domingo, 9 de enero de 2011

Episodio CXVIII

Quería escribir un episodio cada semana y sacar en ésta el 119, ése era el plan, pero como ya sabía yo, el episodio 118 me ha costado un montón y he tenido que dedicarle las dos semanas. El tiempo que me queda de vacaciones ya sí que va a ser full ps3 pirata :p Al menos, el episodio ha quedado muy bien, y me ha servido de entrenamiento para el episodio 120, que si calculáis un poco según lo que ha pasado y lo que vais a leer, podréis estimar su argumento xD Ahora sé que me puede salir bien también, y ese sí que me costará la de Dios, así que trataré de sacar el 119 lo antes posible aunque tenga uni que esta semana no estaré muy liado.

  • Título: N/A
  • Tamaño: 9'4
  • Agradecimientos: A Miguel Davies, por ayudarme con los tecnicismos del gimnasio.


Episodio 

CXVIII

T
oc, toc, toc. Escuché desde el otro lado de la puerta.

“Servicio de habitaciones” dijo una voz.

Aún estaba en la cama, bien arropado y calentito, y no me apetecía levantarme, estaba muy a gusto, algo bastante irónico siendo quien soy. Me puse a pensar y decidí poner a prueba al empleado.

“Un segundo, ¡ahora salgo!” mentí.

Me tomé mi tiempo. Primero estuve cinco minutillos más en la cama bien arropadito, pero tras imaginarme para qué venía el servicio de habitaciones pensé que no sería mala idea levantarse. Cogí la bata del hotel con sus iníciales bordadas en dorado, encendí un cigarro y fui caminando lentamente hacia la puerta.

“Buenos días, le traigo su desayuno, Señor Evans” me dijo al abrir la puerta.

“Sí, sí. Es aquí. Pasa, pasa. Déjalo donde quieras”.

Así me gusta. Un servicio de atención al cliente de calidad, que por muy mal que le trates siga sonriendo y pidiéndote más. El camarero dejó mi primera comida del día cerca de la cama, se notaba que estaba bien adiestrado, adivinó que me acababa de levantar y que lo más probable era que me tomara el desayuno en la cama. Sólo con ese detalle ya se había ganado la propina. En efecto eso fue lo que hice. En cuanto se fue volví a meterme en la cama y desayuné a gusto. Me comí todo lo que me habían traído, café, zumo de naranja, el croissant, las tostadas, todo. Estaba demasiado bueno como para resistirse, y como buen cocinero que soy, me gusta aprovechar cada oportunidad de comer algo que no haya tenido que prepararme antes. Al terminar estaba tan lleno que apoyé la cabeza en la almohada y me quedé dormido de nuevo.

Me despertó la luz del sol, un par de horas después, cuando entró por la ventana del dormitorio y terminó dándome en los ojos. Mi habitación estaba tan alta en el hotel que no llegaban los rayos del sol hasta cerca del mediodía. Al abrir los ojos miré el reloj y me di cuenta de que a lo tonto había perdido casi toda la mañana, algo que a una persona tan ocupada y con una vida tan plena como yo no le hacía ninguna gracia. Rápidamente salí de la cama de un salto y cogí mi chándal de entrenamientos.

“¿Cuántas veces habré entrenado con esta sudadera blanca y azul claro? – Pensé – Y por muy vieja que esté o por mucho que se siga deteriorando, mientras pueda, seguiré usándola”.

Me vestí, y una vez listo, salí de mi habitación. Tenía que bajar hasta la planta baja, así que opté por el ascensor exterior, que las paredes eran de cristal y se veía toda la ciudad. Bajé por ahí, pero la verdad es que fue una tontería, porque a mí no me gustaba nada esa ciudad, y sus vistas no me proporcionaban placer alguno. Todos esos altos edificios tan fríos y sin personalidad, por muy modernos y lujosos que fueran, no me atraían lo más mínimo, así que el descenso se me hizo bastante aburrido. Todavía si se hubiera estrellado alguno de los coches voladores tan horribles que había por ahí me habría entretenido un poco, pero no hubo suerte.

