domingo, 25 de mayo de 2008

Episodio LXVI

Mmmmm cuanto tiempo sin venir aquí, concretamente desde Febrero, ya no recordaba el placer que supone publicar un episodio... pero no podía fallar a Los Caballeros en su aniversario. Muchos han sido los motivos que me han impedido llegar hasta aquí antes, pero esto no es El Muro de los Lamentos, además parece que ya está todo superado (excepto los exámenes, que están por llegar). Quería hacer un especial, como debía ser, pero con este episodio no podía, no daba ni para menos, ni para más, los de transición es lo que tienen... Tambíen debía ser éste el episodio 72, para cumplir la regla de 24 al año, como también iba cumpliendo hasta ahora, pero bueno, es el 66, no es una diferencia irrecuperable. Después de este episodio me dedicaré a que no me echen de la carrera xD para así poder escribir tranquilamente en verano, ya que me espera un verano muy muy muy muy solitario, así que habrá tiempo para todo, y más. Si alguien pensaba que lo había dejado, estaba equivocado, Feliz Cumpleaños Caballeros ^^

PD: Esta semana le serie One Piece ha celebrado sus 500 caítulos de manga, y hoy nosotros celebramos oficialmente las 500 páginas del libro :)

PD2: Para visualizar bien este volumen y la Guía son necesarias las fuentes John Hady LET, Monotype Corsiva y Park Avenue, si alguien no las tiene gustosamente se las paso ^^

Título: N/A

Tamaño: 9'25

Dedicado a: Todos los que habéis sabido esperarlo, gracias de nuevo.



Episodio LXVI

H

abían pasado dos días desde que los caballeros partieron de la isla de Arcadia, dejando atrás a un pueblo que después de muchos esfuerzos y bajas, había logrado por fin recuperar la paz que tanto añoraba. Era de noche, el mar estaba en calma, no había viento alguno. La cubierta estaba vacía, sin nadie que vigilara ni que paseara por ella. Toda la actividad parecía estar concentrándose en el interior, puesto que había luces saliendo de las ventanas. Se escuchaba el sonido de una conversación y ruido de platos y cubiertos. Los caballeros estaban sentados en la mesa, esperando para cenar. No parecían muy contentos, al contrario, mas bien se les veía algo irritados, como si temieran los que se les venía encima. De una sala adyacente a la que se encontraban se oía un incesante zumbido semejante a un escape de gas que, incomprensiblemente, los caballeros parecían temer que cesara, como si fuera la calma que precede a una tempestad. A los pocos minutos cesó y los caballeros se estremecieron. Se escucharon pasos y en medio de la oscuridad de un largo pasillo apareció Fidel, vestido con un delantal y un gorro de cocina y con una olla exprés sujeta con las dos manos cubiertas por guantes de cocina. Avanzó sonriente y puso la olla sobre la mesa, ardiendo, y de la que todavía se escuchaba en el interior explotar las burbujas del hervido. Con relativo cuidado, retiró la tapa y los comensales asomaron la cabeza al interior.

“¡Aquí están! – exclamó orgulloso – ¡Judías con salsa a la Fidel! ¡Espero que os gusten!”

Los caballeros tragaron saliva.

Fidel fue sirviendo uno a uno a todos los presentes poniendo especial cuidado en que nadie se deshiciera del contenido del plato. Gabriel intentó filtrar la salsa utilizando una de sus rosas blancas, pero nada más tocar la comida ésta se marchitó dejando al joven sin esperanzas. Al verlo, los demás perdieron toda esperanza y se resignaron al mal trago, nunca mejor dicho, que se les venía encima.

“¡Buen provecho!” dijo cuando ya estaba todo el mundo servido.

Los caballeros miraron el plato, esperando que alguien tuviera la delicadeza de servir como conejillo de india a aquel experimento que se hacía llamar cena. Puesto que nadie parecía querer tomar la iniciativa, Peter, como poder político que era, se sintió en la obligación de representar al resto de comensales en aquella ardua tarea. Agarró la cuchara, cogió una porción del contenido de su plato y se la llevó a la boca, masticó con cuidado a la vez que todos le observaban, esperando alguna señal. Finalmente tragó sin problemas y sonrió.

“Está muy bueno, Fidel, gracias por molestarte en cocinar para todos”.

