jueves, 23 de enero de 2014

Episodio CLXII

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Episodio CLXII
G
abriel descendió a tierra lentamente. Su figura, envuelta en un aura blanca, recordaba a la de un dios descendiendo para descargar su ira contra los infieles que se habían levantado contra él.

Dayuri seguía clavado en el suelo, sufriendo notablemente. Sin embargo, aunque estaba clavado en el suelo con su propia espada, muriéndose de dolor, estaba feliz. Su sonrisa era más grande que nunca, y gracias a esa felicidad, logró sacar fuerzas para seguir adelante.

Con mucho esfuerzo y dolor, agarró el trozo de espada que lo atravesaba y se lo arrancó él mismo, liberando todavía más cantidad de sangre al destapar la hemorragia.

“Estás acabado – le dijo el caballero – Como todavía conservo el juicio, te voy a dar la oportunidad de rendirte, siempre y cuando prometas que no te volverás a acercar a una mujer en toda tu vida”.

“Ya te lo dije. Mi sueño es luchar hasta la muerte. Morir siendo cortado, y que mi vida se extinga antes de que mi cuerpo toque el suelo. Esto no ha hecho más que empezar”.

Se llevó el trozo de espada que se acababa de arrancar a la boca, y lamió un poco de su propia sangre, activando de nuevo la transformación que llevó a cabo en Nexus. Su piel se enrojeció, sus músculos se fortificaron y sus ojos se quedaron totalmente en blanco.

“¿Otra vez eso? Arturo ya te derrotó en esta forma, además estando tú en plenas facultades. ¿Qué crees que puedes hacer contra mí, que soy ahora más poderoso que él, si encima estás herido?”

Lardo volvió a sonreír, y mostró al caballero el filo roto de su espada. Se acercó a una roca que tenía al lado, y frotó a gran velocidad la hoja sobre la piedra. Un montón de chipas brotaron alrededor, ante la estupefacta mirada del caballero, que no entendía lo que estaba ocurriendo. Volvió a hacerlo una vez más, y en esta ocasión la hoja rota se incendió, usando como combustible la propia sangre del antiguo Capitán.

Con la espada en llamas, se acercó el metal a la herida del pecho, para terminar posándola sobre su carne, quemando la herida, y cerrándola también, entre severos gritos de dolor. Al terminar, hizo lo mismo con el otro lado de la herida, que estaba en la espalda. Quemó la herida con el metal incandescente, mordiéndose la lengua para aguantar el dolor, hasta que consiguió cerrarla y detener así la hemorragia.

Ni siquiera alguien como él podía aguantar un dolor tan intenso sin repercusiones sobre sí mismo. Al cerrar la herida de la espalda, inconscientemente soltó el trozo de espada y cayó al suelo de rodillas, apoyando las manos sobre la tierra para no caerse del todo.

“Es… Es un monstruo… Se ha quemado él mismo la piel para cerrar la herida…” pensó el caballero de la rosa.

Después de unos segundos retorciéndose, poco a poco, Lardo fue recuperando la compostura, la calma, y sobre todo, la sonrisa. Se puso de pie, empuñó su espada rota, y se lanzó contra su adversario, que a partir de ese momento, se acaba de convertir en su víctima.

“Puedo sentir que ha cambiado… Aquella tranquilidad que le caracterizaba ha desaparecido por completo, y en su lugar lo único que queda es un rastro de crueldad y destrucción… Es como si un depredador se abalanzara contra su presa, puedo sentir su mirada acechando, escuchar el silbido de sus colmillos, y oler su hambre de asesinar… Puedo sentir todo eso, e imagino lo duro que sería enfrentarse contra alguien así, Arturo, pero no tengo miedo, porque mi poder superar con creces el suyo, ¡ni siquiera le permitiré acercarse!”

Gabriel clavó su espada en el suelo, y la recargó de energía de la naturaleza una vez más, hasta que se iluminó por completo. Después, dio un espadazo al aire, y toda la energía se liberó hacia delante, una corriente de energía blanca que avanzaba a ras de tierra, como un río cuando nace, cuyo cauce queda designado para toda la eternidad.

En esa forma, Dayuri no conoce la palabra defensa. Es incapaz de bloquear, esquivar, cubrirse o siquiera pensar. Es un ser únicamente capaz de atacar. Atacar y destruir es el único idioma que entiende, por lo que fue directo hacia la corriente de energía liberada por el caballero, y recibió su impacto de lleno. El propio Gabriel quedó sorprendido al ver a su adversario, al que consideraba inmensamente fuerte, ser incapaz de hacer nada contra su nueva fuerza, y caer arrastrado por la corriente, estrellándose contra varios troncos de árboles, que inmediatamente eran arrancados sin distinción y catapultados por los aires, hasta caer diseminados por los alrededores.

