lunes, 15 de agosto de 2011

Episodio CXXII

Escribir este capítulo le ha costado la vida a mi legendario mp3 Creative de 128 Mb que usaba cuando iba al instituto. Actualmente había quedado relegado a llevar el borrador de cada capítulo de un lado a otro, y ha muerto de una accidental patada por estar conectado al USB delantero mientras escribía las 13ª página de este capítulo. Suerte que no se ha perdido, que si no empezar otra vez... 


Volviendo al tema del capítulo, para la escena de la carrera recomiendo escuchar mientras esta canción para meterse en situación ^^


A modo de aclaración cronológica (aunque no creo que nadie se acuerde del pasado de Reik a estas alturas) los sucesos de este capítulo se dividen en dos partes claramente diferenciadas. La primera parte ocurre antes de los acontecimientos del pasado de Reik Evans, y la segunda parte después. La escena del pasado de Reik Evans en la que aparece Gabriel transcurre durante la elipsis entre esos dos espacios temporales y por eso no aparece en el capítulo.

Título: Turn Back The Pendulum IV: Gabriel

Tamaño: Puffff... ¡¡¡¡34'5!!!! Quién dijo que los siguientes capítulos no serían tan largos como el 120?? xD

Dedicado a: Miguel Ángel de la Rosa, pero no el de ahora, el que recuerda este capítulo, que tanto sufrió a causa de Marta Naranjo.





Episodio 




CXXII




U
na fría mañana de invierno asolaba Petoria cubriendo de escarcha toda la superficie de la ciudad. Tras una larga noche con temperaturas por debajo de los cero grados, todo estaba bajo un suave manto blanco que dibujaba la sonrisa en aquellos que despertaban esperando un simple y rutinario amanecer, y en su lugar se encontraron con la que seguramente sería la última nevada del invierno.

Un joven caminaba a través de la nieve con una mochila sobre el hombro, una cazadora de cuero negra, el pelo engominado, un pendiente en la oreja izquierda y despidiendo un fuerte olor a colonia.

Todo el mundo a su alrededor jugaba con la nieve. Se lanzaban bolas unos a otros, tanto los que iban en grupo habitualmente como los que se encontraban con conocidos que en circunstancias normales no se dignarían ni a saludar. Sin embargo, él no se dejaba amedrentar por un simple polvo blanco. Él conducía, y como todo conductor, conocía el lado oscuro de la nieve y todos los peligros que escondía bajo esa, nunca mejor dicho, inocente capa blanca.

Después de callejear un rato esquivando críos inmaduros y niños ilusionados, alcanzó la avenida donde se encontraba su destino, el instituto donde cursaba, después de varios fracasos, de quedarse atrás, de tener que despedirse año tras año de muchos compañeros que alcanzaban la universidad, de conocer gente nueva y tener que adaptarse a un nuevo entorno una y otra vez; al fin, había conseguido llegar al último curso, y esta vez sería diferente. No iba a caer de nuevo, iba a pasar limpio y a la primera.

Envuelto en sus pensamientos, entró en el centro educativo, subió las escaleras hasta el último piso y avanzó por el pasillo de la derecha, donde entró por el segundo aula a la izquierda.

“Buenas…” dijo al entrar.

“Coño, el enamorado – le dijo un compañero – ¿cómo va eso?”

“¿Cuántas veces tengo que decirlo? Yo no me enamoro. Soy un vividor follador”.

“¿Y cuánto llevas detrás de Marta? Eso es amor.” Le dijo otro.

“¿Qué tendrá que ver una cosa con la otra? Además, hoy tengo pensado un plan perfecto para salir con ella – mintió – Ahora mismo voy a verla a su clase y vais a flipar”

“¡Gabrieeeel! ¡¡Gabrieeeeeel!! ¡¡¡Gabrieeeeeelll!!!” le animaron entre todos.

“¡Mmmerengue merengue!” exclamó haciendo un gesto extraño con la mano antes de salir.

Se le ocurrió una idea. Salió de su aula y se metió en la de al lado, con algo de prisa, pues las clases iban a empezar de un momento. Allí, dos jóvenes, uno de ellos de color, estaban jugando a pegarse.

“Eh, Jonyo – llamó la atención de uno de ellos, que se giró sonriendo – Me apetece quemar el asfalto. Esta noche, tú y yo, en la avenida que hay al lado de tu casa. He oído que el ayuntamiento va a poner unos pasos de peatones elevados así que hay que aprovechar”.

“Acabo de sacar el coche del taller porque en la última carrera no salió muy bien parado, jeje. ¿No se lo puedes decir a otro?”

“Jonyo, sabes que, de las personas que conozco, somos los únicos que tenemos carnet de conducir en este curso. La gente normalmente cumple los 18 cuando llega aquí, no los trae de serie”.

“Pues díselo a tus colegas de fuera del instituto”.

“Podría hacerlo, pero entonces no tendría el mismo impacto. Siempre es mejor hundir a alguien conocido. De la otra forma, las malas lenguas podrían pensar que la carrera está amañada”.

“Ah, bueno. En ese caso no me puedo negar. Así cuando te machaque no podrás poner ninguna excusa, ya que habrán sido tus propias condiciones”.

“Eres tan gracioso que se me ha olvidado reírme”.

“De puta madre tío, yo voy contigo de copiloto” le dijo a Jonyo su colega de color.

“Eso está hecho tronco. Entonces sí que ganamos seguro”.

En ese momento, una fémina hizo acto de presencia, desviando completamente la atención de Gabriel, que sólo con sentir su aroma ya sabía que era ella. Se dio la vuelta y allí estaba. Primero se fijó en sus ojos, marrón claro. Cuando él los miraba le parecía estar en medio del mismo desierto, donde no podía hacer nada por escapar. Sus cabellos teñidos con un negro intenso que le llegaban hasta cubrirle los pechos contrastaban con su blanca piel, haciéndole parecer que veía la luz al final de un largo y oscuro túnel. Bajo sus perfilados ojos, sus mejillas enrojecidas delataban sus sentimientos por el que la observaba y admiraba tímidamente, pero que a su vez desataba en su interior sus más oscuros y perversos deseos. Por último, se fijó en sus carnosos y rosados labios que, a pesar de haberse visto obligada a detenerle de cometer una mala acción, no podían evitar sonreír al verle y, de vez en cuando se dejaban ver sus dientes blancos y perfectos que asomaban oprimiendo el labio inferior con suavidad para reprimir su deseo. Dos colgantes adornaban su cuello, el primero estaba muy ceñido, con un cordón negro, era una circunferencia de acero dividida en trece sectores con los doce signos del zodiaco y el último sector utilizado como agujero para el cordón; además, en el centro había una circunferencia más pequeña en oro, con su signo señalado y más grande. El segundo estaba más holgado, cercano a su profundo escote, que era visible gracias a que no llevaba abrochado su abrigo, se trataba de un anillo de plata sujeto en una fina cadena del mismo material. Caminó hasta el fondo del aula, donde colgó su abrigo para poder lucir su vestimenta. Su ropa ajustada de colores fríos, acorde con la estación en la que se encontraban resaltaba su delgada figura, sobre todo las prendas de la parte superior de su cuerpo, que le dejaban al aire hasta el ombligo, además los brazos y el esbelto escote ya mencionado.

“¿Me disculpáis un momento, por favor?” dijo Gabriel educadamente y fue de cabeza hacia la muchacha que acababa de entrar.

“Ya decía yo que tenía demasiado interés en echar la carrera – comentó Jonyo cuando se alejó Gabriel – Si es que tiran más dos tetas que dos aerodeslizadores…”

“Creo que ese refrán no era así, Jonyo” le dijo su compañero de color.

“Ya, Blackron. Pero es que se había quedado anticuado…”

Gabriel se acercó sigilosamente a la chica, apoyó los brazos sobre su mesa y la miró fijamente a los ojos, tratando de llamar su atención.

“Hola – dijo con su tono más galán – Marta”.

“Hola Gabriel” le respondió sonriendo.

“Esta noche tengo una carrera ilegal contra Jonyo, y me haría mucha ilusión que fueras mi acompañante en esta aventura”.

“Lo siento – trató de ocultar su desacuerdo con una falsa sonrisa – Es que tengo examen mañana y no puedo”.

“Ah, entiendo – susurró desilusionado, pero no tardó en hacer como que no le importaba al notar las miradas de Jonyo y Blackron – Bueno no te preocupes, ya quedaremos en otra ocasión”.

“Estoy segura”.

Salió del aula algo cabizbajo, y de camino a la suya Jonyo le cortó el paso.

“Si quieres descojonarte como haces siempre, éste es el momento”.

“No, tranquilo, jejeje. Sólo quería asegurarme de que no vas a cancelar la carrera porque te hayan dado calabazas. Es que de pronto me han entrado ganas de correr a mí también”.

“La carrera sigue en pie. ¿A las 2 te parece bien? Así nos aseguraremos de que no hay peatones y no pondremos en peligro la vida de nadie”.

“Vale, hasta entonces” se despidió y cada uno volvió a su clase.

Los compañeros de Gabriel ya estaban esperándole en la puerta, riéndose abiertamente.

“¿Qué? ¿Has triunfado, eh?” escuchó decir.

Gabriel pasó por delante de ellos sin decir palabra y entró en la clase, lo que les subió el ego.

“¡Mmmerengue merengue!” se rieron de él de nuevo.

La noche no tardó en llegar. A la hora acordada, Gabriel apareció con su Seat León en la glorieta de una larga avenida que tenía un pequeño centro comercial. Allí, un cúmulo de amigos y curiosos de ambos bandos le dio la bienvenida. Él asomó la cabeza por la ventanilla buscando a su amada, pero no la encontró. Miró el reloj del interior del vehículo y vio que marcaba las 02:07. Echó una ojeada a los alrededores buscando el coche de Jonyo, pero no vio ni un alma.

“¿Sabéis dónde está Jonyo?” preguntó a la multitud.

“No ha venido, ¡se habrá cagado!” exclamaron los que venían a animarle a él.

De pronto se escuchó el ruido de un motor y acto seguido, unas ruedas derrapando en la glorieta y a los pocos segundos un Bugatti Veyron se colocó al lado del coche de Gabriel.

“Buenas noches – le saludaron Jonyo y Blackron desde el interior – A nuestro lado, tu buga parece una cafetera” añadió Jonyo.

“¡¿Y este coche?! ¡¿Es tuyo?! ¡¿De dónde lo has sacado?!” preguntó perplejo.

“¿Recuerdas que te comenté que el anterior lo había estrellado en una carrera? Pues me lo declararon siniestro total, y como fue culpa del otro, su seguro tuvo que indemnizarme. Con el pastón que me dieron me compré el coche de mis sueños”.

“Hostia…”

“Sabía que reaccionarías así, así que me he tomado la libertad de llamar a alguien para alegrarte un poco”.

“¡Marta!” fue lo primero que se le vino a la cabeza.

Una chica delgada, con el pelo teñido de un caoba suave, los ojos claros y muy buen vestir se puso entre los dos coches.

“¿Paula? ¿Qué haces aquí?”

“Me han pedido que arbitre la carrera. Voy a dar la salida”.

“No, no. No me refería a eso. Marta me dijo que teníais examen mañana en tu clase”.

“¿Examen? ¿Qué examen?”

“¡Wajajaja! – Se rieron a carcajadas Jonyo y Blackron – ¡Además de rechazarte te miente! ¡Jajajaja! ¡La tienes en el bote!”

“Creo que lo mejor será que empecemos la carrera cuanto antes”.