Los caballeros, algo extrañados, esperaron unos segundos por si había efectos retardados, pero al ver que no pasaba nada raro, sonrieron ellos también y se dispusieron a comer.

“Me alegro de que te haya gustado, Peter”.

Arturo, Gabriel y Jonyo quedaron satisfechos con la reacción de Peter y se lanzaron a comer como si llevaran días sin hacerlo. Sin embargo, al llevarse la cuchara a la boca los tres se quedaron de piedra antes el mal sabor y, ante la mirada asesina de Fidel, se vieron obligados a tragárselo sin respirar.

“¿Cómo has podido comerte esta porquería sin quejarte?” preguntó Arturo asqueado.

Peter enseñó un pequeño bote blanco por debajo de la mesa, discretamente.

“Pastillas inhibidoras del sabor, funcionan durante unas horas – susurró el presidente – Te sorprendería la cantidad de cosas útiles que se encuentran en la sección de confiscaciones de la oficina de la Guardia Petoriana”.

“Oh, se me han olvidado las servilletas – dijo Fidel – esperad que voy por ellas”.

“Tranquilo, no creo que nos hagan falta…” pensó Gabriel.

Aprovechando el descuido del caballero de la rosa, Jonyo vertió el contenido de su plato en el de Gabriel.

“¡Eh! ¡¿Qué haces?!”

“¡Fidel, yo ya he terminado!” mintió.

“Anda – dijo asombrado al volver con las servilletas y ver vacío el plato del caballero del rayo – ¿Te han gustado, Jonyo?”

“Sí, mucho”.

“¿Entonces querrás repetir?”

“No, eso ya sería abusar, no quisiera que los demás se quedaran sin probarlo”.

“¡Tranquilo, si hay de sobra!” dijo echándole unos cazos más.

“Je, - reía Gabriel – te lo mereces por tramposo”.

Al cabo de una hora todos los tripulantes del barco estaban en el baño vomitando por turnos. Mientras uno vomitaba, los demás esperaban en la puerta retorciéndose de dolor mientras esperaban su turno o bien quedaban tumbados en el suelo tras haber vomitado.

“Puaggggghhhh” se escuchó de repente desde el interior del baño.

“Parece que a Peter no le han servido de mucho esas pastillas” dijo Jonyo mientras se sonreía como único consuelo al estar sufriendo semejante indigestión.

“Aceptémoslo, desde que Reik se fue no hemos vuelto a comer nada en condiciones – se lamentaba Gabriel – Y como sigamos así, moriremos antes de poder volver a hacerlo”.

“Cuando nos encontremos a Mesa o a Dayuri no hará falta que nos enfrentemos a ellos – dijo Arturo – sólo tendrán que rematarnos”.

Tras escuchare la cadena del váter, Peter abrió la puerta y se asomó jadeando.

“Esto no puede seguir así, alguien tiene que decirle a Fidel que deje de cocinar, yo soy un representante público, necesito estar en plenas condiciones para desempeñar mi cargo”.

“Estoy de acuerdo – dijo Arturo – ¿Algún voluntario?”

Todos volvieron la cabeza.

“Pues yo no voy a pagar por todos ahora, el que quiera, que se lo diga, y el que no, que aguante lo que hay o que aprenda a cocinar”.

“Pero si el tampoco sabe…” dijo Peter.

“Lo siento, pero ya está bien, Fidel se está esforzando mucho, no voy a destrozar sus ilusiones por vaguería. Y ahora vamos a dormir, a ver si con suerte mañana hace algo de viento y podemos salir de aquí, llevamos más de un día a la deriva”.

“Tenía entendido que el barco tenía un motor para casos como estos, o eso dijeron Norris y Eddy” dijo Gabriel.

“Sí, pero nadie nos enseñó a utilizarlo, y el manual son 500 páginas – contestó Peter – Cuando lleguemos a la próxima isla buscaremos algún ingeniero para que nos lo explique. Eso si encontramos una civilización con tecnología, porque como sea como la última…”

“Osea, que estamos en medio del mar, sin viento, sin comida decente, y sin garantías de mejorar a corto plazo”.

“Sí, Gabriel, así estamos”.