Lardo no pudo escapar de la corriente de energía, así que no fue liberado hasta que la energía se desvaneció por el avance. Su cuerpo acabó boca abajo, temblando momentáneamente. Presentaba nuevos arañazos y magulladuras, pero a pesar de todo el daño que había sufrido, el caballero no había sido capaz de eliminar la sonrisa de su rostro, esa sonrisa maquiavélica que buscaba la satisfacción de cortar a su víctima hasta acabar con su vida.

Levantó la cabeza, y entre su posición y la del caballero no había quedado nada en pie. Apenas podían verse unos cuantos tocones, pertenecientes a los lados de la corriente. El resto de árboles habían sido arrancados de raíz, y enviados volando a distintas zonas, donde habían derribado otros árboles al caer, o aplastado varios animales y flores. Lo mismos había pasado con la hierba, los matorrales y las plantas, todas habían sido calcinadas por la inconmensurable fuerza del caballero, y la zona por la que había pasado la corriente se había convertido en un yermo que tardaría años en volver a ser tierra fértil y próspera. Aquel bosque estaba, poco a poco, entregando su vida al caballero para que fuera capaz de vencer.

Viendo que no había conseguido nada atacando de frente, Dayuri saltó muy alto, buscando una ofensiva desde el aire. A pesar de que la corriente le había arrastrado lo suficientemente lejos como para no distinguir claramente la figura del caballero a simple vista, fue capaz de regresar a su posición inicial sólo con el impulso del  salto, evitando la necesidad de volar.

“Parece increíble… Es como si no sintiera dolor. Ya ha recibido varias veces mi ataque, pero sigue levantándose como si nada y atacando una y otra vez… Pero da igual cuantas veces lo intente… No puede nada contra mí”.

Gabriel no fue capaz de calcular la trayectoria de su adversario, por lo que no le dio tiempo a preparar una nueva descarga de energía cuando le vio aparecer cayendo desde el aire, y sus espadas se cruzaron.

“Es gracioso… Antes he partido un trozo de su espada, pero lo que le queda sigue siendo un poco más larga que la mía…” pensaba el caballero.

Cuando las espadas chocaron, Lardo no dio pie a ningún forcejeo. Al ver que su oponente bloqueó el golpe, rápidamente retiró la espada y asestó un nuevo golpe, tratando de provocar que cometiera un error presionándole intensamente.

“Realmente está tratando de cazarme… No me deja ni un respiro para que no pueda extraer nueva energía de la naturaleza y contratacar… Tengo que alejarme, no necesito mucho tiempo… Un par de segundos… Con eso es suficiente…”

Cuando Dayuri retiró la espada tras el último ataque, Gabriel aprovechó para correr en dirección contraria, adentrándose más en el bosque. Inmediatamente, el Coronel salió tras él.

“No conseguirás escapar”.

El caballero de la rosa volteó la cabeza para comprobar su ventaja, pero se llevó la sorpresa de encontrar a su adversario a su altura, y comenzando la ejecución de un nuevo ataque.

El corte iba directo a las piernas del caballero, tratando de impedir, o al menos dificultar, futuros intentos de huida, así que Gabriel se vio obligado a saltar para evitarlo.

En ese momento se le ocurrió una idea. Aprovechó la caída del salto para atacar, colocando su espada hacia abajo, de manera que se clavara sobre su objetivo al aterrizar. Sin embargo, era una táctica tan eficaz como predecible, y Lardo no tuvo más que apartarse para frustrar sus planes. Al caer, la espada del caballero se clavó en el suelo, y él sonrió.

“¡Mierda, me ha engañado!”

Rápidamente, Dayuri levantó su espada contra el caballero, esperando llegar a tiempo para evitar que adquiriese nueva energía de la madre naturaleza. Gabriel, con tal de no sacar la espada de la tierra, se cubrió con el antebrazo, y el filo dentado y oxidado le hizo un corte profundo e hiriente. A pesar de todo, el caballero fue capaz de resistirse y bloquear el ataque, impidiendo que la espada se moviera de su sitio.

“Je, lo logré… – pensaba el antiguo Capitán – El corte demuestra que no le ha dado tiempo a absorber la energía tan rápido como pensaba… Con un punto débil así, puedo derrotarle sin problemas…”

“¡¿No se te olvida algo?!” exclamó el caballero furioso.

El aura blanca de antes volvió a aparecer, envolviendo todo su cuerpo. Gabriel traspasó la energía que acababa de obtener a su cuerpo, y al igual que antes, la energía natural sanó sus heridas y recompuso sus fuerzas.