“Recordad que ha nevado esta mañana, la carretera está resbaladiza, tened cuidado. El recorrido es el de siempre. Avanzáis en línea recta, bajáis la cuesta, pasáis la glorieta de ahí abajo, cambio de rasante, subís la cuesta hasta la siguiente glorieta, ahí dais la vuelta, regresáis hacia nosotros, pasáis de largo hasta que alcancéis el punto donde se sale de la ciudad, volvéis a dar la vuelta y gana el primero que llegue aquí. Ah, sí, la fuente de la glorieta del centro comercial se enciende un rato sí y otro no, que no os pille desprevenidos”.

“Aunque la glorieta de ahí abajo tiene dos carriles, la velocidad que tengo que alcanzar para competir contra el Bugatti Veyron de Jonyo va a complicar que podamos pasar por ahí los dos al mismo tiempo – pensaba Gabriel – Un giro a esa velocidad puede significar no sólo que pierda la carrera, también que pierda la vida. Esa glorieta tengo que pasarla en línea recta… La otra opción sería alcanzar los 140 por hora antes de llegar allí, pero no tengo suficiente margen para acelerar… Mierda… Lo tengo bien jodido…”

“¡Preparados los dos competidores!” exclamó Paula.

Alienaron los dos coches, encendieron motores y luces y los conductores se miraron a los ojos mientras daban pisotones esporádicos al acelerador en estático.

“Todavía estás a tiempo de irte a casita y no hacer el ridículo” le advirtió su contrincante.

“Puede que tengas un deportivo, pero el coche no lo es todo. Yo tengo más experiencia que tú y en mis manos esto es un Gran Turismo”.

Fueron las últimas palabras que se dijeron. Ambos subieron las ventanillas para no perder velocidad con el aire y se concentraron en Paula, que izaba una bandera de cuadros blancos y negros con mucha ilusión. Gabriel metió primera y Jonyo lo dejó en automático para concentrarse íntegramente en el volante.

Finalmente Paula bajó la bandera y los dos pisaron fuerte el acelerador y salieron lo más rápido que pudieron. Gabriel estaba en desventaja porque circulaba por el carril izquierdo, así que necesitaba adelantar lo más rápido posible a Jonyo para pasar la glorieta en recto. Sin embargo, el Bugatti Veyron se mantenía a la misma velocidad que él y no le dejaba sobrepasarle ni un palmo.

“¿Qué coño haces, tronco? – se quejaba Blackron en el interior del vehículo – ¡Que está a tu altura! ¡Písale!”
“Si no le damos un poco de emoción no va a tener ninguna gracia. Quiero ver qué hace ahora”.

“95 kilómetros por hora… – pensaba Gabriel mientras veía acercarse la glorieta – Ya sabía yo que era imposible…”

Intentó de nuevo adelantar en vano, cada subida de velocidad era igualada por el Bugatti Veyron sin ninguna dificultad. La glorieta estaba ya demasiado cerca como para conseguir nada y en el último momento frenó un instante para dejar pasar a Jonyo y no estrellarse contra la rotonda. Acto seguido, bajó de cuarta a tercera y aceleró de nuevo, aprovechando que el siguiente tramo era cuesta arriba para ganar potencia y aceleración.

“Ha frenado para no estrellarse – comentó Blackron – No me lo esperaba”.

“Pues yo no doy ventaja a cobardes. Ahora verá”.

A base de forzar el coche dos mil revoluciones por encima de lo aconsejable, Gabriel empezó a alcanzar al Bugatti Veyron. Sonrió emocionado, pero le duró poco. Jonyo pegó un acelerón al coche y dejó bien atrás el Seat en un par de segundos, mermando los ánimos de Gabriel. Aceleró tanto, que antes de que se diera cuenta, ya había subido la cuesta y alcanzado la segunda glorieta.

“138… ¡Joder! – gritó Jonyo al ver el velocímetro – ¡Casi lo consigo!”

“Si no le hubieras dado ventaja antes seguro que habrías alcanzado los 140”.

“Bueno, tampoco pasa nada, mira lo lejos que está”.

En la segunda rotonda tenía que hacer un cambio de sentido, y como llevaba una ventaja considerable sobre Gabriel y un coche nuevo al que tenía demasiado cariño como para arriesgarse siquiera a arañarle, decidió frenar y hacer la rotonda despacito y bien, y volvió a acelerar cuando regresó a la avenida.

“¡Esto es justo lo que estaba esperando!” sonrió Gabriel, que estaba alcanzando ya la segunda rotonda.

En el instante en que se cruzaron, Gabriel puso las luces largas y deslumbró a Jonyo, que dio un frenazo por puro reflejo. El frenazo fue demasiado brusco y desestabilizó el Bugatti Veyron durante unos segundos. Mientras Jonyo recuperaba el control de su vehículo, Gabriel entró en la glorieta a toda velocidad, dio un volantazo y tiró del freno de mano, consiguiendo dar la vuelta a la glorieta derrapando y sin perder velocidad. Cuando Jonyo se quiso dar cuenta, Gabriel estaba delante saludándole sacando la mano por la ventanilla.

“¡Será cabrón! ¡Ahora verá!”

Jonyo, ya en plenas facultades de nuevo, y con un cabreo considerable, aceleró cuanto pudo y trató de cambiar de carril para adelantar a su contrincante. Sin embargo, Gabriel se mantenía en medio de la carretera, ocupando la mitad de cada carril e imposibilitando a Jonyo adelantarle. Además, cada vez que Jonyo intentaba aunque fuera un amago de adelantamiento, se ponía delante y le cortaba el paso, consiguiendo también que la velocidad de la carrera la marcara su coche y no el Bugatti Veyron.

“127…” miraba Gabriel el velocímetro.

Consiguió controlar a Jonyo durante unos segundos más, hasta alcanzar de vuelta la primera glorieta, que ambos pasaron en línea recta, pero al pasar de ahí la paciencia de Jonyo se agotó. Aceleró sin tener en cuenta la velocidad de Gabriel, y rozó el parachoques trasero con el morro de su coche, amenazándole y obligándole a subir la velocidad.

“Joder este tío va en serio…” pensó Gabriel al notar el golpe.

“¡¿Qué estás haciendo?! ¡Te vas a cargar los dos coches!” le gritó Blackron a su compañero.

“La rotonda de la fuente es demasiado grande, no podemos pasar el línea recta como en estas dos, y a esta velocidad no nos va a dar tiempo a frenar. La única posibilidad es que alcancemos los 140 kilómetros por hora y él lo sabe, únicamente estaba recordándoselo”.

Los dos aceleraron a fondo. Gabriel ya no se atrevía a cerrar el paso al Bugatti Veyron, y Jonyo comenzó a recuperar terreno mientras, a lo lejos, comenzaban a distinguirse los amigos y curiosos que seguían la carrera con expectación. Finalmente los dos vehículos se alinearon cuando llevaban una velocidad de 139 kilómetros por hora.

“Agárrate, Blackron, que ahora empieza lo bueno”.

“¡Hover Mode!” exclamaron los dos conductores cuando el velocímetro marcó 140.

Tiraron de la palanca de cambios hacia arriba, y unos propulsores aparecieron al lado de cada rueda por debajo de los coches y comenzaron a elevar los vehículos. Las ruedas se plegaron hacia dentro cuando el coche ya estaba totalmente suspendido en el aire, quedando en posición horizontal, sobresaliendo un poco por fuera. Ya preparado todo, tiraron del volante hacia ellos para ganar altura y no estrellarse contra la fuente. Una estela de fuego adornó el cielo durante unos segundos y todos los que estaban viendo la carrera invadieron el asfalto para animar a su conductor favorito entre gritos de júbilo y satisfacción.

“Joder como mola esto” dijo Blackron al sacar la cabeza por la ventanilla.

Una llamarada azul salió del tubo de escape del coche de Gabriel, que dio un gran acelerón, pasando de largo el Bugatti Veyron y a punto de achicharrar la cabeza de Blackron.

“¿Ha puesto el turbo ya? ¿Tan rápido?”

“Sabe que no tiene ninguna posibilidad contra este coche y quiere acabar lo más rápido posible, pero parece que se olvida que nosotros también tenemos turbo. Anda, entra y sube la ventanilla, que tenemos que ponerle en su sitio”.

Jonyo desactivó las marchas automáticas, metió séptima y activó el turbo. Una llamarada verde salió de cada uno de sus dos tubos de escape, acelerando el coche considerablemente.

“360 y todavía sigue delante de nosotros… No está mal para llevar esa cafetera, Gabriel, pero vamos tan rápido que ya casi hemos llegado al final de la avenida, la ciudad termina, ¿cómo vas a dar la vuelta sin frenar como antes? Con un volantazo como el de antes te estrellarás contra un chalet”.

Llegado el momento, Gabriel apagó los propulsores traseros y tiró del volante hacia él con todas sus fuerzas. El coche comenzó a ascender, pero al tener propulsión sólo por delante, se dio la vuelta y quedó boca abajo. Entonces apagó todos los propulsores y puso el turbo a toda potencia, haciendo un perfecto cambio de dirección a toda velocidad ante los atónitos ojos de Jonyo y Blackron.

“¡Su puta madre!” exclamó Jonyo.

El coche de Gabriel empezó a descender por efecto de la gravedad a la vez que avanzaba la recta final con el turbo a tope. Si continuaba así se estrellaría antes de llegar a la meta. Encendió los propulsores delantero y trasero de un solo lado y así consiguió enderezar de nuevo el coche y activar todos los propulsores para terminar de estabilizarlo.

“¡Recta final!” gritó por la ventanilla.

“¡Esto ya es personal! – Exclamó Jonyo, que apenas acababa de dar la vuelta y llevaba una seria desventaja – ¡A toda caña!”

La llama del turbo del Bugatti Veyron cambió de verde a rojo y la velocidad del coche comenzaba a ser incontrolable.

“¡¡Quinientos!!”

Gabriel veía acercarse a su adversario por el retrovisor interior, y a su vez sabía que quedaban pocos segundos para terminar la carrera. Trataba de acelerar aún más, pero ya llevaba el coche sobrerrevolucionado y no tenía doble turbo como el Bugatti Veyron. Por suerte para él, el turbo rojo de Jonyo se agotó nada más alcanzarle y ahora estaban a la misma altura.

“¡Mira lo que has hecho! ¡Has desperdiciado el turbo! – Gritaba Blackron – ¡Ahora no podemos ganar!”

“¡¡Esto no ha terminado!! ¡¡Le devolveremos el favor de las luces de antes!!”

Sin pensárselo dos veces, dio un volantazo y empujó el coche de Gabriel con el suyo propio, liberando una lluvia de chispas por la fricción de las carrocerías. El Seat León se desestabilizó en un primer momento, ya que Gabriel no esperaba algo así, pero vista la ofensiva, no tardó en contraatacar con un contravolante en dirección a su adversario.

Durante unos segundos, los dos coches estuvieron avanzando tratando de hacerse takedown el uno al otro, pero ninguno cedía. Las chispas saltaban por todo el lateral de la carrocería, llegando a imposibilitar que se vieran los pilotos de ambos coches. Poco a poco, el Seat León iba ganando un poco de estabilidad por su diseño más compacto, y Gabriel, en medio del forcejeo, consiguió que el morro de su coche asomara por delante del Bugatti Veyron. La rotonda de la fuente y el centro comercial estaba delante de sus ojos y los espectadores estaban en silencio, observando la conclusión de la carrera.

“¡Eh, mira! – exclamó Blackron de repente señalando a un piloto que de casualidad acababa de ver encenderse – ¡Esa luz con forma de llama acaba de encenderse!”

“¡Ha recargado un poco de turbo! ¿Sabes lo que significa eso?”