Al llegar a la planta baja, mi viaje todavía no había terminado. Todavía tenía que atravesar la recepción, cruzar un pasillo y bajar las escaleras al sótano. Allí, debajo de todo lo demás, escondido del mundo, estaba el supuesto mejor gimnasio del planeta, y la razón por la que me había alojado en este hotel.

Sí, yo también entreno. Puede que pensarais que sólo hago turismo y que me paso todo el día de chachara y fumando, pero no es así. Yo entreno, además mucho y muy duro. Mi arrogancia me impide entrenar en público, y tiene la ventaja de que doy la impresión de que soy tanto o más fuerte que los demás sin dar un palo al agua, pero mantener esa arrogancia conlleva un precio muy alto que no todos serían capaces de mantener. Estando a la sombra de todos, mi deber es el de perpetrar esa arrogancia a través del tiempo. Y el único modo de hacerlo es entrenar. Entrenar, entrenar y entrenar. Entrenar lo suficiente como que para cuando me encuentre con vosotros, por mucho tiempo que pase, yo siga marcando la diferencia. Es un lujo difícil de conservar, pero es lo que yo había elegido ser. No enseñar mi auténtico yo a nadie, mantener el tipo en cualquier situación, y poder acabar con todo lo que esté en mi camino. ¡Ese es mi orgullo!

En cuanto entré, me dejé de filosofar sobre tonterías y me puse con las cosas serias. Antes de comenzar cualquier buen entrenamiento, primero hay que calentar como es debido para que tu cuerpo aguante bien todo el día sin que te lleves ninguna sorpresa, por eso lo primero que hice fue ponerme a correr en la cinta, una hora, que como primer entrante no está nada mal. Como era de esperar, en esa hora no sudé ni una gota ni me cansé, pero al menos me sirvió que el cuerpo entrara en calor. Estiré un poco para no atrofiarme, pero sin perder demasiado tiempo, y empecé a hacer dominadas en series de cien. Sin embargo, pronto me di cuenta de que estaba perdiendo el tiempo, pues en ese ejercicio los brazos sólo tienen que soportar mi propio peso, y por otros métodos podía darle mucho más, así que en cuanto trabajé la espalda lo suficiente paré y me puse con press de banca. Empecé con cien kilos a cada lado, superando con creces mi peso y dándole a mi cuerpo un ejercicio digno de él. Pero tras un par de series noté que era demasiado fácil y tuve que subir a doscientos a cada lado. Con eso mi pecho ya estaba listo y le tocaba el turno a los bíceps, así que me puse de lleno con curl scot, pero esta vez bajé a ciento cincuenta kilos a cada lado, porque el esfuerzo recaía únicamente en los brazos y no en todo el pecho como antes. Ya era hora de trabajar un poco la parte inferior del cuerpo, así que me puse de lleno con prensa inclinada. Normalmente, los pies aguantan más peso que los brazos, pues tienen el resto del cuerpo como apoyo, así que empecé con trescientos kilos, y pronto subí a quinientos. Al salir de esa máquina, me puse en la abductores, antes de que se me enfriaran los pies, a modo de relajación, con un peso modesto, cien kilitos nada más. Mientras hacía pierna, mi espalda me decía que me estaba olvidando de ella, y que también quería una máquina así, por lo que tuve que ir directo a la máquina contractora, para que se quedase a gusto, con doscientos cincuenta kilos de carga. Mi cuerpo ya empezaba a cargarse, y era hora de otra sesión de correr en la cinta, pero no podía ser como el calentamiento, porque entonces no serviría de nada. Se me ocurrió ponerme un peso de cien kilos en cada muñeca, y otro en cada tobillo. Ahí sí cambió la situación. Al empezar a correr pensé que sería demasiado para mí, no podía mantener el ritmo de antes, pero en esos momentos cuando entra en juego tu verdadera determinación, en esos momentos cuando de verdad sabes si luchas por lo que piensas o si, por el contrario, no eres más que un charlatán como aparenta Fidel, por dar algún ejemplo. Inmediatamente, dejé de flaquear y puse todo mi empeño en recuperar el ritmo, y además de aguantar otra vez una hora entera corriendo. Al terminar mi cuerpo ya se había acostumbrado al peso extra, y decidí continuar el entrenamiento sin quitármelo. Repetí todos los ejercicios anteriores con el peso añadido y me di cuenta de que no necesitaba esforzarme mucho más para realizarlos de nuevo. Además, también estuve haciendo salto a la comba media hora y tres series de cien sentadillas.