El corte que acababa de sufrir se cerró en cuestión de segundos. Acto seguido, sacó la espada y aprovechó para dar un espadazo a su adversario de arriba abajo, liberando toda la energía sobre su cuerpo a la vez que asestaba el corte.

Una columna de luz emergió al mismo tiempo que Gabriel sacó la espada, y el cuerpo de Lardo salió volando por los aires, con un chorro de sangre que brotaba de un largo corte que comenzaba en la ingle y terminaba en el hombro al lado derecho de su cuerpo. Cayó de cabeza contra el suelo, después de haber estado ascendiendo durante casi medio minuto, y con el impacto se rompió varios huesos.

El fiero Capitán Lardo, ahora ascendido, presentaba una imagen de lo más indefensa, ante la insuperable fuerza de la naturaleza. Sin embargo, cuanto más sufría, más parecía disfrutar con el combate. Su sonrisa y sus ansias de destrucción crecían a cada golpe que recibía, y sus ganas de luchar no bajaban lo más mínimo aunque estuviera en clara desventaja.

Se levantó despacio, pero no tan lentamente como cabría esperar de alguien de su estado, y volvió a lanzarse al ataque sin pararse a pensar en los daños que había recibido. Se movía a la misma velocidad, con la misma fuerza, pero con más ganas que antes.

“Diría que estar en ese modo hace que no sienta dolor, y su fuerza está directamente relacionada con las ganas de cazar a su víctima – reflexionaba el caballero – Es decir, cuanto más dure el combate, más poderoso se volverá, al aumentar su necesidad de combatir al rival más poderoso que ha encontrado nunca, aquel que lleva esperando toda su vida… Pues bien, ¡ven aquí! Te enseñaré a respetar la belleza y la delicadeza de las flores, y te quitaré para siempre las ganas de volver a arrancar una de ellas”.

Una vez más, Gabriel clavó su espada en el suelo y absorbió energía natural, lanzándola de frente contra su adversario, que ahora venía de cara, sumido en la más absoluta locura y desesperación.

En esta ocasión, Dayuri, no se sabe si lo decidió racionalmente o si su instinto le dijo que lo hiciese, se enfrentó directamente a la corriente de energía que avanzaba hacia él. Empuñó su espada rota, pero aún larga, y cargó contra la corriente de energía como si de un objetivo orgánico se tratara. Alzó la hoja, agarrándola con ambas manos, y la hizo descender rápidamente, asestando un corte vertical, en el mismo momento que la corriente le alcanzaba.

En el instante en que la espada entró en contacto con el poderoso ataque del caballero, la corriente de energía le arrebató la espada de las manos y la lanzó a lo lejos, clavándose en la tierra. Acto seguido, arrolló nuevamente a Lardo, quien, al ver frustrado su plan, no tenía con qué defenderse contra semejante fuerza bruta.

Aun así, ser derribado una vez más tampoco consiguió siquiera drenar ligeramente su perseverancia. Sólo tuvo que alzar la mano al levantarse para que la espada regresara dando vueltas hasta él, y pudiera lanzarse al ataque otra vez.

El caballero de la rosa ya tenía su espada cargada de nuevo, esperando a que su adversario se colocase en una posición más cercana, para poder alcanzare con seguridad. En cuanto vio la oportunidad, desató la furia de la naturaleza contra su objetivo, que volvía a atacar de frente, sin ningún cuidado, y sin ningún descanso.

Por primera vez, Dayuri fue capaz de controlar levemente sus ansias de destrucción, y despertar su raciocinio por un instante, siendo capaz de esquivar la corriente de energía saltando por encima de ella, pues venía, como de costumbre, a ras de suelo. Seguramente fue el instinto de supervivencia y no el raciocinio, del mismo modo que un ratón aprende a no morder el queso electrificado, lo que impulsó al Coronel a saltar por encima del ataque, ni siquiera él lo sabía, pero el caso es que logró evolucionar como guerrero, y plantarse delante del caballero, que no contaba con que su estrategia pudiera fallar, a pesar de haber estado malgastando la energía hasta ahora con ataques a larga distancia en su mayoría.

“¡¿Qué…?! ¡Se suponía que en ese modo, el Capitán Lardo no sabía más que atacar y atacar! Lo vi con mis propios ojos cuando luchó contra Arturo. Pero ahora está aquí, delante de mí, y he visto cómo acaba de hacerlo. ¡Está aprendiendo a controlar su poder! Y eso es muy peligroso para mí…”

Aunque Gabriel tuvo tiempo de sobra para clavar la espada en la tierra y cargarse de energía natural mientras veía a su adversario acercarse, por alguna extraña razón no lo hizo, y prefirió retroceder en busca de una posición más favorable, perdiendo un tiempo precioso.