No hizo falta que respondiera. Los dos se sonrieron y Jonyo metió séptima y activó el turbo a la vez que daba un volantazo contra Gabriel. Las llamas verdes sólo se encendieron durante menos de un segundo, pero fue suficiente para empujar el Seat Leon, que empezó a dar vueltas sobre sí mismo para finalmente estrellarse dentro de la fuente, mientras el Bugatti Veyron se alzaba con la victoria.

Gabriel perdió el conocimiento con el impacto. Se despertó varios minutos después, mezcla del ruido de los gritos y de la sensación del agua. Tenía una herida en la cabeza, y la vista nublada. Escuchó una voz que le llamaba, miró a su alrededor y descubrió que Paula estaba tratando de sacarle ahí. Había sido la única de todo el grupo de gente que había ido a socorrerle, el resto estaban todos celebrando la victoria de Jonyo, incluso los que iban de su parte.

“Anda que… ¿estarás contento? – le dijo ella mientras le sacaba – Tienes suerte de seguir con vida”.

Mientras le sacaban de ahí, observó el lamentable estado del coche. La luna había reventado con el impacto y una de las tuberías de la fuente había entrado dentro del vehículo y atravesaba el asiento del copiloto.

“Si la hubiese traído… Ahora estaría muerta…”

A la mañana siguiente apareció en el instituto con una venda en la cabeza y un hombro dislocado. Ni siquiera él era capaz de creerse que saliese prácticamente ileso de semejante accidente. Esperaba las burlas de todos y se había mentalizado para soportarlas, pero no hizo falta. En su lugar, todos le castigaron con el látigo de la indiferencia. Estaban demasiado ocupados felicitando a Jonyo por su victoria como para hacerle caso. Se hizo paso entre algunas miradas compasivas caminando con la cabeza bien alta y consiguió llegar a su clase.

“¿Qué? Un exitazo anoche, ¿no?” le dijo su compañero empollón nada más cruzar la puerta.

“Le vas a vacilar a tu puta madre” contestó Gabriel.

“Eh, eh, tranquilo león. Sólo trataba de hacerte ver que ya es hora de cambiar de estratégica, ¿no crees?”

“No te entiendo”.

“Lo has intentado a tu manera, y no ha funcionado. Pero tal vez si preguntas a la persona adecuada… ¿No hay una amiga de Marta, Paula, con la que te llevas bien? Tal vez necesites una segunda opinión en vez de volver a estrellar el coche”.

“Hmmm… No tengo nada que perder… Vale, hablaré con ella en el próximo descanso. ¡Gracias tío!”

Durante la clase que precedió al descanso, no estuvo atento ni un solo segundo. Se limitó a observar al profesor, un hombre gordo y maloliente, con ojos de búho, mientras dibujaba a su amada en su imaginación.

La campana que marcaba el final de la clase le rescató de soñar despierto. Se levantó rápidamente y fue a la clase de al lado a buscar a Paula. Asomó la cabeza con disimulo y la buscó de un rápido vistazo, pero no la encontró, sólo su pupitre con sus cosas desordenadas sobre la mesa.

“¿Querías algo?” le preguntó Marta, que estaba sentada al lado de Paula, esperando su vuelta.

“Ehhh, sí. ¿Sabes dónde está Paula?”

“Ha bajado a la cafetería. No creo que tarde”.

“Bajaré a ver si la encuentro. Gracias – aunque por dentro estaba pensando – Aquí hay temaaaaa, ¡pero vamos!”

Se quedaron mirándose como tontos unos segundos. Ella esperando que preguntara por ella, y él esperando a que le preguntara sobre sus vendas y la carrera. Como pasados unos segundos ninguno de los dos hizo lo que el otro quería, ella bajó la mirada y él se fue hacia la cafetería.

El descanso era sólo de cinco minutos, más lo que tardará en llegar el siguiente profesor, y ya había gastado por lo menos dos haciendo el tonto con Marta. La cafetería estaba en la planta baja, tenía que bajar los tres pisos, encontrarla, hablar con ella y volver a su clase en tres minutos. No era mal reto después de la carrera de anoche.

Por suerte o por desgracia, se cruzó con Paula cuando había bajado nada más un piso. Ella subía con una caña de chocolate envuelta en papel albar. Ambos se miraron, como si ya supieran lo que venía después, pero ella sonrió y le obligó a hablar.
“¿Puedo hablar contigo un momento?”

“Mucho has tardado en venir. Anda, vamos a un sitio más tranquilo” dijo al ver el flujo de gente que había por los alrededores.

Salieron afuera por la puerta trasera de la planta baja, que daba detrás del gimnasio, lugar donde se reunían los jóvenes para fumar y normalmente estaban ya bastante fuera de sí como para enterarse de las conversaciones ajenas.

“Venga, pregúntame qué quieres sobre Marta rápido, que tengo que volver a clase”.

“¿Cómo sabes que quiero hablarte de Marta?”

“Hijo, despierta, que aquí el único que no se ha enterado de que vas detrás de ella eres tú”.

“Hala, como te pasas tía – se sonrojó – Bueno, a lo que iba… El caso es que yo creo firmemente que ella siente algo por mí. Lo veo en sus ojos, en su sonrisa, en sus labios. Cada vez que nos cruzamos es como si se detuviera el tiempo…”

“Abrevia que no tengo todo el día…”

“Vale… Pues eso, que sé, estoy seguro de que siente algo por mí, pero cada vez que la invito a algo siempre me rechaza, y no entiendo por qué”.

“Piensa un poco… ¿A dónde la invitaste la última vez?”

“Pues ayer, a vivir la emocionante aventura de una carrera ilegal”.

“Carrera que le habría costado la vida de haber aceptado, ¿te acuerdas?”

“Ehhhh no. ¡Si hubiera estado ella habría ganado seguro!”

“Ya claro, bueno… ¿Y la vez anterior? ¿Qué le propusiste hacer?”

“La invité a jugar al paintball. Una manera ideal para desahogarse y descargar adrenalina”.

“Muy bien, ¿todavía no entiendes por qué te rechaza siempre?”

“¿Ein?” En ese momento sonó la campana que agotaba los cinco minutos de descanso.

“Lo siento, me tengo que ir a clase, ¡y tú también! Ya no puedo ayudarte más. De ahora en adelante depende de ti”.

Paula se fue corriendo, mientras Gabriel meditaba tranquilamente sobre sus palabras. Se tomó su tiempo para regresar a su clase, tanto, que llegó tarde y no le dejaron entrar. Eso le dio la oportunidad de continuar reflexionando sobre sus errores y la manera de solventarlos. Después de los cincuenta minutos que duraba la clase a la que le habían denegado el acceso, llegó a una conclusión y se quedó esperando a que sonara el timbre delante de la puerta de la clase de Marta, Paula, Jonyo y Blackron.

Tenía el reloj sincronizado con el timbre, echó un ojo a la hora y vio que faltaban cuarenta segundos para el final de la clase. Fueron los cuarenta segundos más largos de toda su vida. El timbre sonó a su hora, escuchó revuelo dentro, pero nadie abrió la puerta. No podía arriesgarse a entrar y que la clase no hubiese terminado, haría el ridículo y Jonyo volvería a reírse de él, y esta vez, todo debía salir bien. Finalmente, alguien hizo sonar el pomo de la puerta, que se abrió y Paula apareció al otro lado. No le dijo nada, ya sabía a qué venía, sólo le sonrió y le invitó a pasar con un gesto amable.

“¿Qué? ¿Vienes a por la revancha?” le dijo Jonyo al verle entrar.

No le contestó. De hecho, ni siquiera le escuchó, porque sus ojos y su atención se habían centrado en ella directamente. Al darse cuenta de que acercaba, ella le observó y notó que algo había cambiado. Normalmente conseguía mantenerse indiferente si él no estaba muy cerca, pero ahora no podía evitar sonreír.

“La semana que viene hay Jueves Joven, y mi grupo toca como invitado. Me haría mucha ilusión que estuvieras allí para verme, ¿podrías?” le preguntó acompañando las palabras del contacto físico cogiéndole la mano.

“Claro, me encantaría. Allí estaré”.

No se lo podía creer. Por primera vez en no sabía ni cuento tiempo había recibido una respuesta positiva. En su interior quería estallar, pero estaba en público y no podía hacerlo, arriesgaría el éxito que tanto le había costado conseguir.

“Bueno, pues, te estaré esperando. Hasta el jueves”.

“Hasta el jueves”.

Se retiró caminando hacia atrás, sin dejar de mirarla hasta alcanzar la puerta, donde se volvió de repente y se dispuso a dar un salto de alegría. Sin embargo, antes de que pudiera hacerlo, una mano le agarró del hombro y le dio la vuelta.

“Una cosilla, Gabriel – Era Paula, pero ya no sonreía – Conozco tu reputación. Sólo quería advertirte de que no debes tratar a Marta como un trozo de carne al que le echas un polvo y no vuelves a recordar, porque ella es mi amiga, y yo me enfadaría mucho si alguien a quien he ayudado la hiciera sufrir, ¿me entiendes verdad?”

“Perfectamente – tragó saliva – No tienes de qué preocuparte”.

Ella le dio un beso en la mejilla para felicitarle y volvió a entrar a su clase. El descanso había terminado, todas las clases habían comenzado en las demás aulas, incluso en la suya, pero estaba demasiado feliz como para entrar en clase, y tenía muchas cosas que preparar en una sola semana.

“¡Mmmmerengue merengue! ¡¡Mmmerengue merengue!!” repitió unas cuantas veces mientras se alejaba por el pasillo.


El Jueves Joven era un evento organizado por la Escuela de Música de la ciudad en el que  los estudiantes ponían a prueba su talento y comprobaban cuanto habían mejorado. Se celebraba en un local, en la planta más alta de un centro comercial a un par de kilómetros del instituto. Durante la semana que precedió al evento Gabriel intentó practicar un poco con el bajo para asegurarse de que la actuación fuese un éxito, pero la lesión en el hombro que le dejó la carrera le impidió hacerlo y tuvo que descansar durante varios días antes de poder volver a tocar su instrumento sin que le causara un gran dolor. Llegó a pensar que su hombro no se curaría a tiempo para la función y que todo se iría al traste. Con un gran esfuerzo, logró expulsar esos pensamientos de su cabeza, y seguramente fue gracias a eso por lo que su hombro se curó justo el día antes del Jueves Joven, y pudo practicar cuanto quiso durante la tarde del miércoles. La mañana del jueves no fue a clase y descansó de nuevo para estar en óptimas condiciones para el concierto.

Una hora antes de su actuación ya estaba en el local vestido con sus mejores galas para la ocasión. Cruzó un pequeño pasillo hasta llegar a la zona donde se encontraba el escenario. El grupo que iba antes que ellos estaba haciendo su actuación, y el local ya estaba lleno de jóvenes animando a sus conocidos, pero sus ojos no estaban puestos en el escenario, sino en el público. Fue buscándola por todas partes, en la pista, en la barra, en las escaleras, en el pasillo, incluso estuvo pensando entrar en el baño, pero consiguió controlarse. Empezaba a desesperarse, a pensar que había sido engañado vilmente y que todas sus ilusiones se iban a desvanecer para dar lugar a la tristeza y el resentimiento.

“Toc toc – alguien le dio un suave golpecito en el hombro, y se giró del susto. Se encontró con Marta y Paula, que habían venido juntas, y muy ligeras a causa del calor que había en el local de tanta gente acumulada – Hola” ella le saludó con un tierno beso en la mejilla.

“¡Qué bien que ya estéis aquí! – Disimuló – Acompañadme, hay barra libre. Os colaré, que yo soy VIP” dijo guiñando el ojo.

Agarró a Marta de la cintura y se llevó a las dos a la barra. Había un pequeño cúmulo de gente alrededor pidiendo cerveza, hizo a un lado a unos cuantos y pidió saltándose cualquier turno.