Cuando acabé todo eso, se podía decir que mi cuerpo ya estaba cansado, por lo que, sin quitarme los pesos, me fui a tomar un vaso de agua. Un hombre de verdad no necesita esas bebidas energizantes que lo único que hacen es engañar a tu cuerpo y destrozarte por dentro. Un único vaso de agua era más que suficiente para mí y para mi cuerpo.

Miré el reloj y vi que entre el paseíto y el trago había perdido cinco valiosos minutos. Eso no se podía tolerar, puede que la primera parte de mi entrenamiento hubiera finalizado, pero tenía que empezar la segunda y la más importante, en la que el gimnasio mostraría de verdad su auténtica calidad. Sin prisa pero sin pausa, caminé hacia el otro lado del gimnasio, el lugar donde estaba aquello por lo que había venido, ¡los sacos de boxeo de diferentes y variados materiales! Son famosos en todo el mundo, con ellos puedes entrenar a gusto golpeando una superficie del material más o menos resistente, dura o lo que se ajuste a tus necesidades.

Soy un clásico, y me gusta empezar por la esencia de las cosas, así que, qué mejor que el saco de arena para comenzar la segunda fase de mi entrenamiento. Le di un puñetazo de bienvenida y lo atravesé. Toda la arena se derramó, manchándome todo el brazo y cubriéndome los pies. Me dio algo de vergüenza, pero menos mal que el gimnasio tiene un sistema de limpieza automática por aspiración, y en unos segundos la arena se filtro por los microagujeros y juntas del suelo. El saco, que estaba enganchado a una vara deslizante, también fue retirado automáticamente y en menos de un minuto apareció uno nuevo. Ese fue el primer momento en el que de verdad no me importó haber pagado el pastón que me había costado el hotel.

Aquel golpe me había enseñado que no era capaz de controlar mi fuerza, y no tenía ganas de seguir rompiendo sacos de arena, tenía que aprender a controlarme bien, nunca se sabe cuando te tocará un ser corriente y tendrás que apartarle con cuidado, sin hacerle daño, aunque quisieras, y sin que se ofenda, y para eso había un saco ideal, el saco de aire. Este saco funciona de manera contraria a los demás, lo que tienes que hacer no es darle fuerte porque aguante lo que le eches, sino todo lo contrario, tienes que golpear muy flojo porque estalla a la mínima. Ahora me venía de perlas. Me concentré, fui acercando el puño muy lentamente, llegué al saco, apenas lo toqué y estalló sin que pudiera evitarlo. Evidentemente, que explote este saco es lo más normal, y por eso tienen montones para que puedas entrenar tranquilamente. Unos segundos después apareció un saco nuevo y lo volví a intentar, acercándome todavía más despacio y golpeando aun más suave. Fracasé de nuevo. Lo intenté unas cuantas veces más, con el mismo resultado, hasta que llegué a la conclusión de que no podía seguir por ese camino. Debía cambiar de táctica. Empecé a pensar, buscando una manera de solucionar el problema.