Lardo salió tras él y le alcanzó enseguida, comenzando una ofensiva sin cesar. En un principio, el caballero trataba de esquivar los ataques y continuar huyendo, pero la fuerza y la velocidad de su oponente eran inigualables. Gabriel no era capaz de esquivar y escapar al mismo tiempo, y tuvo que valerse de su espada para bloquear, o al menos intentarlo, algunos de los golpes que intentaba asestarle, notando claramente que sin la energía natural, no era rival para su adversario. Cada espadazo, cada estocada que se aproximaba hacia él, le obligaba a utilizar todas sus fuerzas para detenerla, y aun así, veía cómo se flexionaba su codo hasta el límite, y necesitaba apoyarse en todo su cuerpo, para que la malgastada espada no recorriese los escasos centímetros que la separaban de su piel.

Cuando encontró al fin la posición que buscaba, se encontró con un problema con el que ya contaba de antemano. Lardo no le dejaba tiempo para extraer energía, y era cuestión de segundos que lograra romperle la guardia y comenzar a herirle sin parar.

Tuvo que tomar una decisión difícil. Por un momento, se olvidó completamente de que su contrincante estaba delante, y clavó la hoja en la tierra, sin importarle nada más.

Al quedar totalmente desprotegido, Dayuri no tenía impedimentos para atacarla cuanto quisiera. Podría haber se conformado con cortarle unas cuantas veces y disfrutar del momento un poco más, pero una oportunidad así no podía ser desaprovechada de esa manera.

Inmediatamente, clavó la espada en el estómago del caballero de una estocada, y la sacó cuanto antes para que fluyera el sangrado, pero realmente, a Gabriel le daba igual, ésa era su jugada. La energía natural podía curarle cualquier herida y sanarle cualquier estado alterado, y él lo sabía. Por eso no tenía reparos en sacrificar su cuerpo temporalmente si con eso lograba extraer el poder de la naturaleza de las entrañas del planeta.

Sin embargo, no todo iba según sus planes. La gravedad de la estocada le obligó a extraer mucha más energía de lo normal para curarse, y su adversario no cesaba su ofensiva, ahora sí, con espadazos alocados que tan sólo buscaban cortar en pedazos la piel de su objetivo.

Los cortes iban sanando a los pocos segundos de asestarse, pero la energía que consumían retrasaba la cura del verdadero problema, la estocada. Además, había un tercer factor a tener en cuenta. El dolor. Aunque las heridas se curasen casi momentáneamente, el dolor que las acompañaba muchas veces no desaparecía con ellas. El dolor es un mecanismo de defensa del cerebro para proteger el organismo ante ataques del exterior, y el cerebro del caballero estaba recibiendo tantas señales para producir dolor que luego no era capaz de detenerlo, al ser una recuperación tan rápida algo anormal para el cuerpo.

Finalmente, después de más tiempo del que esperaba el caballero, su herida del estómago sanó, y por fin pudo sacar la hoja del suelo y bloquear con ella el siguiente ataque de su adversario. Furioso por todo el daño sufrido, Gabriel descargó toda la energía natural en medio del forcejeo de espadas, sin movimiento alguno, provocando una explosión que dañó a ambos combatientes y les rechazó, mandándoles hacia atrás por los aires.

El cuerpo del caballero rodó por el suelo al caer, para finalmente quedar boca abajo tras rebotar contra el tocón de un árbol. Jadeaba, no de cansancio físico, sino de agotamiento mental, por la cantidad de sensaciones y de altibajos que estaba sufriendo su cuerpo. No obstante, lo cierto es que no le importaba. No le importaba nada lo que pudiera pasarle a él, ni al bosque. Sus ojos sólo podían ver la silueta de Marta colgando de la ventana aquel día tormentoso, y no iba a detenerse a asegurarse de que algo así no volviera a repetirse, y de que su amada pudiera descansar en paz.

Se puso de pie, tranquilamente, y a los pocos segundos, Lardo apareció a través del humo de la explosión, con la sonrisa más grande que nunca.

“Ahora ya he comprendido el punto débil de tu técnica” le dijo mientras le apuntaba con su espada rota.



1 comentarios:

Jon dijo...

Espectacular el capítulo con todo lujo de detalles, quizás para mi uno de los mejores capítulos de lucha que recuerdo ahora mismo.

Lo mismos había pasado con la hierba, (lo mismo)
Podría haber se conformado con cortarle unas cuantas veces( haberse)
Finalmente, después de más tiempo del que esperaba el caballero, su herida del estómago sanó,(sanó su herida)