“¡Caña aquí! – Exigió daño un suave golpe en la mesa – ¿Vosotras queréis algo?”

“De momento no, luego si eso” respondió Marta.

“Dentro de cinco minutos dará comienzo la actuación del siguiente grupo, ¡Zitrus!”

“Joder que suerte – cogió la caña y se la bebió de un trago – Tengo que dejaros, el público me reclama, ¡luego te veo!”.

Gabriel se perdió por el pasillo entre la muchedumbre, pero en menos de diez segundos ya estaba en el escenario junto al resto del grupo. Gastaron un par de minutos en colocar los instrumentos y hacer algunas pruebas de sonido, pero después de eso se presentaron al público y comenzaron la actuación.

“¡¡¡Esa peñaaaaaa!!!” gritó el vocalista mientras el resto del grupo tocaba la introducción de la primera de las dos canciones que podían tocar.

Son las tres de la tarde
Y sólo quiero componer
Mi celda ya está que arde
Mi libertad… ¡Murió al anochecer!

Mi sueño es ser un poeta
Escribir sin miedo a nada
Mis canciones de verdad o meta
Mis canciones de paces armadas

Pero hay algo que me lo impide
Un mundo sin sociedad
Unos cabrones que nos reprimen
Y que nos quitan… ¡la libertad!

Toca ser un ignorante
Sólo quiero tener mi libertad cambiante
Aunque fuera un principiante
Sólo quiero tener mi libertad cambiante
Y si soy un arrogante
Sólo quiero tener mi libertad cambiante
Aunque fuera un inmigrante
Sólo quiero tener mi libertad cambiante

No esperaré sentado
No esperaré a que vengan
Pues te traeré a mi lado
¡No dejaré que te vendan!

Por eso digo y escribo
Estas líneas para cambiar
Y aun así apenas critico
¡A los cabrones que no puedo tragar!

Toca ser un ignorante
Sólo quiero tener mi libertad cambiante
Aunque fuera un principiante
Sólo quiero tener mi libertad cambiante
Y si soy un arrogante
Sólo quiero tener mi libertad cambiante
Aunque fuera un inmigrante
¡¡Sólo quiero tener mi libertad cambiante…!!

¡¡¡¡¡Libertad Cambiante!!!!!
Gabriel sólo participaba con su voz en los coros del estribillo, el resto del tiempo tenía que estar pendiente de su bajo, pero aun así conseguía tiempo para buscar a Marta entre el público, que no dejó de mirarle a él ni un sólo segundo. El calor de los focos y el esfuerzo de tocar el bajo le estaban haciendo sudar. Al terminar la canción al fin pudo tomarse un respiro para descansar y poder devolverle la mirada y dedicarle una sonrisa a su amada, pero el cantante proclamó el comienzo de la segunda canción y tuvo que volver a su instrumento.

“¡¡¡Esta la conocéis…!!!” gritó al público.

Esa ladrona que es la Iglesia
Nos engañan y nos mienten sin saber por qué
Estafadores que nos roban
Hasta el último centavo con falsa fé

Y si el Papa… Cree en Dios
Que luche… Por lo que cree
Y si yo creo en la libertad
¡Por mis ideales lucharé!

Malditos capitalistas
Se creen los mejores idealistas
Pero en su vida o en su muerte
¡Seguirán siendo terroristas!

Y si piensa en su país
Sólo pedimos que nos dejen vivir
Que piense en su pueblo primero
Que el dinero es el único Dios verdaderooo

¡El dinero es el único Dios verdadero!
¡El dinero es el único Dios verdadero!
¡El dinero es el único Dios verdadero!
¡¡El dinero es el único Dios verdaderooo!!

¡¡¡¡Falso Diox!!!!

Si por ellos fuera habrían tocado todo su repertorio, pero las normas del Jueves Joven limitaban la actuación a dos canciones por grupo para que todo el mundo tuviera su minuto de gloria, así que tuvieron que tocar únicamente las dos más famosas. Satisfecho, bajó a continuar su conquista.

“¿Te apetece que te enseñe el backstage y que te presente al resto del grupo?”

“Vale, encantada – sonrió y él la cogió de la mano – Paula, ahora venimos, espérame aquí”.

“Claro mujer, no te preocupes – fingía – Vete y diviértete”.

Paula estuvo esperando mientras observaba el último grupo que tocaba en el Jueves Joven. A los diez minutos, terminaron, y todavía no sabía nada de Marta ni de Gabriel. Decidió darles un poco de margen de cortesía, pero pasado el cuarto de hora se hartó de esperar. La gente empezaba a irse, incluso reconoció algunos miembros de Zitrus abandonando el recinto. Algo enfadada ya, se asomó al camerino y los vio a los dos solos, susurrándose cosas al oído, riendo y olvidándose completamente de ella. A Paula le parecía muy bien que se gustaran, pero había venido acompañada, y esperaba volver de la misma forma. Se dispuso a entrar para recuperar a su amiga, cuando en ese preciso instante Marta se lanzó a los labios de Gabriel, provocando que Paula frenara en seco, y durante unos segundos se quedara mirando cómo se besaban.

“Creo que es hora de irme a casa”.

Pasó el tiempo y fueron unos meses muy felices para los dos. Desde fuera, no se apreciaban fisuras en su relación. Compartían los éxitos y los fracasos, los besos y las bofetadas,  los aprobados y los suspensos, las ilusiones y las penas y no se cortaban en público. Sin embargo esa mañana de primavera Gabriel ya no sonrió al llegar al instituto. Atendió en todas las clases, y las gracias de sus compañeros gañanes no consiguieron hacerle reír. En un primer momento, todos le dejaron en paz, pensando que era algo puntual, que se le había muerto un familiar, o que simplemente estaba deprimido porque habría suspendido algún examen. Pero al día siguiente volvió a entrar con los mismos ánimos, y al otro, y al otro… Cuando pasó una semana y vieron que continuaba así, sus amigos se cansaron de esperar, y en un descanso, mientras fumaban detrás del gimnasio, le rodearon entre varias personas y una nube de humo.

“Oye tronco… ¿Qué te pasa colega?” le dijo uno que ya estaba un poco fuera de sí.

“Nada, déjame. Estoy bien”.

“Pero no seas tonto, ábrete, tío. Que los colegas están para ayudar” dijo otro.

“No es nada importante – decidió contarlo para que se callaran más que porque confiara en ellos – Se trata de Marta…”

“¡¿Pero qué dices?! – Exclamó un tercero – Si sois la pareja ideal. No discutís casi, estáis siempre juntos, os queréis…”

“Ya, todo eso es cierto, pero todavía no hemos…”

“¿No habéis…?” preguntaron todos con el tono de voz.

“No hemos… Eso…”

“¡¿Qué no te la has tirado?!” exclamaron todos a la vez.

“¡Callaos coño! ¡No me apetece que se entere todo el instituto!”

“Pero… ¿y eso? ¿Eres maricón o qué?”

“¡¿Tú eres tonto?! Si lo hemos hablado muchas veces, pero dice que no está preparada, que no es el momento… Cada vez se inventa una excusa”.

“¡Me cago en la puta! ¡¿Pero qué mierda es esa?! ¡Es tu novia! ¡Tiene que cumplir!”

“¡Lo que tienes que hacer es dejarte de gilipolleces de hablar y actuar! ¡Te la llevas a casa, la pones contra la pared, y cuando esté siendo taladrada por tu miembro ya verás cómo lo único que hace es pedirte más!”

“¡Eso! ¡Y cuando se esté recuperando de tus brutales acometidas y te suplique que vuelvas a hacerlo, le dices que no! ¡Para que sepa lo que has sufrido!”

“Gracias por vuestra opinión, pero no creo que esa sea la mejor manera de…”

“¿Qué pasa? ¿Qué eres? ¿Un calzonazos? ¿No tienes huevos o qué? ¡¿Qué somos?! ¡¿Leones o huevones!?”

“¡¡¡Leones!!! ¡¡¡Leones!!! ¡¡¡Leones!!!” gritaron todos.

“¡¿Que no tengo huevos?! – Cayó en su provocación – ¡¿A que me la pincho?!”

“¡Venga, corre! ¡¿A qué esperas?! ¡Pero queremos resultados!”

“¡Esta noche voy a preparar un plan romántico que se va a quedar flipando! ¡Y después le voy a dar mandanga de la buena! ¡La voy a poner fina filipina! ¡Voy a restregar cebolleta pero bien! ¡La voy a dar tanta que no va a poder ni ponerse de pie!”

Salió de allí convencido de sus palabras, envuelto entre gritos de ánimo y arropado por cánticos paganos. Fue directo a buscarla. Se recorrió todo el recinto hasta que dio con ella, y cuando la vio, la besó sin saludarla siquiera, delante de todas sus amigas, para marcar su territorio.

“Hola cariño” dijo al despegar sus labios.

“Ho-hola” dijo ella algo sorprendida.

“¿Me dejáis que os la roba un momentito?” les dijo a las amigas.

“Para nada” dijeron mientras suspiraban con una mano posada en el corazón.

Se la llevó a un lugar más apartado, y allí, antes de decirle nada, la abrazó con fuerza y volvió a darle un profundo beso.

“Joder Gabriel que te pasa que estás tan… apasionado”.

“Nada. Solamente es que estaba pensando… En ti y en mí… Me he acordado de cuanto te quiero y las pocas veces que te lo digo… Y se me ha ocurrido un plan para esta noche. Primero tengo que ir a tráfico a pagar una multa, pero luego tengo tiempo para ir a buscarte y cenar en un restaurante romántico, de esos con velitas, vino del bueno y violinistas. Y después te llevo en el coche a un lugar precioso donde hay una vista de las estrellas magnífica”.

“Suena bien… Y lo de la multa, ¿qué has hecho?”

“Nada, como me dieron el coche arreglado el otro día por lo de la carrera, lo cogí con demasiada emoción y me salté un poco el límite de velocidad. Te recojo a las nueve, ¿vale?”

“Vale, hasta esta noche”.

Se despidieron con un beso y ella se fue sonriendo y muy feliz. Gabriel se quedó mirándola sonriendo también, pero de una forma muy distinta.

“Sonríe, sonríe, que voy a hacer que te lo pases bien luego, jejeje”.

Por la tarde fue a la oficina de tráfico a pagar la multa con su recién arreglado coche. Al entrar, se cruzó con un policía en silla de ruedas que salía de allí.

“¡Hombre, Gabriel! ¡Cuánto tiempo!”

“¿Qué tal agente Swanson? Como he estado una temporada sin coche hacía mucho que no le veía”.

“Puedes llamarme Joe, chico ¿Cómo ya tienes coche de nuevo vienes a visitarme?”

“Si, jaja – dijo enseñando el resguardo de la multa – Me paró ese agente nuevo que tiene, Kevin. Tiene un buen sentido de la justicia, eso se está perdiendo. El chico promete”.

“Es cierto, pero todavía tiene que madurar”.

“Bueno, me quedaría a hablar con usted, agente Swanson, pero tengo algo de prisa. Tengo que pagar la multa rápido que mi novia me está esperando para una cena romántica”.

“¡Jaja! ¿Has sentado la cabeza? Si me lo dice otra persona, no le creería. Bueno chico, diviértete, y recuerda que ya sólo te quedan dos puntos del carnet”.

“Esto de hacerme amigo de un madero tiene su punto – pensó mientras se alejaba el agente Swanson – Mmm…. Madero… Puede que lo considere en el futuro como profesión… Bombero también está bien…” pensó mientras esperaba la cola.

