martes, 1 de septiembre de 2015

Episodio CLXXXII

Bueno, al final el curro se complicó. Se suponía que iba a ser sermana y pico, pero fue mes y pico, y tuve que echarle muchas horas que no me dejaban hacer nada más. Después de ese tramo, la cosa se relajó, pero entre vacaciones y chorradas pues aquí estamos. Pero bueno, aunque esto tiene que acabar pronto, lo importante es que acabe bien, que merezca la pena haber leído hasta aquí.

Título: La verdad

Tamaño: 6'5

Episodio 

CLXXXII

L
as cenizas en las que se había convertido el cuerpo de Mesa se habían acumulado en el suelo, formado un pequeño montón. Una sacudida de aíre frío pasó por la zona en la que se encontraban los caballeros, llevándose por delante parte de la ceniza acumulada. El montón vio reducido considerablemente su tamaño, y entre los restos carbonizados del profesor, se podía apreciar algo enterrado, emitiendo una suave luz.

“¿? - Jonyo se imaginó rápidamente de qué se trataba. Anticipándose a los demás, que dudaban sobre qué hacer, se agachó a desenterrar lo que fuera que estaba bajo la ceniza – Lo que me imaginaba…”

Tras apartar la ceniza con las manos, el caballero sopló para terminar de limpiar de cenizas aquello que había rescatado. Una pequeña nube de polvo envolvió la zona, obligando a toser repetidas veces para no intoxicarse. A los pocos segundos, el polvo de ceniza se disipó, y todos pudieron contemplar las siete esferas elementales, emitiendo un suave resplandor al unísono.

“Esas son…” susurraba Gabriel mientras el brillo multicolor se reflejaba en sus ojos.

“Cuando Blackron perdió el combate, las esferas elementales salieron de su cuerpo, acabando con su vida, al igual que han hecho con la de Mesa. Por eso, al ver que había algo bajo la ceniza, supuse que se trataba de ellas”.

“Ahora habrá que decidir qué hacemos con ellas, ¿no?” sugirió Reik.

“Lo mejor sería destruirlas. Ya he visto morir a dos personas por su culpa. No quiero que uno de nosotros sea el tercero. Ya lo habéis visto, aunque las usáramos y amplificaran nuestros poderes, no ofrecen ninguna garantía de victoria. Hasta ahora creíamos que prestaban su poder a quien las absorbía, pero en realidad era al revés. Las esferas se alimentan de la energía de su poseedor, y cuando se agotan sus fuerzas, ellas mismas devoran su vida y buscan otro organismo del que alimentarse”.

“¿Quieres decir que ahora, en las esferas no está únicamente el poder de nuestros elementos, sino también el de El Caballero Negro y el de Mesa?” preguntó Arturo.

“Sí. Al menos, es lo que yo creo. Seguramente sean más poderosas que nunca, pero también más peligrosas que nunca. Con el esfuerzo y el sacrificio que ha costado llegar hasta aquí, utilizarlas sería tirar nuestras vidas a la basura, y las de las personas que han muerto por nosotros hasta ahora…”

“Aunque eso es cierto, tampoco creo que destruirlas sea la mejor idea – opinaba Gabriel – Eso es el otro extremo. ¿Qué tal si de momento las llevamos con nosotros?”

“Estoy de acuerdo. Si nos encontramos en una situación de riesgo en la que vamos a morir las usemos o no, siempre será mejor usarlas. No habría nada que perder” Reik apoyó a su compañero.

“Está bien, como queráis, pero yo no quiero ni verlas”.

“Me ofrezco para llevarlas – dijo Gabriel – Estoy acostumbrado a controlar energía ajena. Además, fui el último al que le extirparon la esfera, y me siento responsable de lo que ha pasado”.

Nadie puso objeciones. Mientras recogía las esferas, un nuevo terremoto tuvo lugar. La lava volvió a abrirse paso a través de las grietas, y un feroz chorro de magma irrumpió muy cerca de la entrada del castillo.

Los caballeros volvieron la cabeza hacia el poder de la naturaleza, que continuaba manifestando todo su potencial. Sin embargo, en esta ocasión, vieron como además de la lava, la tierra también escupió un objeto extraño, el cual no fueron capaces de identificar al momento. El objeto salió disparado por los aires, fruto de la presión a la que estaba sometida la propia lava, se perdió en las alturas, y después comenzó a caer, hasta clavarse en la tierra, delante de los caballeros.

“Eso es… ¿una espada?” comentó Jonyo.

“Espera… No es una espada cualquiera – dijo Reik al reconocerla – Esa es…”

“¡La espada de Fidel!” Exclamaron todos al darse cuenta.

Arturo corrió rápidamente a recogerla. Suavemente, la extrajo de la tierra. Estaba caliente, pero no por el calor de haber atravesado la corteza terrestre junto al magma, sino la empuñadura caliente por haber sido blandida durante una larga batalla, sin haberse soltado sin un instante de la mano que la sostenía.

