Todos los arqueros dispararon a la vez. Arturo no se movió, se limitó a liberar una pared de fuego a su alrededor y las flechas se consumieron al tratar de atravesarla. Impotentes, los guardias se arrodillaron y comenzaron a rezar.

“¡Oh, Dios! ¡Por favor protégenos de estos invasores que vienen del exterior a destruirnos, como ya hicieron cuando nos desterraron a esta recóndita isla de mala muerte!”

“Creo que perdéis el tiempo, Dios no existe – dijo Gabriel – Nadie va a venir a salvaros”.

“Exacto” confirmó Arturo.

“Vuestras oraciones han sido atendidas” dijo una voz.

“¡¿Qué?!”

De pronto cayeron varios rayos a formando un círculo y un rayo mucho más fuerte y grueso en el centro. En su interior, apareció una silueta desconocida.

“¡¿Quién es?!” exclamó Arturo.

“Yo soy... – contestó la silueta sin dejar al rayo disiparse – Aquél que protege este pueblo de los intrusos como vosotros. El que vela por la paz y repudia a la gente que instiga a los demás hacia la guerra. Soy... El Dios del Rayo... ¡Raijin!”

“Esa voz... – dijo Peter – Es de...”

El rayo comenzó a disiparse y pronto pudieron ver de quien se trataba.

“¡Jonyo!” exclamó Gabriel.

El caballero del rayo estaba ante ellos, pero con unos rasgos y una vestimenta bastante distinta. No llevaba camiseta, tenía el pecho al descubierto, marcando los músculos del abdomen. Llevaba un pañuelo blanco cubriéndole el pelo, y unas extensiones del lóbulo de las orejas que le llegaban hasta el pecho, con unos pendientes cuadrados de oro al final, además de un brazalete de oro en cada muñeca, una tobillera de oro en cada tobillo y un anillo de oro en cada dedo gordo del pie. Unos pantalones bombachos naranjas y un cinturón azul oscuros para sujetarlos eran su única vestimenta. Por último, portaba una vara también de oro y había posado sobre una sola pierna, manteniendo la otra en el aire, flexionada.

“¡Anda! – exclamó el caballero al darse cuenta – ¡Si sois vosotros!”

“¿De qué vas disfrazado?” preguntó Arturo.

“Habéis tardado mucho en llegar – dijo sin hacer caso a la pregunta – Llevo esperándoos bastante tiempo”.

“¿Qué? ¿Cómo?” – Los caballeros estaban totalmente desconcertados ante su comportamiento – ¿Nos estabas esperando?”

“Sí, ya lo he dicho”.

“¿Y cómo sabías que íbamos a venir?” preguntó Peter.

“Dejémoslo en que lo sabía por el momento, ya os lo diré más tarde. Ahora estaréis cansados y querréis descansar y tomar algo, ¿no?”

“Emmm, sí, por supuesto” contestó Arturo, admitiendo que no podía hacer otra cosa.

“Abrid la puerta muchachos, – le dijo a los guardias – son amigos míos”.

“A sus órdenes, Raijin-dono” exclamaron, enfundaron inmediatamente y empezaron a abrir la puerta empujando con todas sus fuerzas.

El Caballero Negro llevaba varias horas volando por el cielo, y aún le quedaban otras cuantas, por lo que al divisar una isla desde las alturas decidió bajar a descansar. La isla, de aspecto tropical, con una profunda selva, palmeras y una playa con arena blanca y aguas cristalinas parecía deshabitada, y el Caballero Negro se detuvo sobre una roca de la playa, se sentó y sacó su transmisor.

“Bad Joke, ¿me recibes? Aquí Black Moon Rising”.

Hubo un silencio y, tras esperar unos segundos, el transmisor sonó de nuevo.

“Te recibo, Black Moon Rising, aquí Bad Joke”.

“He cumplido mi misión. Ahora llévame con quien busco, como prometiste”.

“¿Ya tienes las tres esferas?”