Después de pagar la multa se fue corriendo a casa a ducharse. El restaurante al que iba a llevar a Marta era un sitio de esos caros en los que no puedes entrar si no llevas traje y corbata, así que no tuvo que romperse la cabeza decidiendo qué ponerse. Luego se echó colonia, todavía más de lo que se echaba normalmente y por último, como no podía ser de otra manera, se miró al espejo para asegurarse de que estaba perfecto. Antes de salir no se olvidó de coger un preservativo y se lo metió en el bolsillo interior.
Salió por la puerta interior de su chalet muy contento y decidido, pero mientras cruzaba la parte delantera de su jardín se dio cuenta de que ya habían florecido las primeras rosas de la primavera, tan jóvenes, hermosas y puras, que aún no había dado tiempo a que los insectos y el pulgón las atacaran y acabaran con su belleza. Ver aquellas rosas le recordó a Marta y decidió coger una para ella, pero al ir a arrancarla, una rosa se desprendió por sí sola y cayó en su mano.

“Vaya, que suerte” pensó y se fue directo al coche.

Cuando estaba llegando a casa de Marta, le dio un toque para que fuera saliendo, aunque no lo esperaba, porque tenía la experiencia de anteriores mujeres. Sin embargo, cuando llegó ella ya estaba allí, esperándole, con un vestido azul con el que enseñaba pecho y espalda, el pelo recogido como nunca se lo había visto, los labios pintados de un rosa intenso y un pequeño bolso de fiesta. Gabriel salió del coche para recibirla como se merecía.

“Estás preciosa – le dijo mientras la repasaba de arriba abajo – Toma, he traído esto para ti” le ofreció la rosa junto a una reverencia.

“Muchas gracias” tomó la rosa y la olió suavemente, para después mostrarle su verdadero agradecimiento con un apasionado beso.

“¿Nos vamos?” preguntó mientras pulsaba el botón del cierre centralizado de su coche para abrir el vehículo.

La velada se desarrolló con normalidad. Comieron, bebieron, brindaron, rieron, se miraron, se sonrojaron, se besaron, se dijeron pasteladas, se dieron la mano, disfrutaron el uno del otro mientras la rosa, en el centro de la mesa, servía como símbolo de su unión.

Al salir del restaurante, Gabriel lo tenía muy claro. Necesitaba un sitio apartado, romántico, tranquilo, y con buenas vistas. Decidió llevarla al cerro que había por detrás de la ciudad, que con el coche se podía llegar a un mirador y estuvieron contemplando las estrellas, el canto de los grillos y la luz de la luna sentados en el techo del coche, abrazados, mimándose y susurrando.

Después de estar más de una hora allí, Gabriel sintió que era el momento. La hizo subir al coche con la excusa de volver a casa, pero el destino que tenía pensado era bien distinto.

Entre la cena y las estrellas, se habían alejado bastante de sus casas, y para regresar cogieron la autopista. Era muy tarde, no había nadie en la carretera, Gabriel estaba bastante nervioso pensando en lo que se avecinaba, y empezaba a irse un poco de velocidad.

“Tranquilo amor, que te estás pasando del límite y si te vuelven a parar te vas a quedar sin puntos”.

“Sí, es cierto. Gracias cielo”.
Eso le tranquilizó un poco, pero no iba a durarle mucho. Contaba cada kilómetro que avanzaban esperando el momento. Al poco rato, apareció la salida que les llevaba a casa, pero Marta vio cómo la pasaban de largo.

“Gabriel, te has pasado la salida. Era esa que acabamos de pasar”.

“¿Ah, sí? No me he dado cuenta – mintió – Ahora damos la vuelta en la siguiente”.

Efectivamente, salió por la siguiente salida, pero aprovechó que Marta no conocía esa zona para ir por donde él quiso. Se metió por un desvío diferente del correcto y apareció frente a un motel de carretera, junto al que aparcó rápidamente.

“¿Qué haces?” pregunto, ya sin tono cariñoso.

“Nada, era una sorpresa. Había pensado que ya va siendo hora de que nuestra relación diera un paso adelante en cierto sentido… Ya me entiendes”.

“¡¿Me has traído aquí para acostarte conmigo?!” exclamó enfadada.

“Nooo, noooo, noooooo – volvió a mentir – Te he traído aquí para que pasemos una noche juntos. Luego si surge algo…” dijo en tono seductor mientras sacaba el preservativo y se lo enseñaba.

“¡Gabriel llévame a casa ahora mismo!”

“Pero Marta, llevamos mazo saliendo y no hemos pasado de los besos. Yo creo que ya es hora…”

Se acercó a su asiento y empezó a darle besitos en el cuello, a acariciarla la cabeza… Al principio, ella se dejó. Después, del cuello pasó a los labios, y de la cabeza a los pechos. En ese momento ella comenzó a ponerse nerviosa.

“Gabriel, por favor, para y llévame a casa”.

Él sentía que estaba en clara desventaja. Si seguía así iba a ser rechazado de un momento a otro. Tenía que dar un golpe maestro, algo que ella no se esperara jamás de él. Entre beso y beso, improvisó un poema.

“¿Por qué tus labios me niegan lo que tus ojos me gritan?
¿Por qué callan tus palabras y tus miradas me excitan?
¿Por qué saber yo no puedo lo que inflama tu interior?
Si a mí también de ese ardor me consume el mismo fuego”.

“¿Ese poema tan bonito se te ha ocurrido a ti solo?” le respondió ella con besos más apasionados y un aumento de su temperatura corporal.

Gabriel pensó que era su momento, y trató de meterle mano por dentro de la ropa. Marta estalló. Gritó, y a la vez le golpeó con lo primero que encontró a mano, la rosa que le había dado él. Al ver que lo único que conseguía era pincharse con las espinas, le dio un bofetón con la otra mano y abrió la puerta del coche.

“Espera, ¿Qué…? ¿Qué haces? ¿Dónde vas? Cálmate que te llevo a casa”.

“Yo contigo no voy a ninguna parte, ¡vete!”

“¿Pero qué tonterías dices? Que son las dos de la mañana. Anda sube que te llevo a casa. Te prometo que me porto bien”.

“¡¡Vete!! ¡¡Ahora!!” gritó señalando a la carretera.

Gabriel la miró a los ojos y comprendió que hablaba en serio. Con mucho cuidado y sin decir palabra, cerró la puerta del coche, arrancó y se fue lentamente, esperando que ella se arrepintiese en el último momento. No fue así. Medio llorando, tuvo que irse dejándola allí sola, de noche, en medio de la nada.

Hasta que el Seat León no desapareció en la lejanía, Marta no cambió de postura, y cuando desapareció, rompió a llorar allí mismo. Se dio cuenta de que aun sujetaba la rosa, y trató de tirarla al suelo, pero no fue capaz.

En el interior del coche, Gabriel, enfadado consigo mismo, se desahogaba pisando a fondo el acelerador por la autopista, de vuelta a casa.

“¡Mierda! ¡La he jodido! ¡La he jodido pero bien! ¡¿Por qué haré caso a estos cabrones?!”

Estuvo tentado de regresar a buscarla, muy tentado, pero no lo hizo al convencerse de que haciéndolo empeoraría más las cosas. Decidió hacer caso de su novia, si es que todavía la podía llamar así, y regresó a casa, donde se tiró a la cama y trató de dormir, pero en lugar de eso, comenzó a atormentarse con todo lo que había pasado, estuvo castigándose durante horas hasta que el propio agotamiento físico y mental terminaron por derrotarle y cayó dormido.

Sonaba el timbre. Sonaba una y otra vez. Eso fue lo que le despertó. Era de día, pero no sabía qué hora era. No sentía haber descansado apenas, así que debía ser pronto todavía. Fue a vestirse para abrir la puerta, pero se dio cuenta de que se había quedado dormido con la ropa puesta. Bajó a abrir la puerta, todavía medio dormido, y seguían llamando al timbre mientras bajaba.

“Ya va, ¡ya vaaaa! – Gritó – Joder que pesados… Y luego sólo será que quieren venderme algo…”

Abrió la puerta, y encontró un grupo de agentes encabezados por un joven de pelo rubio y ojos azules, con algunas pecas en la cara, que mostraba su identificación.

“Buenos días. Soy el agente Kevin, ¿es usted Gabriel Jiménez?”

“Sí, ¿pasa algo?”
“Tenemos una orden de arresto contra usted – enseñó otro documento – Por favor acompáñenos”.

“Eh, eh, que yo ya pagué la multa ayer. Creo que te estás equivocado”.

“El que se equivoca es usted. Queda detenido por la violación de Marta Naranjo”.

“¡¿Qué yo qué?! ¡¿Pero tú eres gilipollas o qué te pasa?! ¡Si esto es una broma le vas a vacilar a tu puta madre!”

No le respondieron. Directamente recibió un porrazo en la nuca y cayó al suelo inconsciente. Ni siquiera vio quien le golpeó. Sintió el golpe y después todo fue oscuridad.

“¡Lleváoslo!” ordenó Kevin.

Se despertó en la sala de interrogatorios, sentado frente a una mesa y con una lámpara como única iluminación. Estaba esposado a la espalda. Sentía el dolor del porrazo, pero no podía calmarse. Miró alrededor y se dio cuenta de que estaba solo, o eso parecía, porque también se dio cuenta de que una de las paredes estaba decorada con un espejo que iba de lado a lado. Sabía que le estaban observando. Para mayor casualidad, en cuanto se despertó, el agente Swanson, Kevin y otros dos agentes entraron por la puerta.

“Joe… ¿Qué está pasando?”

“Agente Swanson, señor. Creo que aún no es consciente de su situación”.

“Joe… Quiero decir, agente Swanson… Yo no he violado a Marta… Es más, ni siquiera llegué a hacerle nada. Me rechazó y la respeté. Eso es todo lo que ha pasado…”

El agente Swanson y Kevin se miraron. Joe le hizo una señal y Kevin salió de la sala un momento y al volver traía una cinta de vídeo, que entregó a su superior.

“Gabriel. Vamos a ponerte la grabación de la cámara de la entrada del hotel en el que estuvisteis anoche. Y después de verla, espero que consideres modificar tu declaración”.

El agente Swanson metió la cinta en el vídeo y dio al play. La reproducción se proyectó en la pared de la sala de interrogatorios. Gabriel pudo apreciar el parking del hotel, todavía vacío. La cámara tenía muy baja definición, era en blanco y negro, y no tenía sonido, pero era suficiente para darse cuenta de lo que pasaba.

A los pocos segundos apareció el coche de Gabriel, y permaneció parado unos minutos. Debido a la baja calidad de la imagen, y sobre todo, a que tenía las ventanillas tintadas, no se veía lo que ocurría en el interior, pero él recordaba cada segundo, cada instante, cada acción, cada error. Revivió en su mente aquel mal recuerdo como si lo estuviera viendo en tercera persona, observando el rostro afligido de Marta, su cara de excitación, luego la de ella, y por último, el enfado de ella y el miedo de él, donde todos los demás estaban viendo un coche aparcado.

Luego se vio a Marta salir del coche y echarle. Igual que como lo recordaba, se quedaba unos segundos mirándola desde el interior del coche, pero al ver que no subía, cerraba la puerta y se iba muy despacio. Todo era de acuerdo a sus recuerdos. Entonces recordó por qué estaba allí y estalló.

“¡Lo ves! ¡Yo me fui! ¡No he violado a nadie!”

“Calla y sigue mirando” le ordenó el agente Swanson.

Enfurruñado, echó un vistazo a la pantalla. Vio como Marta intentó tirar la rosa al suelo pero no fue capaz, y le hizo sonreír suavemente. Después la vio derrumbarse y echar a llorar, y aunque ninguno de los presentes lo notaron, eso también le derrumbó a él. Durante los minutos que estuvo ella llorando, él sintió un dolor que nunca antes había experimentado, y que se convertiría para él en la más dolorosa de las penas. Ver sufrir a un ser querido. Durante ese intervalo, estuvo reflexionando sobre muchas cosas en su interior, y hasta llegó a pensar que Marta podía tener un motivo para no querer hacer el amor con él la noche del día anterior.