“De acuerdo al relato de Mesa, podemos afirmar que la espada de Fidel se convirtió en un hacha – reflexionaba Gabriel en sus pensamientos – Sin embargo, al igual que las de todos nosotros, ha vuelto a la normalidad tras cumplir su cometido. Seguramente, sin el caballero que la empuñaba, ya nunca podrá despertar de nuevo su forma final”.

Arturo se había quedado ensimismado, contemplando la espada. Una vez más, se resentía por no haber podido impedir el fatal desenlace que tanto veía venir. No obstante, ahora que el daño era irreparable, sólo podía hacer una cosa.

“A partir de ahora – susurró mientras se guardaba la espada de su difunto amigo – Yo llevaré esta espada. ¡Seré el caballero de las dos espadas!” exclamó con decisión.

Todos quedaron sorprendidos por aquellas declaraciones, pero ya no había tiempo para hablar. Un segundo terremoto, casi seguido del anterior, volvió a sacudir toda la isla. El castillo de la Fiera Deidad comenzaba a resentirse seriamente, peligrando toda su estructura.

“¡Ya hablaremos más tarde! – Exclamó Reik – ¡Ahora tenemos que salir de aquí! ¡Hay que poner a Mario a salvo!”

El anciano sacerdote, que no se había movido del sitio, continuaba hasta en la misma postura que cuando Mesa se desvaneció sobre sus brazos. Seguramente, el sentía que todavía lo estaba sujetando, y a pesar del viento, las manchas de ceniza en sus manos no desaparecían del todo.

“¡Vamos! – le dijo Reik, a la vez que trataba de ponerle en pie – ¡Quedarse aquí es peligroso!”

“No, hijo. Yo ya no tengo a donde ir. Una vez más, no he podido salvar a mi amigo. Mi viaje termina aquí. Iros sin mí”.

“¿Una vez más?” pensó Jonyo.

“No digas tonterías – insistía el caballero – Si nos vamos estarás desprotegido ante la fuerza de la naturaleza. ¡Morirás sin remedio!”

El sacerdote se llevó la mano al cuello, agarró con fuerza el crucifijo que llevaba de colgante y se lo mostró al caballero.

“Esta es toda la protección que necesito”.

Al escuchar esas palabras, Reik supo que no había nada que hacer. La fe religiosa escapaba a cualquier razonamiento lógico, por tanto, daba igual lo convincentes que resultaran sus argumentos, no se iba a dejar convencer.

“Vámonos” susurró Reik y comenzó su camino hacia la entrada del castillo.

“¿De verdad vamos a dejarle ahí sabiendo que va a morir? – preguntó Gabriel sorprendido – Eso me parece demasiado desalmado incluso tratándose de ti”.

“No hay más ciego que el que no quiere ver, ni hay más sordo que el que no quiere oír. Cualquier cosa que le digamos será inútil. Ese hombre acaba de arrojar su vida por la ventana, y nosotros solo tenemos dos opciones. Respetarlo, o morir a su lado”.

Aunque no lo había explicado con las mejores palabras, todos comprendieron el mensaje que su compañero trataba de trasmitirles. Si se quedaban allí, tratando de protegerle, estaban poniendo su vida en peligro, y desaprovechando la última oportunidad de terminar con aquella larga batalla. Sin dejar de mirar atrás, todos comenzaron a caminar lentamente, de espaldas, mientras se despedían tímidamente del sacerdote con la cabeza, el cual, educadamente, les devolvía el gesto, sin ningún rencor, sabiendo que su destino era plenamente consecuencia de sus actos, y por tanto, no tenía nada que lamentar. Poco a poco, los caballeros fueron dándose la vuelta, al mismo tiempo que aumentaban su velocidad, para dejar atrás ese mal momento cuanto antes.

“Adiós, caballeros” dijo mientras les veía perderse en las profundidades del castillo.

Sus palabras no llegaron hasta los caballeros. En cuestión de segundos, todo se enmudeció. El anciano sacerdote se quedó de rodillas, entrelazó sus manos, cerró los ojos y comenzó a rezar.

Padre Nuestro que estás en los cielos,
Santificado sea tu nombre…”

A medida que recitaba su plegaria, podía escuchar el suelo agrietándose bajo sus pies. Podía sentir el calor que despedían las entrañas de la tierra, y la sombra de la muerte acechando por la espalda. Sin embargo, la fe inquebrantable del practicante le impidió no sólo dejar de rezar, sino incluso moverse del sitio.

“…Y ruega por nosotros pecadores,
Ahora y en la hora de nuestra muerte,
Amén”.