“Si no recuerdo mal… – pensé – Me contaron que en Arcadia, mientras estaba muerto, el resto de caballeros tuvieron un enfrentamiento con el Capitán Lardo, siendo todos derrotados. Comentaron que durante ese enfrentamiento, hubo un aspecto que les había llamado la atención especialmente. Fidel y Dayuri estaban frente a frente, el Capitán Lardo, en un acto de arrogancia digno de mí, permitió al caballero de la tierra que le asestara un golpe a su antojo, pero cuando él lo hizo, no consiguió herirle. Contaban que la explicación que dio Lardo a ese suceso fue que la energía del caballero de la tierra concentrada en el ataque era inferior a la resistencia energética del cuerpo del Capitán en un estado normal, es decir, que para que un ataque funcione la energía concentrada en el ataque debe ser superior a la energía concentrada en el punto de resistencia. Eso es obvio, entonces, para que mi ataque no funcione, antes de hacer nada tengo que reducir mi energía al nivel de un niño, por lo menos. Que complicado…”

Hecha la reflexión, ahora tocaba pasar de planificación a ejecución. Reduje mi energía hasta un punto en que no fuese detectado a menos que volase y golpeé de nuevo al saco, rompiéndolo de nuevo. Lo pensé mejor y llegué a la conclusión de que no ser detectado no significaba que no tuviera fuerzas como para derrotar a alguien como Snape. Volví a probar, reduje mi energía lo más que pude, tratando de alcanzar un punto en el que no sólo no fuera capaz de derrotar a Fidel, sino que incluso no fuera capaz de derrotar ni a Peter. Visto mi poder reducido a un nivel tan insignificante, probé de nuevo, pero también fue en vano, no había manera de no romper ese saco. No me rendí, pero reconocí que tal vez sería mejor dejarlo para otro momento. Centrarte demasiado hasta llegar a la obsesión no trae otra cosa que torpeza y errores. Ya seguiría en otro momento, tenía tiempo, o eso creía yo.

Me relajé un poco y pasé al siguiente saco. El saco de piedra. Este sí era para probar tu fuerza, así que le di un par de golpes no fuertes, pero sí normales, y pude notar como la dura roca que había dentro del saco se había convertido en escombros. No hizo falta que nadie me dijera que ese saco ya no me servía para nada.

A su lado estaba el saco de acero, con un trozo de viga dentro de la bolsa, sacado de un edificio expresamente para el hotel, o eso decía el folleto. Ya más desconfiado, golpeé suavemente temiendo que volviera a romperse a la mínima, pero no, aguantó. Puede que se debiera también a que el entrenamiento con el saco de aire estaba empezando a dar sus frutos, daba igual, el caso es que, al fin, había conseguido que el dinero gastado hubiera merecido la pena por algo más que placer. Emocionado, subí la potencia de mis ataques, y vi cómo el acero empezó a abollarse. Como aun así seguía aguantando más o menos, no bajé la potencia de mis ataques, seguí subiéndola poco a poco. De abollarse pasó a hundirse, de hundirse a doblarse y de doblarse a comprimirse según iba golpeando más fuerte. A los pocos minutos en vez de saco tenía un amasijo de acero y tela de la bolsa.

Después de aquella nefasta experiencia, tuve que desechar todos los demás sacos mediocres como el saco de cristal, el saco de gas venenoso, o el saco de ácido e irme directamente al saco que siempre estaba libre, el que nadie se atrevía a tocar y que si me defraudaba tiraría toda la reputación del gimnasio a la basura. El saco de saikyum, el elemento más poderoso que existe sobre el planeta, y del que estaba hecha la torre que derribaron entre Peter y Jonyo y que yo no pude tocar, con las ganas que tenía. Me tocó la de cristal y tampoco pude hacerle nada al principio, si no llega a ser por Arturo no habría podido derribarla, así que este saco, que era de un material superior, debía servirme.