Por suerte para ambos, Marta dejó de llorar, y empezó a dar vueltas por la zona. Seguramente habría empezado a preguntarse cómo iba a salir de allí. Sacó el móvil y llamó a alguien, pero colgó pronto y tampoco se la vio hablar, así que lo más probable es que no lo consiguió.

Por su cara parecía empezar a arrepentirse de haber dejado ir a Gabriel, pero ya era demasiado tarde. Empezó a caminar y salió del ángulo de visión de la cámara, que al ser fija, no pudo seguirla. Sin embargo, gracias a la luz de una farola que estaba cerca, todavía podían ver su sombra de forma clara.

De pronto, una segunda sombra apareció y se abalanzó sobre ella. La abrazó por detrás y empezó a magrearle las tetas. Ella se lo quitó de encima de un codazo y salió corriendo, volviendo al rango de visión de la cámara, pero un brazo apareció, la agarró del cuello y la trajo de nuevo hacia él, imposibilitando la identificación del agresor.

De nuevo en las sombras, el agresor continuó estrangulándola durante unos segundos para disuadirla. Después volvió a abrazarla por la espalda y parece que consiguió su objetivo, porque no volvió a mostrar signos de resistencia. Le magreó los pechos mientras le pasaba la lengua por el cuello. Cuando se hartó, llevó una mano a sus genitales y empezó a frotarle sus partes íntimas.

No tardó en darse cuenta de que el vestido de Marta, aunque ligero, le impedía el correcto desenvolvimiento de su deleznable acción, así que decidió arrancárselo junto a la ropa interior y tirarlo por ahí. Los trozos de tela azul del vestido volaron hasta quedar dentro del rango de visión de la cámara. Después, mientras seguía tocándola por todas partes, le levantó una pierna, sacó su pene y empezó a profanarla brutalmente.

Gabriel hacía rato que se había quedado de piedra y sin decir palabra con el vídeo, pero esa escena hizo que se levantara de golpe, sin saber ni él lo que hacer a continuación. No tuvo que decidirlo, porque ya lo hicieron por él. El propio Joe Swanson sacó su pistola y encañonó a Gabriel en la cabeza.
“¡Siéntate!”

No hizo falta decir más, aunque Gabriel no entendía por qué le obligaban a contemplar tan terrorífico espectáculo, pero tragó saliva y lo aguantó.

Ahora el violador había decidido cambiar de sensación. Agarró a Marta por la cabeza sin darle la vuelta y la obligó a ponerse de rodillas. Luego ya él se dio la vuelta y para evitar que le viera, le metió su miembro en la boca y dirigió sus movimientos presionando su cabeza.

De una patada la puso a cuatro patas y la penetró de nuevo, pero esta vez por el culo. Supieron que fue así porque durante esa postura, la cabeza de Marta asomaba en un lado de la cámara, y pudieron ver, por la expresión de su rostro, un fuerte grito de dolor típico de mujeres no acostumbradas a la penetración anal. Después de ese grito, Marta perdió toda cualquier gota de vitalidad que pudiera quedarle, y su semblante quedó semejante al de un difunto, con los ojos semiabiertos, sin ninguna expresión.

El agresor se movía cada vez con más intensidad, señales de que iba a terminar de un momento a otro. Unos segundos después, agarró la cabeza de Marta, que volvió a las sombras y le metió el pene en su boca de nuevo, pero ahora presionando su cabeza con las dos manos, asegurándose de que estaba todo dentro, y mantuvo la postura durante unos segundos. Tras eso, la soltó, y la sombra del violador despareció. El cuerpo de Marta cayó al suelo y la parte superior de su cuerpo quedó a la vista de todos. Tosió atragantada y un chorro de semen salió de su boca.

Gabriel no pudo aguantar más. Al verla allí tirada, desnuda, humillada y deshonrada, perdió el control. La grabación finalizó en ese momento y se quedó la pantalla en negro. Se levantó de un acto reflejo, quería llevarse las manos a la cara, pero las esposas se lo impedían. Enloquecido, empezó a pellizcarse, tratando de despertarse de un mal sueño. Como no lo conseguía, subió la intensidad. De pellizcarse pasó a arañarse hasta hacerse sangre y de ahí pasó directamente a golpearse. Enloqueció. Al ver que todo fallaba, trató de huir. Corrió hacia la puerta, a pesar de que había dos agentes custodiándola pero ya todo le daba igual. Los dos agentes se pusieron delante, bloqueándole el paso, pero eso no sirvió para calmar la ansiedad del futuro caballero. Como seguía esposado, placó a uno de los agentes, que se estrelló contra la pared y quedó inconsciente del impacto. En ese momento, tanto Kevin, el agente Swanson como el agente que quedaba en pie de los dos de la puerta se abalanzaron contra él. Había perdido el control. No paraba de gritar. El agente Swanson se vio en la obligación de golpearle con la porra para calmarle. Un golpe no fue suficiente para hacerle callar, aunque redujo la intensidad de los gritos. Con el segundo consiguió dos cosas. Hacerle callar, y hacerle una herida en la frente. Se quedó así unos minutos, en silencio, como en estado de shock. Los agentes fueron retirándose poco a poco a medida que vieron que ya no oponía resistencia. Después se hizo un silencio.

“¿Dónde está?” rompió el silencio tras unos minutos.

“Está muy afectada. Ha tenido que ingresar en un centro psiquiátrico para recibir atención especializada”.

“Quiero verla”.

“No puedes”

“¡Es mi novia!”

“¡Eres sospechoso de violación! ¡¿Es que no lo entiendes?!”

“¡Yo no he sido!”

“¡Varios compañeros de tu clase han testificado que prometiste públicamente que mantendrías relaciones sexuales con ella anoche! ¡La cámara ha grabado la discusión y como la chica se bajaba del coche y la abandonabas! ¡No tienes a nadie que corrobore donde estuviste anoche! ¡En el vídeo sólo se ve una sombra, pero ¿en quién crees que está pensando todo el mundo?! ¡¿Qué crees que ocurrirá si apareces por allí?! ¡¿No lo sabes?! ¡Yo te lo diré! ¡Su familia te matará! ¡Sus amigos te matarán! ¡Ella te matará! ¡Deberías dar gracias por estar bajo arresto!”

“Ella no me mataría – sentenció señalando al agente Swanson con determinación –  No sé si le vio la cara a ese hijo de puta, pero de una cosa estoy seguro. Ella sabe que no he sido yo”.

La presión pudo con él. Apretaba los puños con fuerza y se mordía la lengua para contener sus emociones, pero no fue capaz de impedir que una lágrima se derramara desde sus ojos.

“Pero vale… Está bien… Lo entiendo… Haré lo que tú digas”.

“Escucha… Te llevo viendo venir a pagar las multas a comisaría desde hace tiempo y nunca me has parecido un violador. Creo que no has sido tú, pero eso sólo lo sabes tú. Hasta que no haya pruebas de tu inocencia y puedas demostrárselo a los demás, será mejor que te quedes aquí”.

“¿Qué puedo hacer?”

“Esperar. La investigación ya está en curso. Si no has sido tú, tarde o temprano saldrán pruebas que lo demuestren. De momento puedes hacer una llamada. Si crees que hay alguien que todavía cree en ti y puede ayudarte, este es el momento” le puso el teléfono de la sala delante y se fue. Gabriel se quedó mirándolo unos segundos pensando a quien podía llamar, y sólo se le ocurrió una persona.

Le llevaron a la celda para un encarcelamiento preventivo y estuvo allí varias horas incomunicado, rodeado de drogadictos, ladrones y asesinos, esperando la llegada de la persona que había llamado. Temía por su seguridad, por ser agredido o porque se le cayera el jabón en la ducha. Se mantuvo firme, mirando la entrada de la celda, esperando a que esa persona llegase, hasta que finalmente cayó dormido.

“¿Gabriel Jimenez? – Escuchó su nombre en sueños – ¡¿Gabriel Jiménez?!”

Con la segunda llamada, ya mucho más alta, se despertó y volvió a su triste realidad. Abrió los ojos y se dio cuenta de que todos los presos le estaban mirando. Luego vio también que quien gritaba su nombre era un agente desde fuera de la celda.

“¿Gabriel Jiménez no eres tú? – le dijo un hombre rapado al cero, con perilla, muy musculado y vestido con una camiseta de tirantes para lucir sus tatuajes – ¿El pringado que violó a su novia porque no pudo follársela por las buenas?”

Le dieron ganas de matar a ese hombre, pero tuvo que reprimirse. Sabía que en un enfrentamiento uno a uno estaba perdido.

“¿Gabriel Jiménez?” volvió a repetir el agente desde fuera.

“Soy yo” respondió sin dejar de mirar al que le había acusado vilmente.

“Tienes visita – dijo mientras abría la celda – Sal, te están esperando”.

Continuó manteniendo la mirada a aquel que difamaba su imagen hasta que le perdió la vista al girar una esquina. Después, le hicieron recorres un largo pasillo hasta llegar a la sala de visitas, que estaba formada por varias cabinas individuales separadas del otro lado por un grueso cristal, y un pequeño auricular para poder comunicarse entre sí.

“Su visita está en la cabina 12”.

“Muchas gracias” dijo con la mirada cabizbaja y se fue hasta el lugar donde le esperaba la única persona que tenía una pequeña posibilidad de creerle y ayudarle. Se sentó aliviado al ver que era ella y cogió con ansias el auricular.

“Hola, Paula. Gracias por venir”.

“Hola…”

“Dime, ¿cómo está?”

“Antes de eso, ¿me dejas hacerte una pregunta? – Él asintió con la cabeza, ya se lo veía venir – ¿Has sido tú? Quiero pensar que no has sido tú, pero la gente, las circunstancias, las pruebas, todo te acusa a ti. Necesito oírlo de tus labios”.

“Paula. No he sido yo. Jamás le haría algo así a nadie. Y menos a Marta”.

“Está bien. Te creo”.

“¿Cómo está ella?”

“No sé muy bien qué decirte, porque no ha vuelto a decir palabra. He ido a verla esta mañana y está como muerta. Está sentada en una silla con la mirada perdida, y lo único que hacer es sujetar con fuerza una rosa. A pesar de que se está pinchando continuamente con las espinas, no deja que se la quitemos. Tampoco responde a nada de lo que decimos, ni permite que nadie la toque. Yo intenté darla un abrazo, pero en cuanto alguien se la acerca, da un grito espanta a manotazos a quien sea. Querían hacerle una inspección vaginal para buscar restos de semen para inculparte del todo, pero como te digo, no se ha dejado tocar por nadie. También le han preguntado si vio la cara de quien la violó, pero sólo con recordarle la escena se echa a llorar”.

Toda esa información fue demasiado para él y no supo que contestar. Se quedó pálido y se limitó a cerrar el puño con fuerza y tragar saliva.

“Escucha, Marta está fatal, pero estará peor todavía si no has sido tú y te encarcelan. A ella ya no podemos salvarla, pero a ti sí”.

“Eso va a estar un poco complicado…”

“¿Por qué? ¿No has dicho que no has sido tú?”

“Después del interrogatorio, Joe Swanson me estuvo hablando de una persona, el fiscal a cargo de mi caso, un tal Miles Edgeworth. Al parecer es un cabrón sin escrúpulos que hace todo lo posible por conseguir que condenen al acusado. No le importa si es inocente o no, según parece se pasa el principio de presunción de inocencia por el forro, y más cosas. Pruebas falsas, testigos contratados, lo que haga falta… Si consiguen encontrar restos de semen en el interior de Marta, él se encargará de manipular los resultados para inculparme. Todas las pruebas que pasen por sus manos se utilizarán en mi contra. Por eso te necesito. Hay que encontrar alguna prueba concluyente pero para dársela al agente Swanson y que la presente mi defensa”.