“¿Tres? Tengo la esfera del agua y la del viento. Era cuanto venía en el informe que me diste”.

“Ummmm... Supongo que se me olvidó decírtelo. Lo siento, pero aún tienes algo más que hacer. El caballero del hielo también murió en combate en una isla cercana, es necesario que vayas y consigas también la esfera del hielo. Con tus poderes actuales no tendrás ningún problema, pero es mejor que vuelvas a la base y te proporcione las fichas de los habitantes más poderosos, como hicimos con Petoria”.

“¡No! ¡No quiero hacer nada más! ¡Cumple tu palabra y llévame junto a él!”

“Ya te he dicho que lo siento, pero necesitas esa última esfera para asegurar tu victoria, no podemos correr riesgos, ahora vuelve aquí cuanto antes para que puedas hacerlo”.

Mesa colgó sin dejarle responder. El Caballero Negro rompió el transmisor de la rabia que le dio, apretando con fuerza el puño.

“¡Cabrón!” gritó.

En el interior de Mariejoa, los caballeros paseaban por una ciudad muy similar a la de la época feudal de los países asiáticos, con casas bajas hechas de piedra y todas con el tejado en pendiente descendente, y predominando los colores grises, rojos y verdes oscuros, acompañando a las fachadas blancas o del color de la piedra. Había edificios que se asemejaban mucho a la torre que habían visto desde la montaña. Las calles estaban pavimentadas con piedra, y la iluminación pública eran antorchas. Todos iban caminando mientras disfrutaban de las vistas, excepto Jonyo, que avanzaba levitando con las piernas cruzadas.

“¿Tienes que ir así obligatoriamente?” preguntó Arturo.

“Sí, es la imagen que la gente tiene de mí, tengo que mantenerla”.

Peter comenzó a fijarse en los números de las casas, y vio que en todas faltaba el número cuatro, todas pasaban del tres al cinco.

“¿Cómo es que falta el número cuatro en las casas?” preguntó asombrado.

“El sonido del número cuatro en el antiguo idioma japonés es igual al de la palabra muerte, la gente lo asocia con mala suerte y desgracias, y los más radicales eligen no usarlo como número de su propia casa. Yo también lo pregunté”.

“Que supersticiosa es la gente aquí. No me extraña que te tomen por un Dios...”

“Por cierto, ahora que lo pienso, no veo a Fidel por ninguna parte, ¿dónde está?”

“Aún no le hemos encontrado” contestó Gabriel.

“Seguro que está bien, aunque es algo inmaduro, él también se ha hecho más fuerte”.

“Esperemos...”

“Ya hemos llegado” dijo el caballero del rayo.

“¿A dónde? – preguntó Gabriel – Porque no nos lo has dicho...”

“Este el templo Shinto, edificio principal de la ciudad, aquí vive la líder de la ciudad, a la que todos llaman Amaterasu, la Diosa del Sol”.

“Tenía entendido que los habitantes de la isla sólo podían rezar en sus respectivas torres” comentó Peter.

“Ellos tienen un trato especial”.

Entraron al interior del templo siguiendo a Jonyo, que siguió levitando hasta que estuvieron dentro con la puerta cerrada, donde se puso de pie.

“Uffff... No os podéis imaginar lo que cansa ir volando todo el rato, gasta mucha energía”.

“Tranquilo, cuando nos vayamos podrás ir a pie y quitarte ese ridículo disfraz”.

“Claro, jejeje – rió falsamente – Cuando nos vayamos...”

Entraron en una sala a través de una puerta corredera, decorada con cojines de terciopelo y una pequeña mesa con diminutos vasos que si vertías contenido en ellos, para disfrutar del sabor debías beber de un trago. La mesa estaba a tan baja altura que los caballeros debían agacharse para alcanzar los vasos.

“Esta mesa está bajísima, ¿dónde están las sillas?” preguntó Gabriel.

“Emmm Tenéis que poneros de rodillas en el cojín, no hay sillas – les indicó Jonyo – Aquí se hacen así las cosas. Voy a por la botella de saque, poneros cómodos”.