Es cierto eso que dicen de que el elemento está vivo, podía sentir su energía. Me acerqué temiéndome lo peor, le di un golpe suave y me hice daño en la mano. Esa era una buena señal, así que fui subiendo la potencia de mis golpes sin notar que mermara en absoluto la resistencia del saco. Lo que al principio deseaba se fue convirtiendo rápidamente en algo que odié. Por muy fuerte que atacaba, el saco aguantaba perfectamente. Sabía que todos los mazaos de alrededor me estaban mirando, pero me daba igual, me empleé a fondo, y las ondas expansivas de mis golpes empezaron a ser tan fuertes que tiraron al suelo a los cotillas de alrededor o rompieron algún que otro cristal. Al cabo de un rato me sentí cansado, muy cansado. Mi cuerpo me pedía que parase, no sólo por la energía que estaba gastando en cada uno de mis ataques al saco, sino también por la energía que ya había gastado a lo largo del día. Ese fue el momento de quitarme los pesos, que al caer al suelo rompieron el parqué y se quedaron encajadas en el hueco que ellos mismos habían producido. Al quitarme ese peso de encima, nunca mejor dicho, sentí que volví a nacer, que mis fuerzas regresaban, y aunque sabía que sólo era una ilusión y que en realidad seguía prácticamente igual de cansado, me los había puesto precisamente para eso y conseguí seguir entrenando con el saco un par de horas más.

Pasado ese tiempo, el saco seguía intacto y yo tenía los nudillos y las piernas destrozadas. Sudaba por la frente y mi cuerpo estaba al límite. Decidí que para un día, no había estado mal con eso y me fui a mi habitación. Mientras caminaba hacia la puerta, todos los mazaos que habían estado observándome me fueron abriendo el paso, creando un pasillo y me hicieron una reverencia cuando pasaba a su lado.

Subí a mi habitación y me di un baño caliente en el jacuzzi para relajarme. A pesar de lo cansado que estaba, entre los chorros, las burbujas, y mi excelente fondo físico, enseguida estuve recuperado. Fue tan rápido, que cuando iba a salir todavía no se habían empañado los cristales, así que abrí el grifo del agua caliente de nuevo hasta que se empañaron, que yo no salgo de la ducha sin que una nube de vapor cubra todo el cuarto de baño.

Ese día hacía bastante calor, y aunque estaba casi desnudo, darme una ducha caliente no había sido la mejor opción, hablando en términos de temperatura. Salí a la terraza pensando que correría un poco el aire pero en vez de eso me encontré con un sol abrasador que bañaba con fuerza toda la ciudad. Además, como mi habitación era un ático, no había manera de que le diera sombra en ningún momento. Creía que estaba todo perdido, pero la solución siempre está más cerca de lo que uno cree, y ahora estaba justo en frente de mis ojos. La terraza tenía piscina propia y se me había olvidado completamente.

No me gusta mucho el rollo de la piscina, pero en ese momento no tenía otra alternativa, así que tranquilamente me sumergí hasta la cabeza. El agua estaba fresquita, justo lo que necesitaba. Saqué mi reproductor de música y lo dejé sobre el bordillo, me puse los auriculares y empecé a relajarme. Fui cerrando los ojos poco a poco y empecé a quedarme dormido.

“Mañana tengo que probar el saco de cristal… Al parecer cuando lo golpeas se rompe en trozos más pequeños, y las partes punzantes quedan sueltas, así que si golpeas a lo loco te pinchas, tienes que pensar muy bien cada golpe – murmuré – Sí, ese saco le vendría muy bien a más de uno que yo conozco…”