“Pues ya me dirás qué podemos hacer… Pensemos… Empieza por contarme qué ocurrió exactamente. No te dejes ningún detalle, ahí es donde siempre se encuentra la clave de las cosas”.

“A ver… Pues… – hizo memoria – Cenamos… Vimos las estrellas… Luego la llevé al hotel… Intenté acostarme con ella en el hotel, pero se negó a entrar, así que lo intenté en el coche…”

“¡¿Pero tú eres subnormal o qué te pasa?! ¡¿Por qué cojones intentaste provocar eso en vez de dejar que sugiera por sí mismo?!”

“Sé que hice mal, pero llevábamos varios meses saliendo y todavía no había pasado nada… Y eso que había surgido en varias ocasiones, pero en ninguna quiso… Así que intenté dar yo el primer paso, ¡pero eso sí! No la forcé, me rechazó y la respeté”.

“¡Idiota! ¡Imbécil! ¡Gilipollas! ¡Inmaduro! ¡Impaciente!”

“Eh eh, para. Que te he dicho que la respeté”.

“¡No es eso! ¿Quieres saber por qué no se había acostado contigo todavía?”

“Hubiera preferido saberlo antes, seguro que todo esto no habría pasado”.

“¡¿Quieres saberlo o no?!”
“¡Sí! ¡Quiero saberlo! ¡Claro que quiero saberlo!”

“Bueno, lógicamente, al principio fue porque tenía que asegurarse de que para ti no era un trozo de carne y que ibas en serio con ella, pero cuando al fin se convenció, quiso compensarte de alguna manera por la espera, así que fue al ginecólogo a que le recetara la píldora. Había empezado a tomársela esa misma semana, y parece ser que necesita unas semanas para hacer efecto. ¡Ella quería que lo hicierais sin preservativo desde el principio!”

Después de aquella revelación, Gabriel sólo podía decir una cosa.

“Te prometo que, cuando salga de aquí, lo primero que haré será ir a pedirle disculpas, y a hacerla la mujer más feliz del mundo”.

“Bueno, – Paula notó que la conversación se estaba volviendo demasiado tensa, y trató de aliviarle un poco – no te pongas romántico tan pronto que aún no has salido de aquí. Sigue contándome qué pasó después que todavía no hemos sacado nada que pueda ayudarte”.

“Vale – sonrió, por primera vez, desde que se me había metido en ese lío, veía luz al final del túnel – Como te iba diciendo, ella me rechazó, se bajó del coche, intenté convencerla, no hubo manera y me fui. Lo hice así despacito para ver si se arrepentía pero no se arrepintió. Así que todo lo despacio que fui durante esos segundos lo compensé luego yendo a casa a toda hostia. Llegué a casa, me tiré a cama para ver si me dormía pero empecé a rallarme y a rallarme hasta que al final de tanto rallarme me dormí. A la mañana siguiente ya estaban esperándome en la puerta”.

“Entiendo…” dijo Paula con un gesto pensativo.

“¿Has encontrado algo que pueda ayudarme?”

“Es posible, pero necesito comprobar algo primero, ¡te dejo! Que cuanto antes lo haga, mejor”.

“¿Pero te vas a ir así? Cuéntame qué se te ha ocurrido, ¿no?”

“Yo he confiado en ti cuando me has dicho que tú no violaste a Marta. Ahora te toca confiar a ti en mí”.

“En eso tienes razón…”

“Un beso, ¡aguanta!” exclamó y se fue.

Al final de la tarde, Paula estaba saliendo de un edificio con una hoja de papel, sonriendo muy contenta.

“¡Sí! ¡Lo sabía! ¡Ya lo tengo! – exclamó dando saltos – ¡Con esto liberarán a Gabriel! Tengo que llevárselo al agente Swanson”.

Fue directa a comisaría, donde llegó ya siendo de noche, y fue atendida por Kevin.

“Por favor, ¿puedo hablar con el agente Joe Swanson? ¡Es importante!”

“El agente Swanson está patrullando ahora mismo. Si necesitas decirle algo, dímelo a mí y yo le haré llegar tu mensaje”.

“¡Tiene que ser en persona! Tengo información privilegiada sobre el caso de violación del otro día, ¡avísenle!”

“Ya que Joe Swanson no está, seguramente yo pueda atenderte” escuchó desde atrás.

Un hombre joven con el pelo plateado y una chaqueta granate se acercó caminando hasta Paula y Kevin.

“Señor Edgeworth… ¿qué hace usted por aquí?”

“¿Edgeworth? – las advertencias de Gabriel volvieron de pronto a la cabeza de Paula – ¿Eres Miles Edgeworth?”

“Exactamente. Es un placer saber que soy conocido entre las damas. No he podido evitar oír que posees cierta información sobre la violación de Marta Naranjo. Yo soy el fiscal de ese caso, estoy seguro de que podré darle mejor uso a esa información que el agente Swanson. Le ruego me acompañe, señorita”.

Todos se quedaron callados. Parece que la comisaría entera estaba al corriente de la reputación de Edgeworth. Paula estaba entre la espada y la pared, estaba claro que aunque se negara, no la iba a dejar ir tan fácilmente, sobre todo después de haber hablado sobre el caso. En los pocos segundos que tuvo para decidir, Paula pensó que estaría más segura dentro de la comisaría que fuera.

“¿Me disculpa un segundito? Antes me gustaría ir al baño”.

“Por supuesto. Estaré esperándola en el pasillo”.

A los cincos minutos, Paula acudió al pasillo, donde la esperaba Edgeworth, que la guió durante unos minutos en los que Paula caminó en completo silencio, tratando de memorizar el camino, por si acaso tenía que salir corriendo. Terminaron en el exterior, en una salida oscura de la comisaría que daba a un descampado que seguramente utilizarían los agentes para entrenar, aunque ahora inhóspito y oscuro, con solo la luz de la luna para poder ver.

“¿No sería mejor hablar de esto en algún despacho?” preguntó  Paula.

“Tienes toda la razón, pero yo no tengo despacho aquí. Por eso he pensado en este sitio, porque a las damas os gusta mucho la luz de la luna”.

“Bueno, es igual… Yo sólo quería entregar una prueba que demuestra que el actual acusado es inocente” dijo ondeando la hoja de papel.
“¿Me dejas verla?”

“Emmm – Paula dudó, pero también sabía que no tenía elección – Claro, tenga”.

Edgeworth echó un vistazo a la hoja, leyendo atentamente todo lo que ponía, y buscando la relación exacta con el caso.

“Tienes razón – dijo finalmente – esta prueba demuestra que Gabriel Jiménez no es el violador, pero no tenemos ningún otro sospechoso, y el caso quedaría sin resolver”

“Pero como dice el dicho, mejor que se te escapen cien culpables, antes de encarcelar a un inocente, ¿no?”

“También tienes razón. Antes de ser fiscal, soy letrado, y como tal, estoy al servicio de la justicia. No me importará perder el caso si con eso estoy cumpliendo con mi deber”.

“Vaya, pues muchas gracias”.

Aquel comentario confundió a Paula, que empezó a creer que Gabriel y los demás tenían una idea equivocada del fiscal.

“De nada” sonrió y señaló un poco hacia arriba. Paula siguió la dirección del dedo. Apuntaba a una ventana de la comisaría, donde se podía ver una figura armada con una metralleta. Con dos suaves ráfagas abatió a Paula, que murió en el acto. Su cuerpo cayó al suelo, y Edgeworth sonrió.

“Ahora nada ni nadie podrá salvar a ese chico” sentenció mientras rompía la hoja.

A la mañana siguiente, Joe Swanson hizo llevar a Gabriel a la sala de interrogatorios, quien le recibió esperanzado.

“¿Se sabe algo ya? Paula me dijo ayer que tenía una idea pero no he vuelto a saber nada de ella”.

“Sí, se sabe algo. Esto” dijo enseñándole un sobre.

“¿Una carta?”

“Más o menos… Paula vino a entregármela personalmente a comisaría, pero estaba patrullando y no pudo encontrarme. Kevin se ofreció a ayudarla, pero antes de que pudiera hacerlo, Edgeworth se cruzó en su camino y la obligó a tratar con él. Pero la chica era lista, antes de entregarle la prueba hizo una copia y me la mandó por correo para asegurarse de que yo también la tendría en caso de que pasara algo. No podía tener más razón....”

“¿Por qué? ¿Qué le ha pasado?”

“Se ha sacrificado por ti. Porque creía en ti”.

“No me has contestado, ¡contéstame!”

“Lo siento... Ya no está entre nosotros...”

“No... Primero Marta... Ahora Paula...”

“Su muerte no ha sido en vano. Esto es lo que quería entregarme. Échale un vistazo” le entregó el sobre que tenía en la mano. Gabriel lo abrió pensando que sería una carta de despedida y en su lugar se encontró con un documento formal.

“Esto es... – Gabriel observó los dos documentos que había en el interior del sobre. El primero era un escrito y el segundo una foto en blanco y negro conduciendo su coche – ¿Qué cojones está pasando aquí? ¡Esto es una multa de tráfico!”

“Exactamente. Una multa de tráfico que demuestra que a la hora del crimen estabas en la autopista a más de diez kilómetros de distancia del lugar del crimen, aunque a más velocidad de la permitida, claro”.

“Entonces...”

“Sí, es una prueba concluyente. Resulta irónico que cometer un delito haya servido para librarte de otro peor, pero es así. Por primera vez, hiciste bien en pisar a fondo el acelerador. Desgraciadamente, no podrás hacerlo más, porque con esta multa pierdes tus últimos dos puntos del carnet y me veo en la obligación de retirártelo”.

“No te preocupes, creo que ya no lo voy a necesitar”.

“Paula tuvo la ocurrencia de ir ella misma a preguntar a tráfico si habías tenido alguna multa reciente en vez de esperar a que llegara a tu domicilio. Parece que te conocía muy bien. Además, gracias a que la multa ha llegado también a mi poder, nos ha servido para inculpar a Edgeworth del asesinato de Paula y ha pasado a disposición judicial”.

“Paula...”

“Gabriel, si no recuerdo mal, no tienes tiempo para lamentarte. Hay algo que querías hacer, ¿verdad? – El agente Swanson sacó una pequeña llave del bolsillo y le liberó de las esposas – Felicidades, es usted libre, caballero. Ahora puedes ir a verla. Y no te preocupes, nadie te acusará de nada nunca más. Haremos una rueda de prensa para dar los nuevos detalles del caso ahora mismo. Para cuando llegues todo se habrá arreglado”.

Apretó el puño con fuerza y dio un golpe de rabia a la mesa. Tras unos minutos de duelo, comprendió que ya no podía hacer nada por traer a Paula de vuelta y salió corriendo a buscar a Marta.

“¡Muchas gracias Joe!” exclamó al salir.

“Mucha suerte, chico” escuchó que le respondieron.

No podía coger el coche, y aunque pudiera se negaba a hacerlo. El coche había sido un arma de doble filo para él. Había sido lo que le había metido en ese lío, pero también lo que le había sacado de él. Ya era hora de depender de la conducción ajena.

Vio pasar un taxi por la acera de enfrente y le detuvo de un grito. El cielo estaba nublado cuando subió al vehículo, y al llegar a su destino se había desatado una tormenta. El taxi le dejó a las puertas del centro psiquiátrico, pero todavía tuvo que recorrer un largo camino para atravesar los jardines y llegar al edificio.