“Se nota que sois del exterior, no tenéis ni idea de nuestra cultura” dijo una voz.

La puerta corredera se abrió y apareció una mujer de unos 45 años, de mediana altura, con el cabello rojo y negro, largo y ondulado, los ojos negros, la piel bronceada y una mirada que inspiraba templanza.

“¿Tú eres la líder de este pueblo?” preguntó Peter mientras Jonyo le servía un poco de saque.

“Sí, ¿y vosotros sois Peter-san, Arturo-san y Gabriel-san? Jonyo-kun nos ha hablado mucho de vosotros”.

“No tienes pinta de asiática” comentó Peter.

“Claro, no lo soy”.

“Ahh, claro... – Peter, al ver que estaba quedando mal, trató de arreglarlo bebiendo un trago de saque – No nos has dicho tu nombre”.

“Me llamo Hilda. Soy la reencarnación de la Diosa Amaterasu”.

“Si no recuerdo mal, la Diosa Amaterasu es morena”.

“Y si yo no recuerdo mal, el tinte de color rojo existe”.

Peter se calló al ver que metía la pata a cada palabra que decía y los demás rieron. Mientras reía, Arturo vio a una niña asomada en la entrada de la sala, espiando, pero sin atreverse a entrar.

“¡¡¡Tú!!!” gritó señalando a la puerta.

“¿Qué ocurre, Arturo?” le preguntó Jonyo.

“¡Es ella!”

“¿Quién?” Peter miró a donde señalaba Peter y vio la figura de la niña desvanecerse.

“Es la niña que me ayudó en el desierto. Estaba a punto de morir y me dio agua”.

“No nos habías dicho nada hasta ahora” dijo Gabriel.

“Pensé que era un alucinación, pero al verla de nuevo...”

“Pasa, Pamela – la invitó Jonyo – No te quedes ahí escondida”.

La niña se acercó aún con algo de vergüenza. Era una niña de unos 12 años, con el pelo moreno y muy largo, al igual que los ojos y la piel. Además, llevaba unas gafas redondeadas que le hacían parecer algo más mayor.

“¿Quién es? ¿Y qué hacía en el desierto?”

“Se llama Pamela, y es la única persona con mentalidad moderna de toda la isla – dijo Jonyo – Al igual que nosotros, viene del exterior. Según me han contado, fue abandonada aquí por algún motivo, es posible que sus padres murieran o no pudieran hacerse cargo de ella, nadie lo sabe con certeza. Era tan sólo un bebé cuando llegó, apareció dentro de una cesta con una nota que decía que por favor la cuidaran. Como venía del exterior, nadie quería encargarse de ella, los árabes incluso pedían su cabeza, así que Hilda la acogió”.

“¿Y qué hacía en el desierto?”

“Cuando llegué nos hicimos amigos y quiso ayudarme. Se ofreció voluntaria para buscaros y no volver hasta que no tuviera noticias vuestras”.

“Una niña, ¿explorando el desierto ella sola?”

“Sí, recuerda que ha crecido aquí. Te encontró moribundo y te dio agua, y después me informó de ello”.

“Claro, por eso sabías que vendríamos más tarde o más temprano...”

“Sí, exacto. Bueno ahora que ya estamos todos, creo que podemos empezar la verdadera conversación. Antes no os he contado nada porque prefería hacerlo aquí, más cómodos”.

“¿Cómo acabaste siendo el Dios del Rayo?” no pudo evitar preguntar Gabriel mientras daba un trago al saque.

“El tsunami me arrasó como al resto de vosotros, solo que me lanzó por los aires en vez de engullirme, lo encontré bastante extrañó”.

“A nosotros nos pasó lo mismo – dijo Peter – Pero tuvimos la suerte de caer cerca, ¿verdad, Gabriel?”

“Sí, fue la primera vez que una ola me lanzó en vez de tragarme”.

“Pues a mí sí me tragó” dijo Arturo.