“Pues tenéis razón, vamos a dormir…”

Cada uno se fue a su camarote, dando la espalda a los demás. Todos estaban tristes y desanimados, excepto uno, que sonreía maliciosamente, cuando los demás desaparecieron bajo la oscuridad del pasillo, él avanzó hacia otra dirección. Bajo a la bodega, donde estaban todos los regalos de los ciudadanos de Petoria, y, sin encender la luz, se abrió paso entre los barriles de vino hasta llegar a uno que estaba en una esquina. Con sumo cuidado, abrió el barril y se relamió con los que había en su interior.

“Mmmmm, suerte que todavía tengo palmeras de chocolate de Petoria… Me servirán para sobrevivir mientras llegamos a una nueva isla. Será mejor que coma con cuidado o los demás podrían…”

De pronto se encendió la luz y se descubrió a Jonyo comiendo sin descanso.

“¡Ajajá! ¡Te pillamos con las manos en la masa! Nunca mejor dicho… Y una masa cubierta de chocolate”.

Jonyo se giró con la boca llena. Todos los caballeros estaban mirándole con no muy buenos ojos.

“Oh, oh…”

Fidel se le echó encima tratando de agarrar algo de comida, produciéndose un forcejeo.

“¡¿Es así cómo valoras toda la cocina que he estado preparando?! ¿Comiendo otras cosas y encima ocultándoselas a los demás?”

“¡¿Qué dices?! Si supieras cocinar no tendría que comer esto, ¿sabes cuánto va a perjudicar a mi forma física toda esta grasa? Y yo no lo escondo, lo guardo para una emergencia”.

“¿Y esto no te lo parece? ¡Llevamos varios días sin comer decentemente! ¿Qué pasará si sufrimos un ataque? ¿Es que no recuerdas que la otra vez vino Duckman? ¡Podría venir cualquier otro!”

“Sí, vino Duckman, y yo fui quien le derroté, por tanto con que haya uno en buena forma bastará para detener a quienquiera que venga, ¡ahora suelta MI palmera”.

“Lo sentimos, Jonyo, pero tenemos que apoyar a Fidel – dijo Arturo – El hambre es superior a nosotros”.

“¡No! ¡Esas palmeras son mías! ¡Las compré yooooo!”

Los caballeros se lanzaron a por la comida sin piedad. En el proceso, Gabriel sacó algo del bolsillo y lo arrojó cerca de Jonyo.

“Ten, 30 monedas de plata, por las molestias. Creo que es el precio que mereces”.

Después de algo más de una hora, el barril estaba vacío. Apenas quedaban unas migajas en el fondo y Jonyo se arrastraba alrededor de ellas.

“Nooo… Todas mis palmeras… se han ido…”.

El resto de caballeros estaban tumbados alrededor, con el estomago lleno y una sonrisa de oreja a oreja.

“Mmmmmm, que gusto estar ya satisfecho… – dijo Peter sonriendo – Lástima que hayamos acabado con todo”.

“Como no lleguemos a una isla mañana tendremos que empezar a comernos los unos a los otros, esas palmeras eran lo último que nos quedaba”.

“De poco sirve preocuparse por eso ahora, mañana veremos que hacer – dijo Arturo – Ahora lo único que podemos hacer es dormir”.

“Lo peor de todo es que tienes razón, estamos con las manos atadas – confirmó resignado Gabriel – vamos a dormir, no hay más remedio”.

En el interior del castillo de la Fiera Deidad, Mesa salía, de nuevo, de la sala de curas, tras su combate contra el Capitán Lardo. Mientras caminaba se retocaba la vestimenta, como preparándose para marchar, pero antes fue a dar parte al Señor Oscuro de sus intenciones. Al entrar, Dayuri también estaba allí, pero Mesa lo ignoró por completo y dio un paso adelante.

“Vienes justo a tiempo, Mesa. El Capitán Lardo me estaba informando de los resultados de su expedición. Deberías escuchar tú también”.

“Lo siento pero no me interesa. Me marcho, es mi oportunidad para terminar con esto de una vez y para siempre. No voy a perder el tiempo escuchando las batallitas de un Capitán, y más cuando son derrotas o victorias no merecidas”.

“Creo que deberías escucharle, te interesa lo que tiene que decir. Influye en tus objetivos”.

“No sé de que estás hablando”.

“Si has liberado a tu siervo, y vas a encargarle que vaya a Petoria, me imagino para qué. No eres como el Capitán Lardo, que busca diversión y buna vida, has expuesto tus objetivos en muchas ocasiones, y parece que tienes la intención de hacerlos realidad pronto. Insisto, lo que Dayuri tiene que decir te interesa”.