La música era placentera, empezaba a notarse una suave brisa, mis ojos se cerraron. Estaba a punto de quedarme dormido cuando de pronto una ola me salpicó, mojándome toda la cabeza y convirtiendo mi reproductor de música en un pisapapeles. Abrí los ojos sobresaltado, pensando que se estaba viniendo abajo el edificio o que había empezado una guerra o catástrofes similares, pero lo que me encontré fue que un gorrón se había tirado a mi piscina desde a saber dónde. Muy cabreado, llevé el puño hacia atrás y me preparé para que cuando saliera ese gilipollas pudiera darle una hostia y mandarle a tomar por culo por donde hubiera venido. Estuve esperando un poco y no salió, sino todo lo contrario, continuó hundiéndose más y más, que no es que la piscina fuera muy profunda, pero sí para que una persona se hunda por completo. Harto de esperar, agarré una pierna del intruso y le saqué de un tirón. Lancé mi puño calculando que le alcanzara justo cuando su cara saliera del agua, que lo primero y lo último que viera fuera mi puño rompiéndole la mandíbula. Sabía que el entrenamiento con el saco de aire no estaba completo y que podía matarle con ese golpe, pero, ¡que cojones! ¡Que lo hubiera pensado antes!

“¡Hasta la vista, intruso! – exclamé cuando su cabeza empezaba a asomar – Pero si eres…”

Cuando vi quien era intenté refrenarme, al menos hasta recibir una explicación, pero ya era demasiado tarde, y lo único que logré fue suavizarlo un poco, aun así se llevó una buena. Salió disparado hacia delante y se estrelló contra la barandilla de la terraza. Estuvo a punto de caerse.

“Ayyy – se quejó mientras se ponía en pie – ¿Quién me ha pegado? – Miró hacia delante y entonces me vio – ¿Reik? ¿Eres tú? ¿Por qué me has pegado?”

“¿Te cuelas en mi suite por la piscina y pretendes que no me mosquee? ¿Qué estás haciendo aquí?”

“Yo… Esto… – De pronto le cambió la mirada, parece que estaba recordando cosas no demasiado agradables – Entonces no había caído al mar… Era tu piscina… Sigo con vida…”

“Estás… ¿Hablando solo?”

“El Capitán Lardo… Mis poderes… Mi fuerza… Jonyo… Peter… Kevin... El Caballero Negro… SuperGuerrero… Combate… Dolor… Estorbo… Muerte…” continuó murmurando gilipolleces.

“Vale… Parece que te pasa algo. Sé que me voy a arrepentir de lo que voy a decir pero, ¿quieres hablar?”

Se ve que eso si lo escuchó. Como todos, sólo oye lo que le interesa. Pareció tranquilizarse un poco. No habló, sólo asintió débilmente con la cabeza. Le notaba distinto. Muy distinto. Sus piernas temblaban y sus ojos estaban apagados, como si no pudiera ver. Cuando el Capitán Lardo le atravesó y estuvo a punto de morir seguía siendo el mismo, en ese momento no. Era como si hubiera perdido su voluntad. Y no me alejaba mucho de la verdad.

Entramos al interior de mi suite, tuve que vestirme, claro está, y ofrecerle una taza de café para ver si se animaba. Cogió la taza y dio un pequeño sorbo. Aunque estaba muy caliente, él lo aguantó bien, no se quejó, incluso pareció agradarle. Hasta que no bebió ese sorbo de café no dijo la primera palabra con sentido. Se calmó y comenzó a contarme un burdo resumen de lo que habéis ido explicando hasta ahora, bueno de lo que había visto él, claro; mientras me fumaba un cigarro en la penumbra.

“Y eso es todo. Cuando me di cuenta de lo que me habían estado ocultando, y sobre todo, de lo que eso significaba, perdí las ganas de todo, el Capitán Lardo se enfadó al saber que no conseguiría  lo que quería y me golpeó mandándome por los aires. Caí al agua pensando que era el mar, y así fue como llegué a tu piscina. Pero que siga con vida o no ahora da igual. Sin el fuego y sin mi fuerza sólo soy un estorbo para el resto de caballeros. Nuestros caminos se separaran aquí”.

“Así que cuando el Caballero Negro te robó los poderes los perdiste… Aver…”

Me acerqué y le di un pequeño golpe en la frente con el dedo índice, sin embargo fue suficiente para tirarle al suelo.

“Que daño… – se quejó de nuevo – ¿Es que no me creías o qué?”