“¿Pudo la ola discriminarnos a los demás y centrarse en ti? – sugirió Peter – ¿Cómo si pensase por sí misma y actuara deliberadamente?”

“Que tontería, – dijo Jonyo – Las olas no piensan. Hilda me dijo que esta era una zona con fuertes corrientes porque confluyen varios océanos y eso da lugar a olas como la que nos arrasó”.

“También nos lo dijo el sacerdote del pueblo cristiano. Las olas no piensan pero sí las personas...”

“Ya veo por donde vas... ¿estás pensando lo mismo que yo?” preguntó el caballero del rayo.

“Es lo más probable, pero para confirmar lo que estamos pensando primero hay que encontrar a Fidel. Si la ola le lanzó a él también, no es descabellado pensar que pueda estar en el pueblo árabe”.

“Continuo. Estuve volando durante varias horas sin poder cambiar la trayectoria o regresar de alguna manera. Llevábamos varios días tomando esa porquería que preparaba Fidel, así que estaba prácticamente sin fuerzas y no era capaz de hacer nada, por lo que al final me relajé y dejé que la fuerza del impacto me llevase donde quisiera. No se cómo ni por qué, pero acabé en este pueblo, aunque mi entrada no fue demasiado triunfal”.

“¿Qué pasó?” preguntó Gabriel.

“Choqué contra un edificio, atravesándolo y destrozando las paredes, hasta que caí finalmente al suelo. Desgraciadamente, el edificio se resintió y la parte superior comenzó a derrumbarse, un gran escombro se precipitaba contra el suelo, y yo no tenía fuerzas para moverme y pararlo. Miré hacia abajo rezando porque no hubiera nadie debajo, pero dio la casualidad de que Pamela se encontraba justo debajo. No tuve más opción que lanzar un rayo para destruirlo, pero agotó todas mis fuerzas y me desmayé al instante. Cuando desperté todos me adoraban y me llamaban Dios del Rayo. Me presentaron a Hilda y a la pequeña que había salvado, y me propusieron quedarme aquí. Acepté y me dieron este traje, son las ropas que llevaba ese antiguo Dios”.

“Pero vosotros sabéis que no es un Dios, es un caballero, ¿verdad?” preguntó Arturo.

“Por supuesto, ¿nos tomas por idiotas? No nos compares con los cristianos o los musulmanes – interrumpió Hilda – Todos sabían que el sintoísmo era más cultura que religión, por eso no les importa que tengamos templos dentro de la ciudad. Pero aún sabiéndolo no dudaron en desterrarnos en este lugar. La gente del exterior no es más que basura”.

“¿Y el barco? ¿Sabes algo de él?”

“Sí, cuando me dieron el título de Dios del Rayo todo el mundo me hacía caso así que les pedí que lo buscaran. Con las vistas de la isla que hay desde aquí no tardaron ni un día en encontrarlo”.

“¿Y...? ¿Cómo está?”

“Algo mojado todavía, y sucio, ya que ha estado todo este tiempo navegando a la deriva, pero no tiene ni un rasguño. Parece que Norris y Eddy hicieron un buen trabajo”.

“Uffff... Menos mal...”

“Ahora que ya lo sabéis todo, me gustaría deciros algo importante”.

“Di lo que quieras y vámonos rápido – dijo Arturo – Fidel aún está perdido en algún lugar de esta isla”.

“Precisamente se trata de eso. Veréis... Estoy pensando en... Quedarme a vivir aquí”.

“¡¿Qué!?” exclamaron Arturo y Gabriel a la vez.

“Sí... He estado pensándolo estos días... Pensando sobre lo que ha pasado, sobre que tiene que pasar, y sobre lo que podría pasar pero no pasa, y creo que es lo mejor que puedo hacer. Aquí la gente me necesita, puedo protegerles de los ataques de los árabes”.

“Nosotros también te necesitamos” dijo Arturo.