Mesa se calló.

“Adelante, Dayuri. Di lo que me acabas de decir”.

“El caballero del hielo murió en Arcadia para proteger a mi amante”.

“¿La que nadie la quería nada más que por su físico y se dio cuenta de que era tan malvada que sólo podía conseguir seguidores si les lavaba el cerebro con un hechizo encantador y así creía que tenía gente que la amaba de verdad?”

“La misma, pero no hace falta que lo digas tan rápido, para algo se inventaron los signos de puntuación”.

“Vaya, ¿No me digas que consiguió hechizar a uno de los caballeros?”

“Pues sí”.

“Tienes razón, me afecta. Gracias por la información” respondió formalmente, como si le costase decirlo.

“Mesa... Yo también he de decirte algo... – dijo el Señor Oscuro – No es que dudemos de la fuerza de tu siervo, pero estoy harto de ver como fracasáis todos una y otra vez, así que si quieres el permiso para llevar a cabo tus objetivos, deberá ir acompañado de uno de nuestros guerreros”.

“¡Ja! ¡Esa sí que es buena! En primer lugar, él no necesita la ayuda de nadie, y en segundo lugar, todos los demás guerreros han muerto, ¿quién va a ir con él? ¿Jezabel? ¿Esa inútil?”

“Estaba guardando a alguien para una ocasión como esta. Creo que quedarás satisfecho. ¡Ven aquí!”

Se escucharon pasos de alguien acercándose, pero el sonido era bastante extraño, se escuchaban dos tipos de pasos distintos. Uno de ellos sonaba normal, como cualquier zapato al pisar el suelo, pero el otro sonaba metálico. No se acercó lo suficiente para ver quien era, pero parece que Mesa le reconoció.

“Hmpf... Está bien, y ahora, si no hay nada más en contra, me voy, después de perder dos días curándome de nuevo por tu culpa”.

“¡Una cosa más!” dijo Dayuri con intención de retenerle.

“¿Qué quieres ahora?” preguntó resoplando, ya molesto.

“Para lograr tus objetivos necesitas matar a todos los caballeros. Sin embargo, debo pedirte que no mates al caballero del fuego, no hasta que yo me enfrente al Super Guerrero, ¡y acabe con él!”

“Se hará lo que se pueda” dijo sonriendo y se fue.

Caminó hacia el otro lado del castillo, cerca de sus aposentos había otra habitación, con una puerta negra blindada en la que había una abertura horizontal alargada como la de un buzón. Mesa se detuvo delante de la puerta y llamó con tres golpes suaves. Nadie contestó.

“Sé que estás ahí. Te oigo respirar. Nadie respirar con tanta intensidad”.

De nuevo, no recibió respuesta.

“Puedes quedarte callado si quieres. Aquí están tus órdenes – mete un sobre por la pequeña abertura – Te lo repito, tienes que ir a Petoria”.

“¡¡¡No voy a ir a ninguna parte!!!” gritó desde el otro lado de la puerta.

La fuerza de su grito consiguió hacer vibrar el interior de la habitación, así como tambaleó muebles, estanterías, y todo lo que contenían.

“Escucha, has estado mucho tiempo esperando, has acumulado mucho odio y deseo de destrucción, pero ha llegado el momento de soltarlo, y no contra mí. Sé que buscas a quien te traicionó, y yo sé donde está”.

“Aquél que... me traicionó... Sí, lo quiero, quiero su cabeza, ¡¡¡¡lo quiero ya!!!!”

El grito volvió a hacer retumbar la habitación, pero esta vez con más fuerza.

“Si quieres que te lleve hasta él, tendrás que hacer un par de misiones para mí. Dentro de ese sobre tienes además una ficha con información y fotografía adjunta de las personas con las que te vas a encontrar y tendrás que enfrentarte, échale un vistazo antes de partir. Alguien te acompañará para ayudarte en caso de que necesites ayuda, cosa que dudo. Ve, no pierdas más el tiempo”.

“Está bien, pero cuando haga lo que me has dicho me llevarás junto a quien me traicionó”.

“Tienes mi palabra” dijo, y sonrió para sí mismo.