“Sí, si te creo, pero me apetecía hacer eso. Es muy divertido, ahora eres como un niño, se puede hacer contigo lo que se quiera”.

“Que gracioso…”

“Ahora en serio, cuando una persona comete un crimen y dice que ha perdido la memoria y no lo recuerda, ¿sabes lo que hacen para averiguar si miente? Le ponen a nadar, a montar en bicicleta o a conducir”.

“¿Para qué? No creo que una persona cometa un crimen justo cuando acaba de aprender a nadar o a conducir para que lo detecten por ahí”.

“Jejeje, eso piensan ellos también, Arturo. Pero el caso es que las habilidades prácticas no se pueden olvidar, por tanto da igual hace cuanto las hayas aprendido, o hace cuanto no las uses, aunque pierdas destreza, nunca pierdes las habilidades. Puedes olvidar qué hiciste ayer, donde vives, cuando es el aniversario de tu novia y tú, incluso puedes olvidar quien eres, pero no puedes olvidar caminar, correr, hablar, nadar, montar en bicicleta o conducir. En cuanto dicen que se han olvidado de algo de eso, saben que están mintiendo. De la misma forma, tú tampoco puedes haber olvidado hacer ondas, luchar o manipular el fuego”.

“¿Intentas decirme que estoy fingiendo?”

“No, no, recuerda que lo he comprobado. No estás fingiendo. Intento decirte que no has perdido tus poderes en ningún momento”.

“Así que digo la verdad pero no he perdido mis poderes. No lo entiendo. ¿Entonces estoy loco o algo así?”

“No, no. Tampoco es eso. No eres hipocondriaco. Simplemente hay algo que te bloquea. Es posible que en el caso de un caballero las cosas sean más complicadas. Puede que exista una conexión particular entre tu elemento y tú, y que al meterse en medio el Caballero Negro la haya distorsionado, y al hacerlo, se haya llevado además de la capacidad de manipular el fuego, todas las habilidades que conseguiste gracias a ella, pero esa relación no puede destruirse. Por muy debilitada que esté, si conseguimos restablecerla, todos tus poderes volverán contigo”.

“Entonces, ¿qué crees que debo hacer para recuperarme?”

“Lo mejor que puedes hacer es calmarte y relajarte un poco. Quédate por aquí y ya verás que se soluciona todo muy rápido”.

“¡No puedo! Jonyo y Peter se están enfrentando al Capitán Lardo. ¡Sabiendo esto debo ayudarles!”

“¿A dónde crees que vas? – Tuve que sujetarle. Era capaz de hacer una tontería – Sabes que si vas en estas condiciones lo único que conseguirás será que te maten. Mira lo que te han hecho con un solo golpe, si vuelves, todos los esfuerzos de esos dos, por patéticos que sean, de que sigas con vida habrán sido en vano”.

“¿Y qué puedo hacer? ¿Quedarme parado a ver cómo les mata? Si por lo menos supiéramos donde está Gabriel…”

“Tranquilo. Vamos a hacer unas pruebas”.

Empecé a rebuscar por los cajones ante la curiosa mirada de Arturo, que como no, no pudo evitar preguntar.

“¿Qué haces?”

“A ver… Estoy seguro de que tiene que haber alguna por aquí… Es un hotel de lujo, tiene que haber por algún sitio… Ah, – dije al encontrarla de casualidad – ¡Aquí está!”

Le enseñé la caja de cerillas que había encontrado para que se callara de una vez y me dejara explicarle lo que tenía planeado, y por su cara creo que al menos se imaginaba por donde iban los tiros.

“En la película que me has contado antes has dicho que JesuCristo utilizó una vela para devolverte la consciencia cuando el Caballero Negro te derrotó. Lo hizo pasar por un milagro, pero no fue nada sobrenatural, únicamente se le ocurrió lo mismo que a mí, intentó reavivar la conexión entre el fuego y tú, y que mejor manera de hacerlo que usando el mismo fuego. Voy a lanzarte esta cerilla encendida – dije mientras la frotaba contra esa superficie marrón del lateral de la caja que nunca supe exactamente qué era ni qué hacía – Deja que te toque a ver qué si sientes algo”.