En el mismo instante en que terminó su oración, las grietas del suelo se iluminaron de una intensa luz rojiza, y a los pocos segundos, una potente erupción de lava se abrió paso hacia los cielos, engullendo completamente al sacerdote, sin que quedara nada de él.

Los caballeros, que se encontraban ya recorriendo los corredores del castillo, no pudieron evitar bajar la cabeza con resignación, al darse cuenta de la muerte del anciano.

“Su energía… Acaba de desaparecer…” anunció Arturo.

“¿Cuántas personas tienen que morir delante de nosotros sin que podamos hacer nada para evitarlo?” comentaba Gabriel apenado.

“¡No! ¡Esta vez no! ¡Ha sido decisión suya por culpa de esa religión que le tenía lavado el cerebro! – la postura de Reik era firme – Esta vez no ha sido culpa nuestra”.

“Que haya sido decisión suya no cambia nada – opinó Jonyo – Kevin también decidió por sí mismo ponerse delante para proteger a Arturo con su vida, Shin cedió su vida para que tú pudieras resucitar. También, el único delito que cometió Peter era curarnos, y lo mataron precisamente para evitar que continuara haciéndolo. Suso fue a echar un polvo y terminó envenenado… Incluso ha habido enemigos que he sufrido viéndoles morir – señaló refiriéndose a Blackron, aunque no lo citó textualmente – Todos ellos murieron por involucrarse entre nosotros, y no pudimos salvar a ninguno”.

Las palabras del caballero dieron lugar a un silencio incómodo que nadie se atrevía a romper. Únicamente el sonido de sus zancadas avanzando hacia delante, haciendo eco sobre las paredes del castillo, resonaban en el lugar.

“¿Esto no está demasiado vacío?” Gabriel trató de cambiar de tema.

“Ahora que lo dices, es cierto – dijo Arturo – Esta es la última mazmorra de nuestro viaje. La suponía llena de guardias, monstruos y trampas, pero nada de eso. Está totalmente muerta y desprotegida. Es casi como si nos invitaran a pasar”.

“Si lo piensas bien, no es tan extraño – Reik trató de explicarlo – Tú no lo sabes, porque durante ese tiempo estabas en Narshe, pero cuando nos acercamos con el barco, fuimos atacados por diversas armas de largo alcance, que aunque no eran nada contra nosotros, destrozaron el barco y estuvieron cerca de hundirlo por completo. Destruimos los cañones devolviendo los proyectiles, por eso ahora ya no nos pueden atacar”.

“Es verdad, ahí fue cuando Mesa descubrió que Peter nos curaba, así que, apareció de la nada, le mató, y se fue. Luego, todos los soldados que había en la isla vinieron en masa a por nosotros – recordaba Jonyo – Acabamos con todos ellos de una vez con un ataque combinado. Es normal que no quede nadie”.

“No me lo puedo creer… Incluso Peter… – la conversación no estaba precisamente animando al caballero – Ahora que lo dices, no os he preguntado todavía, ¿qué tal fueron vuestros combates? ¿Os resultó difícil derrotar al Caballero Negro y los demás? Para cuando llegué, todo había terminado ya”.

La pregunta de Arturo fue seguida de un nuevo silencio. El resto de caballeros se miraron entre sí durante unos segundos, y finalmente asintieron con la cabeza.

“Está bien, creo que ya podemos contártelo” dijo Jonyo.

“Todos nuestros combates fueron muy duros – Gabriel tomó la palabra, ante un Arturo que estaba cada vez más extrañado – No hemos tenido tampoco mucho tiempo para entrar en detalles, pero en lo que sí que han coincidido todos nuestros combates, es en haber liberado el verdadero poder de nuestras armas y haber ido más allá de nuestras habilidades”.

“No entiendo nada…”

“Nuestras armas han cambiado de aspecto, adoptando su forma final – dijo Reik – ¿Recuerdas que durante el relato de Mesa sobre Fidel mencionó un hacha?”

“Sí, pero lo que salió de la tierra fue su espada, igual que la lleváis vosotros ahora”.

“Después del combate, la llamada Arma Final vuelve a su forma original, supongo que para ahorrar energía – continuó Jonyo – Nadie vio a Fidel ni a su espada en su forma final, pero por el relato de Mesa creemos que también lo consiguió. No queríamos decirte nada, porque llegamos a la conclusión de que alcanzarías el Arma Final por ti mismo durante el combate contra Mesa. Pero en lugar de eso, mira, pudiste hacerlo a tu manera. ¿Quién sabe? Es posible que ni siquiera la necesites”.

“Ya veo… De haber sabido eso, seguramente habría intentado despertar el verdadero poder de mi espada en vez de usar el Corte de Cielo, y puede que hasta hubiese perdido el combate. ¿Y eso de ir más allá de vuestras habilidades? ¿A qué os referís?”