A la mañana siguiente, los caballeros descansaban en el interior del barco, cuando el chirrido agudo del ave les despertó de golpe retumbándoles los oídos. Alarmados, salieron todos a cubierta sin vestirse siquiera y vieron a Peter con las manos alzadas hacia el cielo y una sombra cubriendo la cubierta del barco. Los caballeros miraron al cielo y vieron un águila blanca en medio del sol de mediodía. De pronto, dos pequeños sobres cayeron desde el cielo sobre sus manos. La sombra se desvaneció dando otro fuerte chirrido todo volvió a la calma.

“¿Qué era eso?” preguntó Arturo, aún dormido.

“Ah, ya estáis despiertos, era el correo”.

“¿El correo? ¿En un pájaro y tan temprano?”

“Primero, no es temprano. Ya es mediodía, yo llevo horas despierto, sois vosotros los que dormís tanto. Y segundo, el servicio de mensajería mundial funciona así, con águilas y demás aves rapaces amaestradas, son rápidas, eficientes, y ecológicas, mucho más que el antiguo sistema de transporte ligero, que requería que la carta o paquete pasase por decenas de manos antes de llegar a su destino, corriendo el riesgo de extraviarse o de ser robada, un animal nunca traicionaría a su dueño. Cuando se acabaron los combustibles fósiles era insostenible y el mundo entero tuvo que reinventarse. Este es uno de los resultados, y ha demostrado ser el acertado por la satisfacción de prácticamente todos los usuarios que lo utilizan. Es más, seguro que estas cartas fueron enviadas hace menos de 24 horas”.

“Vale, vale, no discutáis, que con el estomago vacío no se puede hacer ni eso – dijo Jonyo – ¿De quién son las cartas?”

“Esta viene de Arcadia – dijo eligiendo una al azar – nos la envía Bill a todos nosotros”.

“Hala, que ilusión, ¡ábrela!” exclamó Fidel.

“Veamos... la leeré en voz alta”.

Estimados caballeros:

Apenas han pasado tres días desde que os fuisteis, pero no podía pasar ni un días más sin escribiros. Las cosas no han sido fáciles por aquí, aunque todo ha acabado, el dolor, el miedo y la desesperación aún están muy presentes. Tras dejaros, llegamos a la base de operaciones de Miss Jewel unos minutos después, las mujeres de nuestro pueblo aún no habían reducido completamente a los que antes eran sus seres queridos. La mayoría estaban inconscientes en el suelo, pero todavía quedaban unos pocos que, bien porque habían aguantado los golpes, o bien porque quienes debían hacerlo no fueron capaces en su momento. Las mujeres que quedaban luchando soportaban una enorme presión. Tras noquear a sus seres queridos, habían prendido fuego a las chozas y al altar de sacrificios, lo que suponía que después de dejar fuera de combate a los hombres, tenían que arrastrar sus cuerpos hasta un lugar seguro para que no murieran calcinados. Habría sido todo más fácil si les hubiera podido explicar desde un principio, pero mi instinto me decía que no tenían tiempo para escucharme. Por suerte, todavía me quedaban fuerzas suficientes para ayudar a las chicas a terminar su trabajo. Al acabar, pudimos observar todos juntos el desmoronamiento final del imperio que Miss Jewel había construido en nuestra isla.

Ojalá todo hubiera terminado ahí, pero aún quedaban muchas cosas pendientes. Una vez todo se consumió, se mezclaron risas y llantos. Al ver a la princesa, todas corrieron a abrazarla y a ametrallarla (perdón por la expresión pero es la más adecuada, os lo aseguro) a preguntas sobre cómo estaba, cómo lo había pasado y demás. Ya cuando nos pusimos a explicarles cómo se deshacía el hechizo de Miss Jewel no pudieron contener lágrimas de alegría. Sin embargo, esas lágrimas se tornaron de tristeza y dolor muy poco después, cuando empezamos a hacer recuento de las víctimas. Casi todas las mujeres han perdido a un padre, un marido, un novio, un familiar o simplemente un amigo. De algunos encontramos el cuerpo, pero de otros sólo restos, la cabeza sobre todo y en menor medida extremidades. No puedo imaginarme la cantidad de sacrificios que han debido de ocurrir, y lo peor de todo es que posiblemente yo formé parte de ellos, cuando estaba hechizado.