Arrojé la cerilla y me aparté un poco, nunca se sabe lo que puede pasar, aunque parece que esta vez exagere. Lo que pasó fue  bastante decepcionante. La cerilla tocó el brazo de Arturo, le quemó y la apartó de un manotazo.

“Creo que no ha funcionado, me he quemado. Y el fuego antes no me quemaba”.

“Espera un momento – me acerqué – Déjame ver… Como pensaba… El experimento no ha salido del todo mal. Mira, – le mostré su propio brazo – no hay quemadura, ni enrojecimiento, nada. Tu cuerpo no ha rechazado el fuego, es buena señal”.

“Pero me ha dolido”.

“Eso ya es el sistema nervioso, que seguramente sea el mismo que te esté bloqueando. Veamos… ¿Qué otra cosa podríamos usar? Aquí no tengo nada más que produzca fuego. ¿Pido un soplete al servicio de habitaciones?”

“Yo esto no lo veo… Si me arrebataron las fuerzas en un combate, es posible que la manera de devolvérmelas sea con otro combate”.

“¿Quieres recuperar tu esfera del Caballero Negro? Ni siquiera sabemos dónde está”.

“No he dicho que tenga que ser exactamente el mismo combate”.

“¡Ja! ¡Ya sé por dónde vas! ¡Y no! ¡Ya te he dicho que no vamos a bajar ahí para que te maten y luego tenga que escuchar lloriquear a todos abrazando tu cuerpo inerte! Seguro que además me echan la culpa y me preguntan por qué no te detuve. Quita, quita…”

“No… Simplemente creo que si lo que trato de recuperar son mis habilidades de combate, el ambiente ideal para lograrlo es una batalla”.

“Lo que dices tiene hasta un poco de sentido y todo, pero por bien que suene, eso no quita que no es más que una mera suposición que no te asegura nada y que pone en peligro tu vida. El Capitán Lardo ya intentó matarte una vez. Si te estaba dejando vivir para tener ese combate contigo en SuperGuerrero y de verdad se ha convencido a sí mismo de que no puede conseguirlo, nada le detendrá. La única forma de salvarte la vida sería disputando ese combate, aunque suene absurdo.”

“Mmmmm… Bien. Pues eso haré”.

“¿Qué coño se te ha ocurrido?”

“Tengo un plan, Reik. Necesito que vayamos hacia Lardo”.

“Je… Lo que tú quieras, pero si mueres no quiero que me echen la culpa, ¿entendido?”

“¡No moriré! – Exclamó convencido – Pero necesito tu ayuda. Te cuento por el camino, ¿vale? No tenemos tiempo que perder”.

“Ya sabía yo que algo tendría que hacer. Está bien, te ayudaré, pero quiero volver pronto, ¿eh? Que ya he pagado la noche”.

“¡Volveremos!” exclamó de nuevo y salió corriendo hacia la terraza.

“Como pretendas ir corriendo no llegamos ni para enterrarles… ¡Déjame a mí! – Salí volando desde el interior de la suite, le agarré de la ropa en pleno vuelo y comencé a descender a ras de la pared del edificio a toda velocidad – Espéranos, Capitán Lardo, ¡vamos a por ti!”



Curiosidades!!!


No es que  haya puesto los pesos por esto, pero no podría asegurar que no me ha influido inconscientemente.


La isla de Arcadia del Los Caballeros, más y mejor, mencionada aquí se llama así por el videojuego Skies of Arcadia, que mezcla más o menos Final Fantasy y One Piece, y a mi parecer es el mejor RPG que hubo para Nintendo GameCube.

El elemento Saikyum, viene de saikyo, que en japonés significa definitivo.


Y bueno lo de Snape es evidente xD Lástima que no tengamos foto del otro Snape :(