Empapado, con la ropa descolocada, ojeras y su característico fuerte olor a colonia desvanecido por la lluvia, abrió la puerta de un placaje y se dirigió con paso amenazante hacia recepción, causando la inquietud de todos los enfermos y enfermeras que lo observaban.

“¡¿La habitación de Marta Naranjo, por favor?!” preguntó educadamente, sin darse cuenta de que su aspecto estaba creando un reacción distinta a la que pretendían sus palabras.

“¡La 122! – contestó asustada la recepcionista, creyendo que estaba en peligro – Pero…”

“¡Gracias!” exclamó y salió corriendo hacia las escaleras.

Mientras se acercaba a su habitación por el pasillo, empezó a escuchar voces a lo lejos.

“¿Qué ha pasado aquí? ¿Cómo ha ocurrido esto?”

“Ayer ella habló por primera vez. Me pidió la llave del almacén que está justo encima de esta habitación, porque quería coger algunas de las cosas que había traído su familia para ella. Yo estaba muy contenta de que al fin comenzara a hablar, lo entendí como un signo de recuperación y no vi motivo para negarle lo que me pedía, ¡jamás hubiera imaginado que iba a pasar esto!”

Gabriel no reconocía la voz de ninguna de esas personas, a pesar de que todas las voces venían de la habitación de Marta. Se preocupó y corrió todavía más rápido. Lo que no sabía era que la escena que iba a contemplar ya había terminado.

“¡Marta! ¡Ya estoy aq…!”

No terminó la frase. La imagen que tenía ante sus ojos se lo impidió. El cuerpo de Marta yacía en la ventana, balanceándose, colgado desde el piso de arriba, con todo el pelo echado hacia delante, imposibilitando verle la cara. En sus manos sujetaba la rosa, que en el instante antes de que la soga la ahorcase, había apretado con fuerza, y su sangre se había secado en sus manos. Un rayo cayó cerca de allí, iluminando la escena durante un instante, y remarcando la silueta del cadáver.

Intentó decir algo pero las palabras se le atragantaron. Caminó despacio, haciendo eses como si estuviera borracho. Una parte de él deseaba llegar a ella, pero la otra quería salir corriendo pensando que así escaparía de la realidad. La enfermera y las otras personas que estaban allí le reconocieron enseguida.

“Tú eres el novio… El que decían que la había violado”.

“A ver si vemos más las noticias, han encontrado pruebas de su inocencia, y lo primero que ha hecho ha sido venir a ver a su novia, como tiene que ser. Chico, lo sentimos, se ha suicidado. Ha sido culpa nuestra por no haber cuidado de ella, que era nuestro trabajo”.

Continuaron hablando, pero él no podía oírlos. Llegó hasta ella. Sus pies quedaban a la altura de su cabeza. Los besó, y luego abrazó sus piernas.

La cuerda con la que se había ahorcado no era una soga, era un cordel algo más grueso de lo normal, y al apoyarse en ella cedió y el cuerpo cayó al vacío. De un acto reflejo, Gabriel se tiró con ella y abrazó su cuerpo.

“No me importa que no estés aquí. Sé que puedes oírme. Sé que puedes verme. Y tú sabes que esto no hará que cambien mis sentimientos por ti”.

Un centenar de rosas brotaron del suelo, amortiguando la caída, salvando la vida de Gabriel y protegiendo el cuerpo de su amada.

“¿Qué es esto? – Dijo al notar que caía sobre algo blando – ¿Rosas? – Los pétalos salieron volando al caer sobre ellas, y después les cubrieron parcialmente – Ya estamos juntos de nuevo”.

Después de eso desapareció. No fue al funeral. No habría podido soportarlo. Tampoco volvió al instituto, ni a casa. Sólo tenía un lugar al que poder ir.

Estaba tumbado en el techo de su coche, igual que aquél día. Le habían retirado el carnet, pero él seguía conduciendo, y le daba exactamente igual lo que le hicieran si le pillaban. De hecho, le daba exactamente igual todo. Lo único que le quedaba eran las estrellas. De pronto sintió frío, un frío fuera de lo normal, porque el invierno había terminado hace bastante y ya estaban más en verano que en primavera.

“Me han mandado a buscarte – dijo una voz – dicen que soy la única persona que puede hacer que vengas”.

La repentina aparición asustó a Gabriel. Se bajó de un salto del techo del coche y ya en el suelo vio quien era el visitante, un chico que ya conocía, pero que hacía mucho que no veía.

“Tú eres… Reik Evans, ¿verdad? – Recordó – Un día intenté abusar de ti para fardar delante de Marta. Ahora lo pienso y me avergüenzo… ¿Has venido a que te pida disculpas?”

“He cambiado un poco desde la última vez. Creo que me cobraré lo de aquel día a mi manera”.
Desenvainó su espada y se lanzó contra Gabriel, que era la última reacción que esperaba ver.

“¿Pero te has vuelto loco chaval?”

Gabriel no tenía nada con qué defenderse y saltó de un acto reflejo. Reik fingió que no era capaz de detener el ataque y le dio un espadazo al coche, rompiendo la luna trasera y haciendo un tajo al maletero.

“¡Mi coche! ¡Ahora verás cabrón!”

Fue a golpearle un puñetazo al más puro estilo callejero, y entonces fue Reik quien saltó, dio una voltereta hacia atrás en el aire y aterrizó sobre el techo del coche, abollándolo de forma severa.

“¡Baja de ahí si tienes huevos! ¡Sin espaditas ni hostias! ¡Cuerpo a cuerpo!”

“¡Vale!”

Clavó la espada a través de la luna, haciéndola pedazos con el impacto, y luego siguió avanzando hasta quedar insertada en el asiento del conductor. Luego saltó del techo del coche y volvió al suelo. Gabriel intentó darle un puñetazo, que él esquivó moviendo la cabeza, y ocasionando que rompiera la ventanilla de su propio coche. Luego contraatacó con un suave toque con el que consiguió sin mucho esfuerzo tirar al suelo a su oponente.

“Este coche ya está destrozado. Es hora de acabar con él” dijo al ver su lamentable estado.

Saltó, dio una primera voltereta en el aire, gracias a la cual cogió su espada de nuevo, y durante la segunda voltereta cortó el coche en dos por su eje horizontal de un corte limpio.

“Tú eras un mierdas. ¿De dónde has conseguido ese poder?”

“He estado entrenando un poco, ¿por qué lo preguntas? ¿Quieres poder tú también?”

“Yo no quiero nada… Ya no…”

“He escuchado algo de lo que te ha pasado, pero básicamente se resume en que has perdido algo que era importante para ti. Con poder, puedes defender lo que es importante para ti, y evitar perder más cosas en el futuro”.

“¿Defender aquello que es importante para mí?”

“Exacto. Si te quedas como estás, y vuelves a perder algo, también te perderás a ti mismo. La única forma de que sigas adelante es conseguir poder. Un poder inmenso mayor al de cualquier otro, ¿no?”

“¿Y qué poder tienes tú?”

“¿No lo has notado? Fíjate en el punto donde te he golpeado antes”.

Gabriel se miró al pecho y vio que tenía un pedazo de hielo pegado en la camiseta.

“¿El hielo? ¿Ese es tu poder? ¿Y el mío? ¿Es el mismo o es otro diferente?”

“¿Tampoco te has dado cuenta? ¿No ha habido nada que te haya estado protegiendo? ¿Algo que aparecía sin que quisieras, pero en el momento más oportuno?”

“Sí… La rosa… Todo empezó con esa rosa… Y también acabó con ella”.

“Si continuas así, ese poder se quedará como está, o incluso podría desaparecer. Si quieres desarrollarlo, has de venir conmigo”.

“No tenía ningún sitio al que volver, y ahora que me has destrozado el coche, tampoco tengo un sitio al que poder ir. Está bien. Iré contigo, ¡demostraré que se puede defender algo sin matar a quien te ataca! ¡Una nueva vida me espera!”



Y bueno, ya tocaba un capítulo con referencias claras ^^



Casi todas las frases hechas del capítulo están en los primeros 40 seg del vídeo, no hace falta verlo entero.

El recorrido de la carrera, por si no queda bien claro, es:
  1. Salida: Avenida de las Provincias esquina calle Barcelona, tomando como punto de partida el paso de peatones (el elevado no, que se supone que no estaba construido aún, el anterior). Además Paula vive en la calle Barcelona por lo que le venía de puta madre arbitrar xD
  2. Tramo recto hasta Avenida de las Provincias esquina calle Valladolid.  Hice una prueba el otro día y puse el coche a 85 antes de llegar a la primera rotonda (la de calle San Sebastian) pero me acojoné por la ilusión óptica de las líneas de la carretera y frené, pero aun estaba donde el semáforo que siempre está en ámbar, luego todavía quedaba bastante margen de aceleración y se puede alcanzar la velocidad citada en el capítulo, pero ahí acaba el contacto con la realidad. De todas formas cuando el maestro en carreras ilegales Jon se pase por aquí que nos cuente a cuanto llegó a poner el coche en aquellos tiempos xD
  3. Cambio de sentido en la rotonda de la calle Valladolid y recto hasta avenida de las provincias esquina calle Palencia. Me he dado cuenta de que por la forma de la rotonda es bastante jodido pasarla con un derrape, pero bueno, sí que se puede pasar hasta el punto en el que, aun sigues en la rotonda pero ya solo tienes que ir recto.
  4. Cambio de sentido a la altura de la calle Palencia, y vuelta al punto de partida, que ya no sé si se pueden coger 500 km/h como coge Jonyo en el Bugatti Veyron, pero con turbo.... tal vez, aunque luego te pases un poco de la línea de meta jaja.



El guiño a Gran Turismo sí queda bastante claro xD Pero el de Burnout Paradise hay que saber verlo.


Zitrus en su último concierto

Los invitados especiales animados, el ya clásico Joe Swanson, de Padre de Familia...
...y Miles Edgeworth, del videojuego Phoenix Wright de Nintendo DS

La escena en la que matan a Paula está sacada de Cadena Perpetua, película de 1994 de Tim Robbins y Morgan Freeman. Si habéis visto la película se reconoce enseguida. Matan de la misma forma al flipao del tupé.

Y bueno fotos de Paula y Marta no voy a poner, porque ya están en los créditos y han salido en más especiales, pero ya no saldrán en más xD

1 comentarios:

Jon dijo...

Empezaré diciendo que el capítulo ha sido muy largo, pero que merece la pena leerlo entero(menos mal que no pasó esto en la realidad). En resumidas cuentas un capítulo con mucho sentimiento y muy dramático, dejando atras las carreras ilegales jajaja, que por cierto un seat león por mucho que lo mejores no está para competir con el Bugatti ni de lejos(aceleración de 0 a 100 km/h en 2,5segundos).

Alienaron los dos coches, encendieron motores y luces (alinearon)
“¡Caña aquí! – Exigió daño un suave golpe en la mesa (dando un suave golpe)
“¿Me dejáis que os la roba un momentito?” les dijo a las amigas.
(os la robe)
“Eh, eh, que yo ya pagué la multa ayer. Creo que te estás equivocado”.
(equivocando)
“¡¿Pero tú eres subnormal o qué te pasa?! ¡¿Por qué cojones intentaste provocar eso en vez de dejar que sugiera por sí mismo?!”(surgiera)
Llegué a casa, me tiré a cama para ver si me dormía pero empecé a rallarme (a la cama)

P.D. Aclaración: Fueron 150 km/h, pero fue desde la rotonda donde empiezan los olivos hasta la rotonda en la que si giras a la izquierda vas al metro. Por cierto menudo cabroncete que era mi personaje en el instituto jajaja
Un saludo a todos