“Je – sonrió Reik – Esa parte es mejor que la veas por tus propios ojos. Contártelo sería demasiado complicado. No te preocupes, pronto lo entenderás todo, ¡en cuanto encontremos al Señor Oscuro!”

Un nuevo terremoto, bastante más potente que el anterior, sacudió toda la zona, interrumpiendo no sólo la conversación, sino también obligando a los caballeros a detener su carrera. Varias de las enormes piedras que formaban la pared del castillo comenzaron a venirse abajo, amenazando la estructura. Los caballeros se cubrieron la cabeza para no ser golpeados por algún escombro, mientras esperaban a que cesara el temblor.

“Esa es otra, no hemos hablado de esto – dijo Gabriel – ¿De qué nos sirve ganar si el planeta va a ser destruido igualmente? ¡¿Es que no podemos hacer nada?!”

“¡Yo tengo una idea! – Exclamó Reik, para que todos pudieran escuchar su voz, a pesar del ruido de los escombros – ¡No sé si funcionará o no, pero es la única opción que veo factible!”

“¿Y qué hacemos aquí parados? ¿Por qué no vamos ahí primero? ¡El combate puede esperar!”

“¡No, Gabriel! – exclamó Arturo con total decisión – ¡Esta vez no!”

“¡¿Cómo que no?! ¡Ahí fuera está muriendo gente! ¡¿Es que te da igual?!”

“La verdad, yo tampoco lo entiendo” coincidió Jonyo.

“No me malinterpretes, no se trata de eso. Es sólo que, no puedo quedarme sin saber la verdad – el temblor fue parando poco a poco – El tiempo que tenemos ahora es limitado, y si salimos ahí fuera y no lo conseguimos, moriremos igualmente, y encima nunca sabremos la verdad”.

“¿La verdad? – Reik también empezaba a sentirse confuso ante aquellas declaraciones – Pero, ¿a qué te refieres exactamente?”

“¿No os parece todo muy raro? Que nos atacaran directamente sin hacer nada?  ¿Que ya nos tuvieran vigilados desde antes de despertar nuestros poderes?  ¿Que casualmente, Fidel, Isabel, Verónica y yo fuésemos huérfanos, y que a vosotros tres os rechazaran vuestras familias? Son demasiadas casualidades… Estoy seguro de que hay algo detrás, y después de llegar hasta aquí, lo único que sé seguro, es que no podría perdonarme por dejarme morir sin aprovechar la oportunidad de averiguarlo. Nos han utilizado como marionetas durante toda nuestra vida, tanto unos, como otros. Hemos viajado por muchos sitios, ayudado a mucha gente, a veces sin que nos pidiesen ayuda, o incluso rechazándola. Hemos puesto las necesidades de los demás por encima de las nuestras en innumerables ocasiones, por justicia, honor, libertad, o el motivo que sea, pero lo hemos hecho, y en ese camino varios de nuestros compañeros han perdido la vida. Por eso, por esta vez, sólo por esta vez, dejadme ser egoísta. Dejadme poner nuestros intereses por encima de los de cualquier otro. Dejadme conocer la verdad. Hemos esperado por el mundo infinidad de veces, así que, por esta vez, el mundo debe esperar por nosotros”.

El discursó caló en el interior de sus compañeros, que estaban tan preocupados por la situación general, que se habían olvidado de la propia. Aunque dudaron unos instantes, uno a uno, fueron asintiendo suavemente, y rápidamente se pusieron en marcha de nuevo.

“Está bien – dijo Jonyo apretando el puño – Sólo por esta vez”.

“Aguantad….” Susrró Gabriel, pensando en todas las personas que habían conocido durante sus aventuras, pero que ahora se encontraban en grave peligro.

“Acabaremos enseguida” añadió Reik.

Arturo sonrió, y no dijo nada más. No era necesario. Continuó corriendo junto a sus compañeros, atravesando el largo corredor del castillo, y finalmente, divisaron un enorme portón al fondo.

“¡Tiene que ser ahí!” exclamó Gabriel.

“Al otro lado de esa puerta nos espera nuestro último enemigo” pensó el caballero del fuego.

Arturo se adelantó a los demás. Levantó levemente el vuelo, avanzando a ras de suelo, extendió la pierna y cargó violentamente contra el portón, echándolo abajo violentamente. El ataque del caballero, unido al impacto del portón contra el suelo del castillo, levantaron una nube de polvo alrededor, que impedía visualizar el interior de la sala.


“Bienvenidos, caballeros. Os estaba esperando” dijo una figura que se divisaba entre la polvareda.

1 comentarios:

Jon dijo...

He tardado mucho en leerlo desde que salió, pero siempre estoy aquí. Con ganas de leer el final.

“Aguantad….” Susrró Gabriel, pensando en todas las personas que habían conocido durante sus aventuras, pero que ahora se encontraban en grave peligro.(susurró)
Un saludo a todos.