“Jaja, sabes muy bien que eso no es cierto. En nuestra última aventura mis intervenciones fueron prácticamente nulas, no luché contra nadie, así que intenté ayudar a Fidel y despreció mi ayuda, para vencer después por sus propios medios. Está claro que soy mucho más útil aquí”.

“Por eso no viniste a buscarnos aún sabiendo donde estábamos – dijo Arturo – Tu intención era esta desde el principio”.

“Sí, lo siento si no os avise. Con saber que estabais bien me valía”.

“Jonyo... comprendo como te sientes – dijo Peter – Conozco tu pasado al igual que el de los demás, y supongo que algo como esto es lo que estabas buscando desde el principio. Pero esta no es la solución a tu problema”.

“Gracias por tu interés, Peter. Entiendo a que te refieres, una persona que abandona su ciudad natal para vivir en una montaña con un desconocido está claro que lo que busca es salir de donde está”.

“Tú eres distinto de Reik, tú no tienes nada de que arrepentirte, nadie a quien odiar, nadie a quien olvidar. Todo lo que empezó ese día también terminó. Y fuiste tú quien lo terminó. Olvídalo ya todo”.

“Puede que lo que pasó aquella vez fuera demasiado para mí. No creo que lo olvide nunca. Con respecto a que todo terminó, sabes perfectamente que nunca se pudo comprobar, así que no podemos estar seguros. Seguramente la ida de Reik me haya afectado y apoyado esta decisión, le admiro por haber querido seguir su propio camino. En cuanto a lo de que yo terminé lo de ese día, creo que aquello fue a la vez la mejor y la peor decisión que he tomado en toda mi vida.”

“Tuvo que ser duro para ti”.

“Lo fue, y aunque no me arrepiento, las consecuencias fueron muy graves. Si quiero encontrar la paz en mi interior, éste es el mejor lugar para hacerlo”

“Huir no es ninguna solución, no puedes encerrarte para siempre, tienes que superarlo y salir ahí fuera a enfrentarte a ti mismo”.

“Ya hice eso cuando empecé el viaje con vosotros, y he terminado aquí. Por fin he alcanzado esa nueva vida de la que me hablas”.

“Pero...”

“Lo siento, Peter, no hay nada más que hablar. Estaré encantado de ir a despediros al barco cuando encontréis a Fidel y os marchéis, pero yo me quedo”.

Peter veía que sus intentos de convencer al caballero del rayo eran neutralizados con suma facilidad. Al verse entre la espada y la pared, sacó un último as en la manga.

“Aunque sea, acompáñanos esta última vez – le rogó Peter – Hasta que nos marchemos de esta isla.”

Jonyo se quedó pensativo, frotándose la barbilla con los dedos, con los ojos cerrados, evaluando las ventajas y los inconvenientes de su decisión. Hilda y Pamela le miraban, al mismo tiempo que lo hacían también Peter, Gabriel y Arturo. Finalmente, abrió los ojos, se puso de pie y, sin decir una palabra, se dispuso a abandonar la sala. Hilda y Pamela sonrieron y los caballeros agacharon la cabeza.

“Esperad que me cambie... No quiero ir con estas pintas por la isla”.

La sonrisa en el rostro de las mujeres se trasladó inmediatamente a los caballeros.

“Jonyo-chan, ¿vas a irte?” le preguntó Pamela.

“No te preocupes, pequeña, no voy a ir a ninguna parte – dijo mientras le acariciaba la cabeza – Sólo voy a ayudarles a buscar a nuestro último compañero. Después volveré, ¿vale? No tardaré”

Hilda no le dijo nada, simplemente le sonrió y asintió con la cabeza.

“Gracias por todo, Hilda – pensó, mientras seguía acariciando la cabeza de la pequeña – Volveré, os lo aseguró, pero antes tengo que dejar las cosas terminadas”.

Al cabo de un rato, todos estaban en el portón exterior del pueblo, con el caballero del rayo mirando a todas partes, como despidiéndose.

“Próxima y última parada, ¡Tolbi!” exclamó Arturo estrellando el puño contra la palma de su otra mano.