Después fuimos a recoger el cuerpo de Wancho para darle sepultura, pero se nos adelantaron. Todos los insectos de la isla que le habían ayudado en su combate contra el caballero de la tierra lo habían cogido, levantado y transportado volando hasta un árbol en que las termitas habían devorado una franja del tamaño de su cuerpo, y allí lo dejaron y le custodiaron. Cualquier intento por recuperarlo fue en vano, si tratábamos de acercarnos éramos atacados por un enjambre de varios tipos de insectos, así que tuvimos que dejarlo allí. Parece mentira que los insectos puedan tener también sentimientos como nosotros, pero yo lo vi con mis propios ojos, era cómo si ellos también lloraran.

No todo lo que ha pasado es malo. Gracias a que somos de nuevo un pueblo libre, hemos podido restablecer las rutas comerciales con las islas cercanas. Ayer un mercader pasó por aquí con un cachorro de labrador negro precioso y no pude evitar quedármelo. Le he llamado Llama Negra, espero que pueda ayudarme a recuperar toda la felicidad que me ha quitado Miss Jewel todo este tiempo. Por último, he descubierto que siento algo por la princesa, no creo que sea correspondido, o por lo menos no lo muestra, es amable con todo el mundo por igual, pero quiero intentar algo, es una mujer especial y no me gustaría que perdiera la ocasión por miedo. Puede que empiece por preguntarle su nombre, sería lo más simple.

Desde aquí, os damos de nuevo las gracias por todo lo que habéis hecho por nosotros, y si veis a aquella chica, no recuerdo su nombre, dádselas también, sé que no os lleváis bien con ella, pero a su manera también nos ayudó. La Doctora House y la enfermera os mandan recuerdos. Espero que nos volvamos a encontrar algún día, tenemos una fiesta pendiente.

Un saludo,

Bill

“Interesante, me alegro de que las cosas les empiecen a ir bien ¿y de quién es la otra?” preguntó Gabriel.

“Viene de Petoria, es de... ¡Kevin!, ¡y viene dirigida expresamente para mí!. Que raro, una carta de envío prioritario, espero que no sea nada malo. Voy a leerla también”.

Excelentísimo Sr. Presidente:

Tengo la obligación de comunicarle que su esposa y Primera Dama Eivril regresará mañana a la isla y ocupará su cargo en su ausencia, suplantándome a mí, que lo he estado haciendo hasta ahora. También decirle que se han reconocido mis esfuerzos en la última batalla y por ello he sido ascendido a Comandante, puesto que estaba desierto desde la jubilación del último que estuvo en el cargo. Espero que pueda regresar pronto y reunirse tanto con su señora esposa como con el pueblo.

Atentamente,

Kevin, Comandante de la Guardia Petoriana

“¿Ha dicho tu mujer? Jajajaja – reía Fidel – No sabía que estabas casado. Nunca nos lo has dicho”.

“Claro que sí, mira el anillo – mostró orgulloso su dedo anular – Cuando vinisteis a Petoria ella estaba de viaje, siempre dice que necesita tiempo para ella, y yo no le niego nada”.

“¿Y eso no te hace desconfiar? – preguntó Fidel – Podría estar haciendo cualquier cosa”.

“El concepto de celos no está en mi diccionario, pero gracias por preocuparte”.

Mientras mostraba el anillo, los caballeros notaron que su mano temblaba.

“¿Qué te pasa Peter?” preguntó Jonyo.

“Emmm nada...”

“Estás temblando” insistió.

“¿No tendrá que ver con tu mujer? – preguntó Gabriel – venga, no te lo guardes, ¿qué pasa?”

“Veréis, mi mujer es un poco especial, no se comporta como una mujer normal, por eso me enamoré de ella”.

“Especial... ¿No puedes ser más concreto?” preguntó Arturo.

“Creo que allí, en Petoria, los que aún no la conocen, están a punto de descubrirlo por sí mismos” dijo mientras miraba al cielo sonriendo y suspirando.



1 comentarios:

Anónimo dijo...

jeje ya era hora de que saliese el siguiente capitulo, ha estado bien reencontrarse con los caballeros despues de tanto tiempo pero se me ha hecho algo corto pero bueno tampoco voy a ser tan ambicioso,me alegro que haya vuelto a publicar y espero que puedas hacerlo mas amenudo,jeje que bueno lo de las palmeras de chocolate jeje me ha recordado los viejos tiempos y se ve que no se te olvidan eso esta bien
P.D. ya he terminado 2 de bachiller por fin ya tengo todo aprobado
Un saludo a todos y suerte con los examenes ruben